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Arrem
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Arrem

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Arrem. El círculo de la vida y la unión de los reinos es una mixtura entre fantasía, aventura y ciencia ficción.

En un planeta distópico, llamado Arrem, luego de haber superpoblado el planeta tierra y exterminado todo tipo de vida, el ser humano logró sobrevivir en un ambiente hostil, naturalmente fantástico y medieval.

Bastian se verá involucrado en una aventura inesperada y sin igual, para encontrar la armadura de Fräwen, blandir la antigua espada y acabar con la amenaza del oscuro Sin Luz, antes de que su enorme ejército desruyera la increíble belleza de este lugar y se apodere de la clave de la existencia.

La guerra es inminente. ¿Estás preparado para una mágica aventura llena de peligros?

***Lectura veloz y adictiva***
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 jun 2018
ISBN9788417037994
Arrem
Autor

S.M. Frances

S.M. Frances es un profesor nacido en la ciudad de Olavarría, provincia de Buenos Aires, en el año 1984.Durante doce largos años estuvo sumergido en la investigación y creación del mundo ficticio, llamado Arrem. Desarrolló este universo pensando en su hijo Francesco, para que pudiera entender la vida y los valores de una manera más educativa e irreal.Un buen vino, una sonrisa, un rico asado, un hermoso árbol, el sol, el cielo, el mar, el viento, la vida. Las pequeñas cosas.«La mejor inversión del ser humano es aprender a ser feliz con muy poco», S.M.F.

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    Arrem - S.M. Frances

    Capítulo I

    El despertar de Bastian

    Tienes la posibilidad de ser la espada o el escudo

    y elijes ser la carne

    (Astor I 15º, Rey de Asuret).

    Primera parte

    Una tarde templada, como el acero de las armaduras rústicas, de los nómades de Nordeth, Bastian volvía de la misma escuela en la que se había educado desde que era niño. A punto de cerrar sus largos estudios, la tarde escondía secretos en el ocaso del día, pero Bastian simplemente deambulaba, sosegado. Caminaba por un angosto sendero de la aldea que rodeaba a la taberna El jinete, el cual desembocaba en las afueras de Adgazapan; allí vivía al cuidado de su abuelo junto a sus tres pequeños hermanos, en una casa precaria, pero no tanto. El techo, estaba cubierto con paja y ramas. Era suficiente para resguardarlos de las lluvias delicadas del Eorient. En muy pocas ocasiones enfurecían los dioses y las tormentas gritaban, pero aun así el amparo era perfecto. Las paredes cubiertas con estuco y barro fueron moldeadas por los antepasados de Bastian en los Hoonkland (Primer edad de los humanos en Arrem). Han pasado muchas lunas y soles desde los primeros caminos.

    La escuela Rototherient funcionaba en el interior de un castillo. En esta institución se educaban los hijos de las familias más poderosas de toda la provincia, o como en el caso de Bastian, por poseer un gran talento. Algunos venían desde otros villorrios y naciones. Bastian por su parte, había tenido la posibilidad de estudiar en Rototherient por los por favores que la comisión honoraria le obsequió. Sus dotes en el deporte shulukuq y su destreza en técnicas de batalla, le abrieron paso dentro de los grandes muros del establecimiento. En Adgazapan como en toda la Arrem, la lucha, las disputas con espadas y la arquería, eran los principales atractivos de los torneos. Estos se desarrollaban en honor a las grandes batallas. Aunque la verdadera pasión de Bastian era la Historia Antigua del Arrem. Aunque nunca había salido de Adgazapan; conocía las historias de cada reino. También lo atraían las leyendas y los comienzos de lo que muchos llaman «magia». Era un joven creyente y apasionado de las costumbres adgazapanas y devoto de sus dioses y las supersticiones.

    Bastian zangoloteaba lentamente. Bastian se tomaba su tiempo. Bastian no quería desperdiciar la suave brisa que acariciaba su rostro y que apaciblemente lo relajaba.

    A medida que avanzaba, el sol parecía esconderse tras las grandes montañas de Caladrón, aunque tenían todavía varias horas de luz en Adgazapan. Respiró con fuerza y pateó una piedra pequeña a su paso.

