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Un final inesperado
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Libro electrónico486 páginas7 horas

Un final inesperado

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Tras Una vida por error y Un destino sin corazón encontramos Un final inesperado. Una historia cargada de emoción que nos ayudará a comprender la actitud de su protagonista. Una persona vanidosa, egocéntrica, cuyo mundo se desmoronará. Entonces se dará cuenta de que no todo vale para conseguir su falsa felicidad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 jul 2020
ISBN9788418035937
Un final inesperado
Autor

Sandra Raya Porcel

Sandra Raya Porcel nació en octubre de 1980 en Granada (España). Licenciada en Periodismo, trabajó en diferentes medios de comunicación de su ciudad natal. Tras su primera novela, Una vida por error, nació su segunda obra bajo el título Un destino sin corazón, ambas parte de una trilogía que culmina con este último volumen, Un final inesperado.

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    Un final inesperado - Sandra Raya Porcel

    Capítulo 1

    Eran poco más de las seis de la mañana cuando Pablo se despertó sobresaltado. De nuevo la dichosa pesadilla donde intentaba escapar de la oscuridad, los gritos y la persecución, aquellas almas oscuras querían atraparlo para llevárselo al otro lado. Corrían tras él sin control. A veces intentaba dejarse llevar, al menos terminaría con aquel terrible sufrimiento que lo consumía. Pero era demasiado cobarde para dar el paso, por eso al final optaba por huir. Nunca fue valiente por más que lo aparentaba. Aquel mal sueño lo perseguía día sí, noche también. Llevaba años sufriendo en silencio. La soledad y la angustia formaban parte de su rutina diaria. Se acabó acostumbrando porque tampoco le quedó otra opción.

    Los años no habían pasado en vano. Ya no era el joven atractivo y sin complejos que se comía el mundo, que pensaba solo en él y en su bienestar. Todo aquello había quedado tan atrás como las noches de fiestas, el despotismo y la indiferencia con la que trataba a los demás, los amaneceres al lado del canal con distintas chicas o en un hotel cualquiera. El largarse sin despedirse, tratando a las mujeres como clínex de los que se había cansado de utilizar.

    Pensaba que estaba rodeado de amigos, la vida le sonreía, marchaba a la perfección hasta el día en el que todo cambió. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo solo que estaba.

    Aquella prometía ser una noche más, acababa de conocer a una exuberante chica. La llevó a un hotel dispuesto a darlo todo como hacía siempre, para después marcharse sin más, pero, sin embargo, justo antes de llegar a su destino algo le hizo tambalearse. Un callejón oscuro, gente a su alrededor y un fuerte golpe en la cabeza le hizo caer. No recordaba nada más. Despertó en una fría cama de hospital, le habían robado hasta la ropa, no le quedaba nada. El médico le explicó que lo encontraron tirado en el suelo sangrando, desnudo y sin documentación. La ambulancia lo llevó casi en coma. Estuvo más de una semana sin conocimiento. Ni una triste visita en todo el tiempo que estuvo hospitalizado, nadie se preocupó por él, ni sus propios compañeros de trabajo con lo que tantas noches había disfrutado invitación tras invitación.

    Después vendría el resto. Al regresar a casa el panorama que encontró fue desolador. El piso estaba destrozado, se lo habían llevado todo, los armarios estaban vacíos, no dejaron títere con cabeza, lo poco que había quedado se encargaron de dejarlo inservible. Después intentaron sacar el dinero que tenía en el banco, pero por suerte no consiguieron nada. Tan solo bloquear las tarjetas tras intentar averiguar el pin. Todo apuntaba a venganza, pero ¿de quién? Pensó en poner una denuncia, aunque la puerta no estaba forzada, habían entrado con su propia llave, el aspecto del lugar daba a entender el móvil del robo como único objetivo. Al final no lo hizo, no tenía ni idea a lo que se enfrentaría. Tampoco sabía que tenía enemigos hasta ese momento. Con la vida que llevaba podría ser cualquiera. Lo único que sacaba en claro de todo aquello era el odio que sentía o sentían hacia su persona. A raíz de lo ocurrido nunca más volvió a confiar en nadie.

    Fue entonces cuando comenzaron sus miedos a salir, la noche y la oscuridad le hacían entrar en estado de pánico. Empezó a retraerse, dejó de hablar con la gente, se encerró en sí mismo. Perdió las pocas amistades que tenía por su desconfianza. Su obsesión pasó a ser enfermiza. Era incapaz de entablar relación alguna.

    Aquella experiencia le hizo descubrir lo vulnerable que era en realidad. Nunca volvió a ser el mismo. Se acabó todo lo vivido hasta entonces. Tan solo le quedaban los recuerdos, de los que no se sentía nada orgulloso.

    Se dedicó entonces a sobrevivir, del trabajo a casa, de casa al trabajo. Y así pasaron los años, viviendo entre pena y añoranza.

