Hervidero
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En Hervidero, no rehye su afn. l captura una situacin, crea una historia y su prosa amable, sin lujos lxicos, nos inserta rpidamente en ella y nos dejamos llevar.
Nos dejamos llevar por estas ocho historias y del estupor que nos provocan sus finales, pasamos a la satisfaccin, cuando cerramos el libro.
Juan Carlos Muñoz Eyzaguirre
Juan Carlos Muñoz E. (Valparaíso, Chile 1965) Dibujante arquitectónico de profesión, ha participado en diversos talleres literarios de Valparaíso y ha sido seleccionado en diversas antologías escritas y digitales con cuentos como “Gota a gota”, “Imágenes para una muerte”, “El reportaje”, “Primera estación”, y otros. En 1999 publica una selección de cuentos titulado “La segunda persona”, tras adjudicarse un concurso regional; en 2011 publica en forma independiente veinticinco ejemplares del libro “Nocturnos desde un taller”, que contiene textos poéticos, con Ediciones on demand. En 2014, publica también en forma independiente y gracias a la editorial virtual Palibrio: “La primera muerte”, segundo libro de cuentos fantásticos.
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Hervidero - Juan Carlos Muñoz Eyzaguirre
Copyright © 2015 por Juan Carlos Muñoz Eyzaguirre.
Image de portada por Marcelo Vargas Dosque.
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Fecha de revisión: 28/07/2015
Palibrio
1663 Liberty Drive, Suite 200
Bloomington, IN 47403
ÍNDICE
La Muerte De Los Fierros Viejos
El Reportaje
El Hijo De Alfie
La Declaración
De Lo Cíclico
Visitando La Mina
La Esfera
La Mujer Imaginada
IMG-Portada.jpgPROLOGO
C uando comencé la lectura de, Hervidero, recordé aquellas palabras del gran José Saramago (Nobel de 1998): A la Declaración Universal de los derechos humanos le faltan, al menos, otros dos derechos, a saber: el derecho a la disidencia y el derecho a la herejía
. Pensé, entonces, en el irrenunciable derecho al quijotismo. Pues si algo devela o nos lega el trabajo de Juan Carlos Muñoz E., es su enorme pasión por las letras y por encima de todo, su tranquila satisfacción de creador.
Sin esperar dudosos patrocinios, sin representar la comedia de la inteligencia en dudosos salones y sin hacer gala de un dudoso sacrificio personal para exaltar la imagen sufrida del artista. Claro, un Quijote con matices, porque es un caminante de callado camino, sin aspavientos, respecto de su quehacer literario.
Juan Carlos Muñoz E., sorprende algunas historias, se las apropia, las convierte en su vivo monólogo y de esa inmensa galería de hallazgos distingue las vivas de las inertes. Su narrativa es siempre una introducción, porque emerge como una conciencia que opera, que dialoga con el lector, a través de la integrada colección que propone su estilo, para instalarse, necesariamente, como un diálogo inconcluso; porque resuena, sin desdibujarse, como un monólogo que redescubre el lector para su íntimo camino.
En el aquí y en el ahora, Hervidero, resulta determinante, porque revela la autenticidad de un universo diáfano, directo, en fin, de buena ley.
Rony Guerrero Galeazzi
LA MUERTE
DE LOS FIERROS VIEJOS
S olo su viejo despertador podría revelarnos qué pasó esa noche.
Porque el viejo hombre se paseaba por la casa, desde el baño al dormitorio en un rito interminable antes de acostarse, reflexionar acerca de la existencia de Dios, todas las noches. Mientras iba y venía, trataba de establecerlo, porque prefiere que no exista para no hacerse demasiado dependiente de la fe, y así no tener que rezar, ni hablar con alguien inexistente. Sin embargo de existir, significaría que tendría una larga penitencia que pagar por la fragilidad precisamente de su fe. Así llegaba a su dormitorio.
Su placa, impecable, guardada con mucho cuidado en su vasito con agua. Su bien doblado pijama a rayas que no obstante se ve gastado. Un viejo y suelto gorro de lana por que el frío de la madrugada entra por las rendijas e intersticios de su casa, y se levanta delante de su cómoda para tomar el viejo libro y releerlo una vez más.
Ya en su vieja cama de fierros la acaricia con una especie de agradecimiento por haberlo acompañado hasta aquí. Tanto tiempo hace ya…
Se recuesta, cambia sus lentes para lectura, toma el libro,