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Estella Hawk Y La Runa Wyrd
Estella Hawk Y La Runa Wyrd
Estella Hawk Y La Runa Wyrd
Libro electrónico311 páginas4 horas

Estella Hawk Y La Runa Wyrd

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Información de este libro electrónico

Estella Hawk tiene catorce aos y vive una vida comn, rodeada de personas ordinarias y cada da parece no escapar de nuevos problemas en el colegio. Hasta que en una noche todo en la vida de Estella Hawk comienza a cambiar. Una serie de situaciones la llevan a sospechar que alguien trata de comunicarle algo. Ha venido desde El Tringulo de las Bermudas para llevarla hasta all a mostrarle su verdadero pasado. Tierra habitada de criaturas mitolgicas, seres con poderes mentales y fascinantes lugares que nunca imagin conocer. Aunque un manto de crueldad y terror arropa estas tierras ocultas por el malvolo Sin Glodinguer. Para sorpresa de Estella Hawk, ella tendr que enfrentarlo. Ya que el futuro dentro y fuera de El Tringulo de las Bermudas depende de ella. Y es que, Estella Hawk posee lo que Sin Glodinguer ha estado buscando durante catorce aos. Algo que necesita para obtener el poder de la runa Wyrd. Aquello que la obligar a enfrentarse a un destino ya escrito y descubrir quien es realmente.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento7 ago 2012
ISBN9781463330910
Estella Hawk Y La Runa Wyrd
Autor

Edgardo Mojica

Nace en 1981 en San Juan, Puerto Rico. Alcanzó el grado de bachillerato en Educación Artística y una maestría en Diseño Gráfico Digital en Puerto Rico. Ejerce actualmente como maestro de artes visuales y artista visual en la ciudad de Phoenix en el estado de Arizona. En su nuevo domicilio vive con su esposa e hija. Estella Hawk y la runa Wyrd es su primera novela.

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    Vista previa del libro

    Estella Hawk Y La Runa Wyrd - Edgardo Mojica

    Estella Hawk 

    y la runa Wyrd

    black.jpg

    Edgardo Mojica

    Copyright © 2012 por Edgardo Mojica.

    Ilustradora: Jasmine Batista.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.

    Este libro fue impreso en los Estados Unidos de América.

    Para pedidos de copias adicionales de este libro, por favor contacte con:

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

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    Fax: +1.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    411489

    Índice

    1.   El resplandor rojo

    2.   Extraño comportamiento

    3.   Los mensajes misteriosos

    4.   El autor de los mensajes

    5.   Sueño

    6.   Tarogán

    7.   El sabio Folkur

    8.   El sueño de Estella

    9.   El juramento de Paul

    10.   Sión Glodinguer

    11.   El Velador y la Teletremor

    12.   La especialista en hadas

    13.   Los Veladores

    14.   Importante decisión

    15.   El Valle de los Wyverns

    16.   El pozo de los deseos

    17.   La búsqueda

    18.   Cara a cara

    19.   No hay tiempo que perder

    20.   Noticia de primera plana

    Para mi madre Opal,

    mi esposa Isania

    y mi hija Antonella.

    1

    El resplandor rojo

    Siete segundos eran lo que tardaba un rayo en tronar. Las cortinas de su ventana se levantaban violentamente hacia el techo de la habitación. Un breve destello iluminó su rostro, siete segundos, volvió a contar. Un trueno hizo temblar la casa. Se avecinaba la tormenta que habían anunciado esa tarde en el noticiero. El viento helado entraba por la ventana provocando que sus labios se tornaran violetas. El frío aire arrancaba de las paredes fotos de sus artistas favoritos, lanzándolas sobre el librero. Los papeles del trabajo de la clase de historia, salieron volando por encima de su cabeza. Pero Estella Hawk permanecía de pies, frente a la ventana con los brazos extendidos recibiendo la fuerza de la tormenta. Contando los segundos que hay entre el destello y el trueno. Estaba completamente ajena al torbellino que había a su alrededor.

