Otoño de Eva
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Otoño de Eva - Anna Cristina Guimarães
Créditos
A mí misma.
A Flora Dag, Sebastiano, Giovanni y Diego Litvinoff por lo que son.
¿…?
Requiem aeternam dona eis, Domine,
et lux perpetua luceat eis.
Wolfgang Amadeus Mozart
Una noche, vio a una mujer desparramada en el piso del living. No sabía si era un ser viviente o un espectro, entonces esperó uno o dos segundos para ver lo que sucedía. Sin embargo, la mujer seguía allí. Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis.
El cuerpo estático, el brazo tendido en el piso y una lágrima que rodaba apresurada pero lenta por la cara rígida componían la imagen. Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis.
¡Estaba viva! ¿Estaba viva? Era tarde y no sabía qué hacer. En la duda se movió, caminó por el espacio. Se sentó al lado del cuerpo.
Le dijo dos o tres palabras de ternura sin suceso.
Kyrie eleison.
Christe eleison.
La golpeó.
Kyrie eleison.
Christe eleison.
Miró alrededor. No había nadie además de ellas. Ningún testigo. Pensó en sacarla de allí… subirla al ascensor… tirarla por el balcón… Irguió el rostro con una mano… Un ruido le interrumpió el pensamiento. Caminó hacia la cocina. Nada. Pero era raro, porque tuvo la impresión de ver a alguien atravesando el pasillo rápidamente en dirección a su habitación. Se dirigió ella también hacia allí. Un cuadro cayó en el living. Ella regresó. La puerta que conduce al balcón estaba abierta. Las cortinas volaban y la luz se hacía cada vez más intensa, aunque fuera de noche. Era él, el viento del otoño.
Como quien siente un calambre, se despertó de golpe… Volvió lentamente al living. Miró atenta el baile de las cortinas. Quiso dejarse llevar por el viento. Se dirigió a la cocina y, aun soñolienta, agarró un paquete de café y puso tres cucharadas en la cafetera italiana. Le resultaba extraordinario el modo en el que la cafetera vomitaba, con mucha dificultad e intensidad, un líquido negro que antes era una infinidad de minúsculos granos. Pasó una ráfaga por el pasillo. No era para asustarse, solía suceder. La cafetera rechinaba indiferente y el humo subía purificando la casa. Por eso consideraba la cocina un lugar propicio para la veneración.
Ruido del living.
Una puerta se abre.
Judex ergo, cum sedebit,
quidquid latet apparebit,
nil inultum remanebit.
Poco a poco fue recordando la situación: un cuerpo inerte. Una ráfaga que pasó por el pasillo. Ahora empezaba a comprender… Había creído que lo mejor era olvidar. Pero… ¡ya no podía! ¡Ya no podía!
Los minúsculos granos ya habían formado el líquido negro que ella degustaba en una