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No te hundas, Johnny: El último grunge
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No te hundas, Johnny: El último grunge
Libro electrónico277 páginas3 horas

No te hundas, Johnny: El último grunge

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Información de este libro electrónico

Johnny Fish es un grunge fuera de época al que poco le importan las cosas más allá de su colección de discos y sus amigos. Hasta que un día aparece Audrey, una chica por la que está dispuesto a hacer las cosas bien. Lástima que todo ello le lleve sin comerlo ni beberlo a pasar la última noche del Primavera Sound encerrado en una habitación de hotel, donde está a punto de recibir un disparo en la nuca. Pero no importa, pase lo que pase después, tú no te hundas, Johnny.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 jun 2016
ISBN9788416616886
No te hundas, Johnny: El último grunge

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    No te hundas, Johnny - Borja Figuerola

    Contraportada

    Lunes

    «Sunday morning brings the dawn in

    It’s just a restless feeling by my side».

    Cómo le gustan los domingos por la mañana, sobre todo en ese instante de recién despertar cuando suena la canción que tenía reservada en su radio cassette. The Velvet Underground lo arrancan de su sueño y la voz de Lou Reed le da los buenos días.

    Johnny se regodea en la cama. Siente el aroma de sus sábanas usadas con ese olor tan característico como sólo huelen sus sábanas usadas. Nunca ha entendido por qué la gente prefiere unas sábanas limpias con olor a suavizante o a jabón de Marsella, son demasiado impersonales. Según él, unas sábanas deben hacerse al cuerpo de la misma forma que el cuerpo a ellas; es una relación íntima la que se establece entre un cuerpo y las sábanas de su colchón. Johnny necesita marcar sus sábanas como un animal marca su terreno, son horas de sueño y trabajo.

    Bosteza como si quisiera poner a prueba la elasticidad de la piel que rodea sus labios, y da los buenos días al mundo. Se quita las legañas del ojo derecho y después las del izquierdo, y entonces parpadea. Ordena a sus pupilas que calibren la luz que entra por la ventana, pero están perezosas. Por suerte, hoy es domingo y la ciudad se empereza con él.

    ¡PLONK! ¡PLONK! ¡PLONK!

    Mierda, hoy no es domingo, piensa, pues a juzgar por esos ruidos de obras en el piso de arriba, hoy es lunes. Maldita sea, se ha dormido… parece que ayer también se le olvidó cambiar de hora el despertador, y entonces sentencia que los lunes son el día más prescindible de la semana.

    Johnny salta de la cama, entra en la ducha y gira la manecilla para descubrir que es demasiado tarde, han cortado el agua. Se viste unos tejanos y la primera camiseta aparentemente limpia que encuentra (hoy toca la de Green River, que quede claro), pulsa el botón de stop del radio cassette junto a la cama, le dice adiós a Tad, y sale escopeteado del apartamento.

    Baja al trote los cuatro pisos sin ascensor, sale a la calle y la mañana soleada de mayo le da la bienvenida a lo que intuye va a ser un gran día. Si la vida es un plato de macarrones, la salsa de tomate está ahí afuera, piensa. Hoy sí tendrá oportunidad de vivir todas esas emociones que cuentan sus canciones preferidas, de hacer suyas las palabras de tantos otros. Pero por ahora, se limita a caminar hasta la parada del autobús en Gran de Gràcia.

    Johnny sube al bus y mira sin disimulo a su alrededor, busca a alguien con la mirada, tal vez a aquella chica que coge el mismo autobús que él a las nueve y veinte, con la que nunca ha hablado pero ha imaginado tantas veces que lo hacía hasta llegar a conocerse, gustarse, incluso a quererse, y entonces su destino sería el mismo y la conversación la mantendrían desayunando en la terraza de un hotel de una bellísima ciudad rebosante de presuntuoso romanticismo…

    Pero Johnny no está enamorado, él no sabe lo que es eso.

    Lo aprenderá, pero todavía no.

    Johnny tiene predisposición para las pajas mentales. Además, este no es el autobús de las nueve y veinte, pues ha quedado claro que se ha dormido, así que baja del bus en Comte d’Urgell y recorre a pie los pocos metros que le separan de su destino. Llegas tarde, pero procura que no se note, tú procura que no se note, se repite una y otra vez. Y entra.

    —¡Buenaaassss!

