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Perversiones Oblicuas
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Libro electrónico127 páginas1 hora

Perversiones Oblicuas

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No deseo desvelar al lector nada de lo que va a encontrarse en las páginas de este libro. Sí quisiera advertirle, sin embargo, que en ellas no va a toparse con nada que no esté en su interior, nada que no pertenezca, de un modo u otro, a la propia naturaleza del hombre (de la mujer) y que, por tanto, omita la farsa de apartar los ojos con asco, horror o incomprensión ante la lectura de según qué párrafo. Quién sabe qué peores delitos alberga su corazón, a priori tan libre de culpa.

Si alguien quiere, a pesar de todo, tacharnos de provocadores, acusarnos de fomentar el mal gusto o tildarnos de ser una pandilla de degenerados, primero se lo agradeceré profundamente y, segundo, le diré que lo único que nosotros pretendemos es, tal y como subraya una de las acepciones de la palabra perversión, "perturbar el orden o el estado de las cosas". Dudo que, producto de esta perturbación, el mundo resultante fuera peor de lo que es ahora.

Alberto Trinidad
(Director editorial de Ediciones Oblicuas)
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 may 2013
ISBN9788415067573
Perversiones Oblicuas

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    Perversiones Oblicuas - Alberto Trinidad

    www.edicionesoblicuas.com

    Prólogo

    Cuando me planteé la posibilidad de realizar una antología de relatos con algunos de los autores Oblicuos para celebrar el quinto aniversario de la editorial, sinceramente no dudé mucho a la hora de escoger un tema común a estos cuentos. Si hay algo que define, por encima de otras muchas particularidades, a los escritores con los que he tenido el placer de embarcarme en esta aventura editorial, es la transgresión. La transgresión en sus más múltiples facetas, ya sea por la utilización poco usual del texto narrativo, por la temática que componen sus obras, por la actitud en sus apariciones públicas, por su inhabitual uso de la metáfora o, simplemente, por no conformarse con permanecer en el lado sólido, confortable de la realidad y/o el arte y tratar de ir más allá de los cánones establecidos a través de sus plumas, bolígrafos, lápices o lenguas. De modo que, al ponerme en contacto con ellos, uno a uno, para plantearles su participación en este proyecto, no me extrañó en absoluto ver reflejada en sus rostros cierta sonrisa malévola que invitaba a pensar en el acierto de mi propuesta.

    A partir de ahí, todo resultó bastante sencillo. Les ofrecí unas cuantas semanas de plazo y una única premisa inicial alrededor de la cual debían escribir un relato: la perversión, sin especificar de qué tipo. Al cabo de ese par de meses (unos más tarde que otros, ya se sabe) me entregaron sus trabajos terminados y pude comprobar, con orgullo, que el resultado final del libro respondía con exactitud a la idea que me había hecho de él en un principio. Cada uno de ellos, con su más que identificable estilo y atendiendo a sus propios fetiches literarios, ayudaron a dar forma a estos 12 relatos concebidos desde sensibilidades y maneras de encarar el texto literario muy marcadas, pero cuyo gusto por explorar los márgenes de la literatura los une.

    No deseo desvelar al lector nada de lo que va a encontrarse en las sucesivas páginas de este libro, por ello no voy a extenderme mucho más en este prólogo. Sí quisiera advertirle, sin embargo, que en ellas no va a toparse con nada que no esté en su interior, nada que no pertenezca, de un modo u otro, a la propia naturaleza del hombre (de la mujer) y que, por tanto, omita la farsa de apartar los ojos con asco, horror o incomprensión ante la lectura de según qué párrafo. Quién sabe qué peores delitos alberga su corazón, a priori tan libre de culpa.

    Si alguien quiere, a pesar de todo, tacharnos de provocadores, acusarnos de fomentar el mal gusto o tildarnos de ser una pandilla de degenerados, primero se lo agradeceré profundamente y, segundo, le diré que lo único que nosotros pretendemos es, tal y como subraya una de las acepciones de la palabra perversión, «perturbar el orden o el estado de las cosas». Dudo que, producto de esta perturbación, el mundo resultante fuera peor de lo que es ahora.

    Alberto Trinidad

    (Director editorial de Ediciones Oblicuas)

    *** Quiero agradecer la colaboración en este libro de una magnífica estrella invitada, venida de la mano de Juanita Márkez, como es Itziar Ziga, una de las abanderadas del movimiento transfeminista en nuestro país y que, seguro, le otorga a esta recopilación un matiz distintivo.

    —Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!

    —Son para verte mejor.

    —Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!

    —Son para oírte mejor.

    —Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!

    —Son para…

    Alberto Díaz

    Alberto Díaz (Barcelona, 1975) estudió Derecho, pero no terminó la carrera porque muy pronto descubrió que jamás llegaría a Perry Mason. Trabajó como investigador privado, pero aquello no tenía el encanto de las historias de Philip Marlowe, así que también lo dejó. Lleva más de una década dedicándose al periodismo musical en revistas como Ruta 66 y Popular 1, y ni siquiera ha cursado Ciencias de la Información. Siempre metiéndose donde no le llaman, acaba de publicar su primera novela, Persiguiendo ángeles, lo cual le convierte, oficialmente, en escritor. 

