Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Ummo: Historia de una obsesión
Ummo: Historia de una obsesión
Ummo: Historia de una obsesión
Libro electrónico625 páginas5 horas

Ummo: Historia de una obsesión

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

«Y si los ovnis fuesen algo más (... O no) que un fenómeno manipulado por las agencias de espionaje. Ummo quizá sea la respuesta.»

En 1966, en plena dictadura franquista, algunas personas reciben cartas y llamadas telefónicas de un supuesto grupo expedicionario extraterrestre tratando temas científicos muy variados. Años después, nos encontramos con una muerte y un pasado misterioso para los que encontrar respuestas, pero quizá no sean las deseadas.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento22 oct 2015
ISBN9788491120766
Ummo: Historia de una obsesión

Relacionado con Ummo

Libros electrónicos relacionados

Ficción de acción y aventura para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Ummo

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Ummo - Reinaldo Manso

    Título original: UMMO

    Ilustración de la cubierta de David Sankey

    Primera edición: Octubre 2015

    © 2015, Reinaldo Manso

    © 2015, megustaescribir

              Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Contents

    Primera Parte

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    Capítulo 26

    Capítulo 27

    Capítulo 28

    Capítulo 29

    Capítulo 30

    Capítulo 31

    Capítulo 32

    Capítulo 33

    Capítulo 34

    Capítulo 35

    Capítulo 36

    Capítulo 37

    Capítulo 38

    Capítulo 39

    Segunda Parte

    Capítulo 40

    Capítulo 41

    Capítulo 42

    Capítulo 43

    Capítulo 44

    Capítulo 45

    Capítulo 46

    Capítulo 47

    Capítulo 48

    Capítulo 49

    Capítulo 50

    Capítulo 51

    Capítulo 52

    Capítulo 53

    Capítulo 54

    Capítulo 55

    Capítulo 56

    Capítulo 57

    Capítulo 58

    Capítulo 59

    Capítulo 60

    Capítulo 61

    Capítulo 62

    Capítulo 63

    Capítulo 64

    Capítulo 65

    Capítulo 66

    Agradecimientos

    Sobre El Autor

    PRIMERA PARTE

    CAPÍTULO 1

    Mi padre ha muerto.

    Y resulta que, no sólo no era mi padre biológico, sino que mi verdadero nombre es DEII-99.

    Mi tranquilo mundo se vino abajo cuando hace unos días, el propio director del selecto internado para jóvenes superdotados donde he pasado buena parte de mi adolescencia, me llamó a su despacho. Al llegar, la secretaria me hizo pasar con rapidez, apartando la vista como si ocultase algo, pero con un aire de tristeza evidente. Aquella fría habitación estaba presidida por un enorme escritorio de caoba, sobre el que desentonaban varias pantallas planas de ordenador. Los objetos sobre la mesa estaban pulcramente alineados, mientras que los libros en la estantería adyacente aparecían ordenados por tamaño. Al fondo, tras una gran cristalera, podían verse las cumbres nevadas de los Alpes bávaros y a sus pies un pequeño lago de aguas color turquesa que, según algunos, ocultaban un tesoro nazi.

    Al verme entrar, la enjuta figura del director se puso en pie y se acercó. Sin darle tiempo a preámbulos, pregunté:

    —¿Qué malas noticias tiene Vd. para mí? ¿Ha muerto mi padre?

    Durante una fracción de segundo, aquellas cejas oscuras se alzaron con perplejidad, arrugando la esplendorosa calva que nacía por encima de ellas.

    —¿Cómo?, ¡Ah, claro…! sus poderes. Considero que no debería hacer ese tipo de trucos, y menos, en un momento como éste.

    —Entonces, he acertado.

    —Sí, efectivamente. Lamento comunicarle que su padre falleció de un infarto hace una hora en Barcelona. Le manifiesto nuestro más sentido pésame. Naturalmente, tiene usted permiso para ausentarse el tiempo que considere necesario.

    Aunque hacía años que mi padre (quiero seguir llamándolo así, pues es la persona que se ha comportado como tal desde que recuerdo) estaba delicado de salud tras haber sufrido un primer ataque al corazón, lo cierto es que la noticia resultó un mazazo. Pero de nada serviría llorar, lo más importante entonces era estar al lado de mi madre.

    —Gracias. Por favor, avise para que preparen mi avioneta. Deseo salir lo antes posible.

    —Así se hará. Si necesita cualquier otra cosa…

    Tras rechazar la ayuda, me di la vuelta disponiéndome a abandonar la habitación. Cuando ya salía por la puerta, el director añadió:

    —Y no se preocupe, todos entenderán que no pueda asistir a su ceremonia de doctorado cum laude en Física por su tesis sobre las lentes gaseosas.

    Mientras preparaba la maleta en mi dormitorio (las habitaciones en el internado son individuales, por lo que no tuve que soportar a nadie haciéndome preguntas), quise rememorar algunos de los momentos más felices pasados junto a mi padre. Gracias a mi memoria eidética, aquello no fue difícil y algunas lágrimas llegaron a asomar por mis ojos. Saqué fuerzas de mi interior y pude controlarme. Eché un vistazo de añoranza a aquellas paredes a las que seguramente ya no volvería, cogí el ordenador portátil, la pequeña maleta, y me dirigí hacia nuestro aeródromo.

    Todo estaba listo. Informados de las razones de mi repentino viaje, manifestaron cierta sorpresa cuando expresé mi intención de pilotar la avioneta. Las circunstancias no me iban a impedir tomar los mandos de mi aparato. Siempre me han atraído todas las actividades aéreas. De hecho, mi deseo es ser astronauta. Estoy acumulando horas de vuelo para presentar mi solicitud ante la Agencia Espacial Europea…, qué poco sospechaba la peculiar forma en que mis sueños podrían hacerse realidad.

    El día era espléndido. El sol se reflejaba sobre las nieves de la cordillera. Iba pensando sobre todo en mi madre, en su sufrimiento por la pérdida. Eran las 15:03. Me disponía a llamarla por radio cuando un tremendo resplandor me cegó momentáneamente, iluminando toda la cabina.

