Los Espíritus de Venezuela
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Los Espíritus de Venezuela señalan el final de una época de tabús impuesta en Venezuela por la Conquista Española y abre la puerta a un nuevo aspecto a como los venezolanos obran con la sabiduría práctica de sus antecesores. La narración de la escritora invita al lector a comprender esta tradición oculta con una perspectiva más amplia y profunda al compartir la vida real y las experiencias de cientos de venezolanos. Su historia fluye a través de su descubrimiento personal de este mundo en el cual los venezolanos de hoy sirven como autores de una tradición que continua en hacerle honor a la magia del paisaje, al poder de los espíritus y a la tenacidad de sus curanderos populares.
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Los Espíritus de Venezuela - Margaret Donnelly
Margaret A. Donnelly
Traducción por Jorge Arbelaiz Giraldo
Arte por Joanne Scott
Copyright © 2005 Margaret Donnelly
Todos los derechos reservados.
Tercera edición.
Publicado bajo licencia por:
Nowadays Orange Productions LLC
www.nowadaysorange.com
NOTA DE LA AUTORA
––––––––
La secreta tradición spiritual de Venezuela, conocida como espiritismo, ha sobrevivido por muchas centurias y su suceso puede ser atribuido a como se honra la herencia étnica global de los venezolanos. Entender esta herencia me tomó muchos años, desde el tiempo que conocí a Gary Vegas a fines del año 1980 hasta que terminé este libro a principios del año 2003. Las lecciones de espiritismo son complejas porque al reunir un ilimitado número de diversas tradiciones espirituales se borra tambien la línea divisoria entre estas tradiciones y entre lo divino y lo mundano. En otras palabras, no hay división entre la gente profundamente mística de Venezuela y su universo porque hay una unión mística con su invisible realidad, con la naturaleza y sus selvas, sus ríos, cataratas, praderas (llanos), montañas y el cielo. Esta unión es un misterio pero es tan real como el baile entre los rayos de la luna y el oceano. Nunca fué un proceso fácil y cómodo en comprender tal herencia y estoy agradecida a todos aquellos que me ayudaron. He cambiado sus nombres para proteger su identidad con pocas excepciones y ellas son Simón Tadeo Duran y su esposa Nurbis, y Francisco (Pancho) Diaz.
El proyecto de salud en el cual una comunidad de bajos recursos de 30,000 personas recibió asistencia de los Estados Unidos si tuvo lugar. Involuntariamente, el projecto me abrió la puerta para explorar la secreta tradición espiritual. Aquellas personas del área de Dallas-Fort Worth que participaron en el proyecto merecen que se mencionen sus esfuerzos valerosos. Sin Dorothy, Steve, B.D., Kat, Gilma and Violeta, el proyecto no se hubiera realizado y este libro nunca se hubiera escrito.
Capítulo 1
––––––––
E
l primer sobresalto verdadero ocurrió cuando una espiral nebulosa apareció sobre los peatones, en medio del vestíbulo concurrido del aeropuerto internacional de Houston. Poniendo a un lado mis reacciones, percibí una espiral de color blanco y negro que parecía de vapor denso. Fue como si la pantalla atmosférica de costumbre se hubiera perforado y yo estuviera mirando a través de un orificio en el aire. Con la visión periférica detecté la nube cuando me disponía a meter una moneda en un teléfono público.
Lo que vi tuvo el apoyo de una reacción física como si una corriente eléctrica me pasara por todo el cuerpo. Fue como si una exhalación de energía fluyera de la nube y la registraran mis sensores de la piel. También sentí un ligero tirón. Era una fuerza,
aunque no hubo necesidad de luchar con ella. Varios venezolanos describieron este fenómeno espiritual años después como un campo abierto
, una señal del cielo de que la puerta estaba abierta para lo que yo estaba a punto de emprender. Hoy diría que era escribir sobre la cultura espiritista oculta de Venezuela.
Entonces me sacudi la cabeza para asegurarme de que no era una alucinación, ni una reacción peculiar a lo que había comido en el avión.. Hacía la llamada después de un viaje de cinco horas de unas vacaciones en Venezuela. Estaba sobria. No estaba tomando remedios y, aunque cansada, no estaba exhausta pues había dormido una larga siesta durante el vuelo. Hice una pausa, colgué el teléfono y parpadeé antes de mirar la nube directamente. Sin embargo, tan pronto como la miré, desapareció, dejándome pasmada y sin habla. Era incuestionable que la había visto, aunque nadie de la multitud reaccionó a ella.