    A pocos metros, un hombre calvo compraba comida para su cena. Realmente sentía su cuerpo exhausto, pues había terminado de entrenar hacía unos pocos minutos. Aún se encontraba con la ropa de juego, y tenía la cesta de Shulukuq sobre la espalda. Tenía miedo de llegar tarde para la cena, pero esta vez sentía que era el día perfecto para entrar en el bosque.

    Ese día dejó la sensatez sobre la almohada. Saludó a una vieja aldeana, la cual estaba con una tina de agua limpiando los ventanales de su casa. El caminante pensó que su abuelo estaría con Artemis, lo cual le daba tranquilidad. Sabía que sería capaz de dominar la situación, de llegar a destiempo. Decidió, finalmente, llegando al colofón del sendero, el camino de la izquierda para ir al bosque (ir hacia su casa por el camino de la derecha era la otra opción). Detuvo la marcha. Se aseguró de que nadie lo estaba mirando. Caminó hacia el bosque. Por alguna razón, era un día para arriesgar la calma.

    Sus primeros trancos le hicieron cruzar un sendero cubierto de ramas muertas. Unos momentos después; arribó al sector donde un cartel detenía el paso. Los ojos de su rebeldía no leyeron el mandato de los viejos de la aldea. La intriga y la curiosidad fueron más poderosas que cualquier teoría ética; también, hacía mucho tiempo que deseaba entrometerse en aquel lugar; presentía que algo le nombraba desde el interior del bosque.

    Avanzó con cautela. Sus pulsaciones se aceleraban. Respiraba torpemente. Un pájaro voló a toda velocidad por delante de él sobresaltándolo. Siguió caminando entre arbustos pequeños y grandes pastizales. Había un árbol raro. Se encontraba a varios metros.

    Sintió pesada su cesta sobre la espalda. Con una mano la cargó. Luego miró un costado, hacia más allá y también más cerca, ningún camino le mostraba el interior del bosque. Algo parecido a un insecto se detuvo en una hoja cercana. En ese momento la duda le golpeó la espalda, justo al mismo tiempo que una piedra le rajó la nuca. Su mirada se quebró, como ojos de hadas en campanas de cristal. El horizonte lentamente se le nublaba. Tambaleó, sus piernas entumecidas no lo ayudaron, tampoco el mareo. Apoyó su mano izquierda sobre el árbol para recomponerse, no lo logró. Al momento, cayó pesadamente al suelo y su cabeza dio un golpe seco contra un tronco. El miedo se frotaba las sombrías manos…

    Los brazos de Bastian se durmieron, aun así pudo observar dos bultos cubiertos con sombras, momentos antes de que su cordura y su conciencia se separen. Dos espectros acechaban detrás de un árbol. Solo pudo ver las siluetas que se acercaban.

    Reponiéndose a medias, con sus parpados casi cerrados, Bastian movió la cabeza dando círculos hasta que el dolor lo paralizó.

    Otro pájaro se acercó y comenzó a picotear sus zapatos. La indiferencia de Bastian fue cómplice de aquel picoteo. Intentó tocar la herida en su cabeza. Intentó. Sus manos estaban atadas por detrás de la cintura a una planta pequeña. Acercó la rodilla derecha a su cara y con mucho esfuerzo pasó su frente por ella. Secó la gota de sangre, que se abría paso en su rostro, como una lágrima de Mha lo hace sobre las hojas de los Cardones. Su vista se perdía borrosamente en el aire; la distancia solo era un enigma. Los ojos de Bastian de nuevo se cerraron, como los postigos dorados del Rhakam que se cierran ante los cobardes e indignos.

    Bastian despertó. Aquel pájaro aún seguía picoteando sus zapatos. Bastian continuó intentando zafarse de las cuerdas fuertemente atadas. Su pierna derecha retomó su posición inicial. Un ruido cercano espantó al pequeño carroñero que seguía en lo suyo. Bastian observó hacia ambos lados, pero los dos espectros ya no estaban.

    El atardecer se acercaba. Bastian se preguntó, preocupado: «¿Sentirá miedo el ocaso cuando se avecina la oscuridad?». La idea de pasar la noche atado a ese árbol lo aterrorizó.

    También el miedo, escondido entre las sombras, percibió el atardecer y volvió a frotarse sus negras manos. Bastian siguió luchando contra el nudo. Las cuerdas apretaban tan fuerte contra sus muñecas, que marcaban por dentro. El dolor de su cabeza persistía.