    Pensando que estaba a punto de estrellarme contra algún avión que no había visto, inicié un rápido descenso mientras miraba para todos los lados. Otro fogonazo. Esta vez pude comprobar que procedía de un grupo de nueve extraños objetos en formación escalonada. Parecían encontrarse a gran distancia y aproximarse con rapidez. Su forma de desplazarse me recordaba aquellas lajas de piedra que hacía rebotar en el estanque de nuestra finca de Piedralaves durante las vacaciones de verano. Del tamaño aparente de pulgas diminutas, resultaba imposible estimar sus dimensiones reales por falta de referencias ya que se encontraban casi en el límite de visión, pero no se parecían a ningún avión conocido. Interrumpí el picado y decidí dirigirme hacia ellos.

    Antes de que pudiera darme cuenta, los había sobrepasado. Con el cambio de perspectiva, vi que se trataba sólo de una bandada de gansos migrando hacia el sur para pasar el invierno. La luz del sol al incidir en el batir de sus alas había provocado los reflejos. ¡Quién pudiera volar como ellos, sin una envoltura de metal alrededor! El incidente me levantó los ánimos y pude hablar con mi madre más tranquilamente. La limusina estaría esperando mi llegada al aeropuerto.

    CAPÍTULO 2

    16 de agosto de 1944, sobre la Alemania nazi.

    El cielo está surcado por centenares de largas estelas blancas, creadas por los motores Cyclone con turbocompresor de una de las mayores escuadras de bombardeo jamás formadas. Más de mil aeronaves de aluminio y plexiglás reflejan la luz solar en sus fuselajes sin pintar (para aligerar peso y aumentar la carga mortífera). Sólo el gran alerón vertical de cola aparece de color negro, los extremos de los alerones van de rojo, identificando los aviones como pertenecientes a la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Se trata de bombarderos Boeing B-17 (también conocidos como fortalezas volantes), en misión diurna contra el corazón industrial de la cuenca del Rhin. Vuelan en formación cerrada para suministrarse mutuamente cobertura contra aviones enemigos. Cada grupo está compuesto por seis cajas de seis aviones, escalonados vertical y horizontalmente, que maniobran al unísono, con lo que pueden lanzar las bombas sin que se pierda la integridad de las compactas formaciones, aunque a veces es fácil que alguna de esas bombas alcance a los aparatos que vuelan más bajo. Sin embargo, cualquier bombardero que salga de la formación, está acabado.

    El escuadrón líder se desplaza a unos 25.000 pies y va flanqueado por otros dos a diferentes alturas, junto con una nube de cazas de escolta. Por desgracia, esta misión se adentra profundamente en territorio enemigo y el corto alcance de los cazas P-47 Thunderbolt y similares, los obligaba a retirarse apenas superada la frontera con Alemania. Aunque está previsto que sean relevados por otra fuerza de acompañamiento que vuela directamente desde Gran Bretaña, no siempre llegan a tiempo.

    El borde externo derecho del cajón inferior le corresponde a un B-17G apodado por sus tripulantes La bella Margot, perteneciente al escuadrón 532, grupo 381.

    En su torreta ventral, se encuentra el artillero Edward A. Doty, al cargo de dos de las trece ametralladoras que posee este modelo de avión.

    Doty está bastante preocupado.

    Esto de ser el más novato de la tripulación no me gusta nada, espero que llegue pronto la siguiente remesa de reemplazos. Mientras tanto, tengo que aguantarme y tratar de no pensar en que las puertas de la torreta queden atascadas si sufrimos daños durante el combate, un aterrizaje de panza me mataría con toda seguridad. Hace varias horas que tuve que reptar hasta aquí. Este agujero es tan estrecho que me obliga a estar todo el tiempo con las rodillas encogidas, agazapado en este diminuto cubil. Además, la calefacción de esta zona es mala por no decir inexistente, y aunque tengo el uniforme reglamentario de cuero forrado de lana, hace un frío que pela y tanto abrigo entorpece aún más los movimientos. Lo único que me consuela es que, si consigo olvidar el ruido y la vibración de los motores sobre mi cabeza, me parece estar flotando en el aire.

    Durante el briefing ya nos advirtieron: Muy bien, tíos, vais a tener un día salvaje. Vamos contra unas factorías de rodamientos en una ciudad bávara llamada Schweinfurt. La ruta nos obligará a pasar por el centro de Alemania, a la ida y a la vuelta. Intentaremos dividir al contrario. La 3ª División atacará Regensburg, y volará hasta nuestras bases del norte de África. Las otras dos divisiones atacaran el mismo objetivo y volverán a Inglaterra. Para confundir aún más al enemigo, y atraer a tantos cazas como sea posible, un fuerza mixta de cazas y bombarderos medios Mitchell, atacará por los estrechos de Dover al mismo tiempo.

    Es casi una misión suicida, aunque como sólo es la tercera del ciclo de treinta que me corresponden, las probabilidades todavía están a mi favor.

    A la hora del despegue la niebla cubría las pistas, lo que ocasionó algún retraso, mientras los bombardeos ascendían y ocupaban sus posiciones programadas, con ayuda de B-24 pintados en vivos colores para facilitar su localización.

    El vuelo sobre el mar del Norte, Holanda y Bélgica no tuvo incidentes, así que pude relajarme y disfrutar del paisaje. Sin embargo, conforme nos acercamos a territorio enemigo, me invade el nerviosismo y no puedo evitar recordar todos esos rumores que circulan por los barracones sobre las nuevas armas que ese maldito Hitler está desarrollando. Durante mis días de permiso en Londres había asistido a la caída de algunas bombas V2 y fui testigo de los terribles daños que provocaban. Pero eso no era nada comparado con lo que dicen se nos viene encima ahora que el Tercer Reich se encuentra a la defensiva. Y no todo son rumores, como aquella historia que escuché de los propios labios del artillero de cola Louis Kiss, un chico de Connecticut del que me hice muy amigo durante el entrenamiento:

    Nos encontrábamos sobre el centro de Alemania en una misión diurna, cuando observé una extraña esfera que se acercaba al B-17 desde atrás y por debajo. Era como una pelota de baloncesto y brillaba con un color dorado. No sabía qué hacer. La bola alcanzó nuestro avión, flotaba tranquilamente sobre el ala derecha. De allí pasó por encima del fuselaje y volvió a detenerse sobre el otro ala. Estuve tentado de dispararle, pero estaba demasiado cerca de los depósitos de combustible, así que lo pensé mejor. Pasados unos segundos la bola se movió hacia nuestra cola, quedó atrapada en las turbulencias de las hélices y desapareció rápidamente entre la formación.