    Nana Isolina abrió la puerta de la habitación, horrorizada asomó los ojos por encima de sus redondos espejuelos. Una envoltura de papel de chocolate le pasó muy cerca frente a su pequeña y plana nariz. La Nana se apresuraba a cerrar la ventana, no quería que la niña se contagiara de un resfriado.

    Estella abrió los ojos, notó la presencia de la Nana por el reflejo en una parte de la ventana, miró a su alrededor y una emoción la invadió, un torbellino parecía circular a su alrededor.

    –¡No, Nana! ¡Deja que el viento entre! –exclamó Estella corriendo hacia su cama–. ¡Imaginemos que estamos dentro de un tornado! –dijo brincando sobre el colchón.

    –Sí, como no… –rezongó Nana Isolina cerrando de sopetón las ventanas, apretando el pestillo asegurando que estuvieran bien cerradas–. Tornados, ni que tornados y ocho cuartos –refunfuñó.

    Luego se dirigió al armario a levantar las páginas del trabajo de la clase de historia de Estella.

    Nana Isolina era una mujer regordeta de cabellos grises recogidos todos en una trenza que le llegaba hasta la cintura. A través de sus diminutos y graciosos lentes sobresalían unos gigantes ojos alegres que siempre estaban en alerta. A pesar de tener una apariencia dulce, era una señora de fuerte carácter.

    Estella se dejó caer desilusionada sobre la cama. Resignada, alcanzó su viejo libro de historias de terror. Abriéndolo en las páginas donde se había quedado leyendo hace unos instantes. Estella Hawk era una joven de catorce años, delgada y muy blanca. Tenía unos intensos ojos oscuros su mirada aunque no lo quisiera provocaba cierto aire de misterio y desafío. Sus labios eran finos y sus negros cabellos eran como hilos que caían sobre su espalda. Era una chica muy guapa, sin ningún tipo de alardes.

    Nana Isolina recogía y ordenaba la desorganización que Estella tenía en su habitación. Libros del colegio al pie de la puerta, papeles, envolturas del chocolate con pasas y almendras que tanto le gustaba, unas zapatillas negras mugrientas, ropas del día anterior y más papeles.

    –¡¿Cómo es posible?! –dijo Nana Isolina con cara de asco, tapándose la nariz–. ¡Esta ropa la llevabas la semana pasada! Mira estas zapatillas, santos cielos dan ganas de vomitar. ¡Qué mugrientas! –se quejó arrastrándolas con el pie hasta el armario.

    –Las encontré esta tarde debajo del colchón –murmuró concentrada en la lectura.

    –¡Vives aquí como una mona enjaulada! –exclamó Nana Isolina metiéndose en los bolsillos del delantal una cáscara de guineo que había encontrado debajo de la cama.

    –Nana, limpiaré mañana cuando llegue del colegio –dijo mientras sus ojos se movían de izquierda a derecha.

    Pero Nana Isolina conocía muy bien a Estella, sabía perfectamente

    que la habitación estaría más regada que de lo estaba en esos momentos.

    La Nana no paró de lanzar comentarios sobre la situación así que Estella comenzó a leer en voz alta, sabía muy bien que Nana Isolina le horrorizaba aquellos cuentos tenebrosos. La niña leía con tanto drama que la Nana de vez en cuando daba pausa a su quehacer y apretaba fuertemente el delantal sobre su pecho a punto de tener un colapso nervioso.

    –¡¡Ahhhh!! ¡¡Corran, corran!! –dramatizó Estella una escena de la historia. Nana Isolina dio un pequeño salto del susto y refunfuñando decidió hacer esfuerzos para no escuchar nada más.

