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Sin Tacones No Me Concentro
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Libro electrónico291 páginas4 horas

Sin Tacones No Me Concentro

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Información de este libro electrónico

GiGi (bueno, Griselda Griswald en realidad, aunque todos la llaman GiGi) es una mujer con una misión: ayudar a las personas a mejorar su aspecto, elevar su autoestima y, gracias a ello, hacerlas más felices. Ser personal shopper es un arte difícil, que proporciona pocas recompensas tangibles.

Dado que sus clientes nunca admitirían necesitar su ayuda, su trabajo siempre se difundía por lo bajini. Ni siquiera bajo tortura lo admitirían. Seamos honestos, ¿quién admitiría que necesita un asesor de imagen?

Es como ser alcohólico: el primer paso es admitir que se necesita ayuda y reconocer que esos leggings, ya cumplidos los cincuenta años, no te convienen. Cuando lo hayas reconocido, estarás en el camino hacia la recuperación, y los servicios de GiGi te ayudarán, a pesar de que su madre insiste en que lo que hace no es un "trabajo de verdad".

“¡GiGi es totalmente arrolladora! ¡Es realmente increíble! Es una mezcla entre El diablo viste de Prada y El diario de Bridget Jones. Su entusiasmo es supercontagioso. De hecho, salta de la página a la realidad ante los ojos del lector y no puedes parar de leer, pues está escrito con gran emoción e intriga”.

Annie - Chick Lit Plus

"Colette Kebell ha creado una emocionante y divertida aventura. Es posible que le desees lo mejor a GiGi y a sus amigos con todas tus fuerzas, pero nunca estás seguro de si va a tener éxito y eso es lo que te mantiene pasando las páginas hasta el final".

Holly – Bookaholic Confessions

“Colette Kebell ha creado una superestrella llamada GiGi, nuestra peculiar heroína y amante de la moda. GiGi es un personaje brillante y único. Colette Kebell escribe con tal confianza y descaro que no dejarás de sonreír desde la primera hasta la última página”.

Nikki - Best Chick Lit

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 mar 2021
ISBN9781071593615
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    Sin Tacones No Me Concentro - Colette Kebell

    Sin Tacones No Me Concentro

    COLETTE KEBELL 

    Sin Tacones No Me Concentro

    UN LIBRO DE SKITTISH ENDEAVOURS:

    Publicado originalmente en Gran Bretaña por Skittish Endeavors 2015 y esta edición 2021

    Copyright © Colette Kebell 2015-2021. Todos los derechos reservados

    Segunda Edición Revisada

    El derecho de Colette Kebell a ser identificada como la autora de esta obra

    se establece conforme a los artículos 77 y 78 de la Ley de Derechos de Autor y Patentes de 1988.

    Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y acontecimientos son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con hechos reales o lugares o personas, vivas o muertas, es meramente coincidencia.

    Condiciones de venta

    Este libro se vende sujeto a la condición de que no se prestará, revenderá, alquilará ni se distribuirá mediante ninguna otra forma de encuadernación o cubierta, diferente a la que está publicada y sin una condición similar, incluyéndose esta condición, imponiéndose al comprador posterior.

    Los libros de Skittish Endeavors son suministrados e impresos por Babelcube

    Los libros electrónicos se comprarán en Babelcube: www.babelcube.com

    Gracias a:

    Diseño © www.Lizziegardiner.co.uk; ilustraciones © Shutterstock.com.

    Revisor y corrector: Patrick Roberts

    Traducido por Eladia Robles Grau

    CAPÍTULO 1

    ¿Jerseis nórdicos para Navidad? ¡Oh, venga ya! Tengo algo de ética, después de todo. Este tipo me está volviendo loca.

    Se cree que la crisis comenzó en 2008, cuando la recesión nos alcanzó a todos, pero en realidad no. El GRAN problema empezó cuando decidí que podía mejorar el mundo expandiendo mi negocio. Agregar una sección masculina a mi sitio web de personal shopper parecía lo correcto en ese momento. Después de todo, ¿por qué limitar mi experiencia a solo la mitad del mundo? Estaba equivocada, no, estaba profundamente equivocada, a muchos niveles.

    Al principio la gente pensó, increíblemente y por la razón que fuera, que era un sitio web de citas y me enviaban correos spam. «Oye, ¿eres tú la de la foto?» O, peor aún, «¿Qué talla usas?». Entre ellos, se encontraba ese tipo normal y corriente que se habría beneficiado de algún consejo de estilo. Pero seamos francos: eran solo unos pocos. A pesar de mis cordiales respuestas (después de todo, soy personal shopper), pronto me di cuenta de que no había esperanza.