    Cuando lo confesó tomando unas cervezas en un pub, nos burlamos de él. Pero pronto empezaron a circular relatos semejantes y ya no sé qué pensar. Otros hablan de discos plateados que aparecen entre las formaciones en vuelo, pero ni explotan ni tienen ningún efecto sobre los motores o las alas. Ni siquiera cuando es imposible esquivarlos y golpean contra el avión se escucha nada más allá del golpe metálico. No ocasionan daños en el fuselaje. Los llaman foo fighters, por la tira cómica dominical de Smokey Stover, el bombero chalado.

    Por el intercomunicador avisan que nos encontramos sobre territorio enemigo. De momento, parece que no hay cazas interceptores en las cercanías, pero me temo que esta tranquilidad no durará mucho. Volviendo a las bombas-cohete de los nazis: hace unos años mi amigo Pete y yo íbamos a ver a un chalado que hacía experimentos con cohetes en las afueras de nuestro pueblo, allá en el desierto de Nuevo Méjico. Era gracioso ver el extraño andamio que tenía montado, y como el tipo insistía una y otra vez a pesar de los fracasos.

    Como a mí me gustaban mucho las tiras de Flash Gordon, estaba convencido de que no tardarían en hacerse realidad, aunque Pete se mostraba más escéptico. Bueno, eso fue hasta aquel día en que todo salió bien y vimos elevarse el cohete hasta perderse de vista (luego me enteré que había alcanzado los tres kilómetros de altura). Quién me iba a decir que apenas siete años después, me encontraría volando en un bombardeo acechando por si los krauts habían perfeccionado el invento. Espero que en Washington le hayan hecho caso a aquel tipo, cualquier ayuda sería bienvenida.

    A las 10:17 veo las primeras explosiones imprecisas de la antiaérea. Unos minutos después, aparecen por la una en punto, a nivel, dos FW 190 que viran frente a la formación y atacan de cara. Se encuentran lejos, a estribor, y no tengo ocasión de dispararles (el interfono avisa: Ráfagas cortas… no malgastéis munición). Alcanzan a un par de aviones del escuadrón delantero sin causar graves daños, puedo ver como el ala izquierda de uno de los atacantes se rompe en pedazos. El piloto tiene tiempo de saltar en paracaídas. ¿Tendremos nosotros tanta suerte si nos alcanzan?

    A lo lejos, a las seis en punto y casi a ras de los árboles me llama la atención algo, parece una estela como las nuestras, pero a tan baja altitud no se forma condensación. ¡No puede ser! Al extremo de esa estela de gases veo un pequeño avión de alas cortas, se acerca a una velocidad tremenda. Se mantiene paralelo a nosotros, acorta distancias con rapidez. En cuestión de segundos abandona su trayectoria en paralelo e inicia una tremenda ascensión. En las alas lleva la esvástica nazi, se trata de un arma enemiga y nos ataca por nuestra parte más vulnerable, la panza, con la bodega llena de bombas. Por suerte, mis experiencias juveniles hacen que esto no me pille totalmente de improviso, y puedo ajustar mis disparos a la tremenda aceleración de ese insólito avión. Y digo bien, porque no se trata de ningún artefacto teledirigido, va tripulado. Veo los fogonazos de sus ametralladoras disparando. El fuerte olor a pólvora quemada llena la cabina, el B-17 tiembla por el retroceso de mis ametralladoras, mientras a voz en grito trato de advertir a mis compañeros del ataque. Hay algo de desesperado en la forma en que ese avión nos enfila. Pese al frío, estoy sudando a chorros. El arco que siguen las balas trazadoras parece demasiado corto, se va a escapar. Veo algunos destellos en su morro. Sigue disparando. De repente, una tremenda explosión me sacude contra el techo. Debo haber alcanzado su depósito de combustible. Ha estallado en el aire. Una esquirla rompe el plexiglás de la torreta sin llegar a atravesarla. Hemos tenido suerte.

    2 de mayo de 1945

    Hombres y mujeres de Alemania, soldados de las fuerzas armadas, os habla el almirante Doenitz: nuestro Führer, Adolf Hitler, ha caído en la capital del Reich.

    Cuando mi amigo Ed y yo nos enteramos del ataque japonés a Pearl Harbour, corrimos al centro de alistamiento más cercano mintiendo sobre nuestra edad para conseguir ser admitidos. Queríamos enfrentarnos a esos traicioneros enanos amarillos, pero acabaron destinándonos a Europa, en mi caso, quizá por mi ascendencia alemana.

    Mientras Ed se labraba una carrera como artillero de bombardero, yo prefería mantener mis pies en tierra. Gracias a mis conocimientos de alemán, pronto me convertí en un miembro de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), el servicio de inteligencia de los Estados Unidos, y me vi involucrado en diversas operaciones clandestinas en Alemania. Cuando las navidades pasadas Ed y yo nos encontramos de permiso en Londres, estaba eufórico y me contó con pelos y señales como había conseguido derribar una de las wunderwaffen (armas milagrosas) nazis, más concretamente, el primer avión reactor conocido, el Messerschmitt Me 163 Komet. Poco podía imaginar él que yo era uno de los escasos espías que había conseguido observar sus operaciones desde el suelo, localizando sus zonas de despliegue para ayudar a nuestros aviones a cazarlos en tierra, antes de que pudieran despegar.

    Fue un éxito efímero. Mis superiores no estaban contentos. El pasado Abril encontramos en una mina de sal al norte de Frankfurt todas las reservas de oro y divisas del Tercer Reich, junto con una abundante colección de obras de arte. En otra operación, habían caído en nuestro poder todos los archivos del Ministerio de Propaganda de Goebbels. No obstante, en lo referido a la tecnología de las armas secretas nazis, son nuestros aliados quienes llevan ventaja. Los ingleses fueron los primeros en localizar el reactor nuclear experimental desarrollado por los científicos afectos al régimen de Hitler y en sabotear sus fábricas de agua pesada en Noruega. También han llegado primero a las instalaciones subterráneas donde desarrollaban sus cohetes y misiles teledirigidos de corto alcance. A finales de Marzo asistí a una reunión clandestina en Suiza (Berna, para ser más exactos) donde el responsable de las operaciones de la OSS en Europa, Allen Dulles, ordenó que todos nuestros esfuerzos se centrasen en una llamada Lista Negra, una lista de los científicos nazis expertos en cohetes, encabezada por Wernher von Braun. Se ha puesto precio a su cabeza y circulan rumores de que podría encontrarse en nuestra zona de los Alpes bávaros.