    Continuó recogiendo, botando y organizando como una robot casera programada para limpiar hasta la más diminuta mancha y partícula de polvo. No lo podía evitar, tenía que ocuparse del desastre en el cuarto. Cuando finalmente la habitación estaba en condiciones humanas para dormir, según había dicho Nana, Estella se apresuró a terminar de leer el capítulo de la historia que leía sin cesar, donde una momia había sido herida y era perseguida por un grupo de perros cazadores.

    –Si soltaras ese libro por un instante, ¿Cuántas veces lo vas a leer? –preguntó Nana Isolina agitando al aire otra cáscara de guineo encontrada debajo de unas revistas de música–. ¡No sé como ese libro fue publicado, sólo se trata de monstruos, gritos, sangre y… más monstruos! Con sólo verlo… –dijo erizándosele la piel.

    El libro de Estella Hawk era un libro con aspecto muy viejo, sus más de mil páginas estaban amarillas, olían a humedad y antigüedad. La cubierta era de color marrón con letras de diseño sangriento.

    –Es raro, Nana –dijo dando una pausa–. Cada vez que abro el libro encuentro nuevas historias.

    –Eres una niña muy rara, corazón –dijo la Nana que acostumbraba a llamar a Estella siempre por algún nombre cariñoso–. Sólo a dos personas he conocido que les gustaran ese tipo de cosas, a ti y a…

    Estella detuvo su lectura sobresaltada, la Nana había cerrado la boca y se notaba un poco tensa.

    –¿Y a mamá? –dijo Estella observándola fijamente–. Ya no tienes otra opción Nana. Cuéntame un poco más de mamá –pidió cerrando el libro. La Nana le dirigió una mirada recelosa. En esos momentos los ojos penetrantes de Estella estaban clavados en los de ella–. Háblame de mamá –repitió pasando su mano sobre la portada de su libro–. Cuéntame, vamos cuéntame, cuéntame Nana.

    Nana Isolina se había puesto pálida. No le gustaba mucho tocar el tema. Notó la palidez de la señora y para convencerla puso cara de sufrida.

    –Sabes que sé tan poco de ella… –dijo–. Y sólo tú me puedes hablar de mamá.

    Era verdad. Estella no conocía a nadie más que pudiese contarle acerca de su madre. Cuando Estella era pequeña, muchas veces le había pedido a su padre que le contara historias acerca de su madre. Recordaba entrar al estudio corriendo a sentarse sobre el regazo y este rodeándola con sus brazos comenzaba a relatar sobre como Virginia, su madre, gozaba recorrer los campos todas las mañanas. Que todos la recuerdan por su manera de caminar, que parecía que el viento la llevaba. Que en las fiestas, hipnotizaba a todos con sus movimientos llenos de gracia. Cuando bailaba, todos dejaban de bailar con sus parejas, dejaban de tomar el ponche, abandonaban sus conversaciones para admirar la manera seductora e hipnotizante que movía sus caderas. Así, había conquistado a su padre. Por un tiempo, la pequeña Estella escuchaba embelesada estas historias. Pero, en una de esas noches, Estella al salir del estudio observó el rostro de su padre y tuvo la edad suficiente para darse cuenta que había una tristeza después de cada relato que parecía consumirle la vida. Así decidió nunca más pedirle que le hablará de su madre. Comprendió al tiempo que su padre evitaba estas tristezas ocupando su mente llenándola de trabajo. Era por eso que casi siempre ya no se encontraba en la casa.

    –¡Oh, está bien, está bien! –exclamó la Nana convencida–. Astuta niña manipuladora –dijo aproximándose a ella.

    Nana Isolina hizo esfuerzo de pensar en alguna historia, pero luego de un rato negaba con la cabeza y decía cosas como: No ya eso te lo conté… Esa historia ya la sabes… Estella ansiosa recordó haber encontrado recientemente una foto en el fondo de la gaveta de su escritorio, saltó de la cama y corrió hacia él, abrió una pequeña caja que había encima y sacó la foto. Volvió corriendo y brincó hacia al lado de la Nana.