    Entonces empezó a recordar a Salma, aquella débil muchacha a la que le hizo lo peor que se le puede hacer a una persona. Se dedicó a investigar para dar con su paradero, necesitaba saber de ella. Al fin y al cabo, fue la única mujer que lo quiso de verdad. Que lo dio todo por su amor. Le costó darse cuenta, no había tenido tiempo de reparar en ella. Su vida era tan frenética hasta entonces. Si le hubiese pasado algo no se lo perdonaría, sería su final.

    —¿Cómo pude ser tan mezquino? —se lamentaba mientras seguía sobresaltado por la maldita pesadilla—, era perfecta y yo, yo…no supe verlo, creía que no estaba a mi altura…fui un egoísta y seré un desgraciado mientras viva…

    Se había hecho esa misma pregunta miles de veces. Había sido tan injusto con aquella mujer. Su actitud lo llevó a terminar por repudiarse. Su propio reflejo frente al espejo le provocaba náuseas.

    Decidió darse una ducha para intentar espabilarse. Mientras corría el agua a lo largo de su maltrecho cuerpo pensó en volver al banco, el mismo que visitaba casi a diario. Siempre que ella tenía turno. Le había costado, pero después de un tiempo conocía sus horarios a la perfección. Los días de descanso eran una tortura. Sus vacaciones le hacían tocar fondo.

    Se vistió con la ropa del día anterior, tomó un té y salió a la calle bien abrigado, aquel invierno en Estocolmo estaba resultando bastante duro, nevaba a diario y el frío cortaba la cara.

    Caminó un largo rato, le sentó bien el fresquito, al menos le sirvió para despejarse y aliviar la angustia con la que se había despertado.

    Llegó a un banco, al de siempre, tomó asiento y se quedó mirando fijamente el ventanal de la cafetería que había en frente. A pesar de todo, aún conservaba la vista intacta.

    Tras unos minutos logró verla, estaba tan guapa como siempre, con el pelo recogido en una coleta y su uniforme impoluto. La miró, no dejó de observarla durante más de una hora. Se conformaba solo con eso, no necesitaba nada más. Había pensado en acercarse a ella, necesitaba pedirle perdón por todo el daño que le había causado años atrás. El perdón de aquella mujer sería su eterno descanso, lo necesitaba tanto como el respirar. Sin embargo, nunca fue capaz de hacerlo, ¿quién era él para recordarle todo aquel infierno al que la sometió? No tenía derecho a pedirle nada. Era tan cobarde. Tendría que morir con esa pena, era su castigo, no merecía otra cosa, había sido tan despreciable y mezquino.

    Se conformaba con recordar lo vivido a su lado, las noches de pasión en el dormitorio, su eterna sonrisa mañanera, su dulzura y buen carácter. Lo tuvo todo, una familia entera a su disposición, pero su egocentrismo estaba por encima de aquello. Se creía mejor que nadie, con derecho para hacer y deshacer a su antojo.

    Qué equivocado estaba, cuántos errores cometió en el pasado. No paraba de darle vueltas a lo mismo, estaba tan arrepentido, cuántas vidas tendría que vivir para pagar por tanto daño. Pero ya era demasiado tarde. Salma había rehecho su vida y era una mujer plena y feliz. Eso, en parte, le hacía sentirse aliviado. Al menos, solo terminó con la vida de aquella mujer durante un determinado espacio de tiempo.

    Salma estaba muy bien y Pablo, sin embargo, se encontraba…en realidad estaba donde le correspondía.

    Capítulo 2

    Aquel invierno se presentaba más duro que el año anterior. El frío calaba en los huesos de un pueblo cubierto por un manto blanco. El calor de la chimenea apenas se hacía notar entre aquellas oscuras paredes.

    Carla había nacido en primavera, cuando las primeras florecillas comenzaban a abrirse, estaba acostumbrada a las bajas temperaturas que formaban parte del invierno en aquella ciudad al sur de España. Aunque no lo pareciera, todos los años pasaba lo mismo. Tras la recogida del tabaco llegaban las primeras nevadas. Y ya no paraban hasta bien entrado el mes de marzo. Cuando se preparaban para la Semana Santa. Una semana cargada de roscos de azúcar, torrijas y buenos pestiños. Días de estreno, vigilia y fiesta.

    Apenas salía a la calle, sus padres eran tan estrictos que no la dejaban hacer nada. Formaba parte de una familia acomodada con mucho dinero, por lo que tuvo la suerte de poder realizar estudios superiores. Su educación era exquisita al igual que sus modales, no se le permitía que fuese de otra manera.

    A pesar del poder adquisitivo de sus padres, Carla añoraba la cercanía, un abrazo o un simple beso de buenas noches que la hiciera sentirse segura. Nada de eso estaba bien visto, por lo que el afecto no formaba parte de su vida. Se acostumbró a vivir de aquella manera. Creció en ese ambiente hostil y frío. Tan solo la presencia de su abuela le hacía sentir feliz.