    La última solicitud, recibida hoy, era de un tal Jasper Barnes, que supuestamente trabajaba como empresario en Londres, pidiéndome que le encontrara un jersey noruego. La talla iba incluida en el correo electrónico. Personalmente, no tengo nada en contra de los jerséis noruegos. Algunos son bonitos. Mis mejores amigos los usan. El problema es cómo explicar a un hombre hecho y derecho que esos suéteres te hacen parecer el tío noruego de Pippi Calzaslargas. ¿Le apetece un trozo de carne de reno mientras espera?

    Ser personal shopper es un arte oscuro, con pocas recompensas tangibles. Y es que mi trabako se hace conocido gracias al boca a boca, pero mis clientes nunca admitirían que necesitaban mi ayuda. Ni siquiera si se les sometiera a tortura. Seamos sinceros: ¿quién admitiría necesitar un asesor de estilo?

    La gente necesita consejos y, a menudo, un nuevo punto de vista ayuda a rejuvenecer un vestuario que, con el tiempo, se ha vuelto aburrido. ¿Pero quién lo admitiría? ¡Nadie!

    Es como ser alcohólico: el primer paso es admitir que necesitas ayuda, y reconocer que esas mallas, ahora que ya tienes cincuenta y tantos, ya no te convienen. Cuando lo hayas reconocido, te encontrarás en el camino hacia la recuperación, y mis servicios te ayudarán a llevarlo a cabo.

    Empecé por casualidad, cuando tenía veintitantos años. Soy compradora compulsiva, y no me refiero a eso de manera peyorativa. El derecho a comprar debería reconocerse en la Constitución (si aún viviera en Estados Unidos), justo debajo del «libre ejercicio de la religión» y la «libertad de expresión», y por encima del «derecho a poseer y portar armas» (a menos que vengan en diferentes colores).

    Una especie de Enmienda 1B: el Congreso no promulgará ninguna ley con respecto al libre ejercicio de las compras; ni reducirá la libertad de irse de tiendas; ni minará el derecho de las personas a reunirse pacíficamente (excepto durante el período de rebajas), y gastar en ropa y zapatos. Los bancos deben invertir en el derecho de las personas a buscar la felicidad, mediante el diseño de moda.

    Entonces, la gran pregunta es: ¿satisfago a un cliente potencial, alguien que podría tener miles de libras para gastar, y me olvido de mis creencias? ¿Vale la pena darle la espalda a mi ética para complacer a un cliente, simplemente porque estamos en un período posterior a la recesión (y en realidad necesito el dinero)?

    La simple respuesta es «No. Nunca. Ni en sueños. Jamás.»

    Estimado Jasper:

    Gracias por contactarme en Gigi-Personal Shopper. He analizado su solicitud para ayudarlo a encontrar un jersey noruego para esta Navidad. Desafortunadamente, tengo que rechazar su solicitud.

    Como personal shopper, debo informarle que no compramos artículos específicos bajo pedido. Preferimos un enfoque más personal, donde dedicamos tiempo en comprender las necesidades de nuestros clientes y tener un análisis completo de su estilo actual para luego proponer alternativas adecuadas. Es un proceso lento, supongo, que no se ajusta a sus necesidades.

    Aprecio las dificultades con las que se pudo haber topado para encontrar la prenda mencionada anteriormente. Para ser sincera, recuerdo que mi abuelo tuvo uno hace mucho tiempo, pero desde entonces parecen haber desaparecido por completo de la faz de la tierra.

    Definitivamente tengo en mi memoria una escena de la película noruega Troll i Ord, de 1954, donde llevaban uno. Desde Licencia para matar (protagonizada por Clint Eastwood, de 1975), donde el personaje principal pasó a usar un jersey de cuello alto, la moda parece haber evolucionado, hasta cierto punto, inexplicablemente.

    Le pedí a mi socio que investigara el asunto, y entiendo que hay nichos de mercado para el artículo que solicitó. Consulte la lista adjunta de sitios web y tiendas (la mayoría en Noruega) que podrían cumplir su deseo de seguir con la tradición.

    Mis más cálidos (si encuentra su jersey) saludos,

    Gigi Griswald.

    Es posible que te hayas preguntado por mi apellido. Mi padre es sueco con algo de parte alemana (de ahí el apellido), mientras que mi madre es italiana. También tenemos una pizca de maltés y francés en algún lugar de nuestra ascendencia, pero esa es otra historia. Adquirí mi pasión por la ropa y la moda de mi madre; de lo contrario, ya tendría mi propia tienda de ropa de barrio. Lo que me pareció curioso es que me llamaran Griselda, lo que significa «batalla oscura» o algo así en alemán. La razón detrás de eso sigue siendo un misterio, y ninguno de los dos está dispuesto a desvelar al secreto por el momento.