Tan segura estaba que el fenómeno no era un producto de la imaginación, que seguí sentada en la cabina mientras miraba adelante, controlando una oleada de temor porque buscaba una explicación de algunos eventos inquietantes que lo precedieron en Venezuela. La nube era la culminación de unas vacaciones muy extrañas, de dos semanas programadas para descansar de un paso muy acelerado en Dallas, Tejas, y también el ejercicio intenso del derecho. También dejé atrás cincuenta páginas de mi primera novela, bien guardadas en una gaveta de mi escritorio en casa. Poco después de mi llegada a Venezuela, la novela comenzó a asustarme. Familiares, amigos y, aun extraños, repetían líneas del manuscrito como si imitaran las palabras de un libreto perdido, aunque yo no había compartido la novela con nadie.
Como es natural, tardé un rato en calmarme. Unos minutos después, agarré el teléfono de nuevo y usé mi tarjeta de crédito para llamar a Elena, una amiga de Caracas. Ella era mi mejor recurso. Elena era una exmonja, cuyo rostro reflejaba un simpático equilibrio entre la inocencia y la mundanalidad. Durante los cinco años de nuestra amistad, ella había compartido conmigo mucha información estimulante sobre nuestra cultura y sus tradiciones espirituales que podría ayudarme en ese momento.
Para mi alivio, ella contestó al teléfono. Le expliqué rápidamente el fenómeno de la nube y lo que había ocurrido respecto a la novela. Ella estaba con su amiga Cristina, a quien yo no conocía, y a quien le pidió que me buscara en la mente. Elena me dijo que llamara quince minutos después y cuando llamé, me dijo que Cristina había hallado a un limosnero que tocaba música por pocos centavos en la calle. En su visión, el limosnero fue confrontado, de repente, por una persona espiritual, tal vez sacerdote o rabino, quien le preguntó por qué trabajaba por centavos cuando podría tocar el violín en una orquesta sinfónica. Le dijo al limosnero:—Usa tus talentos creativos debidamente, y del dinero que ganes, da a los pobres.
Me quedé perpleja al oír tales palabras. ¿Limosnero, rabino, orquesta sinfónica? Más confusa que nunca, les agradecí a mis amigas, y decidi tomar el próximo vuelo a Dallas. Parecía que yo tenía un conocimiento particular de cierto misterio cósmico que me intimidaba. Quizás fuera un logro, aunque me resistía a aceptarlo. Mi mente lógica sostenía un combate consigo misma, por lo cual me sentía amarrada contra la pared durante el vuelo, sin saber como librarme del misterio.
Después de llegar a Dallas, traté de echar al olvido la nube y todo lo demás, pero nunca lo hice, o debería decir, nunca pude. Como no tenía a quién acudir durante los dos meses siguientes, por fin llamé a Cristina, quien me recordaba, por supuesto. Sin embargo, en esa ocasión me interesaba hablar de mi trastorno.—Tengo que hablar con alguien,—le dije,—me siento perdida .
—¿Qué pasa?—preguntó. Su voz robusta me tranquilizó.
—Imagínate,—comencé,—que tienes una hermana mayor, poco menor de cuarenta años, estudiosa, que ejerce el derecho y administra su hogar con éxito; asiste con regularidad a la iglesia, y entonces ... comienza a hablar de cosas extrañas, como su capacidad de ver el futuro.
Ella dijo que no había nada de malo en eso, pero yo seguí diciendo:—Aunque no notas nada anormal en su comportamiento, lo que ella dice te pone nerviosa, pero no sabes por qué. En lo secreto de tu mente consideras la posibilidad de que los disparates fantásticos de tu hermana podrían ser un caso para el psiquiatra.
Su risa era consoladora, entonces dije:—Comienzo a pensar que estoy al borde de un precipicio que está sobre un foso muy oscuro. Me siento muy confusa.
—¿Qué del limosnero?—preguntó.
—Interesante,—respondí, para evitar el tema.
—¿Has hallado alguna conexión con mi visión?
—Nada; no entiendo quién sea el limosnero,—le respondí mientras pensaba que no era real porque yo no conocía a ningún pordiosero ni rabino.
—Podría ser un ángel, un espíritu guía,—dijo, y mientras lo decía, controlé la urgencia de inyectar cierto humor en el asunto, decir algo sobre pedir permiso al tribunal para hablar con mi ángel.
No era extraño ver jueces que miraban por encima de las gafas con asombro, ni tampoco los abogados que hablaban en voz baja consigo mismos; pero yo no estaba preparada para ponerme en ridículo ni para que me dijeran que, tal vez, estaba en el proceso de desprenderme de una de mis personalidades multiples para hablar con el otro yo
o con un espíritu..