    La principal dificultad con que nos enfrentamos es separar las pistas buenas de los rumores que, con la inminente caída del Reich, están proliferando como setas. Resulta difícil estimar la validez de los indicios que apuntan a que Hitler y sus secuaces habrían preparado un último refugio en sus posesiones antárticas de Nueva Suabia, o sobre la existencia de una esotérica sociedad Vril que habría desarrollado un arma definitiva conocida sólo con el nombre en clave de Campana. Y por si no tuviéramos bastante, debemos hacerlo antes que nuestros aliados, especialmente esos bolcheviques de Stalin que tienen casi rodeada Berlín. La pasada noche todos celebramos hasta tarde la muerte de Hitler, reconocida por su sucesor el Almirante Doenitz en una emisión radiada. Esperábamos que Doenitz aprovechara la ocasión para presentar la rendición incondicional, pero aseguró que seguiría luchando, al menos contra el avance de los comunistas. Personalmente, creo que está en lo cierto, y que la decisión de Truman de frenar nuestras fuerzas y evitar que seamos nosotros los primeros en rendir Berlín, traerá muchos problemas en el futuro.

    Parece que ha ocurrido algo gordo. Me despertaron de madrugada con órdenes de presentarme urgentemente en una hostería del cercano pueblo de Reutte, sin añadir más datos. Al llegar a la plaza me encontré con todo un barullo de fotógrafos militares preparando sus cámaras. El día está encapotado, con aguaceros ocasionales. Intento abrirme paso entre ellos, pero justo entonces empiezan a disparar sus flashes. En la entrada de la hostería, desconcertadas por ese inesperado recibimiento, distingo varias figuras, una de ellas con un brazo en cabestrillo. Es el más alto del grupo y le reconozco de inmediato: Se trata de Wernher von Braun.

    CAPÍTULO 3

    Anochecía cuando la avioneta color turquesa tomó tierra en el aeropuerto, donde la esperaban dos hombres. El de mayor edad era el mecánico jefe de las instalaciones. El otro, más joven, llamaba la atención por su corpulencia. Rubio, con el pelo a cepillo y enfundado en un uniforme que parecía a punto de estallar, era el chofer de la limusina, un compacto Volvo de cristales tintados y matrícula diplomática.

    El cielo estaba cubierto de nubes. Grandes masas de un intenso color negro amenazaban descargar en cualquier momento. Una vez parados los motores, transcurrieron pocos segundos antes de que se desplegara la escalerilla de acceso; por ella descendió una escultural mujer de casi metro noventa de estatura. Bajo su traje ejecutivo, podía vislumbrarse un cuerpo proporcionado y atlético. Caminaba con la gracia de una pantera. Sus movimientos eran relajados, pero con la fuerza inherente de un resorte listo para saltar. La forma en que se movía proyectaba un aire de confianza absoluta. Estaba a punto de cumplir los veintiún años pero parecía mucho más madura. Su tez olivácea y sus profundos ojos verdes, atraían inmediatamente la atención. Con un gesto liberó su larga melena de un negro azabache y se dirigió sin titubear hacia el mecánico, que estaba acabando de calzar el tren de aterrizaje delantero.

    —Buenas noches señorita Bermúdez. Le acompaño en el sentimiento —dijo tendiéndole la mano tras limpiársela en el mono.

    —Buenas noches Pedro. Muchas gracias. Por favor, haga que revisen el altímetro, me ha dado algunos problemas.

    Me volví hacia la figura que esperaba en posición de firme junto a la limusina.

    —¿Quién es usted? ¿Cómo es que no ha venido Tomás a recogerme?

    —Mi nombre es Larry, señorita Bermúdez —explicó con un inconfundible acento anglosajón—. Llevo al servicio del consulado desde principios de verano, sustituyendo a Tomás que está de baja por enfermedad. Por otro lado, los médicos han aconsejado a su madre que guarde reposo absoluto. Por favor permítame expresarle mis condolencias.

    Iba a pedir más detalles cuando hubo un deslumbrante fogonazo seguido a los pocos segundos de un largo y atronador estruendo. Empezó a caer agua con tal intensidad, que me tuve que refugiar sin dilación en el coche. El chofer ni siquiera tuvo oportunidad de abrirme la puerta. Al acomodarme, una sensación desagradable recorrió mi cuerpo y al alzar la mirada, pude ver a Larry observándome por el retrovisor. Al darse cuenta, dijo:

    —Su padre murió ahí esta mañana, entre mis brazos, pese a todos mis esfuerzos por auxiliarlo.

    Desconcertada, le ordené tajantemente que levantase la mampara de aislamiento y se dirigiera de inmediato a casa. Sin embargo, la tromba de agua estaba empezando a provocar dificultades y pronto toda la autovía de Casteldefells era un enorme atasco.

    Con el repiqueteo de la lluvia sobre la carrocería, el cansancio por las horas de vuelo, más la extraña inquietud que me embargaba, cerré los ojos y me refugié de nuevo en los recuerdos.

    Por desgracia, mis esfuerzos por terminar la tesis doctoral me habían impedido pasar el verano en España, así que la última imagen que me quedaba de mi padre era durante su cumpleaños, en marzo, feliz y contento. Divagando aún más, recordé aquellas navidades de 1987 cuando, recién cumplidos los siete años, mi padre insistió en que ya era toda una jovencita y debía asistir junto a él al informe anual de nuestro administrador. Era evidente que todavía no había entendido claramente mis capacidades, pues mientras ambos adultos comentaban diversos temas, papá me entregó una copia del informe para que me entretuviese con sus gráficos de colorines. Tardé poco más de diez minutos en leerlo y comentar:

    —Papá, los cuadros de cash flow no encajan. Estimo que pueden faltar unos cinco millones de pesetas.

