Tres relatos fantasticos
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Tres relatos fantasticos - Alexander Pushkin
ALEXANDER PUSHKIN
Tres relatos fantásticos
LA DAMA DE PICAS
EL ZAR SALTAN
LA ZAREVNA MUERTA Y LOS SIETE GUERREROS
Fue, Alejandro Serguievich Pushkin, uno de los literatos más ilustres que ha producido Rusia. Su mérito consiste, no solamente en el ingenio, en la amenidad, en el arte con que combina las escenas y despierta el interés de los lectores, sino muy principalmente en la belleza del lenguaje, en la pureza del léxico y en la riqueza y variedad de las formas gra-maticales. Pushkin fue quien dio al idioma ruso aquel pulimento que hizo de él una de las lenguas literarias más bellas de Europa.
Alejandro Serguievich Pushkin nació en Moscú el 26 de mayo de 1799. Su familia era antigua, distinguida y bien acomodada. Descendía su padre de un embajador del zar Ale-jo Mijailovich y su madre era nieta del famoso negro de Pedro el Grande, que tan importan-te papel desempeño en la corte de este Monarca. Se educó primero en casa de sus padres, bajo la férula de ayas y preceptores extranjeros, que le enseñaron el francés y el alemán antes que el idioma ruso. Su padre, que como todos los aristócratas moscovitas de su tiempo sentía gran admiración por los autores franceses, le franqueó su biblioteca y el joven Pushkin representó comedias de Mo-lière y compuso versos en francés antes de saber correctamente la lengua de su patria.
Estudió más tarde en el Liceo de Zarskoe Se-ló y escribió allí su primer poema, que mereció elogios del escritor Derschavin. En 1817
ingresó en el Ministerio de Negocios Extranjeros, sin abandonar por eso el culto de las musas, como lo prueba el poema Ruslan y Liudmila, publicado hacia 1820, que le dio fama entre los literatos, pero que no evitó que le enviasen al mediodía de Rusia, a la Oficina de colonización, en castigo de unos epigramas demasiado ingeniosos.
Largo tiempo vivió en las provincias meridionales del imperio y también en el Cáucaso, siendo sus obras de entonces reflejo de la impresión que le causaron las bellezas naturales de aquellas comarcas. Entre estas obras figuran El prisionero en el Cáucaso (1822); Los hermanos bandoleros (1827); Los gitanos (1826), y el comienzo de su célebre poema Eugenio Oniéguin. Algunos disgustos que tu-vo con su jefes motivaron su regreso al cen-tro de Rusia, pasando largo tiempo en un pueblo que pertenecía a su padre, donde escribió Boris Godunof. Perdonado desplegó pasmosa actividad literaria. De esta época son sus obras tituladas Poltava, Rusalka, El convidado de piedra, La hija del capitán, etc., y no pocos trabajos históricos. En 1831 con-trajo matrimonio con Natalia Nicolaievna Gonchárova, bella y elegante dama, honra y prez de los salones de San Petersburgo y causa indirecta de su muerte, pues las rela-ciones de esta dama con el barón Dantés, emigrado francés, dieron lugar al desafío de éste con Pushkin, de resultas del cual falleció el ilustre escritor el 29 de enero de 1837.
Entre sus obras históricas descuella la Historia de la rebelión de Pugachef, uno de los episodios más curiosos de los anales del Imperio moscovita, y entre sus obras poéticas, Eugenio Oniéguin y Boris Godunof
La dama de picas
La dama de picas significa malevolencia secreta.
Novísimo tratado de cartomancia
I
Y en los días de lluvia se solían reunir a menudo.
Y—¡que Dios les perdone!—
apostaban a cien la jugada.
Y a veces ganaban,
apuntaban con tiza las deudas.
De este modo ocupaban, en los días de lluvia,
su tiempo.
Un día en casa del oficial de la Guardia Narúmov jugaban a las cartas. La larga noche de invierno pasó sin que nadie lo notara; se sentaron a cenar pasadas las cuatro de la mañana. Los que habían ganado comían con gran apetito; los demás permanecían sentados ante sus platos vacíos con aire distraído.
Pero apareció el champán, la conversación se animó y todos tomaron parte en ella.
—¿Qué has hecho, Surin?—preguntó el amo de la casa.
—Perder, como de costumbre. He de ad-mitir que no tengo suerte: juego sin subir las apuestas, nunca me acaloro, no hay modo de sacarme de quicio, ¡y de todos modos sigo perdiendo!
—¿Y alguna vez no te has dejado llevar por la tentación? ¿Ponerlo todo a una carta?... Me asombra tu firmeza...
—¡Pues ahí tenéis a Guermann!—dijo uno de los presentes señalando a un joven oficial de ingenieros—. ¡Jamás en su vida ha tenido una carta en las manos, nunca ha hecho ni un pároli, y, en cambio, se queda con nosotros hasta las cinco a mirar cómo jugamos!
—Me atrae mucho el juego—dijo Guermann—, pero no estoy en condiciones de sacrificar lo imprescindible con la esperanza de salir sobrado.
—Guermann es alemán, cuenta su dinero,
¡eso es todo! —observó Tomski—. Pero si hay alguien a quien no entiendo es a mi abuela, la condesa Anna Fedótovna.
—¿Cómo?, ¿quién?—exclamaron los con-tertulios.
—¡No me entra en la cabeza —prosiguió Tomski—, cómo puede ser que mi abuela no juegue!
—¿Qué tiene de extraño que una vieja ochentona no juegue? —dijo Narúmov.
—¿Pero no sabéis nada de ella?
—¡ No! ¡ De verdad, nada!
—¿No? Pues, escuchad:
«Debéis saber que mi abuela, hará unos sesenta años, vivió en París e hizo allí auténtico furor. La gente corría tras ella para ver a la Vénus moscovite; Richelieu estaba prenda-do de ella y