De alguna manera, Cristina se dio cuenta de mi incomodidad y cambió de tema, añadiendo:
—Cuando llamastes ....
—-Hace un par de meses,—le recordé.
—De Houston, ¿verdad?
—Sí, del aeropuerto,—le aclaré.
Ella siguió hablando:—Dijiste que estabas escribiendo un libro, algo sobre la previsión del futuro.
—Sí, dejé cincuenta páginas de trama en una gaveta en casa y, cuando llegué a Venezuela, me sorprendió oír gente que repetía algo del diálogo del libro.—Hice una pausa para respirar y seguí:—Cristina, era como si estuvieran leyendo mi novela, y eso pasó demasiado a menudo.
—No es sorprendente.
—¿Por qué?
Despés de un corto silencio, dijo:—Estás descubriendo nuestro dón.
—Yo...no comprendo.
—Pues, Venezuela es una tierra bendecida.—De repente, entendíi. Ella aludía a la tradición espiritual no europea de los venezolanos que había estado oculta de la simple vista durante siglos. Yo sabía que estaba allí, pero nunca la había explorado. A la tierna edad de los quince años me habían transplantado de Venezuela a los Estados Unidos donde la había olvidado.
—¿Y la nube?—preguntó ella. Después de describir el fenómeno, me preguntó si había algo más.
Respondí nerviosa:—Sí,...los sueños.
Hubo una pausa muy breve. Entonces, me preguntó:—¿Quieres hablar de ellos?
Insegura de mí misma, traté de explicarlos.—Los olvido tan pronto como despierto, pero dejan rastros ... vistazos que se repiten en la vida real, y entonces recuerdo. Cuando ocurren, no puedo recordar todo el sueño pero, de alguna manera, sé que lo he soñado.—Su creciente frecuencia contribuía a mi sensación de falta de enfoque.
—¿Por qué no me escribes?—sugirió,—envíame preguntas.—Lo hice y, cuando me contestó, ninguna de sus respuestas me ayudó. Una de sus visiones era acerca de un minero que buscaba oro en la orilla del océano. Cuando no encontró nada, se quedó dormido hasta que el polvo de las estrellas y las olas del mar lo despertaron. Estaba tan confusa, me faltaba tanta preparación para la información que me daba. Sus mensajes eran como adivinanzas.
Ella se expresaba con imágenes; sus visiones eran como sueños sin su interpretación, sin procesar, intactas, cuando se recibían del lóbulo derecho del cerebro. Me daba la oportunidad de aplicar mis asociaciones, lo cual no hice porque no confiaba en las imágenes. Estaba demasiado asustada. Seguí preocupándome en silencio por diecinueve meses hasta que, de forma inesperada, recibí una invitación a viajar a Venezuela otra vez. Era de un sacerdote de Caracas. Una amiga suya que vivía cerca de Dallas estaba organizando una gira de la realidad
de las misiones de zonas de bajos ingresos alrededor de Caracas y en la parte central del país donde la orden del sacerdote tenía misiones. Me sorprendió lo oportuno del viaje porque la invitación llegó mientras escribía un capítulo de mi novela sobre Caracas.
Por supuesto, no podía despreciar tal oportunidad, y fui. Fue en ese viaje que los pedazos del rompecabezas sobre el limosnero empezaron a ajustar. Este fue mi primer encuentro de frente con la cultura oculta, y ocurrió después de terminar la gira y de mi vuelo a la costa oriental a visitar a mi madrina Isabel en Cumaná. En efecto, sucedió en la tarde de un domingo de junio, unas tres horas antes de la partida de mi vuelo para los Estados Unidos. El día era más caliente que de costumbre, a excepción del paraíso tropical sombreado del patio de atrás de la casa de Isabel. El resto de la casa se sentía como un horno. Ella me hacía compañía mientras yo doblaba la ropa y me quejaba del clima y, por fin, le conté lo de la nube.
Ella escuchó con atención. Desde mi niñez siempre lo hacía. Me cuidaba cuando mis padres necesitaban una cuidandera durante viajes largos o en los veranos. Yo había jugado bajo su supervisión en esa misma casa en las afueras de Cumaná. En aquellos días, yo daba rienda suelta a mi creatividad. Escribía poemas y desempeñaba dramas caseros para ella. Ella me llevaba 20 años. Ahora su cabello negrísimo, que mantenía corto, estaba surcado por unas pocas canas. Era de estatura mediana, con hombros anchos y el torso que se adelgazaba hacia las caderas, característica que compartía con la mayoría de sus parientes. Su piel cobriza natural y el cabello negro eran impresionantes, aunque no era hermosa, su personalidad vibrante fácilmente llamaba la atención de todos.