    Su abuela materna era su confidente, siempre pendiente de su estado, la conocía a la perfección y sabía abrazarla cuando más lo necesitaba. Su complicidad era tal que con solo una mirada llegaban a entenderse a la perfección. Ella era su primera nieta, tan deseada, se tenían un cariño muy especial. Cuando falleció, Carla vivió uno de los peores o quizá el peor momento de su vida. Con su abuela se iba parte de su corazón, su alma quedaría herida para siempre. Jamás encontraría ese amor incondicional que se fue con ella. Se quedaba sin apoyo, sin cariño, sin los cálidos abrazos que su madre siempre le había negado por cuestión de modales, según le decía.

    Al final se acostumbró a vivir sin ella. Cuando se encontraba muy mal hablaba a su fotografía, una imagen en la que aparecían juntas sentados en un butacón. Grabó aquel instante en su memoria con fuego. Lo recordaba con cariño. Le daba fuerzas para seguir. Sabía que su abuela había abandonado el mundo terrenal, pero la seguía acompañando; al menos, así lo sentía.

    Carla finalizó sus estudios de magisterio y comenzó a trabajar en una escuela infantil, ayudando y colaborando en la educación de los más desfavorecidos, muy a pesar de sus padres, que por el contrario hicieron todo lo posible para que entrase en un reputado colegio donde estudiaban hijos de familias con gran notoriedad.

    Pero esa vez no cedió, se negó en rotundo y por primera vez en su vida hizo lo que su corazón le pedía. Le costó discusiones, sudor y lágrimas, pero al final logró su objetivo. Cuando llegaba a la escuela se sentía tan liberada. Allí podía dar todo el amor que tenía. Sin fingir ni aparentar lo que no era. Trataba a sus alumnos como tantas veces soñó que lo harían con ella.

    —Oye, Carla, ¿estás despierta? —preguntó su hermana África casi susurrando por si seguía dormida.

    A pesar de ser mayores seguían compartiendo habitación. No quisieron separarse cuando sus padres le ofrecieron la posibilidad de tener cada una su propio dormitorio.

    —Estaba a punto de quedarme dormida, pero dime, ¿te ocurre algo?

    —Perdona, es que estoy un poco nerviosa. Necesito contarte una cosa que me trae de cabeza, ven a mi lado que no quiero hacer ruido.

    Carla se levantó y de puntillas se metió en la cama junto a su hermana.

    —¿Nerviosa? ¿Por qué? A ver, cuéntame qué pasa por esa cabeza —respondió preocupada.

    Al acercarse a ella notó que estaba casi temblando.

    —Es que…bueno, no sé muy bien por dónde empezar…

    —Pues por el principio, mujer.

    —Vale, ¿te acuerdas de Pablo? ¿El chico con el que me viste un día paseando por el parque?

    —Claro, no recuerdo muy bien su cara, pero me has hablado tantas veces de él. Pero ¿ha ocurrido algo? Cuéntame lo que pasa, ahora la que se está poniendo nerviosa soy yo.

    —No pasa nada, tranquila, sabes que llevamos saliendo más de seis meses y… le quiero, Carla, le amo como nunca imaginé que se pudiera amar, en fin, que una cosa llevo a la otra y…

    —¿Y qué? ¿No te habrá obligado a hacer algo en contra de tu voluntad?

    —No, no, él no haría eso jamás, es todo un caballero…el tema es que hace cosa de un mes y medio o dos, no lo recuerdo bien, me invitó a su casa, estábamos completamente solos. Me preparó una suculenta cena, bebimos vino y decidimos tumbarnos en el sofá a ver la tele. El caso es que comenzamos a besarnos, primero muy despacio, pero después… ¡Ay, Carla!, después la pasión nos consumía, era imposible parar, así que… Una cosa llevo a la otra y…me da un poco de vergüenza contarte todo esto…total, que acabamos en su cuarto dentro de su cama completamente desnudos y…lo demás ya te lo puedes imaginar.

    Carla no daba crédito, ¿su hermana pequeña se había acostado con aquel muchacho al que apenas conocía? Y lo más sorprendente, ¿se lo estaba explicando?, todo aquello no hacía más que demostrar lo mal que debía sentirse. África siempre era muy celosa con su intimidad, jamás contaba nada de su vida. Era reservada al máximo. No permitía que nadie entrara en lo que hacía o dejaba de hacer. Siempre se mostraba tan segura de sí misma.

    —Pero mujer, no te vengas arriba que al final vamos a despertar a toda la casa. Ay, madre, si solo tienes dieciocho años recién cumplidos, eres tan joven para todo eso, además, apenas lo conoces, ¿bebiste mucho?