    Me crié en Nueva York hasta que cumplí mi décimo cumpleaños, y luego la familia regresó a Milán durante un par de años. Este último período fue fundamental para que la moda me marcara antes de mudarnos al Reino Unido.

    A mis veintitantos años, tuve lo que «ellos» llaman un problema con la tarjeta de crédito. Para mí, no fue un problema en absoluto, y aunque admito que iba retrasada en mis pagos, pensé que estaba ejerciendo mis derechos, según la Enmienda 1B anterior. Desafortunadamente, el gerente del banco, un hombre pequeño y triste sin ninguna imaginación o compasión social, pensaba lo contrario. Él me dio un ultimátum: ¡paga tus deudas o ya verás!

    En aquella época, estaba trabajando para un pequeño bufete de abogados en Berkshire y odiaba cada minuto. En la escuela no era de notables, no era mala, pero definitivamente no era excelente. Descubrí que muchas de las materias eran aburridas, o al menos así se presentaban. No es de extrañar que suspendiera Economía Doméstica en secundaria, excepto que luego me convertí en una de las personas más influyentes en la moda en el reino. Sí, está ese pequeño detalle de que aún no soy superrica, pero bueno, el negocio está prosperando, así que no tengo quejas al respecto.

    Después de una reunión familiar en mi adolescencia, decidimos (¿?) que, debido a mi nada brillante carrera escolar, debería conformarme con una profesión menos exigente, y finalmente la palabra «secretaria» salió de la boca de alguien. No recuerdo de quién. De hecho, era rápida escribiendo a máquina y bastante lista, y durante esos años de pereza adolescente, el trabajo me iba bien. Ganar dinero ya no era un problema, excepto por el hecho de que me gustaba comprar.

    Sí, así es: para el día diez de cada mes, yo ya había hecho felices a muchos tenderos. En algunos casos, creo que incluso contribuí a enviar a algunos de sus hijos a la universidad, teniendo en cuenta la cantidad de dinero que gastaba. Algo había que hacer. Para tener éxito en la vida, es necesario tener un plan. ¡Y yo lo tenía!, aunque tal vez no fuera el más inteligente.

    Mi plan siguió el dictado de las principales universidades de negocios del mundo, como Harvard y Oxford, y fue uno de los mejores en la industria. Era simple, claro y conciso: necesitaba más dinero. Como se puede imaginar, eso no me llevó muy lejos; después de todo, todavía era una simple secretaria. Sin embargo, las personas pueden progresar y mejorar, incluso en el mundo del secretariado. Hay directores generales en todo el país que necesitan una mente brillante para resolver sus problemas: lo que llaman un asistente personal, que no es otra cosa que una secretaria con un nombre elegante y un sueldo considerable. Lo que sea, el mundo estaba a mis pies, y solo necesitaba unos buenos zapatos para calzarlos. Me hacía falta encontrar mi nicho.

    El primer objetivo fue bastante simple: conseguir trabajo, añadir más experiencia a mis espaldas, siempre vestida de Ferragamo, y luego pasar a un trabajo mejor pagado. Después de un año de ver escaparates y pasarlo mal, estaba preparada para dar el paso. Y así lo hice. Con el nuevo trabajo ganaba unas considerables tres mil libras (brutas) más por año que con el anterior. Ya no tendría que hurgar en los saldos de las marcas caras como un vagabundo en busca de ese tesoro desechado en el contenedor, que nunca llega. Ya no tendría que buscar en los grandes almacenes Primark esa camisa que, bien combinada con una falda y un accesorio adecuados, no parecerá barata. Tal vez incluso podría evitar tener que retrasar las compras hasta la temporada de rebajas. Para ser sincera, me gustaban bastante las palabras «de temporada» unidas a la de rebajas. Esa era una descripción perfecta sobre mí, una verdadera cazadora de gangas, que permite que la población de presas crezca hasta que llegue el momento, y luego sale a matar.

    La realidad me golpeó en la cara dos nóminas más tarde, cuando me di cuenta de que merodeaba por allí un tipo llamado «señor Inflación», que me quitó toda la diversión que podría haber tenido con el salario que me gané merecidamente por mi gran esfuerzo. «El señor Inflación»: la kriptonita que absorbió todo el poder adquisitivo de mi salario.

    El muy desgraciado.