    Le gusta aparecer así, aunque sea el día más ¡malaaassss! de todos.

    —Llegas tarde, Johnny.

    Oh, te han pillado.

    Johnny trabaja en una pequeña librería pocas horas por la mañana, o ya quisieran porque son demasiadas las veces que llega tarde. Un día cualquiera, su jefe le despedirá, pero por suerte no lo conoce personalmente, así que no se toma muy en serio su trabajo. Johnny sólo sabe que hay alguien que manda, que tiene mucho dinero, y que probablemente no lo haya ganado vendiendo libros. Pero esto son sólo suposiciones, o una de esas pajas mentales. En cualquier caso, estamos de acuerdo en que hay una sutil diferencia entre llegar tarde a trabajar y entre que te dé igual hacerlo.

    Pero hoy ha llegado tarde.

    —Perdona, pero no, Johnny llega justo cuando se lo propone.

    Y le da igual.

    —Claro, lo olvidé —dice sin tomarle en serio—, ¿por qué no te propones ahora sacar los libros de aquellas cajas y colocarlos en la estantería bien ordenados?

    Hay una montaña de cajas apiladas en un rincón, pues hoy es lunes, y siempre llega mercancía los lunes.

    —Encantado de hacerlo, Lluís. Yo por ti, lo que haga falta. —Y le enseña su gran sonrisa después de hacer pumpum con el puño sobre el pecho, donde se encuentra el corazón.

    Lluís es el cargo intermedio, justo entre el jefe ausente y los vendedores. Conoce el negocio al dedillo y está sobradamente preparado para ser el máximo responsable pese a su desorganización aparente, y Johnny desearía que así fuera. Le cae bien, pese a sentir que en ocasiones se ve obligado a marcar distancia entre cargos; seguramente se trate de una orden directa. Johnny cree que ante la presencia del jefe, Lluís cambia incluso su tono de voz, algo que sin duda aprendió a hacer en sus años mozos cuando ejercía de profesor de matemáticas en un reputado colegio de la ciudad. Pero su calmado temple no pudo hacer frente a jóvenes adolescentes con bolsillos y bocas llenas.

    Bolsillos, del dinero de sus padres.

    Bocas, de palabras malsonantes.

    La ecuación es sencilla: dinero de sus padres + palabras malsonantes = poco respeto.

    Pese a aprender a dominar su diafragma y respiración, Lluís necesitó asistencia psicológica. En el primer trimestre del nuevo curso, una sesión a la semana. En el segundo, dos. Durante el tercer trimestre iba cada tarde de seis a siete, claro que según las suposiciones de Johnny, a lo que iba realmente era a mantener relaciones sexuales sobre el diván. Pero suposiciones aparte, Lluís escogió su salud mental sobre su vocación, y terminó trabajando en la librería bajo las órdenes de un hombre serio, aparentemente tranquilo, sin experiencia previa en el mundo del libro pero que paga sueldos y facturas puntualmente, y deja trabajar sin molestar (palabras del propio Lluís, que quede claro). Visto así, es el socio capitalista ideal, piensa Johnny.

    —¡Hola, Johnny! ¿Se te han pegado las sábanas otra vez? Ji ji.

    Aquí la estupenda y bellísima Clara al habla, estudiante de medicina y gimnasta de cuerpo perfecto que combina ambas cosas a la perfección con la eficiencia en el trabajo. Un buen partido, pero Johnny no opina lo mismo. Para él, la estupenda y bellísima Clara es sólo una niña consentida y mimada, una de esas rubias que se ríen con ji ji. Sabido esto, sobre todo le gusta cómo le quedan esos estupendos y bellísimos leggins negros.

    —Sí, Clara. Se me han pegado las sábanas, otra vez. Gracias por preguntar, ji ji. —Y pone la guinda imitando su risa tonta.

    Johnny nunca espera respuesta de Clara, no le vale la pena.

    Tampoco espera nunca respuesta de Carlota, no le vale la pena.

    La bellísima y estupenda Carlota no se ha dirigido a él todavía, pero es estudiante de sociología, cuerpo perfecto de herencia genética, y combina ambas cosas a la perfección con la eficiencia en el trabajo. Un buen partido, pero Johnny no opina lo mismo. Para él, la bellísima y estupenda Carlota también es sólo una niña consentida y mimada, una de esas morenas que creen saber el qué y el porqué de todo y de todo el mundo.