    Sabía que en el lugar no había nadie, que era inútil pedir ayuda. Comenzó a desesperarse. El peligro esperaba escondido. El viento comenzó a soplar cada vez más fuerte. Imaginaba que Arge silbaba por diversión.

    A metros de Bastian, un árbol muy delgado se arqueó hasta casi tocar el suelo. Vislumbró una piedra cercana; estiró una de sus piernas para llegar a ella. Lo intentó varias veces pero no la alcanzó. El vacío que los separaba no dejaba de burlarse. A Bastian se le terminaban las posibilidades de escapar de aquel aprieto. Volvió a mirar a redor con sus ojos desenfocados. Las gotas de transpiración le impedían ver con claridad. La nueva noche se reía; las viejas luces se enfadaban.

    Cuando parecía que Bastian pasaría la noche allí, dos jóvenes se le acercaron desde el follaje. Aquellas dos siluetas nunca habían sido espectros.

    —¿Queréis que traiga una almohada, Bastian? —preguntó uno de los dos jóvenes, irrumpiendo bruscamente. Su acompañante agregó:

    —¿O te traemos algo de comer?

    Bastian, abrumado y con el ceño fruncido, dijo:

    —¡¿Qué quieren?! ¿Por qué hacen esto?

    —¿Esto? ¿Qué es esto? No es nada, solamente nos divertimos. ¿A caso tú no? —dijo el primero mientras se tomaba con sus manos el cabello rubio.

    —Suéltenme, ya —exclamó Bastian con un tono de rabia.

    —Sí, justamente es lo que vamos a hacer —aclaró el otro muchacho, también rubio. Luego comenzaron a reír.

    Bastian no les creyó. En esos momentos el pájaro volvió a aparecer.

    —¿Bastian… crees que vas a salirte con la tuya? —Preguntó Ponki, el que había hablado primero.

    —No sé cuál será la intención de ustedes, pero este juego no es gracioso… ¡Vamos, desátenme ya! —agregó mientras intentaba espantar el pájaro con su pierna. El árbol seguía encorvado.

    En ese momento, inesperadamente Bastian comenzó a percibir un calor desconocido en sus manos. Una energía extraña aguijoneó sus dedos, pero el dolor era soportable. Cerró, entonces, su puño. Allí descubrió que había incrementado su fuerza considerablemente o, al menos, eso intuyó. Un poder extraño estaba creciendo insensatamente en su interior. El dolor en su cabeza había disminuido, incluso su vista se apartó de aquellos idiotas.

    Estaba a punto de liberarse, cuando una joven apareció en la escena. Esta mostró su enojo con Ponki y Rutti. Entonces, Bastian aminoró su rabia.

    ——¡Tontos! ¿Qué están haciendo con Bastian? –preguntó la joven con un fuerte tono—. ¡Esta será su ofrenda cuando Jako los juzgue en las puertas del Rhakam!

    Ponki y Rutti se sobresaltaron. Ponki dijo:

    —¡Solamente nos estábamos divirtiéndonos con él! ¡Jajaja! —se burló. El pequeño pájaro carroñero que picoteaba a Bastian levantó vuelo y desapareció.

    —¡Váyanse, o hablaré con el director de la escuela y le contaré lo que le han hecho a Bastian! —advirtió la joven, mientras se acercaba. Luego agregó—: no creo que eso le guste a Krinf, seguro que los sacará del equipo.

    Ponki levantó sus rebeldes hombros y luego le tocó el brazo a su hermano. Rieron y se empujaron inmaduramente.

    Bastian miraba aliviado a la joven. «El amor nos salva», pensó.

    —Bueno, tranquila, tranquila… Vamos a dejar a tu princesita en paz —volvió a burlarse Rutti y agregó mirando a Bastian—: Veo que ahora sí tienes madre…

    El viento comenzó a detenerse, poco a poco el árbol volvía a su postura natural. La moza levantó un puño cerrado y exclamó:

    —¡Son unos infames! ¡Váyanse, o los golpearé!

    —¡Ay! Ya, nos vemos tortolitos —dijo Ponki. Le tocó el brazo a su hermano, giraron y comenzaron a alejarse murmurando. Cuando vio que se marchaban, la joven dio media vuelta y se dirigió hacia Bastian.

