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Fantasma en Luna Nueva (Volumen 03). Silueta Borrosa
Fantasma en Luna Nueva (Volumen 03). Silueta Borrosa
Fantasma en Luna Nueva (Volumen 03). Silueta Borrosa
Libro electrónico69 páginas49 minutos

Fantasma en Luna Nueva (Volumen 03). Silueta Borrosa

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En las cavilaciones de la tarde languideciente, en su cama de Hospital, Franklin, recapituló los hechos ocurridos en relación a Claudia. Recordó, cuando con dieciocho años, se “casaba”, por primera vez, “espiritualmente”, con la recién egresada de la carrera de Artes Plásticas.
Luego, después de treinta años, aparecía, nuevamente, en su vida, proponiéndole, mediante un mensaje de texto volver a casarse. El punto es que han transcurrido tres décadas sin tener ningún tipo de contacto y para todo efecto, ella está desaparecida y nadie ha sabido nada de ella, en todo ese largo período de tiempo.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 jul 2022
ISBN9781005382971
Fantasma en Luna Nueva (Volumen 03). Silueta Borrosa
Autor

Edgardo Ovando

Edgardo Ovando es un escritor, compositor, mezclador, remezclador y productor musical. Se licenció en Literatura y a publicado más de cuarenta y cinco libros, ya sea: Novelas, relatos cortos, nouvelles, cuentos o textos de poesías como también 20 (EPs y LPs, distribuidos, tanto en trabajos individuales y como miembro de los grupos: Killantú y Mitote) producciones musicales las cuales suman en total 150 canciones.Como consecuencia de su trabajo literario a recibido el reconocimiento, mediante tres importantes premios otorgados en su país de origen.

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    Fantasma en Luna Nueva (Volumen 03). Silueta Borrosa - Edgardo Ovando

    Uno

    Hospital de Hermosillo, México.

    Presente.

    Frank acercó a sus labios un cigarro de marihuana mientras titilaban parpadeantes las luces de las máquinas del cuarto del hospital San José. Se detuvo un momento. Observó, fijamente, el porro entre las amarillentas yemas de sus dedos y con el corazón bombeando en sus oídos, aspiró profundamente llevando el humo a sus pulmones. Lo retuvo un largo tiempo hasta que tosiendo, exhaló el humo retenido.

    El cáncer óseo que lo aquejaba estaba dividido en tres etapas y él, gracias a estar en la tercera y final, podía tener acceso a cannabis medicinal. Al menos un porro al día. No estaba mal dentro de todo. Eso le ayudaba, en parte, a sobrellevar diariamente, la dolorosa enfermedad.

    Placenteramente, sintió el humo desplazándose por su garganta. Tenía la esperanza de que aliviaría el dolor que implacable, lo aquejaba, apenas intentaba cambiar la posición en que se encontraba. No podía moverse sin que repercutiera en dolorosas espinas clavadas en el cerebro y en su estructura ósea, ya en ese tiempo, carente de músculos y cartílagos que disminuyeran el roce de los huesos unos contra otros.

    Sin embargo, en honor a la verdad, la hierba que le entregaban, gratuitamente, en el hospital no era como la de los tiempos de su juventud. Tenía un aroma más liviano; era, por decirlo de alguna manera, un cáñamo descafeinado. Ésta, al desplazarse por su garganta no raspaba, era un humo delgado, fino, light.

    Él, en su tiempo de juventud, apreciaba el intenso aroma de la yerba hindú, o jamaiquina. Así que fácilmente podría comparar. No se puede tener todo en la vida pensó en silencio. Es mejor algo a no tener nada

    Al aspirarlo, las yemas de su pulgar e índice recibieron el calor del cigarrillo el cual exudó una sustancia viscosa que se impregnó en sus huellas digitales. El humo se elevó, lentamente, hasta esparcirse en el techo mientras su mente ascendía más allá del cielo raso, uniéndose con las nubes. Al menos, por unos largos minutos.

    El cuarto del hospital era frío, sin ventanas, sólo iluminado por lámparas ubicadas en el techo, excepto cuando encendía, la pantalla del televisor , ubicado frente a su cama. Sin lugar a dudas, hubiera preferido algún cuarto con vista a los lejanos cerros que le permitiera observar la maravillosa natural luz del sol detrás de las cortinas. Escuchar el transitar veloz de vehículos o un lejano ladrido de perro, pero su caso ya era, extremadamente, especial y el cuerpo médico que lo atendía, sólo esperaba el desenlace final. Estaba, lamentablemente, desahuciado.

    — ¡Iré al supermercado con la señora que hace el aseo acá, la señora Mercedes, (la india Mayo le murmuró para no ser escuchada) ella te traerá los útiles de aseo que necesitas y yo, por mi parte, dejaré algunas víveres en casa y, claro, también tomaré una ducha antes de volver a dormir acá por la noche —dijo Claudia energéticamente, a pesar de su casi sesenta años mientras buscaba un chaleco bajo la desordenada frazada ubicada en el único sofá al interior del cuarto— ¿Quieres alguna cosa especial?

    — ¡Una Coca Cola! —respondió inmediatamente Frank, sabiendo que no estaba permitido.

    Claudia lo observó atentamente, mientras recorrió, visualmente, los cables que unían el cuerpo de su esposo con las parpadeantes máquinas que llevaban el control de su deteriorado estado de salud. Estaba en una estado de inmensa vulnerabilidad. Seguramente, sus miedos e inseguridades se habían acrecentado. Mal que mal, era un ser humano imperfecto como todos, entonces: ¿Qué daño podría provocarle una bebida Cola?

    — ¡Será un secreto! ¿Entiendes? —respondió Claudia tranquilamente, sabiendo que iba contra las normas y dietas establecidas por la nutricionista del centro de salud— !No me pidas nada más! !Ni coyotas de Doña María ni carne asada, dogos, o tortillas sobaqueras, ok!

    Claudia, con autorización del establecimiento, pasaba día y noche en compañía de su esposo y por tal razón, dormía en un sillón cama habilitado en un rincón del cuarto del hospital. No era nada confortable, pero por una parte: Le permitía cerrar los ojos y cumplir con la petición de tener una persona

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