El valle del búho o catarsis de un pasado
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En un pequeño lado escondido dentro del corazón los Mc Court de Limerick en Irlanda marcan sus pasos hacia El Valle del Búho. Si Emily Watson es Angela Mc Court, ésta es a su vez Rosalia Laviñas.
La Sra. de Atrusa, Rosalia Laviñas, soñadora e idealista, empuja en cierta medida al Sr Atrusa a marcharse de la ciudad para vivir en el campo con sus hijos Fiona, Rubén y Gisela.
Convencidos y decididos, la familia se precipitará ante un abismal viaje donde las adversidades se irán sumando ante el incierto y duro futuro que se les avecina.
Llevados por la grandeza del campo y la libertad en las montañas, los niños que se columpian por los árboles, observan con detenimiento parir a las gatas y juegan en armonía por la finca, no parecen en principio, sentirse desdichados, aunque si perciben que algo no va bien y que entre sus padres ronda algún serio conflicto.
Una vez en Las Nieves, el marido Jaime, se siente embaucado y culpa sin cesar a Rosalia del desacierto. Verbalmente maltratada y rozando con el emocional abandono, la mujer siente entonces que su propia insensatez ha sido la causa del tan malogrado desastre, e intenta con todas sus fuerzas solucionar el enredo. Sin embargo, todos sus propósitos por enmendarse y la progresión de los buenos hechos se ven truncados cuando la muerte, que también cuenta, les saldrá cuatro veces al paso, arrebatándoles a uno de sus hijos en el imperdonable traspié.
Aunque a veces Jaime aparece ante su mujer Rosalia como un ser despreciable, este mismo ser humano también se nos muestra amable, cariñoso e incluso reflexivo y como padre quiere corregir, educar, proteger y enseñar a sus hijos.
Pero el desempleo, la escasez de medios económicos y el desequilibrio emocional llegan a dinamitar la estructura familiar y los personajes se dan de bruces con una realidad amarga.
La historia de la familia Atrusa que marcha hacia delante y hacia atrás en el tiempo, no olvida la infancia, tampoco la juventud ni la vejez.
Margarita Iglesias
La autora nació en Madrid. Estudió bachillerato en Manilva, e inglés en Cross and Passion Ballycastle Irlanda del Norte. En Londres a través del City Lit obtuvo un certificado de enseñanza especializado en lenguas modernas y trabajó como profesora de español en los institutos de Westminster, Hackney e Islington.
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El valle del búho o catarsis de un pasado - Margarita Iglesias
Título original: El valle del búho o catarsis de un pasado
Primera edición: Septiembre 2015
© 2015, Margarita Iglesias
© 2015, megustaescribir
Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España
Ilustración del interior de Margarita Iglesias
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
ISBN: Tapa Blanda 978-8-4911-2148-0
Libro Electrónico 978-8-4911-2147-3
INDICE
PRIMERA PARTE
CARRILES
La ceguera del Romántico.
(Palos de guerra-Palos de muerte)
El jocoso-penoso cuadro familiar.
(Perfil laboral-social, perfil moral-religioso)
SEGUNDA PARTE
VIVENCIAS
De hechos a detalles.
(Niveles circunstanciales, Hebras duras, Hilos largos)
El Desconcierto del Cangrejo
(Organismos Vitales y Defensas)
TERCERA PARTE
COMPRENSIÓN
Los Sobre-Saltos de la Rana.
(Desastres múltiples, Desventuras relacionadas)
El cuarto Cabo Negro
se ata.
(Comportamiento- Paternidad )
A Nani
James y Soraya
El Acertijo del Valle
A la derecha,
Con la curiosidad del dicho.
Cuatro sorpresas sin
esperárselas, y…
a la izquierda,
fiel al suyo,
La suerte perra y sus desgracias
.
El Marco del Búho
El mes de noviembre se sentía ya en el valle y la casa de los Atrusa pedía con el frío el calor de la chimenea. Sin saber que aspecto tendrían pero queriendo analizarlos detenidamente y encajarlos mejor con la historia que escribía; me acerqué al retrato que había de ellos en la casa y al instante les reconocí.
¿Quién podía imaginar, que los Atrusa iban a ser esa familia que vi partir en la gasolinera, justo el día que entraba en Las nieves?