    —A ver, déjame quitarte esto —susurró.

    Bastian miraba los ojos mariposa y se abandonaba a sus manos.

    —Asul, ¿qué haces aquí?

    —Estoy aquí y no sé por qué.

    Bastian insistió:

    —Vamos, dime. ¿Cómo supiste donde estaba?

    —Una voz me cantó y supe que debía venir al bosque.

    —Los Dioses te han traído hasta aquí –dijo Bastian—. ¿Por qué te enviaron a ayudarme?

    —Porque tú eres distinto –Respondió Asul— ¡Además esto es injusto!... ¡Mírate!

    Bastian miraba ahora la comisura de sus labios. Una rama caída estorbaba el acercamiento. Asul la retiró y se arrimó más.

    —Festejo esa voz sabia, aunque no sepamos lo que les pasa a estos tontos —dijo Bastian.

    Ella lo sabía.

    —Ya los conoces, están envidiosos… Eso es. Son tan soberbios e intolerantes... Ahora, déjame limpiarte la herida. Asul rasgó un tira de la manga de su túnica—. ¡Mira lo que te han hecho estos bastardos!

    Bastian sonrió.

    —Gracias por venir, pero creo que deberías irte. Si te ven conmigo, vas a tener problemas.

    Asul, habiendo liberado sus manos, le dijo a Bastian:

    —¿Por qué dejas que tu boca largue? Yo puedo estar donde se me antoja.

    —Pero es que tu…

    —¿Yo qué? —interrumpió Asul.

    El atardecer se hizo poesía y adelantó sus colores.

    —Yo no tengo que rendirle cuentas a nadie y menos a Alsen, ¿sí?

    Asul tomó sus brazos y ayudó a Bastian a pararse. Él accedió alegremente sintiendo que su amor crecía todavía más.

    Decididos a regresar a la aldea, Bastian y Asul iniciaron la caminata. Bastian se frotó las muñecas para aliviar el dolor que sentía, mientras intentaba quitarse el polvo que en sus pantalones se había alojado.

    El golpe en su cabeza aún le dolía, y ya los colores del bosque no conversaban intrigados; ni la nueva noche se reía ni las viejas luces se enfadaban. Todo, poco a poco, quedaba atrás.

    Recorrieron un camino precioso y tímido, hasta que el sol comenzó a ponerse sobre el horizonte como si fuese un cuadro pintado por genios de la alquimia. De repente, Asul dijo:

    —Bueno, Bastian, hasta aquí llego... —lo dijo mientras se acomodaba su cabello castaño detrás de la oreja. Luego agregó—: Gracias por esta caminata y por la charla. Fue un placer hablar contigo.

    Bastian se detuvo y la abrazó tímidamente.

    —Gracias a ti, por ayudarme y a Mha por haberte llamado –respondió. Asul giró y se marchó con una hermosa y profunda sonrisa en el rostro. Luego de dar dos o tres pasos, Asul volteó.

    —Tal vez podríamos vernos un día de estos después de la escuela. –Bastian asintió con un movimiento de su cabeza.

    La joven se volvió y se marchó por un camino angosto que rodeaba al viejo aljibe, desapareció tras la morada de los Freston. Bastian se quedó mirando la ausencia de Asul. Por alguna razón, la inquietud no lo abandonaba.

    A la mañana siguiente…

    Bastian abrió sus ojos lentamente. Bastian no veía la almohada. A simple vista se notaba que había tenido una noche bastante movida. Giró hacia su izquierda y pudo apreciar como los postigos de la ventana dejaban escabullir suaves rayos de luz los cuales golpeaban contra la pared del respaldar. Luego de unos momentos se sentó en la cama, con sus pies intentó colocarse las pantuflas, una vez más no las encontraba. Su mano derecha tocó su cabeza. Todavía sentía algo de dolor. Quitó el pequeño vendaje que, a la noche al llegar y sin que lo notara su abuelo, se había colocado. La herida no había sido muy profunda, pero un dolor agudo persistía. Se levantó. Como siempre comenzó el día haciendo el primer paso con su pierna derecha. Desde la cocina la voz del abuelo lo invitó a desayunar. Brillaron sus ojos cuando vio sobre la mesa su desayuno preferido: Pan de trigo con miel y jugo de frutas pisadas. Bastian devoró lo nombrado. No quería perderse la dulce caminata por el sendero Rusfell, aquel que cada mañana recorría para llegar a la escuela.