    —Bueno, un poco, pero sabía muy bien lo que hacía. No pienses que se aprovechó de mi situación porque no fue así. Hice lo que me apeteció en cada momento. Fue tan maravillo, tan especial, no te imaginas lo que me hizo sentir…Yo lo quiero, lo necesito a mi lado, quiero pasar el resto de mi vida junto a él. Además, sé que los sentimientos son mutuos, que Pablo siente lo mismo que yo, me ha jurado amor eterno, estamos destinados a estar juntos, estoy segura, no tengo la más mínima duda. Pero esa no es la cuestión, el tema es que llevo unos días muy regular, tengo náuseas y no soporto el olor que hay en la cocina, termino vomitando todo lo que me llevo a la boca. Y encima no me baja la regla…

    —¡Madre mía, África, qué follón! Me estás poniendo roja como un tomate. Pero ¿crees que podrías estar embarazada? Es una locura, si es así no sé muy bien cómo afrontarlo. Te vas a meter en un buen lío.

    —Shhhh, no lo digas, me da pánico solo pensarlo, ¿sabes lo que supondría eso? Papá y mamá no lo soportarían, no me lo perdonarían jamás, me echarían de casa mañana mismo. Cómo iban a aceptar un embarazo sin la correspondiente boda por todo lo alto. ¡Ay, Carla! Ayúdame, por favor, no sé qué voy a hacer. No me dejes sola con todo esto. Te necesito más que nunca.

    —Bueno, tranquila, no te asustes, es cierto que llevas días con mal color de cara, pero pensé que te estarías resfriando, con este frío sería lo más normal. En primer lugar, vamos a calmarnos —le dijo mientras la abrazaba intentando consolarla, a esas alturas la muchacha lloraba con un desconsuelo que le partía el alma.

    África era la más pequeña de las hermanas. También la más rebelde de las dos. Siempre iba a su aire y no escuchaba a nadie. Verla de aquella manera la descolocó por completo. Despertó en su interior una gran ternura. Por supuesto que no iba a dejarla sola ni un instante. Estaba tan asustada que la necesitaba más que nunca. Jamás había mostrado sus sentimientos como lo acababa de hacer.

    —Pero ¿qué puedo hacer? Es que no sé cómo atajar lo que te acabo de contar.

    —En primer lugar, deja de temblar, no estás sola, no voy a dejarte ni un segundo. Mañana intentaremos verificar tus sospechas y si se confirman ya veremos cómo lo hacemos. Ahora intenta descansar que es muy tarde, en unas horas tengo que estar en el colegio, estamos preparando la función de Navidad y tengo una mañana intensa de trabajo. Los niños están como locos en estas fechas. Fíjate, no tiene tanta suerte como nosotras, ellos no tienen nada y, sin embargo, son más felices de lo que hemos sido jamás, porque, aunque no tienen regalos ni una gran casa, se quieren y adoran con locura. El amor queda reflejado en sus ojos. Tienen tan poco y, sin embargo, son tan ricos…

    —Bueno, nosotras hemos tenido otras circunstancias, quédate con el lado positivo de las cosas, las muestras de cariño en casa brillan por su ausencia, pero es lo que hay. No hemos vivido de otra manera. Tampoco hemos tenido con qué comparar.

    —Así es, pero te aseguro que si los conocieras me entenderías mejor, son tan especiales… En fin, vamos a dormir ya, relájate y descansa. Mañana será otro día.

    —Vale, pero no te vayas de mi lado, quédate a dormir conmigo aquí en mi cama, no quiero estar sola, tengo mucho miedo.

    Carla se quedó sorprendida, nunca había visto a su hermana tan vulnerable, no era cariñosa y siempre había mostrado una gran fortaleza. Le costaba horrores mostrar sus sentimientos, en ocasiones se mostraba tan fría que llegaba a darle pena. Sin embargo, allí estaba, abrazada a ella como si no hubiese un mañana. Como si de un pequeño cachorro se tratase buscando cobijo con desesperación.

    Así, en esa tesitura se quedaron dormidas, entre sollozos y algún que otro sobresalto por lo que estaba por llegar.

    Capítulo 3

    Pedro era un atractivo joven que vivía junto a sus padres en una pequeña casa a las afueras de la ciudad. Comenzó a trabajar en el campo desde bien pequeño, hizo distintas labores como pastor, recogiendo la cosecha o cuidando del ganado. Siempre había sido un chico muy responsable. Soñaba con aprender a leer y escribir, pero la complicada situación que vivía su familia no le permitió acudir a la escuela a pesar de ser hijo único.

    Perdió a su padre en un accidente cuando apenas contaba con tres años, se quedó solo con su madre, eso hizo que comenzara a buscarse la vida desde bien temprano.