    —Inma, por favor, no digas tonterías, con eso no se bromea

    Insistí:

    —No son tonterías. Por ejemplo: si comparas el cuadro de la página 14 con la gráfica de la 23, salta a la vista el descuadre de cinco millones.

    —Seguro que es un error —dijo palmeándome cariñosamente la barbilla—. Paco te lo explicará.

    Al volverse en dirección a Paco, se llevó una sorpresa. Éste se había quedado pálido y tenía los ojos desencajados.

    —Por favor, señor Bermúdez, entiéndalo…, jamás pretendí engañarle ni robarle. Era sólo un préstamo transitorio, por una emergencia.

    Sin dar ocasión a ser interrumpido, continuó:

    —Como usted sabe, la larga enfermedad y el fallecimiento de mi esposa han supuesto unos meses muy difíciles para mí. He abandonado bastante mis obligaciones y me he sentido muy agobiado. Justo al día siguiente de enterrarla, hace apenas una semana, tuve que hacer frente al vencimiento de una nefasta operación en Bolsa. Era ineludible abonar esa cantidad, pero no disponía de liquidez y mis márgenes bancarios estaban sobrepasados. Cierto que podía haberle explicado la situación, pero en aquellos momentos sólo se me ocurrió disponer de su dinero. Pensaba reponerlo de inmediato, de hecho, ya he conseguido los fondos con la venta de algunas acciones que me abonarán el lunes, aquí tengo el resguardo y la orden de transferencia a su nombre, pero como debía presentar el informe hoy, intenté que pasase desapercibido. Por favor, entiéndalo y no acuda a la policía, no podría soportarlo.

    Mi padre estaba desconcertado. No sé qué le sorprendía más, que yo hubiese detectado el desfalco, o que su administrador de confianza desde hacía años le hubiese traicionado. La situación se tensaba por momentos, así que decidí intervenir.

    —Papá, estoy segura de que el tío Paco (siempre lo he llamado así, aunque no existe relación familiar) dice la verdad, ha sido una acción irreflexiva fruto de la tensión a la que ha estado sometido. Perdónale, da el asunto por zanjado, y no pierdas la confianza en tu amigo por un simple desliz. Venga, sigamos con el informe.

    Todo tuvo un final feliz, los fondos se repusieron, y Paco sigue siendo nuestro administrador, sin haber dado nunca más el menor motivo de queja. Siempre he sabido juzgar muy bien a las personas.

    A veces, incluso demasiado bien. Más o menos por aquellas mismas fechas, me aficioné al esoterismo, concretamente a la quiromancia. Al principio me mostraba escéptica, pensando que los creyentes hacían encajar mis declaraciones generalistas con sus situaciones particulares. Leía las líneas de la mano siguiendo las interpretaciones de los libros (no siempre coincidentes), pero cada vez me asombraban más las reacciones de mis compañeros de colegio, de mis profesores y hasta de los amigos de mis padres, especialmente cuando éstos eran ajenos a mi círculo.

    Aquel verano no pasaba una fiesta sin que tuviera que disfrazarme de pitonisa y hacer nuevas lecturas. La gente me felicitaba por mi exactitud, en especial cuando mencionaba detalles específicos sobre la salud u otros problemas personales. Alguno llegó a telefonear para contar cómo se había cumplido la predicción que les había formulado. En pocas semanas, me convencí de que realmente tenía poderes para predecir el futuro, convirtiéndome en una encendida defensora de lo paranormal, hasta que un amigo me propuso hacer cierto experimento.

    Bastaba con que, de forma deliberada, en cada lectura de manos dijese lo contrario de lo que las líneas indicasen. Me llevé una gran sorpresa cuando el primer desconocido con quien puse en práctica tal idea me aseguró que era la lectura más exacta que jamás había recibido. No tardé en confirmar resultados con otras personas, y ello cambió totalmente mi vida. A partir de entonces, empecé a analizar racionalmente todo aquello del esoterismo, interesándome por la psicología humana, pero también por el ilusionismo y la prestidigitación. Mi padre, que había soportado de mala gana cómo mi madre me animaba en aquellas charadas, me apoyó con entusiasmo.

    No puedo decir que mi padre fuera cariñoso, y menos aun considerando que era hija única. De hecho, pronto noté como se esforzaba por mantener una cierta distancia, un cierto desapego que nunca llegué a comprender. Él siempre se preocupó por darme la mejor educación que pudiese comprar el dinero, aunque es curioso su desdén por las disciplinas artísticas. Así, podría decirse que fui la primera persona en España con una conexión directa a Internet. Mi padre se esmeraba en poner a mi disposición la tecnología más moderna en cada momento. Por otro lado, durante los meses de vacaciones del internado, tenía un entrenador personal en mi disciplina favorita: el decatlón (sé que la disciplina femenina consta sólo de siete pruebas, pero yo soy bastante especial). Ahora que lo pienso, no consigo recordar haber estado enferma nunca. He sufrido algunos accidentes y lesiones de poca importancia, pero no he pasado ni un día en cama, ni siquiera con un resfriado o una gripe. De hecho, jamás he tenido que acudir al dentista. Volviendo a los deportes, pronto aprendí a auto-controlarme. Nunca he sentido la necesidad de superar marcas. Cuando descubrí que sin apenas esfuerzo podía alcanzar rendimientos similares a los de atletas profesionales, opté por relajarme y disfrutar del ejercicio, no necesitaba llamar más la atención.

    Lo cierto es que siempre me ha gustado pasar desapercibida. Pronto descubrí que no encajaba en la sociedad. Al principio, llegué a odiar a todo el mundo porque se mostraban como tras una careta. Aborrecí todo aquel teatro, a sabiendas de que tras las máscaras había cosas que no se debían mencionar. De niña lo intenté en diversas ocasiones, pero las reacciones de los implicados me convencieron de que era mejor no revelar lo que sabía. Solo años más tarde comprendí que tal disimulo era algo inherente en la sociedad humana, y sentí pena por ellos. Pero antes aprendí a aprovechar mis capacidades y disfruté viendo lo fácil que era manipular a la gente.