    Y más cosas.

    Johnny está convencido de que la bellísima y estupenda Carlota no tiene televisión en casa, sino una cajonera enorme llena de etiquetas en la que lo clasifica absolutamente todo, y a todos. Claro que esto último también es una suposición, una paja mental más, pues Johnny nunca ha estado en su casa, ni lo quisiera. Sabido esto, sobretodo le gusta cantarle al oído el estribillo de Everything About You una y otra vez (la canción de Ugly Kid Joe, que quede claro).

    Menos mal que Johnny no juzga a la gente.

    Johnny y pajas mentales varias aparte, Clara y Carlota son amigas desde niñas, y han crecido juntas como dos calcetines: misma guardería, mismo colegio, mismo empleo, y mismo piso de estudiantes. Parece un ejemplo de buena amistad, pero para Johnny no es más que un caso de turbia relación sexual encubierta. Parece que sólo él puede tener amigos de verdad.

    Pero a Johnny le gusta trabajar con ellas, aunque todavía no lo sabe.

    Lo aprenderá, pero todavía no.

    Johnny debería pasar entre cuatro y cinco horas cada día en la librería.

    Digo debería porque lo que ocurre en realidad es muy distinto… ya lo entenderéis.

    Más que trabajar, controla de reojo a sus compañeras, las molesta con frases prestadas de canciones que ellas no reconocerían jamás, o se entretiene echando un vistazo a algún libro con fotografías de grupos de música tomadas en su época dorada, la grunge.

    Y cuando ninguna de esas opciones le seduce, entabla conversación.

    —¿Qué tal el finde, Lluís?

    Bé, bé, tranquil. He salido a pasear, leer… aquestes coses. ¿Y el tuyo? —Pero Lluís nunca espera respuesta de Johnny, ¿no le vale la pena?—. Escolta, Johnny, ¿por qué no colocas en su sitio estos libros que he ido encontrando por ahí? Ah! I abans de que se m’oblidi, hay un sobre para ti bajo el mostrador… no olvides recogerlo. —Y Johnny se inclina hacia delante por el peso de los libros que Lluís deja caer sobre sus brazos.

    ¿Un sobre para ti? Eso sí que es nuevo.

    Johnny le resta importancia y se dedica a repartir los libros por las estanterías como si fueran correo comercial, hasta que uno llama su atención: Découvrir les couleurs avec Ratounet. Una ratita con camiseta de rayas que sujeta una paleta con pinturas y un pincel parece dispuesta a enseñar los colores en francés al público infantil. Esto le hace recordar aquel libro sobre la Revolución Francesa que se llevó prestado y que todavía no ha devuelto. Johnny conoce sobradamente la diferencia entre una librería y una biblioteca, pero se lleva libros prestados por una buena causa. Eso sí, se trata de un secreto del que no debe enterarse nadie.

    —A ver qué libro vas a llevarte ahora…

    Vaya, parece que sí se ha enterado alguien.

    —Déjame en paz, Carlota.

    Découvrir les couleurs avec… —Carlota lee por encima de su hombro—. Veo que por fin has encontrado un libro ajustado a tu nivel —ríe.

    —Y yo creo que tu carpeta de clasificados necesita una revisión. —Johnny reacciona devolviendo el libro al montón que tiene bajo el brazo—. Además, no necesito aprender lenguas, me basta con domar las viperinas como la tuya.

    —Idiota.

    Carlota le enseña la lengua como para demostrarle que es perfectamente normal. Johnny, así nunca llegarás a conocer realmente a nadie.

    No, ni siquiera a ti mismo.

    En fin, ¿dónde iban los libros infantiles?, piensa.

    —Johnny, si tienes un momento, recoge esas cajas de cartón y sácalas al contenedor. Después repasa las ventas de la semana pasada, ¿de acuerdo? Perfecte, gràcies. Yo estaré arriba en el despacho, así que procurad no interrumpirme. —Y desaparece por la estrecha escalera de caracol que sube hasta el despacho.

    Johnny se pregunta por qué le ordenará Lluís las cosas si tienes un momento y se pone a recoger las cajas de cartón mientras murmulla contra Clara y Carlota, pues a ellas nunca les ordena ninguna tarea que no les apetezca hacer, piensa.