    Pronto surgió una estrategia mejorada, así que comencé a trabajar algunas tardes y fines de semana como niñera. No iba a ganar mucho, ni cambiaría mi vida, pero le dio un poco de oxígeno a mis finanzas, aunque desde el principio sabía que sería más como el último aliento en el hundimiento del Titanic que una brisa fresca de primavera. Pero caí bastante bien, con una familia paquistaní no lejos de donde vivía. En aquel momento todavía vivía con mis padres, en una casa de tamaño decente cerca de Bray. Era un barrio adinerado y se necesitaban niñeras buenas y de confianza que pudieran cuidar a sus preciosos y queridos niños mientras sus padres salían a tomar una copa. Eran amigos de la familia, vivían al cruzar la calle y, gracias a un pequeño empujoncito de mamá, ya los tenía en el bote. Me contrataron.

    CAPÍTULO 2

    Aunque trabajes horas extra en un vecindario rico, no te emociones demasiado; no nadarás en billetes. Con el dinero extra, ahora podía permitirme unos Clarks, sin dejar ni un rasguño en el enorme y grueso cristal antibalas de la alta costura. Sin embargo, el trabajo resultó ser, ¿cómo debería decirlo?: gratificante. Era muy divertido cuidar de las niñas. Papá solía estar de aquí para allá por cuestiones de negocios o llevar a mamá a una comida de negocios; y mamá... bueno, mamá necesitaba ayuda profesional. Pero no nos desviemos del tema todavía. Las dos niñas se llamaban Laila y Uzma, de ocho y diez años respectivamente. Dos ángeles preciosos con una larga melena castaña y ojos del mismo color que eran fáciles de contentar con algún juego por la tarde y un tazón de helado. Normalmente jugábamos en el salón, un gran espacio con más sofás que una tienda de muebles y unos cuadros que, de hecho, deberían haber estado en un museo. Había unas extrañas piezas de escultura esparcidas por toda la casa, y las niñas sabían muy bien que debían evitar el peligro de jugar al fútbol o al tenis dentro de la casa. No es que no lo hicieran, pero al menos entendían que tenían que tener cuidado. Eso facilitaba enormemente mi trabajo.

    Sin embargo, la mayor parte del tiempo, me bastaba una partida de cartas, el Pictionary o el escondite para entretenerlas. Teniendo en cuenta que trabajaba allí por la tarde, las chicas se cansaban pronto y me hacían caso cuando las mandaba a la cama temprano. Casi siempre me sobraba tiempo, antes de que regresaran los padres, para ver ¡No te lo pongas! en la tele con Trinny y Susannah, mis dos superheroínas preferidas en la misión de salvar al mundo de una ropa horrorosa.

    Recuerdo claramente una noche de verano en la que jugamos al escondite. Esa noche permanecerá grabada en mi mente durante el resto de mi vida. Laila, la más pequeña, decidió esconderse en el armario de su madre. Sabían que todas las habitaciones del piso superior, excepto las suyas, estaban prohibidas; pero después de un largo tiempo buscándola en los lugares habituales, tuve que darme por vencida y expandir mis opciones de búsqueda. Tuve que empezar a buscar en el dormitorio principal y, cuando abrí las puertas del armario, en ese momento, me topé con algo totalmente horroroso, justo frente a mis propios ojos.

    Dicen que antes de morir uno puede ver su vida pasando por delante, como en una película, ante sus propios ojos. Lo que estaba frente a mí era la escena más horrible que jamás había experimentado: un gran armario lleno de la ropa más espantosa que había visto en mi vida. Me quedé sin palabras, paralizada, y apenas podía respirar. Eran el tipo de atuendo que mi abuela se pondría para una boda, si la novia no fuera de su agrado. Vestidos de color pastel con botones gigantescos. Yo pensaba que el vinilo había pasado a la historia a favor del CD y el MP3, pero aparentemente algunas personas aún usaban esos viejos discos; bueno, esto era lo mismo, pero aplicado al mundo de la moda. Esas ropas podrían haber sido muy buenas para nuestra querida reina de ochenta años, pero ¡venga ya!; ¡Su madre apenas tenía treinta años! Una cosa en particular me horrorizó: un vestido azul y amarillo con lentejuelas con enormes flores rosadas por todos lados. Lo empujé con un palo desde la distancia para asegurarme de que no estaba vivo y listo para matarme. Ya sabes, a veces te persiguen. ¿Podría ser realmente esta su ropa, o eran recuerdos de una tía vieja y difunta?

    Bueno, eso le dio a la pequeña Laila la oportunidad de escabullirse y ganar el juego, pero llegados a ese momento comencé a cuestionar las habilidades de crianza de la pareja. En serio, ¿dejar que una niña se esconda dentro de esa monstruosidad? ¡Hasta me planteé llamar a los servicios sociales!; ¿Cómo podría salvar a las dos niñas de un futuro sin estilo?