    A mitad de sendero, saludó a Nemecis, el hombre que todo lo arreglaba, por cierto muy pocos lo toman en serio.

    Subiendo a la escalinata que lo llevaba al interior del castillo percibió la presencia de Ponki y Rutti. Al pasar junto a ellos le clavó los ojos. Ambos respondieron la dureza de su mirada con una burla.

    —Adiós, princesita —dijo Ponki entre la estupidez y la risa. Bastian agachó su cabeza y siguió caminando hacia el gran portón. Aunque era pobre, o al menos mucho más que ellos, tenía valor. Sin duda, ni luchando los dos a la vez podrían contra él, pero no quería perder la beca, que tanto esfuerzo le había costado, y los hermanos se aprovechaban de esa situación.

    En medio de las gradas se acercó Fros, uno de sus compañeros de clases, que bajaba corriendo para volver a su casa y traer la cesta que necesitaba para el entrenamiento del medio día.

    —¡Ya vengo, ya vengo, dile a Gagren Bastian!—se refería al profesor de botánica. Bastian intentó decirle algo, pero Fros ya no lo escuchaba.

    Aquella mañana, en la clase de botánica, los hermanos siguieron molestando a Bastian. Le lanzaron varias bolitas de papel, lo retrataron como si fuera una princesa y hasta pasaron la hoja a todos sus compañeros con el dibujo. Algunos se reían, otros no les daban importancia. Cuando Asul tuvo la burla entre sus manos no pudo controlarse; se levantó de su butaca y les gritó:

    —¿Cuándo van a madurar ustedes dos? —Hizo un bollo con el papel y se lo lanzó a los mellizos. Gagren le llamó la atención. Por la ventana se veía a Fros subir las escaleras, ya con la cesta en su espalda.

    —¿Pero qué sucede aquí? —se quejó el profesor—. Siéntese de inmediato señorita o la mandare con el director.

    —Profesor, es que… —intentó Asul.

    —Le he dicho que se siente —insistió Gagren. Bastian observó, la furia e impotencia que la muchacha emanaba mientras se sentaba.

    Asul miró a Bastian. Sonrió mientras el profesor seguía con sus ojos puestos en ella. Fue cuando Fros abrió la puerta bruscamente y entró corriendo al aula.

    —¿Fros, qué haces, acaso viste la hora que es? —le dijo el profesor enojado.

    —Sí, disculpe, profesor, olvidé mi quete en casa y al mediodía tenemos entrenamiento y no puedo faltar más —contestó el joven olvidadizo, mientras se dirigía a su lugar apurado y agitado.

    —Claro, pero llegas tarde a mi clase —dijo el profesor.

    —No, tuve un altercado en el camino, no fue mi intención —contestó Frost.

    —¿Y qué fue lo que paso? En fin, ya está, no me interesa. Tienes media falta —agregó Gagren y se sentó enojado en su banquillo.

    De repente, Bastian comenzó a sentirse raro, el dolor de cabeza no es amigo de la vitalidad. También notó que sus manos estaban comenzando a calentarse tanto que se asustó. Nunca había percibido este malestar. Cuando el profesor comenzó a dictar, tomó un lápiz que tenía en su cartuchera. Este tambaleaba en su mano y, a pesar que lo sujetaba fuertemente, cuando quiso escribir, el lápiz se pulverizó. Sorprendido por lo que había sucedido, miró hacia todos lados, para asegurarse que nadie se había dado cuenta. Sus compañeros, por suerte, estaban atentos a la clase. Asustado, preocupado, miró sus manos.

    La clase terminó rápidamente, el reloj, desde arriba del pizarrón de madera, había liberado la hora. Cuando de repente la campana se hoyó. El día había terminado, los incidentes de cada jornada ya eran una costumbre, pero este día había sido diferente y Bastian estaba contento porque ahora sabía que Asul era una amiga fiel e incondicional. Se prometió olvidar por unos días lo sucedido en clase con aquel lápiz. «No será fácil», pensó.

