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Crenshaw. El gato invisible
Crenshaw. El gato invisible
Crenshaw. El gato invisible
Libro electrónico143 páginas1 hora

Crenshaw. El gato invisible

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Información de este libro electrónico

Me llamo Jackson y en otoño empezaré quinto de primaria. Cuando sea mayor quiero ser científico de animales.

¿Sabías que un guepardo puede correr a 110km/h? ¿Que una cucaracha sin cabeza puede sobrevivir dos semanas? ¿O que cuando un lagarto cornudo se enfada escupe sangre por los ojos?

Honestamente, creo que los hechos son mucho mejor que las historias. No puedes ver una historia. No puedes sostenerla en tu mano para medirla. De hecho, las historias no son más que mentiras. Y a mí no me gusta que me mientan.

La regla número uno de todo científico es que siempre hay una explicación lógica para todo. Por ejemplo, ¿cómo aparecen gominolas moradas por arte de magia cuando apenas tenemos comida en casa? O, ¿por qué es difícil hacer amigos cuando siempre tienes hambre? O, ¿de dónde ha salido ese ridículo paraguas? O, ¿cómo es posible que mis padres crean que no me doy cuenta que discuten cuando llegan las facturas?

Pero, lo más importante es que tiene que haber una explicación lógica de por qué el amigo imaginario que me inventé hace años ¡se está pegando un baño de espuma en nuestra bañera!

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 oct 2016
ISBN9788424658960
Crenshaw. El gato invisible
Autor

Katherine Applegate

Katherine Applegate (Michigan, 1965) es una de las autoras de literatura infantil y juvenil más respestadas del panorama estadounidense. Es famosa por series como Animorphs o Everworld pero, además, con sus novelas ha ganado numerosos premios. El último de ellos, la prestigiosa medalla Newberry por su penúltima novela, El único e incomparable Ivan.

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    Crenshaw. El gato invisible - Katherine Applegate

    para Jake

    Dr. Sanderson

    Piénsalo bien, Dowd. ¿No conociste alguna vez, en algún lugar, a alguien llamado Harvey?

    ¿Nunca has conocido a nadie con ese nombre?

    Elwood P. Dowd

    No, no, a nadie, doctor. Quizás por eso me hacía tanta ilusión.

    –MARY CHASE, Harvey (1944)

    PRIMERA PARTE

    Una puerta es para abrirla.

    UN AGUJERO ES PARA CAVAR:

    PRIMER LIBRO DE PRIMERAS DEFINICIONES

    Escrito por Ruth Krauss

    e ilustrado por Maurice Sendak

    1

    Noté varias cosas raras en el gato surfista.

    Primera cosa: era un gato surfista.

    Segunda cosa: llevaba una camiseta. Decía: LOS PERROS SON ANIMALES PERO LOS GATOS SON BESTIALES.

    Tercera cosa: llevaba un paraguas cerrado, como si le preocupara mojarse (bien mirado, no parece algo que debiera importarle mucho a un surfista).

    Cuarta cosa: nadie más en la playa parecía verlo.

    El gato cogió una buena ola y se mantuvo en pie. Pero, cuando volvía a la orilla, cometió el error de abrir el paraguas. Un golpe de viento se lo llevó volando hacia el cielo. Casi choca contra una gaviota, le fue de centímetros.

    Ni siquiera la gaviota pareció notar su presencia.

    El gato flotaba por encima de mí como un globo peludo. Miré hacia arriba. Él miró hacia abajo. Me saludó.

    Llevaba una americana blanca y negra, estilo pingüino. Parecía como si fuera de camino a algún lugar elegante en un esmoquin de terciopelo.

    Me resultaba muy familiar.

    –Crenshaw –susurré.

    Miré a mi alrededor. Vi gente que hacía castillos de arena, gente que se lanzaba frisbees y gente que perseguía cangrejos. Pero no vi a nadie que mirara al gato surfista que flotaba en el aire.

    Cerré fuerte los ojos y conté hasta diez. Lentamente.

    Diez segundos parecían la cantidad de tiempo adecuada para dejar de estar loco.

    Me sentí un poco mareado. Me pasa a veces cuando tengo hambre. No había comido nada desde el desayuno.

    Cuando abrí los ojos, suspiré aliviado. El gato había desaparecido. El cielo era infinito y no había nada en él.

    ¡Flap! A pocos centímetros de mis pies, el paraguas del gato aterrizó en la arena como un dardo gigante.

    Era de plástico rojo y amarillo, decorado con dibujos de pequeños ratoncillos sonrientes. En el mango, escritas con lápiz de cera, se leía lo siguiente: ESTE QUITASOL PERTENECE A CRENSHAW.

    Volví a cerrar los ojos. Conté hasta diez. Abrí los ojos y el paraguas –o el quitasol, o lo que fuera– había desaparecido. Igual que el gato.

    Estábamos a finales de junio, hacía sol y calor, pero me estremecí.

    Me sentí como justo en el momento de saltar a la parte honda de una piscina.