    BELLOS MONSTRUOS

    No soy nada bueno contando chistes. Y es una lástima, porque aquí se escuchan algunos que realmente hacen que te mees encima de la risa…, lo cual resulta de lo más útil los martes por la noche, ya me entiendes. Pero ése no es el caso.

    El caso es que tengo una memoria terrible. Fatal. La típica mala memoria que te impide retener en la cabeza la lista de la compra, el final de una película que te gustó moderadamente o aquel chiste desternillante que escuchaste un par de días atrás. Como ese tan divertido protagonizado por un misofílico, un hematófago y un gerontófilo; la clásica variante de los chascarrillos de siempre, ya sabes. La versión 3.0 del tonto que da sopas con onda a los listos que le chulean, pero sustituyendo gentilicios por parafilias y desviaciones sexuales, aunque aquí se nos tenga absolutamente prohibido referirnos a esos comportamientos con términos de ese calibre. No hay nada retorcido ni escabroso, sólo hay patrones. Hábitos de consumo. Y, en cierto modo, tiene sentido: el cliente siempre tiene la razón y, ¡qué diablos!, estamos en el puto siglo XXI. Casi todo vale, con un casi minúsculo y en cursiva, letra pequeña sepultada entre cláusulas ambiguas y normas de etiqueta: sabes que está ahí, pero no te molestarás en leerlo. Nadie lo hará, porque casi todo vale.

    Nada ofende.

    La primera vez que contemplas cómo un eunuco, enfundado en látex rojo de la cabeza a los pies, se masturba sobre un pastel de cumpleaños mientras exhibe un dildo extra grande en la comisura de su ojete engrasado, puede parecerte de lo más chocante, pero cuando ves el mismo numerito miércoles sí y miércoles no durante varios meses…, bueno, el factor sorpresa pasa a un segundo plano y simplemente centras tu atención en el número de velas que apagará con su primer manguerazo eyaculatorio. Fuerza, resistencia, velocidad, distancia. Restas morbo y te concentras en las variables; a veces ganas una buena pasta apostando, a pesar de que tengas que hacerlo a escondidas, claro; porque éste es un sitio serio, joder, aunque a menudo escuches chistes que hacen que te partas el culo de las carcajadas.

    Créeme, lo tengo en la punta de la lengua.

    Un misofílico, un lamereglas y un follaviejas están en una isla desierta y… oh, joder, no recuerdo cómo continuaba. Sólo recuerdo que era muy, muy bueno. De verdad. Ríete de las ocurrencias de Jaimito y de las sobadas cuchufletas entre un-inglés-un-francés-y-un-español, donde ya sabías de antemano quién iba a ganar. Olvídate de lo predecible y dale un beso de tornillo a todo lo demás: una vez has entrado con los dos pies en el serpenteante e interminable laberinto de la libido, todo es posible.

    Nada es chocante.

    Quiero decir, cada uno de nosotros tiene un modo distinto de llegar al mismo sitio. Por atajos o dando rodeos, desinteresadamente o con pasta de por medio, con embarazadas, hierros al rojo vivo, enemas o privación sensorial. A través de un agujero en la pared o detrás de él. Dentro o fuera. Fuerte o más fuerte. Miles de caminos para una sola meta, y todos son igualmente respetables.

    Incluso la ausencia de sexo es sexo. Los célibes son unos auténticos degenerados; los vírgenes, unos mentirosos del quince.

    Todos somos monstruos. Bellos y hambrientos monstruos. Parámetros estadísticos con enérgicas erecciones, cicatrices y agujas clavadas en los pezones; disfraces de felpa, jerbos, lo que sea… Sólo has de nombrarlo. Quizás no tengas ni idea de lo que es un gomfipotista, pero fliparías con el elevado número de gente que se pone cachonda con las dentaduras blancas y perfectas. Desde la más cristalina fuente de deseo, al más apestoso pozo de orines y agua putrefacta: todos estamos ahí, formando parte de la misma película, interpretando los papeles de nuestra deliciosa vida con una sonrisa en los labios. Chorreando fluidos y sangre.

    Y no, no hay nada sucio en ello.

    En ocasiones, tienes que trepar por la polla erecta del diablo y ponerte de puntillas sobre su ardiente capullo para poder comerle el coño a Dios.

    Y cuando lo consigues, nada más importa.

    Créeme.

    Hoy tenemos sadomasoquismo suave de nueve a diez; una gang bang con bukkake programado hasta las once y media; braquioprosis sin lubricante a partir de la medianoche. Sesiones privadas reservadas a golpe de talonario desde hace semanas. A la gente le encanta este tipo de cosas, y nadie pone pegas a pagar un recargo con tal de poder llevarse a casa un pedazo de cielo en formato digital.

    No es broma: tienen delante a una chica preciosa meneando un vaso de tubo lleno de vodka con naranja en su entrepierna y lo único que les preocupa es hacer zoom y enfocar al detalle los cubitos de hielo que se agitan cada vez que ella expulsa aire desde el interior de su vagina. Contemplan emocionados hermosas figuras de kokigami coronando penes circuncidados en las minúsculas pantallas de sus teléfonos móviles y cámaras compactas de última generación sin echar un vistazo al depilado mastuerzo de carne y hueso que tienen

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