    Resultaba maravilloso sentirse como una diosa, capaz de encauzar los actos de los que me rodeaban en mi beneficio, sin que se dieran cuenta. Por suerte, pronto superé esa etapa infantil y limité mis intervenciones, dejando que actuaran según su libre albedrío, siempre que ello no interfiriese en mis planes. Me limité al papel de observadora.

    Disfruto en soledad. De hecho, creo que no tengo más que un par de amigos de verdad, e incluso ellos en la distancia. Los demás son simples conocidos, compañeros o vecinos, a los que jamás he permitido vislumbrar algo de mi vida interior. Buena parte de mi aura de bicho raro ha sido fomentada por mí misma. Nunca me han gustado las cosas que a los demás parecen satisfacerles (fumar, beber, salir de marcha…). Mis mejores amigos han sido los libros, las películas, o mi propia fantasía. Con apenas cuatro años tenía varios amigos invisibles: un búho hierático y callado que hacía poco más que mirarme; Charlie, un dinosaurio bípedo casi humano que me llevaba de viaje a los más extraños lugares; y mi favorito, Marvin, al que llamé así por su parecido con el personaje de dibujos animados de la Warner, un pequeño ser cabezón, escuálido y de grandes ojos negros. Mi relación con él era ambivalente. A veces parecía tener voluntad propia. En ocasiones, me hacía pasar por momentos y pruebas desagradables, pero al final siempre me miraba con aquellos enormes ojos y una sensación de paz y amor invadía mi cuerpo. Lo sigue haciendo. Es el único de mis amigos invisibles que aún viene alguna que otra noche a hacerme compañía.

    Echaré de menos a mi padre.

    —Señorita Bermúdez, perdone. Hemos llegado.

    —Gracias, Larry. Creo que entre sus obligaciones está la de mantener los vehículos en perfecto estado, así que haga el favor de revisar uno de los cilindros del motor, está empezando a fallar.

    A las puertas de la mansión de Pedralbes, me esperaban Ramón, el mayordomo, y mi tío Paco. Tras recibir las condolencias de rigor, solicité ver a mi madre. Me dijeron que se encontraba en el salón, velando el cadáver acompañada por algunas amigas. Y hacía allí me dirigí. Había llegado el temido momento.

    CAPÍTULO 4

    Mis padres eran hijos únicos, yo nací bastante tarde, así que no llegué a conocer a mis abuelos. Mi madre, varios años menor que mi padre, es una cincuentona excesivamente avejentada debido a sus achaques. Hace tiempo que estamos distanciadas. Ella es incapaz de comprender mi actitud ante la vida, sólo insiste en que debería buscar novio y casarme, no entiende que pueda sentirme realizada con mis investigaciones y viajes, sin necesidad de tener a mi lado a ningún perrito faldero. Nunca ha llegado a conocer cómo utilizo mi sexualidad, se escandalizaría. Pero nuestro enfrentamiento más radical se da en el campo de la religión.

    Soy atea convencida, mientras que mi madre es de misa diaria. Se puso muy pesada para que hiciera la Primera Comunión con toda la parafernalia consiguiente. Al principio me negué (contando con la complicidad de mi padre, más comprensivo al respecto), pero al final, acepté la mascarada para evitar males mayores y acabé divirtiéndome de lo lindo observando todas aquellas tonterías. Mi escepticismo le causó una profunda pena y nunca me lo ha perdonado. También tuve fuertes encontronazos con el padre Damián, el confesor de mi madre, perteneciente al Opus Dei. Es un personaje que me resulta particularmente desagradable, quizá porque puedo ver lo que los demás no ven, ese orgullo y ansia de poder que moran bajo sus capas de hipocresía, aparentando poseer esas virtudes cristianas que tanto proclama. Conmigo dio con un hueso duro de roer, y al final aprendió a guardar las distancias.

    Al entrar en el salón, pude ver a mi madre rezando rodeada de sus estiradas amigas, dirigidas por el padre Damián, que como me temía, no podía faltar. Por lo menos, así tenía a alguien para hacerle compañía, porque sólo quedaban ya un par de empleados en representación del personal del consulado y algún viejo amigo de papá. La abracé, mientras ella empezaba otra vez a llorar. Me sentí incómoda, nunca he sabido qué decir o hacer en estos momentos, así que me limité a abrazarla e intentar que se tranquilizase. Entre sollozos me contó lo sucedido.

    Aquella mañana mi padre había montado en la limusina para acudir como todos los días al trabajo, pero durante el trayecto se encontró mal. Ese chico nuevo, Larry, se portó como un profesional. Al descubrir que se trataba de un ataque al corazón y viendo que no podía hacer nada, condujo a toda velocidad hacia el hospital más cercano, donde estuvieron un buen rato intentando reanimarlo. Pero fue inútil, la muerte había sido instantánea. El resto de la noche la pasé intentando que se acostase, tratando de hacerle la vigilia lo más llevadera posible y escuchando las insulsas conversaciones de los asistentes; por lo menos, sus expresiones de pesar parecían sinceras. No intenté aproximarme al féretro. Para mí, lo que había en su interior era sólo un montón de carne en putrefacción, prefería la imagen viva de mi padre que conservaba en mi mente.

    Recuerdo cuando aceptó el consulado de Bolivia en Barcelona. Fue una sorpresa hasta para él. Alguien muy influyente lo había recomendado y como mi padre estaba un poco harto de no tener que trabajar para vivir, decidió aceptar. Toda la familia viajamos a Bolivia. Pasamos una semana de turismo recorriendo el país. Me encantó especialmente el altiplano en torno a las salinas de Uyuni (las más grandes del mundo) rodeado por las cumbres nevadas de los Andes, los lagos Poopó y Titicaca, y las ruinas ciclópeas de Tiahuanaco. Fue de los momentos más felices de mi vida.

    También existieron momentos tensos. Con seis años me aficioné a las novelas de detectives y de intriga. Mi preferido era, naturalmente, Sherlock Holmes, aunque también me gustaban las historias de Perry Mason o las de aventureros como Doc Savage o El Santo, siempre en su idioma original. En una de ellas, mencionaban a un ladrón que conseguía abrir cajas fuertes gracias a la sensibilidad de sus dedos. Mi padre acababa de instalar una detrás de un cuadro que tenía en el despacho. Se suponía que no debía saberlo, pero pocas cosas se me escapaban. Decidí probar suerte, y aquella noche con ayuda de una linterna, me lancé a la aventura.