Estaba ansiosa de tener otra experiencia semejante en Houston donde conectaría vuelos, aunque no era práctico hacer escala en otro lugar. Ni era un acto muy inteligente, lo sabía, pues tenía el problema en la cabeza. Isabel me sugirió que hablara con otra ahijada, Angela, una psíquica floreciente. Nunca había conocido a Angela. Según Isabel, sus poderes habían surgido recientemente después que un espiritista la limpió.
Al observar mi incomodidad cuando mencionó al espiritista, lo cual interpreté como brujo
, me aseguró que Angela había ido a El por desesperación y no en busca de tales poderes. Sólo quería saber lo que le pasaba.
Isabel nunca me impuso estos asuntos porque yo crecí en un hogar que era más europeo, por el padre ibérico de mi madre, y norteamericano también por mi padre. En esta ocasión, ella decidió ir en su coche a la casa de Angela por ella. Volvíeron como a la media hora. Cuando entraron a la alcoba, Angela halló un espacio pequeño entre las maletas esparcidas sobre la cama y se sentó. Tenía unos treinta años. Su dulce disposición y ojos amorosos me daban ánimo. Como muchos venezolanos, sus rasgos físicos son una mezcla de genes africanos, indios y europeos. Ella escuchaba mientras yo hablaba en voz baja. A excepción de Isabel, no quería que el resto de la familia oyera.
Describí la nube, la energía que me halaba, y añadí:—Se sentía como cierta fuerza ... ¿qué es?
Moviendo la cabeza de arriba a abajo, Angela cayó en un trance hasta que abrió los ojos.
—Tienes permiso para comenzar tu misión. Un limosnero te está llamando a Venezuela .
Perpleja y en silencio pensé en lo que ella decía. Casi no podía creerlo. No le había dicho nada de la vision del limosnero de Cristina a ella ni a nadie de la familia.. Le pedi más información.
Ella dijo:—Lo mató un carro en Caracas en su juventud; murió sin realizar su sueño de ser escritor.
Miré a Isabel cuyos ojos castaños muy abiertos seguían fijos en Angela.—¿Sabe Angela de mi novela?—le pregunté. Isabel negó con la cabeza y se pasó una mano por el cabello.
Angela sonrió y dijo:—El limosnero quería ser escritor pero era pobrísimo.
—¿Puedes comunicarte con él?
Volvió a cerrar los ojos y, de repente, comenzó a llorar. Era obvio que se comunicaba con la misma tristeza melancólica. La verdad era que yo había sentido la misma tristeza cuando pensé en la visión de Cristina.
Traté de explicárselo a Isabel.—No sé por qué, en ocasiones, la misma tristeza me pasa y aunque no me llegan imágenes de Venezuela, sé que viene de aquí.—Miré a Angela que seguía sollozando.—Pensaba antes que era una premonición de la muerte de alguien, pero ni amigos ni parientes habían muerto ni estado gravemente enfermos. En todo caso, cada ataque melancólico comprendía las mismas sensaciones, una tristeza registrada a un nivel más allá de los sentidos normales. Es como...—dije, buscando una forma lógica de describir los ataques,—es como estar paralizada por una fuerza externa que me recorre el cuerpo.
Mientras Isabel y Angela escuchaban, les conté la visión de Cristina con el limosnero. Ella había usado la misma palabra limosnero
. Omití toda referencia al rabino o sacerdote. Mi vuelo saldría dentro de una hora y aprisa terminé de empacar mientras exploraba otras razones de la tristeza del limosnero.
Al regreso a Dallas, llamé a Cristina y le sugerí que nos encontráramos. Le dije:—Cuando Angela dijo limosnero
al instante me acordé de ti. Voy a Puerto Rico a una conferencia a fines de septiembre y puedo volar a Caracas después de la conferencia.
—¿Cuándo exactamente?
—Llamaré unos pocos días antes de salir, ¿hay inconvenientes?
—No, puedes enviarme unas preguntas por anticipado.—Después de un silencio breve, me dio instrucciones.—Quiero probarme, así que escribe las preguntas, asígnales un número y, por último, traza un mapa con esos números en otro pedazo de papel.
Me gustó la idea.—¿Como para buscar un tesoro?