    No, esto era algo que necesitaba un enfoque más profundo. Tendría que proteger a esas pequeñas criaturas pobres solucionando el problema de raíz: la madre. Marianne era buena, una madre afectuosa y una persona generosa. Había nacido en Dinamarca y era una buena amiga de nuestra familia, aunque por alguna razón, ella y su esposo casi nunca venían a casa. Me atrevería a decir que era una mujer perfecta, que vivía una vida perfecta, a excepción, claro está, de su gusto en lo referente a la ropa. Si el dinero no puede comprar la felicidad, ciertamente no puede comprar estilo, eso es seguro. Supuse que se encontraba en esa situación de preferir y disfrutar de la ropa cómoda tras haber estado cuidando de la familia durante años. Los peores crímenes contra la moda a lo largo de la historia se han cometido en el nombre de la comodidad. Cómodo es el estilo Jack el Destripador, y poco después viene la pérdida de interés, el divorcio y una vida de miseria alimentando a las palomas, solo en el parque o, lo que es peor, compartiendo la vida con 20 gatos.

    No me malinterpretes: ella tenía un montón de dinero y podía permitirse cosas caras; solo que estaba comprando el estilo equivocado. Yo ya preparaba otro de mis astutos planes, pensando en cómo plantearle el asunto, cuando ella me lanzó una llamada de auxilio.

    —Oh, Griselda —dijo un día cuando yo acababa de llegar a su casa para hacer otra noche de niñera (realmente yo no pensaba en eso como cuidar de unas niñas, sino como una donación al fondo de mis zapatos)—, siempre vistes tan elegante, debes de gastarte una fortuna.

    Era cierto que me vestía elegante, pero creo que teníamos un concepto diferente de en qué consistía gastar una fortuna.

    —Yo no diría eso. La camisa me costó solo veinte libras. Los pantalones de cuero son de marca, pero los compré de un outlet. En realidad son una muestra, así que no verás otros iguales —dije.

    —¿De verdad? ¿Estás diciendo que es una pieza exclusiva? —El cebo fue lanzado y el pez gordo se lo iba a tragar, anzuelo y sedal incluidos.

    —Claro, hay muchos sitios donde conseguir ropa exclusiva, si sabes dónde buscar, y con tu figura supongo que no sería difícil encontrar algo para ti. Por supuesto, solo si estás interesada... —Pude ver sus pensamientos dándole vueltas en la cabeza. Por un lado, tenía la oportunidad de tener un vestuario más chic y, para variar, no vestir a los treinta como si fuera una octogenaria. Por otro lado, ella era rica, por lo que no podía permitirse el lujo de ser vista en una tienda de gangas y outlets que era donde yo solía cazar. Dicen que aparentar es lo más importante. Así que le lancé un salvavidas.

    —No tienes que comprar nada, y si alguien te ve, siempre puedes decir que me estabas acompañando a mí...

    Ella reflexionó durante un momento, las dudas la reconcomían desde dentro mientras ponderaba los riesgos y beneficios. Entonces, al final, contestó:

    —¿Qué tal este sábado?

    —El sábado entonces. ¡Te encantará!

    CAPÍTULO 3

    —¿Qué quieres decir con ¡Está de vuelta! —le pregunté a Ritchie, que estaba esperando tímidamente en mi oficina.

    —Jasper, el chico del jersey nórdico, ha vuelto a contestar. Ha mandado otro correo electrónico.

    —Ritchie, vamos, sabes que no tengo tiempo para eso. Dale una respuesta genérica y dile, amablemente, que se vaya al infierno.

    —Lo he intentado, de verdad. Ya nos hemos intercambiado una docena de correos electrónicos. Él te quiere a ti —dijo, y se puso el dedo índice sobre los labios, como siempre hace cuando está dudando si decirme toda la verdad o no.

    —Vale ya, ¡suéltalo! ¿Qué está pasando? —pregunté finalmente.

    —Es guapo —dijo con cara de culpable y ojos de perrito, sabiendo muy bien que había tocado un tema prohibido.

    Conozco a Ritchie desde hace siglos. Nos conocimos en el instituto y hemos sido los mejores amigos desde entonces. Compartimos la pasión por la ropa y todo lo que está de moda. Eso le ocasionó algunos problemas en aquel entonces: la forma en que se vestía era un imán para los abusones. A esa edad tienes que ser gris y llevar el uniforme como los demás; cualquier desviación

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