    Apenas recordaba a su progenitor, era demasiado pequeño cuando ocurrió aquel desgraciado desenlace. Su madre se encargó de recordarle cuánto lo quería y lo deseado que fue mientras las lágrimas cubrían su rostro por la pena. Hablaba continuamente de él, de lo felices que eran, de los planes de futuro que el destino truncó para siempre, era la única manera que tenía de sentirlo cerca, se negaba a dejarlo caer en el olvido.

    Desde entonces no dejó de llorar, con un negro absoluto en toda su ropa, jamás superó la pérdida de su marido, no logró entender porqué se había marchado tan joven y con tanta vida por delante. Se enfadó con el mundo, intentó encontrar sentido a lo ocurrido, se encerró en sí misma y dejó que la pena la consumiera poco a poco, día a día mientras su hijo luchaba con garras y dientes para evitar que terminase apagándose. No contaba con nadie más, tan solo se tenían el uno al otro. No estaba preparado para perderla a ella también.

    A pesar de todo, sabía que la noche que murió su padre, ella se fue con él, su espíritu y su alma también abandonaron este mundo. Después de aquel fatídico momento se limitó a sobrevivir, a cuidar de su hijo, a verlo crecer para poder descansar en paz junto al hombre de su vida.

    Así pasaron los años, Pedro se hacía mayor, intentaba animar a su madre, hacerle ver que la vida continuaba, que era joven y que podría seguir adelante, pero estaba tan aferrada a sus recuerdos que no consiguió hacerla reaccionar. Le dolía en el alma verla de aquella manera, no sabía qué más podía hacer, lo había intentado todo, pero con ella nada parecía funcionar, estaba muerta en vida.

    Los días en el campo se le hacían cada vez más difíciles, detestaba aquel maldito trabajo, pero no le quedaba más remedio que continuar, era el medio de vida que tenían, por eso, cuando se enteró de que en pocos meses abriría una fábrica de zapatos, se apresuró a pedir trabajo. Era el único modo que tenía de escapar, de conseguir salir de aquel infierno. De cambiar de vida, de volver a ilusionarse de nuevo, por fin veía algo de luz tras el oscuro túnel que le perseguía sin descanso.

    Movió cielo y tierra para conseguir un empleo en aquel lujoso edificio que en menos de seis semanas albergaría el mayor negocio de calzado de la comarca.

    Se presentó en las instalaciones día tras día hasta que consiguió que lo recibieran. No cesó en su empeño y, por fin, logró hablar con los responsables y casi suplicarle un puesto de trabajo. Su perseverancia y buena planta consiguieron convencer a aquellos tipos trajeados y de semblante serio. Le darían una oportunidad, estaría a prueba unas semanas y si cumplía con los objetivos marcados pasaría a formar parte de la plantilla. No los defraudaría, pondría todo su empeño en conseguir el puesto, era su momento y no tenía la más mínima intención de dejar pasar aquella maravillosa oportunidad que le estaba brindando la vida. Por primera vez en años el destino se pondría de su parte.

    Cuando salió de aquel lugar no podía dejar de sonreír, por fin dejaría el campo, comenzaría una nueva vida, aprendería un oficio y quién sabe, quizás también podría llegar a aprender a leer y escribir.

    Pensando en todo aquello estaba cuando decidió cambiar el recorrido habitual y desviarse por una calle cercana. Al pasar por la puerta de una casa no pudo evitar fijarse en una joven muchacha de pelo negro y ojos oscuros que se encontraba sentada en un tranquillo con una especie de manuscrito en la mano que leía con atención. Se quedó observándola durante unos segundos. Aquella mujer le llamó la atención desde el instante que pasó por su lado. Un cruce de miradas hizo que su corazón diera un vuelco. No fue capaz de articular palabra, tan solo pudo asomar una leve sonrisa que hizo sonrojarse a aquella muchacha.

    Continuó su camino extasiado por el momento sin entender muy bien qué estaba sucediendo.

    «Pero ¿qué me está pasando? ¿Por qué estoy tan nervioso? Creo que me acabo de enamorar, esa chica es un ángel, madre mía, necesito volver a verla, aunque no sé si seré capaz de saludarla, en cuanto la tenga en frente seguro que me quedo completamente bloqueado», pensó mientras llegaba a casa, donde le esperaba su madre impaciente por saber si finalmente había conseguido aquel empleo del que llevaba semanas hablando sin parar.

    —Hola, mamá —dijo Pedro mientras se acercaba a darle un beso.

    —Hola, hijo, cuéntame qué ha pasado, que me tienes en ascuas. ¿Te han dado el empleo?

    —Bueno…no ha sido nada fácil, pero… ¿tú qué crees?

    —Pues espero que sí, pero no sé, si dices que no ha resultado fácil me dejas desconcertada. Estaba segura de que lo habías conseguido, pero ahora no sé yo…

    —Vale, no te hago esperar más. ¡Claro que lo he conseguido! En unas semanas nuestra vida cambiará para siempre, se acabaron las largas jornadas en el campo, cuidar del ganado, el frío del crudo invierno, el calor agotador del mes de agosto. Todo irá mucho mejor a partir de ahora, presiento que será así, es nuestro momento, mamá, esto es una señal, merecemos ser felices, quiero volver a verte sonreír, necesito que lo hagas.