    Pero él se agacha, dobla cartón, se endereza, y acumula cartón.

    Y erre que erre contra Clara.

    Pero él se agacha, dobla cartón, se endereza, y acumula cartón.

    Y erre que erre contra Carlota, y vuelta a empezar.

    Pero él se agacha, dobla cartón, se endereza, y acumula cartón…

    Y tras tirar el cartón en el contenedor regresa a la tienda y busca bajo el mostrador: ahí están, los informes de ventas de la semana pasada. Johnny debería revisarlos, calcular los totales de cada título, comprobar el stock restante y preparar un informe sobre los más rentables y las unidades que deben encargar para la semana siguiente.

    Digo debería porque lo que ocurre en realidad es muy distinto.

    Una mujer entra en la librería y las conexiones neuronales de Johnny chispean. Ha tenido una idea, así que intenta llegar hasta la clienta antes que Carlota.

    —Hola, ¿puedo ayudarla?

    Pero no lo consigue.

    —¡Señora Gloria, la estaba esperando! Ya tengo lo que encargó… —Y Johnny se dirige discretamente a su compañera—. Carlota, de la señora ya me ocupo yo, es amiga de la familia… tú repasa las ventas de la semana pasada, por favor. Los informes están bajo el mostrador.

    —…Está bien.

    —Ah, Lluís está en el despacho, procura no interrumpirle. —Johnny no puede evitar sonreír, fruto del éxtasis por haberse salido con la suya antes de dirigirse de nuevo a la señora—. Dígame, ¿en qué puedo ayudarla?

    —Claro, joven… pero creo que se confunde. Yo no me llamo Gloria, yo soy Montserrat.

    —Por supuesto, Montserrat. Si ya lo sabía, pero esta chica es muy despistada con los nombres. Verá… —comprueba que no le observan y baja el tono de voz—, tiene un pequeño trastorno mental… bueno, digamos que es imprevisible ante cualquier mujer que no se llame Gloria.

    Todo mentira, evidentemente.

    —Ay, pobre chica… con lo buena persona que se la ve.

    —Sí, una tragedia. En fin, ¿qué se le va a hacer? —Y asiente con la cabeza mientras cierra los ojos.

    —Qué suerte tiene de tener a un joven tan atento a su lado…

    —Ni que lo diga. Pero, ¿sabe qué? Por aquí tengo a otra compañera que la atenderá perfectamente, es la persona ideal para lo que usted busca… ¡Clara! ¿Puedes venir un momento?

    —Pero si todavía no le he dicho…

    —Claro, ¿qué pasa? Ji ji.

    —Clara, ayuda por favor a esta señora. Busca un libro que creo que te encantará comentar con ella.

    —Por supuesto. Dígame, ¿qué libro es?

    Y es que Johnny detesta atender a la clientela casi tanto o más que repasar las ventas de la semana pasada. No es nada personal, sino que más bien siente que la vida le debe un domingo, uno que seguramente ha perdido estando de resaca.

    Eso, y que hoy no le apetece trabajar.

    Qué bueno eres, Johnny, se dice a sí mismo.

    Johnny mira por el escaparate hacia la calle. Se pregunta qué se debe estar perdiendo ahí afuera, hasta que en su punto de mira aparece Clara acompañando a la señora Montserrat con una bolsa de plástico en la mano.

    —¡Montserrat! Deje que la acompañe hasta la parada del autobús, no vaya a ser que se tropiece con el escalón.

    ¿Escalón? Johnny duda pero confía en que haya uno en el rellano de la puerta.

    —No se preocupe, joven, si voy aquí mismo.

    —Nada, nada… —Y se dirige a Clara, que no abre la boca—. Hazte cargo de Carlota, ya sabes… —dice con un gesto de locura con la mano.

    Y antes de que Clara pueda responder, Johnny coge a la anciana del brazo y salen por la puerta ante la incrédula mirada de sus compañeras. Y al torcer la esquina:

    —Muy bien, Montserrat. Ha sido un placer conocerla. La librería espera volver a verla pronto. —Y se descuelga del brazo de la anciana con una sonrisa y un guiño avispado, y echa a caminar calle abajo.

    Ahora sí, Johnny debería pasar entre cuatro y cinco horas cada día en la librería.

    Digo debería porque lo que ocurre en realidad es muy distinto.

