El Eclipse En Tu Luna
Por Yrene Yuhmi
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Yrene Yuhmi
Empezó a escribir y dibujar siendo muy pequeña. Estudió Historia del Arte en Barcelona, así como Cómic, Manga y Animación en la Escuela JOSO. A los 21 le diagnosticaron Fibrosis Quística, tras 10 años de angustia e incomprensión médica y social. El golpe que supuso en su vida la enfermedad sin tratamiento médico, hizo que retomara la escritura, dejada de lado por los estudios. En soledad, en las faldas del monte Caro, escribió gran cantidad de poesía, teatro y novelas inéditas. En el verano del año 2001, fue ingresada en el hospital Vall d'Hebrón, siempre apoyada por su madre, su gran amiga y confidente. Allí sufrió maltrato psicológico por parte de una doctora. Con solo 29 quilos, a punto de morir, pidió el alta voluntaria y regresó a casa. Milagrosamente, se fue recobrando durante los primeros meses del año 2002. Poco después escribiría su primera novela publicada y editada por ella misma, Armend y Liend, a la que le siguió Armend y Liend II, el Eclipse en tu Luna y Robinet junto al río. Ahora sigue trabajando en sus cuentos e ilustraciones, así como en la continuación de Armend y Liend III.
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El Eclipse En Tu Luna - Yrene Yuhmi
Copyright © 2011 por Yrene Yuhmi.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2011914661
ISBN: Tapa Dura 978-1-4633-0841-4
ISBN: Tapa Blanda 978-1-4633-0840-7
ISBN: Libro Electrónico 978-1-4633-0839-1
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.
Este Libro fue impreso en los Estados Unidos de América.
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355455
Indice
1 El chico SOL
2 El chico LUNA
3 Lágrimas
4 Manuela
5 Eclipse
6 El kimono azul
Dedicado a los creadores sin suerte pero con empeño, a los amantes no correspondidos y a todos aquellos/aquellas que viven la asfixia de la discriminación.
1
El chico SOL
ABRIÓ EL PORTICÓN CON AMBAS manos, en un impulso fuerte y decidido, dejando que el aire fresco del alba le diera en las mejillas. Lo sorbió alegremente como si el sol fuera el mejor vino del mundo, y de un salto, se sentó en el alféizar, ágil como un gato, sin miedo a la considerable altura y con muy poco sentido del peligro.
Se sentía bien a pesar de haber dormido apenas un par de horas.
Lanzó un grito al horizonte, riendo para sus adentros. Estirando bien las piernas se echó hacia atrás.
Los porticones eran viejos pero estaban muy bien cuidados.
Su habitación era en realidad su pequeño hogar, la planta de arriba de la casa de su hermano Jerónimo, abuhardillada, poblada de libros de todos los tamaños y ediciones, los más nuevos apenas acababan de ver la luz en aquel año, 1860, el año en que cumplió los diecisiete.
Se rascó la perilla bien recortada, asomándose al escuchar los pasos de dos personas.
_ ¡Hermano! - Sacudió la mano.
_Tan temprano y con una sonrisa de oreja a oreja…
Jerónimo, rondaba los veintisiete años, tenía ojos de niño y una expresión extraña, entre tierna y triste.
Amable, protectivo, silencioso y hermético hermano mayor y tutor.
Se apoyaba en un bastón tallado en madera por un artesano local.
Los ligamentos de su pierna derecha habían quedado dañados tras un accidente, diez años atrás.
_ Y tú con la primavera cojeas más, hermano.
_ ¿Y de quién es la culpa? - rió con gentileza cerrando los ojos al brillante sol.
_ ¡Buenos días Manuela!
La muchacha caminaba a dos pasos justos de Jerónimo muy callada, seria, con los cabellos negros sujetos en una larga cola de caballo.
Había comenzado a usar corpiño y faldas largas. Se acabaron los vestidos de colores por debajo de la rodilla.
Tenía que contenerse mucho para no rascarse el costado. Prefería la ropa suelta de niña, pero de ninguna forma, bajo ningún concepto, se privaría de vestir como una mujer y de demostrar que lo era.
Miraba la espalda de Jerónimo, sus cabellos cortos a la altura de las orejas, la coletilla atada con una cinta en la nuca, la capa corta y el ligero golpe de bastón al apoyarse sobre el camino de piedra.
Suspiraba y sonreía, satisfecha sólo con mirarle.
_ ¡Tomemos el café juntos!
Anunció Nicolás entrando de inmediato en la buhardilla.
_ Manuela – dijo con tono suave Jerónimo al ver que la muchacha vacilaba.
_ Sí señor.
La brisa de la mañana acompañó los pasos del joven tutor con bastón y de la chiquilla.
Se apresuró Manuela, siempre pendiente de su padre adoptivo, pagada a sus espaldas.
Jerónimo se despojó de la capa, que de súbito pasó a las morenas manos de Manuela.
Se ocupaba de él con diligencia, como si respirara por él y para él.
Jerónimo observó como colgaba la capa, se quitaba la torerilla de lana y alisaba sus cabellos, algo revueltos por el viento de abril.
_ ¿Cómo fue el viaje?
_ Muy bien gracias a Dios. Aunque el traqueteo del coche de caballos durante tres horas seguidas me han dejado el cuerpo bien dolorido…Manuela aguantó mejor - rió sorbiendo el café negro y humeante - La edad no perdona.
_ ¿Qué dices? ¿Por qué hablas como un viejo?
