Deseo Desierto ( Volumen I)
Por Edgardo Ovando
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En esta Nouvelle precuela de la novela Deseo Desierto (Primer Premio Pedro de Oña, año 2000) Nora es una traficante de drogas de veinte seis años que está realizando un viaje en camioneta, en primera instancia, hacia Pisiga en Bolivia para luego coronar su transa de drogas en La Paz.
La acompañan la “Loca Luciana” y su madre; la cual está herida, en el hombro izquierdo, después de realizar un intento de mexicana, en los estacionamientos de la zona Franca de Iquique.
En esa oportunidad, Nora se llevó la mercancía, pero no así la totalidad del dinero y huyó en su motocicleta, pero su madre recibió un impacto balístico..
La joven justifica su falta de prolijidad diciendo que, durante todo el trayecto anterior a la mexicana, se le aparece/ desaparece un anciano atemporal, un chamán mexicano, conocido, en su pueblo, como el Nahual de Humaviri, vestido con sus mismas ropas de antaño.
En el lujoso hotel VIP de La Paz, se encontrarán con la compradora de la mercancía, una aristócrata con descendencia rusa y, actualmente, miembro de una de las familias más adineradas de la mafia rusa en Europa.
Sin embargo, esta transacción no estará libre de complicaciones y extraños e inesperados giros en sus personajes que el lector descubrirá, al encontrar las respuestas, en el espejo al final del camino.
Edgardo Ovando
Edgardo Ovando es un escritor, compositor, mezclador, remezclador y productor musical. Se licenció en Literatura y a publicado más de cuarenta y cinco libros, ya sea: Novelas, relatos cortos, nouvelles, cuentos o textos de poesías como también 20 (EPs y LPs, distribuidos, tanto en trabajos individuales y como miembro de los grupos: Killantú y Mitote) producciones musicales las cuales suman en total 150 canciones.Como consecuencia de su trabajo literario a recibido el reconocimiento, mediante tres importantes premios otorgados en su país de origen.
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Deseo Desierto ( Volumen I) - Edgardo Ovando
Uno
El Óbice de la Fuga
Rumbo a Colchane
Los inclementes rayos de sol irradiaban olas de altas temperaturas y éstas, con fuerzas desproporcionadas, envolvían el ambiente seco del desierto chileno. La Loca Luciana, sin siquiera imaginar, todo lo que estaba por ocurrir, conducía una polvorienta, camioneta, Dodge del año, por los desérticos caminos de Huara. Sonrió y dijo algo que Nora no pudo escuchar con claridad, pero sonaba a un remedo de la canción: Cuarenta y veinte
. Eso porque, claramente, sus intenciones eran acercarse a la joven.
Sin embargo, la música de la radio, sumada al ruido del viento y el polvo del ambiente que entraba, inexorablemente, por las ventanas del vehículo en movimiento, ahogaron sus palabras.
En el asiento posterior de la camioneta, con trozos de una sábana ensangrentada y también jirones de una camiseta presionando la herida, se escuchó una orden quejumbrosa: Déjame salir.
Era, Estela, alias La Diosa
, la cual en pleno movimiento de la camioneta, trató de abrir la puerta trasera y, encontrándola bloqueada, abrió la ventana intentando escapar, acompañada, de gritos de dolor. Deliraba. Estaba fuera de control. Jadeaba pesadamente y, por largos momentos, mantenía los, hinchados, ojos abiertos sin pestañear. Utilizando sólo una de sus manos, intentaba escapar de sus imaginarios captores. Luciana, detuvo bruscamente la camioneta en el camino de tierra en medio de la más absoluta, calurosa, desolación.
Bajó rápidamente, a pie pelado por la tierra buscando calmar a la madre de la adolescente
Nora, su hija, hizo lo mismo. La tarea fue ardua.
Los ojos, de la mujer herida, se incendiaron presa de la ira. Comenzó a sudar a consecuencia de la fiebre, para segundos más tarde, quedar inconsciente nuevamente.
¿Cómo es que no te quemas los pies?
, preguntó Luciana sonriendo al verla que, como de costumbre, iba descalza. Luego agregó, sin esperar respuesta de la joven. En todo caso: Qué más se podría esperar de la descendiente de un bicho tan raro como tu madre
La Diosa
, como era apodada, estaba en el asiento trasero, a causa del calor reinante, apenas en ropa interior. De ese modo, buscaban aminorar su fiebre y con trozos de una sábana apretaba su herida. Los jirones de género de su camiseta que amarraban su brazo ensangrentado, estaban completamente saturados de oscuras costras sangre coagulada.
Probablemente tendremos que limpiar, de nuevo, la herida, lo antes posible
, comentó en voz alta su hija Nora, mientras caminaba con sus, bien cuidados, pies desnudos y escrutaba con incertidumbre la estepa desierta de los alrededores.
No había ni un tamarugo bajo el cual cobijarse, menos alguna brisa fresca que amortiguara el calor infernal del exterior. Sus transpiradas ropas se aferraban a su piel caliente y humedecida, especialmente en su mojada espalda.
¿Estás, completamente, segura que cruzar a Bolivia es una buena idea?
, preguntó, apenas balbuceando, Estela, despertando, a una, ínfima, ventana de claridad mental.
Nora se unió, sin decir palabra, al cuestionamiento de su madre y no le importaba estar a su sombra, pues la admiraba y el sólo hecho de estar ahí, con ella y ser considerada, para una transa, ya era un honor
Sí y no
, respondió La Loca, haciéndose la interesante, pasando el dorso de su mano por su frente y mirando, indistintamente, a ambas mujeres.
La Diosa y su hija se miraron, mutuamente, intrigadas, luego, clavaron sus miradas inquisitivas en Luciana, exigiendo una aclaración.
Según, los planes de esta última, cruzar a Bolivia era lo mejor que podían hacer por tres cosas. Allá la policía no las buscaba y era, fácilmente, sobornable . Además, conseguirían fácilmente, en Pisiga, un pequeño pueblo fronterizo, ayuda médica, para extraer la bala y realizar las posteriores curaciones y, por último, coronarían la entrega de una maleta llena de heroína, avaluada en un millón de dólares, en el hotel más lujoso de La Paz.
El plan era perfecto. Las desventajas eran que, simplemente, eran prófugas chilenas, una de ellas estaba herida a bala su hija era buscada por triple asesinato y además, eran traficantes.
Tras horas de conducción a través de los secos parajes, cerros y tierra caliente, el cual era el único paisaje permitido por la agreste naturaleza del desierto, por fin, cruzaron la frontera, por un paso ilegal, al cual sólo se podría llegar en una 4x4. Un par de kilómetros más adelante se encontraba El Oasis, un pequeño caserío de no más de treinta familias donde había un hostal del mismo nombre.
El alivio fue grande para las tres. Luciana, en sus cuarenta años, lucia su piel quemada y enrojecida por el sol. Estela, La Diosa, apenas podía mover el brazo izquierdo tras recibir un disparo en la balacera que dejó tres miembros de la BDI muertos. Nora, su hija, por el contrario,