    —¡Ay, hijo mío! Qué alegría tan grande, por fin algo sale bien, desde aquel día en el que el destino se empeñó en complicarlo todo…

    —Shhhh…tranquila, mamá, a partir de ahora verás que la vida se pone de nuestra parte, toda va a ir bien, no llores, por favor, que me duele en el alma verte así, aquello pasó y debes asumirlo, acéptalo de una vez, no podemos cambiar el pasado, pero sí podemos hacerlo con el futuro y esto no es más que el principio, venga, anímate que hay mucho que celebrar.

    Tras aquella conversación Pedro se quedó preocupado, sabía que su madre no estaba bien, la veía apagarse poco a poco y no podía hacer nada por evitarlo, la pena la consumía día tras día. Se había cansado de luchar y optó por dejarse llevar, esperar con paciencia y resignación el momento de reunirse de nuevo con su alma gemela. Confiaba en que aquel cambio también ayudaría a su madre. A pesar de las circunstancias, era una mujer muy positiva. Pasaría el duelo y volvería a sonreír, de eso estaba seguro.

    Aquella noche se durmió pensando en aquella hermosa joven que encontró sentada en el escalón. Soñó con ella, con su mirada, con sus labios, la deseaba como jamás lo había hecho con nadie, necesitaba volver a verla, sentirla, agarrarla para no soltarla jamás. Ahora entendía lo que su madre trataba de explicarle, aquel sentimiento que unió a sus padres para siempre.

    Capítulo 4

    Carla se despertó sobresaltada. La conversación de la noche anterior con su hermana la dejó preocupada. Se levantó con cautela, no quería despertar a África, debía estar muy cansada. Los nervios y la angustia la habían dejado destrozada. Ya la vería a mediodía cuando regresara del trabajo. De momento prefería dejarla descansar.

    Se echó agua fría en la cara para despejarse, había dormido tres horas escasas y necesitaba terminar de espabilarse. Cuando terminó de acicalarse, se vistió con lo primero que vio en el armario y bajó a la cocina a prepararse un café. Necesita cafeína para poder ponerse en marcha. La esperaba un día ajetreado con sus pequeños. La Navidad estaba a la vuelta de la esquina y tenían tanto que preparar. Pensar en aquellos niños siempre le hacía sonreír.

    Cuando llegó a la estancia se encontró de frente con su madre. La recibió con la misma frialdad de siempre, ni un solo gesto de empatía, tan estirada. ¿Cómo lo hacía? Estaba impoluta, no se movía ni un mechón de su perfecto peinado ¿Acaso dormía sentada?, se preguntaba Carla esbozando una picara mueca.

    —¡Hola, mami! —exclamó la muchacha con ganas de cachondeo, sabía lo que le molestaba a aquella mujer que al hablar emplease esa palabra.

    —Te he dicho mil veces que no me llames así, soy tu madre y me debes respeto. ¿A qué viene esa cara? ¿Te estás riendo de mí? No tengo tiempo para tus tonterías.

    Y sin dejarle responder se dio la vuelta y se marchó dejando a Carla con una amarga sonrisa dibujada en su cara. Era tan insoportable. Siempre lo había sido, tampoco era ninguna novedad aquella reacción.

    «Esta mujer no tiene arreglo, me pregunto si nos habrá querido alguna vez, en fin, tampoco me voy a asombrar, lleva toda la vida igual, hace tiempo que dejó de afectarme», pensaba mientras se acercaba su tía con intención de servirse un poco de aquel café que olía tan bien.

    Carla se sobresaltó al escuchar los pasos tras su espalda, podía ser su padre y no le apetecía verlo. Bastante recibimiento le acababa de dar su madre. No necesitaba más gestos de indiferencia.

    —Hola, tía —exclamó más relajada al percatarse de su presencia.

    Aquella mujer, además de ser la hermana de su madre, era también su madrina, a veces pasaba por casa a verlas y saludarlas. Se llevaban muy bien, pero mantenían las distancias, aquella mujer siempre iba a lo suyo. Tampoco le inspiraba confianza. Siempre pensó que no era de fiar.

    —Buenos días, Carla, pero ¿qué te pasa? Tienes mala cara, ¿no has dormido bien esta noche? —preguntó preocupada la mujer. Conocía muy bien a su sobrina y por su aspecto sabía que algo no iba bien.

    —Estoy bien, es que me desvelé a media noche y no he conseguido volver a dormir. Pero no pasa nada, esta noche me acuesto pronto y recupero el sueño perdido—respondió esta mientras le daba un beso en la mejilla a modo de despedida.

