Joaquín de Fiore nació en Celico (Calabria) hacia 1135. En un primer momento, eligió hacer carrera como notario –la profesión de su padre– en la corte de los monarcas normandos en Palermo. Sin embargo, después de peregrinar a Tierra Santa decidió alejarse del mundo y pasar un tiempo ayunando y rezando en una cueva de Sicilia. Más tarde ingresó en el monasterio de Corrazo, donde fue nombrado abad al poco tiempo. En 1188 logró que el papa Clemente III anexionara el cenobio a la abadía cisterciense de Fossanova. Joaquín encontró en el monte Petrolata, no muy lejos de allí, un lugar de recogimiento y quietud que favorecía su actividad exegética. En 1192, desoyendo las directrices del capítulo general cisterciense, fundó su propio monasterio (San Giovanni in Fiore), que se convirtió en el punto de partida de la orden de Fiore, incorporada en 1570 a la orden cisterciense por el papa Pío V. Joaquín de Fiore falleció el 30 de marzo de 1202 en San Martino di Giove y alcanzó un gran prestigio gracias a sus profecías.
De Fiore defendía una exégesis tipológica muy acentuada, que establecía una analogía tan fuerte entre los hechos del Antiguo y el Nuevo Testamento que no sólo los primeros preludiaban los segundos, sino que