Aunque debo señalar que me pareció extraño oír que La Rampa del Níspero, tantas veces escrita desde El Sauce del Cerro por Nora Burmu en sus cartas, se alquilase.
Sin embargo, los Atrusa me hacían el honor de acabar con su historia, incluso sin haberme podido presentar y sabiéndose sin yo recaer en ellos; los personajes, me dejaban su pista a través de aquel retrato.
La Rampa del Níspero
25 de noviembre 1997
1) La memoria no olvida.
No se conceden méritos sin
sentido sino justamente todo
lo contrario.
La guerra rebota en el frontón
del tiempo y perdura el golpe.
¿Qué tiene la paz de mala que
no se encuentra, y la guerra
de buena para siempre buscarla?
¿Será la necia superioridad
del salto a humano lo que nos
delata? ¿o los Dioses?
La ceguera del Romántico
Un dos de noviembre, día de difuntos la campana, desde la iglesia de Los Dolores en Las Nieves se oía sonar. No era de júbilo, ni llamaba a orar, tocaba a muerto. Su descargada nota, seguida de un silencio sobrecogedor volvía a la carga, incitando al miedo y unos extraños ruidos desde La Rampa del Níspero se sumaron a la par.
Con temor, Fiona que por aquel entonces, no encontraba forma de conciliar el sueño, se despertó sudando y temblando.
Impulsándose hacia adelante quedó en la cama igual que estaba la muñeca de su hermana, en la suya de juguete; sentada e inmutable.
Sin moverse, creyó ver a través de la ventana, en la oscuridad del jardín, y a lo lejos, medio escondida entre las adelfas y de frente, a su madre Rosalía. Con sigilo, abrió la ventana dispuesta a llamarla, pero de repente, la oyó llorar y enmudeció.
Con mucho cuidado y, sin hacer ruido, cerró de nuevo la ventana, se calzó y se metió dentro de un abrigo de paño gris. Dispuesta a consolar a su madre salió al jardín. De pronto, cerca de las petunias en lo alto de la servidumbre de paso, junto al sendero rural, allí donde se concentraba todo el miedo de la casa; Fiona sintió unos pasos. Éstos que no eran ni cortos, ni perezosos, ni se arrastraban sino todo lo contrario, enfilaron hacia La Rampa del Níspero. Entonces, la niña caminando agachada y con cautela llegó hasta el hueco de dos almecinos donde se escondió.
Al cabo de unos engañosos segundos, eternos, sofocantes e interminables Fiona reconoció las botas marrones con hebilla de su padre. Éste bajaba enloquecido, descendiendo escaleras abajo, dándose golpes contra las paredes y los peldaños de la escalera y descargaba maldiciones al igual que balas perdidas. La niña oyendo al mismo tiempo el viento bravo azotando las hojas de los limoneros se aterró.
- Ojalá este invierno te fulmine un rayo o te deje ciega, coja o manca y seas el hazme reír del pueblo. ¡Me oyes Rosalía! Ojalá se te agriete la piel y, te pudras carcomida por las termitas que habitan en esta maldita casa. ¡Zorra más que zorra! embaucadora. A todo esto, Fiona escondida y sin rechistar veía como su padre, acercándose hacia su madre, la zarandeaba con fuerza bruta y prepotencia. De un tirón la acercó hacia él y con las manos, apretaba su cuello, queriéndola ahogar.
La madre, intentaba a través de un ahogado rezo consolar a la asfixia y Fiona sintiendo que aquel ejército entre piadoso y diabólico se le acercaba tapándose con la mano la boca y abriendo los ojos con pavor quedó petrificada en el escondite.
Paralizada por el miedo y clavada en aquel hueco, como un auténtico clavo martilleado con ahínco, la niña oyó entre sollozos decir a su madre:
- En qué hora… ¡Dios! en qué maldita hora nos vendríamos de la ciudad. Inundándole el pánico, Fiona; echó una ojeada por el rabillo del ojo a la casa, ahora, quería volverse a ella sin ser vista.
Sentía un calor abrasador y unas ganas tremendas de huir, se arrepentía de no haberle despertado a Rubén y no sabia como volverse a la casa sin ser descubierta. Empujada a salir del escondite por soberbios soplos de viento, la niña socorrida por un reflejo, se agarró con fuerza, al tronco del árbol. El viento, colándose por los patios traseros de la casa; silbaba arremolinado de arriba abajo y, haciendo bailar sus ropas, tendidas en la terraza; buscaba como ella, fugarse de aquel atolladero.