    Tenía que marcharse ya, su tía era muy intuitiva, si seguía con ella un minuto más terminaría por contárselo todo y aún no era el momento. Antes de nada, tendría que verificar sus sospechas. Luego ya verían cómo afrontarían el problema. Le dolía en el alma tener que mentirle, pero en ese momento no le quedaba otra opción. Además, si se enteraba no tardaría en ir a contárselo a su madre. Le encantaban los chisme y el cotilleo.

    Carla salió de casa a toda prisa, al final se le había hecho muy tarde. Si no se daba prisa no llegaría a tiempo.

    Mientras camina en dirección a la escuela su cabeza no paraba de dar vueltas. Algo le decía que su hermana sería madre en unos meses. ¿Cómo afrontarían algo así? Su madre no lo iba a consentir bajo ningún concepto. Las apariencias eran su vida, no se lo perdonaría jamás. Pero ella lo tenía claro. No pensaba dejar a su hermana sola ni un momento. La apoyaría con el bebé. Además, si Pablo era como le había contado no iba a desentenderse de ella ni del niño.

    Sumida en esos pensamientos estaba cuando una voz la sobresaltó.

    —¿Qué pasa por tu cabeza que te tiene tan concentrada? Llevo un rato andando detrás de ti y no te has dado cuenta.

    —Buenos días, Javier, no te había visto, voy deprisa porque se me ha hecho tarde, además, con este frío estoy deseando llegar. No siento los pies, creo que están entrando en proceso de congelación.

    —Qué exagerada eres. Sí que hace frío, pero es normal, estamos en diciembre. A veinte días de Navidad, ¿quieres ir en tirantes y chanclas?

    De repente, el muchacho se percató de que algo no iba bien, la cara de Carla no era la de siempre, estaba muy seria y eso no era lo habitual en ella. Era una chica muy risueña. Su gesto le llamó la atención.

    —¿Estás bien? ¿No tienes buena cara? ¿He dicho algo que te haya podido molestar?

    —No, que va, tranquilo. Debo estar horrible, eres la segunda persona que me lo dice esta mañana. Es que he dormido regular, nada importante, no te preocupes, estoy destemplada esta mañana. Puede que esté incubando algo, no sé. Anda, vamos a aligerar el paso que se nos echa el tiempo encima.

    Y así continuaron su camino.

    La mañana transcurrió sin mucha novedad. Comenzaron con los ensayos de la obra de Navidad. Adornaron el centro, montaron el belén con el entusiasmo de los más pequeños que se encontraban eufóricos por las fechas que estaban por llegar. Aquel rato hizo que Carla se olvidase por unas horas del problema que le esperaba en casa.

    Terminada la jornada escolar se marchó a toda prisa, no quiso pararse con sus compañeros a tomar un chocolate. Necesitaba ver a su hermana, con todo el jaleo no había tenido tiempo de llamar a casa para ver cómo se había levantado. Estaba muy preocupada.

    Al llegar entró directa a la habitación que ambas compartían, sabía que la encontraría allí, todo estaba en silencio. Eso tampoco la sorprendió, ya que era lo más habitual en aquel hogar desde que tenía uso de razón. Los modales, la disciplina y el orden eran lo único que importaban en aquellas cuatro paredes.

    Subió las escaleras. Abrió la puerta con cuidado y encontró a África sentada en un butacón mirando por la ventana. Estaba tan absorta en sus propios pensamientos que no se percató de la llegada de su hermana.

    —Hola, cariño—dijo en voz baja mientras se aproximaba a abrazarla a modo de saludo. No quería sobresaltarla.

    —Hola, Carla, no te he oído llegar, ¿llevas mucho rato aquí? —respondió devolviendo aquel cálido gesto que tanto necesitaba.

    —No, que va, si acabo de llegar. No quería hacer ruido porque tampoco sabía cómo te encontrabas. Perdona, es que he tenido una mañana muy complicada, no he parado ni un segundo, por eso no te he llamado. Pero cuéntame, ¿cómo te has despertado hoy?, ¿te encuentras mejor?

    Deseaba con todas sus fuerzas que le dijera que estaba perfecta, que todas las molestias habían desaparecido y que, por fin, le había bajado la puñetera regla. Que todo se había quedado en un susto, pero nada más lejos de la realidad.

    —Pues no mucho. Bajé a desayunar, pero apenas me había metido un trozo de pan en la boca cuando tuve que ir al baño de nuevo. Se me hace insoportable el olor de la dichosa cocina. Menos mal que no había nadie conmigo, creo que esto está muy claro, tendremos que empezar a asumirlo. Mamá piensa que me estoy resfriando y por eso tengo esta mala cara. Se asomó esta mañana para despertarme. No sé muy bien para qué, se limitó a decirme lo mal que estoy y se largó sin dejarme responder…

    No pudo continuar hablando, el nudo que se le formó en la garganta la dejaba casi sin respiración, estaba tan asustada, no tenía ni idea de cómo afrontar lo que se le venía encima. Conocía muy bien a sus padres y sabía que no lo iban a aceptar, el día que se enterasen tendría que marcharse de casa. Era lo único de lo que estaba segura.