_ ¿Acaso no lo soy?
Nicolás mordía una rebanada de pan frito con miel como lo haría un cachorro hambriento.
Sentado con las piernas abiertas, un pie sobre la silla, mostrando sus botas de montar y su atrevido desenfado.
_ Yo a tu edad seré joven. ¿Qué diferencia puede haber entre el yo del presente y el yo de dentro de quince años?
_ ¿Quién sabe? … - suspiró casi imperceptiblemente Jerónimo, dejando la taza sobre la mesa de madera.
_ Seré un escritor famoso y tendré una hermosa amante - bajó el pie mirando a su hermano a los ojos- No: poseeré el más auténtico amor verdadero. Sin duda.
_ ¿Cómo puedes estar tan seguro?
Manuela hizo la pregunta con amargo tono disfrazado de cortesía.
Jerónimo hundió la cucharilla en la taza vacía.
Una imperceptible mueca de enfado, a la vez de dolor, le atravesó el rostro fugazmente.
Tras un incómodo silencio se levantó de la silla y se dirigió a la puerta, apoyándose en su bastón, inclinada la frente.
Es cierto, con la primavera cojeo más…
Pensó el tutor, arrepentido de haber tomado aquel café, demasiado fuerte.
Tragó saliva, molesto, y se despidió sin mirar atrás.
_ Cuídate Nicolás. Duermes poco.
_ No tengo otra alternativa: el mundo está patas arriba y el periódico local no da abasto. Tengo mucho que escribir.
Manuela se levantó también tras limpiarse la comisura de los labios con su sencillo pañuelo de algodón sin bordados.
_ Manuela, ¿te has decidido ya? ¿Te gustó la institución para señoritas?
Jerónimo contestó por ella.
_ Mucho mejor vivir y estudiar en la capital que quedarse conmigo. Manuela es lista, sabrá decidir correctamente.
Nicolás se puso serio, alerta a cada gesto o trazo de aire que surgiera de la boca de la chica.
Cuando se quedó solo, se echó sobre su cama sin quitarse las botas, los brazos bien abiertos, entornados los ojos.
El sol atravesaba el lugar con un halo de su cosecha, descubriendo un millar de motas de polvo flotando como hadas en el aire.
_ Hermano, por proteger demasiado, puedes hacer mucho daño…
Se quedó dormido al instante, en medio de un caos de libros y manuscritos.
Soñó con el día en que Jerónimo encontró a Manuela, la trajo a casa, la metió en la bañera y le dio sopa caliente.
Como quien recoge un gato abandonado, por compasión y ternura, sin pensar en las consecuencias.
7320.jpg_ Tata, ¡no me toques los libros!
La señora, de anchas y generosas caderas, pechos abandonados y delantal, se movía con diligencia de acá para allá, remugando, mientras Nicolás metía un fajo de papeles en su petate y se calaba la gorra hasta las orejas, ajustándose la visera.
_ Volveré tarde, dígale a Jerónimo que no vendré a comer.
_ Sí señorito…Otra vez se va usted de mozas y se queda sin comerse el cocido, con la falta que le hace, ¡menudo gañán!
¡Si yo hubiera podido con usted..!, pero cuando perdió usted los primeros dientes de leche ya era un caso perdido…
_ No remugue Tata - sonrió pícaro besándola en ambas mejillas, achuchándola antes de salir corriendo entre risas, con pasos firmes.
La Tata se arregló los cabellos que escapaban de la moñita pequeña y escasa, que plateaba sobre su nuca.
Siguió limpiando el polvo de las viejas fotografías enmarcadas.
Aquellos hermanos se habían criado solos.
Se decía que los padres habían muerto, aunque nadie sabía de qué.
Mucho se rumoreaba sobre asesinato, y otro tanto sobre tuberculosis. Pero la verdad no la conocía nadie. Ni siquiera los niños.
O eso pensaba ella.
El bebé aún sin bautizar se quedó con su hermano, que le dio nombre y lo crió.
_ Por eso tienes cara de padre desventurado - susurró la Tata dejando el marquito de nuevo sobre la cómoda.
Desde la fotografía, de un color sepia apagado, roída por las esquinas, le miraban los miembros de una familia feliz.
Una señora con gran recogido victoriano, un caballero de bigotes largos absurdamente curvados hacia las aletas de la nariz, un muchachito rubio con la boca apretada, pendiente probablemente del fotógrafo, sujetando a un rollizo bebé de ojos muy grandes y vivaces.
Incluso entonces estaban los dos juntos
El puchero borboteó haciendo caer la tapa, que claqueteó varias veces ruidosa e impaciente.
Olía a alubias blancas y hierbabuena. En poco regresaron de la escuela Jerónimo, que era maestro, y Manuela, que estudiaba su último año en una casa particular, bajo la tutela de una rígida, excéntrica dama burguesa que se las daba de noble y se pavoneaba por los salones de la alta sociedad como si de la misma reina se tratase.
Ahora que Manuela tenía quince años, Jerónimo pretendía mandarla a la capital, y aunque habían discutido muchas veces a causa de la decisión por tomar, en el aire frotaba sus cortantes manecillas la amenaza de un padre tozudo y una hija angustiada.
O tal vez era algo bien distinto. Algo aún más complicado.
Manuela no quería marcharse pero le era inútil abrir la boca.
Así que los momentos compartidos con Jerónimo se volvieron silenciosos y amargos.