De pronto, junto a la higuera, moviéndose de un lado a otro distinguió a Sultán el perro. Éste; dejándose ver, calmó de inmediato a la niña; y la voz de Rosalía se dejó oír:
Sultán a casa, ven aquí.
Al ladrar el chucho, sus padres; se dieron la vuelta hacia él y, Fiona viendo la vía libre, aprovechó silenciosa, para salir de su escondite; y huir al cuarto. Tapándose con las manos los ojos, se envalentonó de puntillas al dormitorio y; abriéndose paso entre las rejas de los dedos, pudo ver por donde iba.
Una vez en el cuarto y, dentro de la cama, la niña se tapó con las mantas la cabeza. Acurrucada, congestionada y, paralizada por el miedo, le comenzó a subir una fiebre de sopetón.
Aterrada hasta lo más hondo de su ser, Fiona; miraba aquella cama vacía de su hermana; y flotando los sueños entre miedosos recuerdos, oía las voces de sus padres; que entremezclándose una con la otra, hablaban acongojados en el comedor.
Esa noche de difuntos, con la profunda memoria al descubierto: el dolor de Rosalía y de Jaime; atravesaba sus sentimientos, revolviéndose contra ellos. Años después; en verano, el carcelero dolor, aún sin fuga seguía, ocultando entre sus mortales miserias; sus apresadas desgracias.
Y así, culpándose entre rencores odios discurrían su pasado y, sin mediar palabra, recorrían su existencia. Balanceaban sus días, tambaleando el fracaso y, distanciados e inseguros, agotaban al perdón.
Pero… ¿Cuántas penas significativas escondían en sus almas? ¿Cuántas desgracias encerraban su siniestro pasado?
Alejándose uno del otro, después de la cena, en esa noche de difuntos; Rosalía y Jaime, habían llegado por fin descubiertos y, al presente. La mujer ante la situación reinante, no dejaba de pensar; en el mañana, de su propia muerte. La lentitud de la noche, con Jaime en hermandad; recordando esa imborrable noche de cofre blanco mandaban cobardemente callar.
¡Cuánto hubiera deseado tener a su hija con ellos! Sin embargo, ésta se les fue aquel nueve de abril; y ya no hablaba, ni reía, ni comía con ellos, ni jugaba con sus hermanos, ni dormía allí; en pocas palabras, la niña había dejado de existir; y sólo su imagen, permanecía en la memoria de ellos, aún con vida.
Pero los hechos, estaban ahí y, aquel nueve de abril, Gisela se les fue de las manos, a explorar con el triciclo a cuestas los altos del carril.
Parlanchina y juguetona, cayó rodando por las escaleras de la casa hasta el patio, esnucándose contra un quicio y muriendo en el acto.
Esa noche en particular, al amparo de la oscuridad y resguardada en el patio su madre lloraba su muerte. El padre mataba su dolor echándose al monte y, parecía importarle muy poco, si era de día, o de noche, y, después de las caminatas, no se resistía a seguir condenando a la madre.
Dentro de la casa, sentados uno frente al otro, sus mentes divagaban y abriendo con tristeza y amargura la válvula del pasado recordaban…
Confesándose vencidos ante la noche,
El poeta ambulante de la niña,
Postrándose ante ellos murmuraba,
¡Detente, no escapes!
Alejándose de los vivos…
Se van los muertos.
Habiendo cedido a las presiones, caprichos y fantasías de su mujer, Jaime Atrusa y sus tres hijos; Fiona, Rubén y Gisela, partieron de Madrid, un mes de Julio; hacia El Valle del Búho en las montañas de Sierra Morena; con el mero objetivo; de vivir en La Rampa del Níspero, una finca de labranza; en Las Nieves, donde los inviernos eran crudos y los veranos abrasadores. Las lindes colindantes de la finca, las marcaban; al norte, El Sauce del Cerro, al sur, Los Latifundios, al este, Los Pinares de la Hoz, y al oeste, El Sendero Rural.
Al cumplir el año en el Valle del Búho, después de haber pasado un lluvioso, ventoso; y frío invierno, sin luz, y sin agua corriente, los nervios, las broncas y las depresiones, comenzaron a pasarles factura a Los