    En el corredor, un grupo del último año molestaba a los más jóvenes. Caminando por el largo y decorado pasillo, avistaba el inmenso portón de la salida justo frente a él. Yioja se le cruzó en el camino, para desaparecer en el interior del aula de los profesores. De pronto, los hermanos Ponki y Rutti, quienes venían corriendo desde el fondo del corredor, se le adelantaron, tras pegarle con la mano abierta un golpe cada uno en la nuca a Bastian.

    El muchacho salió corriendo de la escuela. Bajó las largas escalinatas y disminuyó el pasó rumbo casa. La urgencia de sus pasos escondía una furia controlada. Nuevamente, sus manos comenzaron a ponerse calientes y volvía el dolor de cabeza. También aquella exagerada vitalidad a su cuerpo.

    La señora del almacén La parada lo saludó. Bastian ni la vio. Eso la extrañó: el muchacho acostumbraba a saludar amablemente a todos. El collar que tenía lo empezó a sofocar. Se lo quitó con la esperanza de poder respirar mejor, todo fue en vano. Giró en un calle corta. Desvió su andar por detrás de la casa de los Tolder hasta detenerse. Se quitó la mochila, todo lo que tenía encima lo estaba molestando. Eso parecía. Sus manos volvían a encenderse; las colocó sobre las rodillas. Comenzaba a respirar con dificultad, al mismo tiempo que su corazón se aceleró y sus ojos perdían el enfoque. Avanzó nuevamente. Siguió caminando por la callecita, que desembocaba en el fondo de la casa de los Freston. Los hermanos que se habían empecinado en hacerle la vida imposible a Bastian, aparecieron corriendo de la nada. Se pararon frente a él cortando su marcha. Ponki con tono necio dijo:

    —¿Qué pasa princesita, estás llorando?

    Rutti, quien no quería ser menos, agregó:

    —¿Vas a ir corriendo con papá? Cierto, tú no tienes padres jajaja. Eres un huérfano pobre. Pobre y miserable.

    Bastian volvía a respirar normalmente. No dijo nada. Contuvo el insulto, las llamas en su interior no lo dejaban pensar.

    —¿Qué pasa, no dices nada princesita? ¿Tienes miedo princesita? Siguió Ponki con sarcasmo. Bastian tampoco respondió.

    Los mellizos no lograban hacer reaccionar a Bastian. Ponki estiró sus enojados brazos y se aferró a los hombros de Bastian. En esa imagen todo comenzó: Bastian, sentía desde su interior un calor no natural; Ponki, en pánico al ver sus manos chamuscadas y adheridas a los hombros calcinantes de Bastian. Rutti intentaba desprender los brazos de su hermano del infierno generado por Bastian. Fue en vano.

    —Suéltame, Bastian —gritó desesperado Ponki y, al hacerlo, logró desprender ambas manos despellejadas. Como pudo, Ponki sostuvo el dolor con sus manos. Bastian, como un testigo desenfocado, no atinaba a nada. Por su parte, Rutti se abalanzó con sus brazos en alto sobre Bastian y entonces, le lanzó un golpe, pero la velocidad de Bastian para hacerse a un lado lo dejó fuera de escena.

    —¡¿Dónde estás, maldito?! —exclamó Rutti, pero los otros dos personajes ya no lo escuchaban.

    Algo parecido a un ratón atravesó el espacio corriendo y se perdió en el interior del almacén. Gros, el almacenero, se asomó por la puerta alertado por los gritos y la entrada de aquella peluda criatura entrometida. Al ver que Bastian y los Hermanos Folso estaban afuera cerró la puerta. «Estos chicos…« pensó.

    El atardecer se comprimía explotando los pájaros en un presagio de tormenta.

    Rutti giró el cuerpo buscando a Bastian. Él estaba allí, pero su mirada no… Rutti se asustó. Comenzó a caminar hacia atrás, pero a los tres pasos trastabilló y cayó sobre la tierra. Por su parte, Ponki continuaba lamentándose por sus despellejadas manos.

    Bastian alzó la mirada. Sus ojos estaban iracundos. Una mínima llama roja flameaba en sus pupilas. Rutti se arrastró hacia atrás intentando alejarse de Bastian al percibir que el fuego de su mirada ya no era tan pequeño.

    Cuando algunas piedras comenzaron a gravitar alrededor del cuerpo de Bastian, este miró sus manos. Una víbora de rojo fuego reptó desde ellas hasta los codos. Dejando las palmas hacia arriba, una energía insospechada comenzó a girar alrededor de su cuerpo.