    Pero eso a él no le importa. Lo que le importa es la sensación del sol en su cara, sin ataduras, sin horarios, sin responsabilidades. Johnny luce una gran sonrisa que sólo se interrumpe cuando cae en la cuenta de que ha olvidado su querido walkman en casa.

    Sentimiento de culpabilidad: 0

    Preocupación por lo ocurrido: 0, también.

    Autoestima (en el mal sentido, que quede claro): 8, y subiendo.

    Conclusión: no hay couleur, que diría Ratounet.

    ¿Por qué ha hecho esto? ¿Qué es tan importante que necesita recurrir a este tipo de maniobras para escaquearse?

    Nada, salvo él mismo.

    Algunos lo tacharían de irresponsable, egoísta, inmaduro… y no se equivocarían, pero él no lo ve así; aquí lo que importa es sentirse dueño de su tiempo, aunque esto no implique aprovecharlo. Eh, pero Johnny también sabe ser un buen partido, y piensa demostrároslo en su otro empleo: la tienda de discos de su tío, o en otras palabras, el lugar donde cobra lo que necesita, cuando lo necesita, y donde encuentra todas las facilidades del mundo para ampliar su colección de discos.

    Ramón es el tío de Johnny, un hombre inteligente y espiritual y con una gran dependencia por el tetrahidrocannabinol. También es su único referente familiar en la ciudad.

    En el colegio, Ramón era un adolescente atrevido que hacía campana para escuchar música y fumar marihuana, mientras su hermano pequeño (el padre de Johnny, que quede claro) era un adolescente tímido que hacía campana para escuchar música y fumar marihuana. Y cuando el primero se echó novia, los dos hermanos hacían lo mismo pero a escondidas de ella.

    En la universidad, Ramón entró en la Escuela Superior de Agricultura y su novia lo hizo en la Facultad de Derecho. Lo demás continuaba igual bajo la excusa de severas conjuntivitis agudas, pero la cosa se complicó cuando la pareja contrajo matrimonio.

    Los padres de ella les regalaron un ático en Passeig de Gràcia, y mientras su esposa se convertía en una abogada muy respetada de un conocido buffet de abogados, él se convertía en la mayor amenaza de los buffet libres de la ciudad. Mientras ella recibía en su despacho a importantes empresarios y cargos políticos con pleitos pendientes, él perfeccionaba su nueva forma de cultivo de hortalizas en el invernadero… o esa era la versión oficial. Pero a veces basta con tener poco en común para que una pareja funcione, ¿o no?

    Pues no, y es que cierto día de excesos, todo se torció. Ramón se dejó la llave puesta en la cerradura y ella no pudo rechazar la curiosidad que sintió por enorgullecerse de los avances de su marido en su nueva forma de cultivo de hortalizas.

    La mujer de Ramón despertó en la cama del hospital: arritmia cardíaca producida por un ataque incontrolado de ansiedad con pérdida de conciencia como reacción del sistema de defensa y amnesia temporal, según los médicos. Ramón logró convencerla de que nada se interpondría en su relación y la pareja volvió a casa cuando ella se encontró mejor. Y nada se interpuso, salvo la ley de la gravedad, la misma que destrozaría su colección de discos y su plantación cuando ella lo tiró todo por el balcón. Suerte tuvo él de poder bajar por el ascensor.

    Ramón y su mujer se divorciaron, y él dedicó los siguientes años de su vida a viajar. Recorrió buena parte del planeta sin una moneda de sobras, sólo bajo la ley del intercambio: allá donde iba intercambiaba sus conocimientos sobre cultivo por comida, transporte, o una ducha, pero casi siempre por papel de fumar.

    Y así ascendió hasta el Machu Picchu, cruzó el Himalaya nepalí y habitó en el Kilimanjaro. Con más edad de la que aparenta y más kilómetros que cualquiera en sus pies, puede sentirse afortunado. Será el aquí y ahora, su controlada alienación del imperialismo, o una adecuada gestión de las emociones. En cualquier caso, hoy por hoy se dedica a sus tres grandes pasiones: el auto cultivo para consumo propio, la música y la cocina, pero esto es otro secreto del que no debe enterarse nadie. Lo del auto cultivo, no lo de la música y la cocina.

    Johnny entra en la tienda de discos de su tío sin hacer ruido, o

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