    —Shhh… tranquila, no te agobies, vamos a buscar la manera de confirmar nuestras sospechas y después ya decidiremos qué hacemos. De mamá no sé porqué no me sorprende, creo que te has percatado del tono irónico que acabo de emplear. Lo mejor será esperar un tiempo para contárselo, total, al ritmo que vienes vomitando no se te va a notar hasta bien entrado el embarazo. Si estás cada vez más delgada. Venga, vístete que vamos a salir a que te dé un poco el aire, seguro que te sentará bien, al menos para despejarte. Buscaremos una botica lejos de aquí para que te hagan una prueba de embarazo, a partir del resultado ya tomaremos la decisión que consideremos más acertada. Tampoco vamos a precipitarnos. Te espero fuera. Voy a buscar un taxi que nos pueda llevar. No tardes.

    —Vale—respondió África sin poder dejar de temblar. La idea de un embarazo le provocaba un pánico que la dejaba casi inmóvil. Saco fuerzas de donde pudo y se dispuso a vestirse.

    En poco menos de diez minutos estaban dentro de un coche en dirección a la otra punta de la ciudad. No querían levantar sospechas bajo ningún concepto. Cuanto más lejos mejor.

    Llegaron a una botica, entraron con timidez y esperaron a que se quedara completamente vacía. Rojas como un tomate se acercaron al mostrador donde se encontraba una chica un poco más mayor que ellas.

    —Hola, ¿en qué puedo ayudarlas? —preguntó esbozando una amable sonrisa.

    —Bueno…yo necesito…es que verá…resulta que…y entonces, pues…me haría falta una…una…—y ya no pudo continuar hablando, de nuevo el dichoso nudo le impedía continuar.

    Carla, al ver el estado en el que entraba su hermana, decidió tomar la iniciativa, sabía que no iba a poder seguir, estaba tan bloqueada que no conseguía articular palabra, el miedo la tenía paralizada. Justo antes de comenzar a hablar, de repente vio que África comenzaba a ponerse blanca como la pared, su aspecto no presentaba buen estado. Antes de poder reaccionar, África cayó desfallecida al suelo. No le dio tiempo ni a sujetarla. Rápidamente la chica salió por el lado del mostrador para auxiliar a aquella debilitada joven. Carla se asustó tanto que se quedó paralizada durante unos segundos. Cuando consiguió reaccionar la levantaron del suelo entre las dos y la sentaron en una especie de butaca que se encontraba en el interior del establecimiento. Tras unos minutos de terrible angustia, y después de mojarle la cara y los labios con un poco de agua fresca, consiguieron por fin hacerla reaccionar.

    —Joder, hermanita, no vuelvas a darme un susto como este, ¿estás mejor? De pronto has caído redonda al suelo.

    África se encontraba desorientada, no sabía muy bien qué acababa de ocurrir. Lo último que recordaba era entrar a la botica y esperar que se quedara vacía, a partir de ahí no tenía ni idea de lo sucedido. Ahora, sin saber cómo ni de qué manera, se encontraba en una especie de salita en el interior de aquel lugar mientras su hermana le decía que se había caído al suelo. No entendía nada. Aún estaba mareada, le dolía la parte de atrás de la cabeza. Debía ser por el golpe que se había pegado.

    —Tranquila, mujer, has perdido el conocimiento durante unos minutos. Entre tu hermana y yo te hemos metido dentro para darte un poco de agua a ver si reaccionabas. No tienes buen aspecto, creo que debería verte un médico, estás pálida y debilucha.

    —Bueno, me duele un poco la cabeza del golpe, pero eso es lo de menos. Lo que me ocurre no lo va a poder solucionar ningún médico, es todo tan complicado—respondió entre sollozos la chica.

    —Ahora sí que no entiendo nada. En primer lugar, creo que deberíamos presentarnos, después del susto me gustaría al menos conocer vuestros nombres. Soy Daniela y trabajo aquí y, sinceramente, no sé muy bien en qué puedo ayudaros.

    —Es verdad con todo este lío…yo soy Carla y esta que se ha desmayado es mi hermana África. Creo que te debemos una explicación. Con lo bien que te has portado con nosotras es lo menos que podemos hacer. Será mejor empezar por el principio, por lo que nos ha traído hasta aquí. Verás, es que resulta que mi hermana lleva varios días sintiéndose mal, tiene náuseas y vómitos, está muy sensible con ciertos olores y lo peor de todo… no le baja el periodo desde hace cosa de dos meses.

    —¡Acabáramos! —exclamó Daniela

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