    –Debí haberla guardado hace tiempo, ya me había olvidado que la tenía –explicó dándosela. La Nana acomodó sus espejuelos y abrió un poco la boca.

    –¡Yo también me había olvidado de ella! –exclamó.

    Era una foto en blanco y negro donde aparecía su madre sentada en un columpio amarrado a una rama de un gigantesco árbol.

    –Bien… observa bien esta foto –dijo sujetándola frente a ambas y aclarándose la garganta.

    –Desde que la encontré eso es lo que hago… –murmuró Estella.

    –Oh… bueno… –se aclaró de nuevo la garganta–. Tu madre y tu padre adoraban ese lugar. Quedaba en lo alto de una colina, sabes. A tu madre le encantaba ir de noche ¡Qué peligro! Recuerdo que no podía esperar a que la noche llegara para salir a columpiarse por largas horas –dijo con cierta melancolía–. Esos eran sus momentos perfectos, no pedía más que la compañía de tu padre, las estrellas y su columpio.

    –¿Estaban hasta muy tarde allí? –preguntó observando la luna, se veía muy grande y de un tono azulado.

    –¡Pasaban mucho tiempo allí! –dijo como no querer acordarse–. ¡Tenía que yo subir ese monte a buscarla! Una vez la escuché decir que se columpiaría hasta llegar al cielo y allí alcanzaría una estrella luego se subiría en ella y desde allí arrancaría un pedazo de cielo para tu padre –recordó acariciando la imagen–. Solía decirle a tu padre: Tienes que columpiarme más fuerte ya verás que algún día lo alcanzaré.

    –Vaya… como se amaban –dijo Estella.

    –¡Estaban atontados! –señaló la Nana quitándose los espejuelos y limpiándoles los cristales con el delantal–. Enamorados al fin.

    –Era muy bella –observó Estella muy concentrada en la foto.

    –¡Ehrmm… y muy organizada! –añadió Nana Isolina con el fin de finalizar la conversación. Se colocó sus espejuelos y se metió debajo del escritorio, haciendo esfuerzos por alcanzar una media con manchas violetas.

    –¿Es todo? –reclamó Estella.

    –Por hoy sí –contestó poniendo su atención en la mancha–. Espero que esto salga.

    Estella lamentaba mucho no tener a su madre con vida. Había tantas cosas que contarle. No le habían dado apenas unos años para pasar tiempo con ella. Tiempo para recordarla como todos lo hacían, danzando como una diosa, contagiando a todos de alegría. La idea que tenía de ella, era gracias a algunas fotos. Observó de nuevo la imagen. En el árbol había tallado Virginia estuvo aquí y siempre lo estará. Estella la observó con detenimiento, tomó la foto, la sacó del enmarcado, agarró una pluma y detrás de la foto escribió somos una. Era algo que su papá le había contando una vez en unos de sus relatos. Algo que ella le encargó decir antes de morir. Las dos eran una. Pero, a pesar de todo, había algo que a Estella la reconfortaba. Daba gracias de que Nana Isolina estaba a su lado preocupándose a cada momento por ella, tratando de llenar ese espacio vacío.

    La Nana al ver la tristeza que Estella no podía disimular, se sentó nuevamente a su lado dejando atrás otra media con manchas violetas. Comenzó a peinarle los negros cabellos con los dedos a la vez que tarareaba una hermosa canción. Estella le fascinaba esa canción nunca la había escuchado en ninguna parte, sólo la escuchaba viniendo de la Nana. Cada vez que hacía esto, Estella se tranquilizaba y en unos minutos había olvidado el asunto de su madre.

    –Cariño, es hora de dormir. ¡A la cama, y sin protestar! –dijo tocándole la punta de la nariz.

    Nana Isolina miró con recelo el libro a un lado de la cama y decidió colocarlo en un pequeño librero en una esquina de la habitación. Se cercioró nuevamente de que las ventanas estuvieran bien cerradas.