    Coloqué las yemas de mis dedos sobre la cerradura y me dispuse a girarla, noté perfectamente el primer clic, luego el segundo, y así sucesivamente hasta cuatro: 1-9-6-4. En su interior encontré algunos fajos de billetes, las joyas de mi madre, un par de carpetas con documentación, varias fotografías y una caja. Me llamó la atención que las fotos eran de un periódico francés, el Le Figaro del sábado y domingo 25-26 de marzo de 1950, en cuya portada aparecía una caricatura sobre una bomba atómica, pero mi atención se centró en la caja. Estaba tan concentrada en abrirla que me llevé un gran susto cuando mi padre encendió de repente la luz y me pilló con las manos en la masa. Me echó una buena regañina, aunque no parecía demasiado sorprendido. Me hizo prometer que jamás volvería a abrirla, porque allí guardaba documentos confidenciales del consulado. Mi padre siempre trataba de razonar conmigo, incluso a la hora de los castigos, aunque pronto aprendió que no había quien me ganase en un debate. Traté de mantener mi promesa, pero pocas semanas después aprovechando que estaba de viaje, lo intenté de nuevo. Ni siquiera había cambiado la combinación. No obstante, la caja, las fotos y los archivadores habían desaparecido, nunca más volví a verlas… hasta ayer.

    Mi excepcional sensibilidad táctil hace que me resulten molestas ciertas actividades como la mecanografía, sobre todo de textos largos, por ello, inventé un programa de reconocimiento de voz que me permite utilizar cualquiera de mis ordenadores sin necesidad de teclado.

    Pasé toda la noche en el velatorio, acompañando a mi madre. Ni en esas circunstancias pude abandonar mi papel de observadora. De niña, este tipo de acontecimientos me parecían llenos de hipocresía. Toda esa gente que llegaba con aspecto de compungida, daba el pésame a los familiares, y luego, sin el menor respeto por el mismo, charlaban de todo lo divino y lo humano. Pronto comprendí que no se trataba tanto de mostrar respeto por el difunto, como de arropar a la familia en aquellos momentos difíciles y distraerla de su desgracia inmediata. Aun así, nunca dejará de sorprenderme.

    Tras mis ejercicios isométricos matutinos, me senté a desayunar con mi madre y organizar los últimos detalles del sepelio. Aunque se opuso al principio, yo insistí en que mi padre deseaba ser incinerado. Pude convencerla, sugiriendo que podríamos dispersar sus cenizas en el mar frente a la costa de su Alicante natal.

    Mi madre me sorprendió por su entereza. Pensaba que al volver a casa, querría acostarse y descansar, pero una vez allí, tras colocar la urna funeraria sobre la repisa de la chimenea y despedir afectuosa pero tajantemente a todos los que nos habían acompañado, recompuso su cuerpo como si tuviera que enfrentarse a una decisión crucial, e irguiéndose con solemnidad, me invitó a sentarme junto a ella.

    Tenía que contarme algo que no podía retrasar más:

    — Hija, ahora mandas tú, como dueña de toda la fortuna familiar.

    CAPÍTULO 5

    Diario La Liberte de L’Est, Haute-Loire (Francia)

    23 de octubre de 1954

    ¿Aclarado por fin el misterio de los platillos?

    "Los ocupantes de tales aparatos no serían ni marcianos ni uranianos,

    sino simplemente rusos"

    Saint-Rémy (crónica de nuestro enviado especial).

    Por fin, un testimonio preciso y formal. Un hombre ha visto la nave a corta distancia y ha podido charlar con su ocupante. Éste, a punta de pistola, le formuló diversas preguntas.

    En el caso que nos ocupa, no encontramos el menor rastro de esas estelas luminosas.

    ¿Un platillo? Sin duda, ya que el testigo lo manifiesta con una convicción aplastante, pero nada de luces. Y este es el detalle donde la historia se vuelve original.

    Permítanme contarles lo sucedido tal como nos lo contó el señor Lazlo Vittek, de 40 años de edad, nacido en Eslovaquia. Sirvió durante diez años en la Legión Extranjera, hace tres que reside en Saint-Rémy.

    "Allí estaba aquel hombre

    con un revolver en la mano"

    El señor Vittek vive con su mujer y cinco hijos en una pequeña y apartada granja, en el paraje conocido como Le Bas, lindante con la carretera que sale de Saint-Rémy para el valle de Fraispertuis.

    Trabaja en la fábrica de materiales de construcción Derey, en Etival, donde moldea ladrillos. Su trabajo empieza a las 3 de la madrugada. Esa es la razón por la que esa mañana, como tantas otras, salió de su hogar a las 02:30 AM, en dirección a la fábrica. Apenas había recorrido unos pocos cientos de metros en su bicicleta, cuando tuvo que apearse. Estaban arreglando la carretera y el adoquinado al descubierto dificultaba el seguir pedaleando. Así estaba, empujando su bicicleta por el arcén derecho, cuando en la penumbra alcanzó a distinguir una silueta.

    Una orden seca, en un idioma incomprensible, le hizo parar en seco. El antiguo legionario Vittek, esperó tranquilamente, hasta que pudo ver como el desconocido se acercaba esgrimiendo un revólver.

    Un idioma desconocido

    Siempre apuntando al señor Vittek, este misterioso ser, cuyas intenciones no parecían muy pacíficas, se dirigió a él en un idioma desconocido.

    El antiguo legionario le dijo al personaje que sabía ruso. Fue entonces cuando su marciano se dirigió a él en ese idioma que parecía dominar a la perfección.

    La conversación fue breve:

    ¿Dónde me encuentro? preguntó el desconocido, ¿En España o en Italia?"

    Nuestro legionario le explicó que se encontraba en Saint-Rémy, Francia, los Vosgos, distrito de Saint-Dié.

    ¿A qué distancia estamos de la frontera alemana? preguntó el ruso. Vittek le informó con precisión: A unos 100 Km. del Rhin, todo recto.

    A continuación, el desconocido preguntó la hora, Las 2:30, comentó Vittek.