Su voz robusta parecía complacida con mi analogía. —Algo así. Usaré el mapa para guiarme y escribiré las imágenes en un cuaderno antes de mirar tus preguntas.
—¿Qué haré con las preguntas escritas?—le pregunté.
—Envíalas en un sobre por separado. Pon ambos sobres en uno más grande. Nuestro sistema de correos es terrible, como bien sabes. Te recomiendo una compañía de mensajería, si puedes.
—Seguro,—respondí, aunque no estaba tan segura. Todavía su acercamiento era refrescante y, como descubrí eventualmente, muy diferente de la manera como obraban la mayoría de los espiritistas. Su método para decifrar mensajes psíquicos era menos directo porque me miraba y comenzaba a dar mensajes. Lo que ella hacía era enfocarse en cada uno de los números dibujados en el mapa y luego escribir las imágenes que llegaban. Era una invitación a más claridad porque el lenguaje fundamental del cerebro humano usa las imágenes. Como dije, ella no inyectó sus propias interpretaciones.
Cuando nos conocimos varios meses después, tuve un encuentro cara a cara con una madre africana que trabajaba como profesora de química en la secundaria. No me sorprendí cuando me dijo que tenía seis hijos. Como este fue un viaje rápido, no llamé a ninguno de mis parientes y amigos de Caracas para advertirles de mi visita. Ella asentía y sonreía con los ojos. Comenzamos a charlar en su furgoneta, y seguimos hablando hasta llegar a un hotel cerca del aeropuerto. Casi inmediatamente, ella describió sus experiencias y pruebas místicas, tales como el recibir el último poema de una niña moribunda.
—Tan pronto como terminé de escribir el poema, ella murió,—explicó.—Había estado en coma un tiempo, y antes de su muerte, me perseguía la necesidad de escribir algo. Cuando visité a su familia, la cual no conocía muy bien, me contaron que a ella le encantaba escribir poesía. Cuando leí el poema que recibí por telepatía, su familia reconoció su estilo y sus palabras. Ella se comunicó conmigo, como sabes, para darme su último poema.—Fue un ejemplo conmovedor de la paz maravillosa y cálida que sienten individuos como Cristina.
Ella hablaba suavemente mientras me presentaba su dón
como le gustaba decir.—Hay varias maneras de abrirse uno. Pasaré por alto el discurso sobre la fisiología del cerebro; puedes suplementar esto con lecturas cuando vuelvas a Dallas. Por ahora, me referiré a estos canales como los lóbulos derecho e izquierdo. El izquierdo es el centro lógico, y es importante también. ¿Sabes lo que hace el lóbulo cerebral derecho?
Después de decirle que tenía una idea general, ella continuó:—Me gusta llamarlo la mente metafórica; cautiva todo el cuadro, incluso los significados de la subconsciencia, antes de que el lóbulo izquierdo analice cada componente de la cadena consecutiva. El izquierdo es el marcador de tiempo; le mantiene a uno los pies aquí,—dijo golpeando el piso con un pie.—El lóbulo cerebral derecho va más allá de eso. La galaxia que viste puede haber sido el resultado de tu traspaso de la barrera del espacio y el tiempo; es decir, tu lóbulo izquierdo estaba desprevenido cuando te comunicaste con el otro lado.
Confirmaba lo que ya sospechaba acerca de la nube.—La vi a través de mi visión periférica.
Ella asintió con la cabeza. Añadí:—Me han dicho que es una señal de Dios.
—Sí, campo abierto. La puerta abierta.—Hizo una pausa de un minuto y luego dijo:
—¿Comenzaste a ponerte así después de empezar a escribir la novela?
Me quedé pensando en eso. No estaba convencida de que yo fuera un canal.—Había querido escribir un libro durante varios años, pero estaba demasiado ocupada. Entonces, un día sentí una necesidad extraordinaria de escribir. No sé por qué, pues era un día corriente, y me senté a escribir. En efecto, la novela comienza en Venezuela ....
Ella sonrió.—Escribir poesía ... cualquier cosa que comprometa la imaginación abre los canales. Mientras más escribas, más abierta te vuelves. Ese es el mensaje de las visiones que tuve acerca de ti, como verás. Escribir te sanará. También ayudará al limosnero que es obvio que está trabajando contigo.
—¿Cómo sabes? Eso no es una ocurrencia normal. Entonces, ¿cómo sabes que el limosnero me está ayudando?
Se encogió de hombros y respondió:—Solamente, lo sé. Por eso es tan difícil tratar estos mensajes.
—¿Expresarlos con claridad, quieres decir?
—Y descifrarlos también.
Me moví hacia adelante en la