    –Hasta mañana, corazón –dijo dándole un beso en la frente. A través de sus lentes, sus pequeños ojos revisaron la habitación. Apagando la luz, le deseó las buenas noches.

    Nana Isolina había sido la Nana de su madre y cuando lamentablemente para la tristeza de su única familia Albertus y Viota, abuelos de Estella, la madre de la niña había fallecido dando luz a la pequeña bebé. Nana Isolina estuvo a cargo junto a sus abuelos del cuidado del bebé. El padre de Estella, Eivan Hawk, era un publicista muy ocupado para hacerse cargo de toda la responsabilidad de la desafortunada niña. Poco tiempo después Albertus falleció y años más tarde Viota. Nana Isolina se había convertido en los más cercano que podía tener Estella como familia y madre. La Nana siempre había estado al tanto del mejor cuidado que la niña podía recibir. Esas habían sido los últimos deseos de la señora Viota antes de morir.

    No había parado de llover por dos días. Aburrida de no dormirse, Estella se levantó de la cama y se asomó a observar la fuerte lluvia que caía en la dormida ciudad. Desde su ventana podía ver toda la pequeña y estrecha calle. Era una calle bastante tranquila, en realidad, nunca pasaba algo interesante. Las únicas cosas anormales que sucedían allí provenían de la casa del loco Freddie, así lo llamaban los vecinos. Un ejemplo de las cosas raras que pasaban era lo que estaba observado en esos momentos. Tenía la atención puesta hacia el patio de la casa. Roski el puerco que tenía el loco Freddie como mascota, estaba corriendo por todo el jardín con la lengua hacia fuera. Al parecer trataba de guarecerse de la tormenta. Cada vez que sonaba un trueno, salía brincando como conejo de donde estuviese y no paraba de correr buscando un refugio. Aquello le pareció muy gracioso. Roski finalmente cavó un hoyo en el medio del jardín y se hundió por completo en él. Estella dirigió su atención al final de la calle, allí estaba el Bosquecillo.

    El Bosquecillo, así lo llamaban todos los vecinos. Era un pequeño bosque urbano abandonado, en el que todos los niños y no tan niños frecuentaban para jugar al esconder. Lugar de encuentro para esos primeros besos. Grandioso y precioso lugar de día, pero tenebroso y oscuro en la noche.

    Hacía un enorme aguacero. Empezaban a formarse ríos a los lados de las aceras, que bajaban y se los tragaba la alcantarilla a la entrada de la calle. A Estella le gustaba levantarse muy tarde en la noche y asomarse en la ventana. Imaginar historias de vampiros sedientos de sangre, científicos locos y sus monstruosas creaciones. Hombres lobos que se ocultaban en el Bosquecillo esperando a alguna víctima que pasara por allí. Su imaginación estaba alimentada por constantes lecturas de terror. Todo parecía muy normal en la estrecha calle hasta que de repente, en un instante, en el medio del Bosquecillo, los árboles comenzaron a iluminarse. Las ramas se agitaron como si una fuerza tratara de quebrarlas. Estella se sobresaltó, puso toda su atención en aquello y creyó ver resplandecer una luz roja entre los árboles.

    –¿Qué es eso? –se dijo a si misma pasando rápidamente la manga de su pijama sobre el cristal de la ventana empañada. Pero la fuerte lluvia apenas podía dejar ver a Estella, lo que sucedía. Aquel resplandor rojo así como había surgido de la nada se había ya desaparecido.

    Se había quedado inmóvil por varios minutos preguntándose, ¿Qué había pasado? ¿Qué había sido aquella luz roja en el medio del bosque? Aún no había movido los ojos del punto donde creyó haber visto la luz. Esperaba que volviera a aparecer alguna otra señal.