    Entonces, aquel hombre se cambió el revolver a la mano izquierda y, sin dejar de apuntar, sacó un reloj del bolsillo de su cazadora. Enfadado gritó: ¡Son las cuatro!

    Parece que aquel visitante de la remota Rusia se guiaba por la hora de Moscú.

    Nueva pregunta: ¿En qué dirección y a qué distancia se encuentra Marsella?.

    Para ser exactos, eso fue lo que le pareció entender. Una vez más, Vittek aportó la información solicitada, y ahí terminó la conversación.

    Un platillo había aterrizado en la carretera

    Puede irse, ¡ahora!

    Vittek obedeció, continuando su camino.

    Y fue cuando lo que hasta entonces le había parecido la borrosa silueta de un auto o una camioneta, resultó ser un platillo. Uno de esos misteriosos platillos volantes de los que hablaban los periódicos. La nave, de una altura aproximada de cinco metros y un diámetro de unos trece, se encontraba posada en la carretera.

    El señor Vittek pasó muy cerca de la nave. Dos enormes platos unidos entre sí, en la parte superior, una cúpula de la que sobresalía una especie de antena. Según sus propias palabras: La cúpula me llegaba muy por encima de la cabeza.

    Lazlo Vittek se montó en su bicicleta y pedaleó lo más rápido que pudo. Recorridos unos doscientos metros, a la altura de las primeras casas, se detuvo.

    Despegue vertical

    Un rayo luminoso acababa de aparecer en la cúpula. A los pocos segundos, nuestro testigo escuchó ruidos de motor, concretamente un silbido que fue aumentando de intensidad. El platillo se elevaba en vertical, como lo haría un helicóptero. A unos diez metros de altura, la nave se inclinó, y acelerando, desapareció en dirección a Saint-Dié. Para entonces, se había apagado la luz y el platillo no dejó tras de sí ningún tipo de rastro luminoso.

    Sin huellas

    Vittek retrocedió sobre sus pasos y, alumbrándose con un encendedor, trató de encontrar algún rastro de la nave en el lugar donde había aterrizado. El platillo no había dejado la menor marca en el suelo.

    El señor Vittek ofreció la siguiente descripción: Hombre de 1.85cm, delgado. Vestido con unos pantalones de tela, una cazadora de cuello amplio y abierto con forro de piel, colorido pañuelo al cuello, una gorra estilo balaclava y botas cuyas suelas resonaban contra los adoquines de la carretera.

    Las autoridades, alertadas

    Al llegar a su trabajo, Vittek comentó lo ocurrido a sus compañeros. Sin embargo, no fue hasta ayer cuando el alcalde de Saint-Rémy, Armand Cunin, escuchó los primeros rumores sobre lo ocurrido.

    Se avisó a los gendarmes de Raon-l’Etape que investigaron el lugar de los hechos.

    ¿Loco o farsante?

    O quizá, ¿testigo y actor de una aventura veraz y genuina –a la par que increíble- que puede llegar a ofrecer nueva luz sobre el origen de estas máquinas misteriosas que atraviesan nuestros cielos?

    Hay que decirlo sin tapujos: nadie considera a Vittek un visionario. Los investigadores dan crédito a sus declaraciones.

    Otros quizá piensen que se trata de una historia inventada. Los detalles del despegue, o las discrepancias horarias no dejan de sorprender. Ello, en todo caso, parece hacer más plausible el relato de Vittek.

    ¿Una máquina de propulsión nuclear?

    Los círculos oficiales se han mostrados muy interesados en el caso.

    Si el antiguo legionario dice la verdad, la fábula de los discos y cigarros volantes venidos del espacio exterior puede darse por terminada.

    Resultará que, los platillos, no dejan de ser máquinas creadas en nuestro mundo y que jamás han abandonado su atmósfera. Su existencia parece indicar que la propulsión a chorro dispone de una fuente de energía distinta a los combustibles utilizados hasta el momento, quizá de origen nuclear.

    Jean Thernier

    —¡Ché, viejo! Estos recortes de diario que encontré en el desván, hablan sobre el abuelo Lazlo, ¿no?

    —Así es, Basilio.

    CAPÍTULO 6

    —Vaya, por una vez, he logrado sorprenderte —comentó mi madre, mientras una sonrisa afloraba a sus labios—. Te esperan algunas sorpresas más, Inma. Ven, siéntate a mi lado, tengo que contarte una larga historia. Por mucho que haya querido aplazarlo, ahora debes saberlo.

    —Como ya sabes, nací y me crie en un pueblo de Jaén, Bélmez de la Moraleda. Conocí a tu padre mientras hacía el servicio militar Yo tenía apenas quince años, pero desde el primer momento supe que estábamos destinados el uno para el otro.

    Al acabar la mili volvió a Alicante, aunque nos seguíamos escribiendo todas las semanas. Poco después, falleció su madre y no teniendo nada que lo atase allí, decidió emigrar a Madrid. Tenía muchas ambiciones, así que acordamos que intentaría labrarse un futuro en alguna gran empresa, y cuando hubiese ahorrado dinero para comprar un piso, nos casaríamos. La primera época fue muy dura.

    Un accidente me había arrebatado a mis padres en la niñez, y me vi obligada a vivir con unos tíos que me hacían la vida imposible, incluso intentaron apoderarse de mi escasa herencia. Dios me perdone, pero estaba deseando cumplir los veintiún años para poder casarme e irme de allí. En las navidades de 1964, sin previo aviso, tu padre se presentó en casa a pedir mi mano.

    Aunque parezca increíble, nunca me había interesado por la historia familiar, más allá de lo básico. Me armé de paciencia. Era interesante poder aliviar mi ignorancia, pero conociendo a mi madre, sabía que me iba a inundar de detalles superfluos.

    —Dijo que había ganado en la lotería el dinero suficiente para comprar al contado un piso. Los construía la empresa donde trabajaba, en las afueras de Madrid. Lo había amueblado a plazos, y aún había sobrado para sacarse el carnet de conducir, dar la entrada de un Seat 600 y cubrir los gastos de la boda.

    Fue toda una sorpresa, nunca le había visto jugar a ningún tipo de juego de azar (y ahora que lo pienso, tampoco le volví a ver tratando de tentar a la

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1