    Estás de camino a algún lugar, aún no has llegado, pero sabes que no hay vuelta atrás.

    2

    El caso es que no soy de los que tienen amigos imaginarios.

    En serio. Este otoño empiezo quinto. A mi edad no es bueno tener fama de loco.

    Me gustan los datos. Siempre me han gustado. Cosas ciertas, tipo dos y dos son cuatro; tipo las coles de Bruselas saben a calcetín de gimnasia usado.

    Bueno, quizás lo segundo sea solo una opinión. Tampoco he probado nunca un calcetín de gimnasia sucio, así que igual me equivoco.

    Los hechos son importantes para los científicos, que es lo que quiero ser de mayor. Los datos sobre naturaleza son mis preferidos. Especialmente los que hacen exclamar «¡Anda ya!».

    Como que un guepardo puede correr a más de cien kilómetros por hora.

    O que una cucaracha decapitada puede sobrevivir más de dos semanas.

    O que, cuando el lagarto cornudo se enfada, echa sangre por los ojos.

    Quiero ser científico de animales. No sé bien de qué clase. Ahora mismo me encantan los murciélagos. También me gustan los guepardos y los gatos y los perros y las serpientes y las ratas y los manatíes. Podría dedicarme a alguno de estos.

    También me gustan los dinosaurios, excepto el hecho de que están todos muertos. Durante un tiempo, mi amiga Marisol y yo quisimos ser paleontólogos y buscar fósiles de dinosaurios. Ella enterraba huesos de pollo de la cena en su caja de arena para entrenarse en el arte de cavar.

    Marisol y yo montamos este verano un servicio de paseo de perros. Se llama Paseadas Panorámicas. A veces, mientras paseamos perros, nos intercambiamos datos sobre naturaleza. Ayer Marisol me dijo que un murciélago puede comer 1.200 mosquitos en una hora.

    Los hechos son mucho mejores que las historias. Una historia no puede verse. No puedes cogerla con las manos y medirla.

    Tampoco es que puedas coger un manatí con las manos, pero bueno. Si lo piensas bien, las historias son mentira. Y no me gusta que me mientan.

    Nunca me han interesado mucho las cosas imaginarias. De niño, no me disfrazaba de Batman ni hablaba con peluches, ni me preocupaba por si había monstruos bajo mi cama.

    Mis padres dicen que una vez, en el parvulario, me dediqué a decir a todos que era el alcalde de la Tierra. Pero eso fue solo un par de días.

    Cierto, tuve una etapa Crenshaw, pero montones de niños tienen amigos imaginarios.

    Una vez mis padres me llevaron al centro comercial a ver al conejo de Pascua. Estuvimos en un trozo de hierba falsa al lado de un huevo gigante falso en una cesta gigante falsa. Cuando me llegó el turno de posar con el conejo, eché un vistazo a uno de sus guantes y se lo arranqué de golpe.

    Dentro había una mano de hombre. Llevaba un anillo de boda de oro y tenía pelillos rubios.

    –¡Este hombre no es un conejo! –grité. Una niña pequeña se echó a llorar.

    El encargado del centro comercial nos echó. Me quedé sin cesta gratis con huevos de chocolate y sin foto con el conejo de mentira.

    Entonces me di cuenta de que la gente no siempre quiere oír la verdad.

    3

    Después del incidente con el conejo de Pascua, mis padres empezaron a preocuparse.

    Quitando mis dos días como alcalde de la Tierra, no parecía tener mucha imaginación. Pensaron que igual yo era demasiado adulto, demasiado serio.

    Papá se preguntaba si tendría que haberme leído más cuentos de hadas.

    Mamá se preguntaba si debería haberme impedido ver tantos documentales de naturaleza en los que unos animales se comían a otros.

    Pidieron consejo a mi abuela.

    Querían saber si yo actuaba de forma demasiado «mayor» para mi edad.

    Ella les dijo que no se preocuparan.

    Por muy adulto que les pareciera ahora, les explicó, segurísimo que se me pasaba en cuanto llegara a la adolescencia.

    4

    Unas pocas horas después de haber visto a Crenshaw en la playa, volvió a aparecer.

    Esta vez, nada de tabla de surf. Ni paraguas.

    Ni cuerpo.

    Pero yo sabía que estaba allí.

    Eran como las seis de la tarde. Mi hermana Robin y yo jugábamos a cerealbol en la sala de nuestro apartamento. El cerealbol va bien cuando tienes hambre y no hay mucho para comer hasta el día siguiente. Nos lo inventamos una vez que nuestros estómagos mantuvieron una conversación de rugidos. «Me comería un trozo de pizza de pepperoni», dijo el mío, y el suyo contestó «Sí, o una galleta salada con manteca de cacahuete».

    A Robin le encantan las galletas saladas.

    Es fácil jugar a cerealbol. Solo se necesitan unos pocos Smacks o unas migas de pan. Los M&M’s también sirven si tu madre no está por ahí para decirte que nada de azúcar; claro que, a menos

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