    Rutti, tartamudeando, dijo:

    —Es… es, es… un hechicero, un… un monstruo Po…po… po.

    En ese momento Bastian levantó sus brazos y con el dedo índice de cada mano apuntó a los hermanos Folso. Su energía se disparó hacia ellos. Comenzó a rodearlos. Los hermanos empezaron a girar. La mirada de Bastian gozaba con aquella fantástica escena. Bastian cerró y abrió sus manos haciendo que Ponki y Rutti volaran hacia atrás hasta chocar contra la cerca que lindaba la casa de Don Princeston. Como pudieron, los mellizos se levantaron y escaparon despavoridos por el camino que lleva al bosque. Bastian no se movía, ya no tenía fuerzas. Se desvaneció…

    Al rato, Bastian logró reincorporarse. Al abrir sus ojos, vio algunas nubes volando entre muchos pájaros. Llevó ambas manos a su cabeza, pues el dolor persistía. Sin creer lo que había pasado, pensando que había sido un sueño se puso de pie. La puerta del almacén se abría y cerraba misteriosamente. Aquello parecido a un ratón aprovechó el abrir y cerrar de la puerta y corrió hacia Bastian. Bastian lo vio venir. Cuando la peluda criatura se detuvo a una corta distancia de Bastian, ambos se miraron.

    —Prométeme que no le dirás a nadie de todo esto —dijo Bastian mientras la roja luz de sus ojos abrazaba dulcemente a su pequeño amigo. Este asintió con un divertido movimiento de sus largos bigotes. Agotado, Bastian emprendió el regreso a su casa dejando en el lugar a su nuevo amigo.

    Al llegar, el abuelo Aldebarán lo esperaba preocupado junto a la puerta de entrada; sostenía una copa de madera con ambas manos, mientras apoyaba el hombro sobre el marco de la puerta.

    —Bastian, otra vez estás llegando más tarde de lo habitual —comenzó diciendo el anciano—. ¿Está sucediendo algo en la escuela?

    Nuestro personaje besó una mejilla del abuelo y piadosamente mintió:

    —No, abuelo… En la escuela todo bien. Me demoré en una charla con el equipo de Shulukuq —respondió Bastian mientras apoyaba una mano en el hombro de Aldebaran. Luego entró a la casa.

    El abuelo no estaba convencido.

    —Bueno, entra tus hermanos te esperan para cenar —dijo cariñosamente desde el umbral.

    Bastian no había dado ni cinco pasos adentro de la que casa cuando Togno, su hermano menor, apareció desde el interior de la cocina y lo sujetó del brazo.

    —¡Ven, ven te hicimos algo especial! —exclamó Togno arrastrándolo a la cocina. Desde las habitaciones asomaron sus ansiedades Mintin y Silvian (Silvian era el mayor de los tres). Bastian, mientras Togno lo arrastraba hacia la cocina, miró hacia ellos. La mesa era un agasajo y el fuego cocinaba el guisado que Bastian amaba. «Este aroma...». El chico se relamió ante el delicioso olor.

    —¿Hoy es mi cumpleaños? —preguntó Bastian sorprendido. Togno soltó una carcajada y dijo:

    —No, para eso falta poco. Esta fiesta es porque ganaste el torneo. —Aldebarán, que venía a paso lento desde la puerta de entrada, hizo un gesto con una mano para que lo siguieran Mintin y Silvian. Después, dijo:

    —Así es, fue idea de Mintin.

    Estando ya todos en la cocina, Bastian les agradeció efusivamente y luego todos se sentaron a comer.

    —¡Gracias Mha por proveernos de esta hermosa y necesaria comida! –Dijo Aldebarán antes de su primer bocado.

    Afuera, desde las plataformas azules del Bosque, voló un Gágrido y aterrizó en el marco de una de las ventanas de la casa. Clavó sus garras en la madera. No había sido invitado, pero siempre era bienvenido: su presencia indicaba que algo iba a suceder.

    —¿Escucharon eso? —preguntó el abuelo sorprendido. Bastian siguió comiendo, el guiso estaba exquisito. Sin girar su cabeza hacia la ventana, sabía perfectamente quién era el visitante.

    —Nada, abuelo. Sigue comiendo tranquilo y cuéntame algo… —dijo Bastian, mirando a Tongo y señalando la botella de madera con jugos.