    –Que curioso… –se dijo mientras presionaba la frente sobre el cristal–. Quizás fue un relámpago, pero no había escuchado ningún trueno. Quizás fue una alucinación –se decía–. Estella, creo que estás leyendo muchas historias locas.

    Estella leía todos lo días varias páginas de su libro Historias Espeluznantes y Criaturas de la Noche. Se había releído el libro más de cincuenta veces y era increíble como nunca se cansaba de leer esas horrorosas historias. Estella trató de hacer memoria en ese momento de donde había sacado el pesado libro.

    –Creo que lo saqué de la biblioteca pública y nunca lo devolví… –pensó, mientras permanecía con la mirada fija esperando alguna otra señal de luz. El Bosquecillo parecía verse tan normal como siempre.

    –Bueno quizás el muy travieso de Alexius anda merodeando en el Bosquecillo con alguna linterna –se decía para calmar su curiosidad–. Pero… ¿Estaría él a esta hora de la noche en media tormenta en ese bosque? Todo aquello era muy sospechoso.

    No podía pensar en otra persona que él. Alexius era un chico de su colegio, que se divertía gastando bromas a la gente. Muchas veces fue pillado en el Bosquecillo fabricando bombas caseras. Varias veces estuvo a punto de que lo expulsaran del colegio, pero su padre el señor Stamper, estaba pagando la construcción del parque de pelota del colegio.

    Había pasado una hora y todavía Estella permanecía parada frente a la ventana. Luchaba con el sueño, no quería ir a la cama. Quería quedarse allí, a ver si surgía otra extraña luz en medio del bosque. Estaba muy concentrada y alerta ante todo movimiento extraño en el Bosquecillo, todo parecía estar completamente normal. Cuando comenzaba a desistir de la idea de permanecer allí parada como una tonta, un relámpago iluminó toda la habitación. Pudo ver su propia imagen reflejada en el cristal de la ventana y algo que produjo que los huesos se le helaran paralizándola de pies a cabeza. Su corazón comenzó a latir fuertemente y su boca se había quedado seca. Giró con miedo su cabeza y lentamente miró de reojo hacia su lado. ¡No puede ser! –pensó, al ver que su antiguo libro venía hacia a ella por sí solo, flotando, acercándose lentamente. No pudo ver más y se llevó las manos a la cara. Apretó sus ojos. Retumbó un trueno, su respiración estaba corta y agitada. ¿Qué podía hacer? Debido a tanta tensión, le dolía cada centímetro de su cuerpo. Tenía que llenarse de valor y afrontar la situación, o salir corriendo y buscar a la Nana. Decidió abrir los ojos. Separando los dedos, asomó sus asustados ojos entre ellos. No vio nada. Apartó lentamente las manos de su rostro y miró hacia el reflejo en la ventana, sólo vio a una Estella asustada.

    Volteó a ver en donde había visto el libro flotar y ya no estaba por ahí. Buscó a su alrededor y allí estaba en el suelo, junto a sus pies. Estella se movió lentamente hacia un lado y se alejó de este. Después de varios minutos observándolo, decidió darle unos pequeños empujones con la punta de su dedo gordo. No hubo reacción de este. ¡Pero como lo va haber, si es un libro! –pensó. El cuarto se iluminó y siete segundos después retumbó fuertemente un trueno. Tomó el libro con cautela, más con desconfianza. Observó el espacio vacío en el librero para luego dirigir su mirada hacia el Bosquecillo.

    –¿Qué está sucediendo aquí? –preguntó a la Estella reflejada en la ventana.

    2

    Extraño comportamiento

    A la mañana siguiente en la casa de los Hawks, sólo se escuchaba sonar constantemente el celular del señor Eivan, el padre de Estella. El señor Eivan Hawk era un hombre alto, cabellos desaliñados y expresión preocupada, aunque siempre estaba de buen humor. Su trabajo lo obligaba a compartir poco tiempo con su hija y a vivir siempre deprisa. Cada diez minutos el señor Eivan contestaba las

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