    —¡Dhüll! —exclamó el abuelo. Todos asintieron repitiendo aquella palabra.

    Cuando terminaron de disfrutar la cena el abuelo mandó a los tres hermanos más chicos a cerrar la puerta del invernadero. Debían traer algunas frutas para el desayuno.

    Aldebarán necesitaba quedarse solo en la cocina con Bastian para comunicarle algo.

    —Yo te ayudo, abuelito —dijo cariñosamente Bastian, quien se había dado cuenta.

    El abuelo lavaba los platos mientras su nieto retiraba el resto de la mesa con premura.

    —¿Y me vas a contar o no, hijo?

    Bastian dejó los cinco vasos sobre la mesada de madera de rosse.

    —No me vas a creer —dijo. Sus palabras fueron grias sobrevolando la intención de Aldebarán.

    —¿Por qué no lo probas al abuelo? —sugirió Aldebaran. Sus palabras también fueron grias que sacudían a su nieto y le producían un horripilante hormigueo de preocupación.

    Bastian le contó todo lo sucedido durante el día. Lo de la escuela, primero. Luego, lo de la callecita que desemboca en el fondo de la casa de los Freston. Aldebarán no se sorprendió, menos se sobresaltó. En ese momento, entraron Tongo, Mintin y Silvian.

    —¡Ya hicimos todo, abuelo! —exclamó el pequeño Togno. Detrás de él, vieron a Silvian quien, a duras penas, traía una canasta desbordada de frutas. Por alguna razón, se reía. El último era Mintín. Este entró rematando un cuento de loros del mundo antiguo.

    —¿Me crees, abuelo? —preguntó Bastian sin darse cuenta de que sus hermanos habían entrado. El abuelo pidió a los pequeños que se fueran a la habitación con uno de sus amorosos gestos. Silvian dejó la canasta sobre la mesa y sacó a Togno y a Mintín de la cocina.

    —¿Abuelo? —insistió Bastian.

    —¡Mintín, mañana en el desayuno, cuéntame ese cuento! —profirió Aldebarán. Cuando el abuelo se aseguró de que los hermanos ya no lo podían observar, miró a Bastian como nunca lo había mirado y dijo—: ¿Algo así? —preguntó, mientras extendía el brazo diestro y giraba la mano como retorciendo el aire. De aquel inesperado movimiento, saltó una manzana de la canasta y gravitó hasta casi tocar el pecho de Bastian, cubierta de una especie de energía de color verde…

    Bastian palideció. El asombro erizó su piel. Afuera, el gágrido observaba todo. Las manos de Bastian, casi tocando la manzana, se iluminaron por la llama verde que cubría el fruto. El índice de su mano derecha exploró aquella energía.

    —¡¿Abuelo, vos, también?! —inquirió. En sus ojos remontaron mil bandadas de grias.

    Aldebarán lo miró con una sonrisa. Luego volvió a girar sus manos en círculos. Bastian lo contemplaba asombrado. Esta vez la cocina comenzó a sacudirse, haciendo que gravitaran todos los frutos recolectados, también los platos, los vasos, las plantas, los juguetes de madera de Togno, hasta los almohadones del sillón del abuelo bailaron. Aquellas cosas giraban en la cocina. Ese torbellino verde las convirtió por un tiempo determinado en pájaros. Bastian hizo una reverencia con sus pestañas al abuelo. No fue por respeto, sino, por el calambre que la visión produjo en sus ojos.

    —¡Abuelo! —profirió Bastian, escondiendo su cara tras una descomunal y perpleja sonrisa. Así, Aldebarán dejó caer sus brazos con las manos hacia abajo. Todas las cosas volvieron a su lugar.

    Habiendo visto todo lo sucedido en la cocina, el mensajero separó sus garras del marco de la ventana y despegó rumbo al Bosque Azul, con el informe bajo el ala para reunirse con los andevärs.

    Silvian se dedicó a sus hermanos más chicos. Cerró sus ojos después de apagar la llama de la farola y abrió el sueño de negras ovejas y blancos almohadones. Bastian y Aldebaran sumaron sus intereses.

    —¿Pero, entonces, abuelo esto quiere decir que…

    —Si, eres un Maleki, no eres humano como todos los demás –dijo Aldeberán

    —¡No lo

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