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The Great Central Station
The Great Central Station
The Great Central Station
Libro electrónico153 páginas2 horas

The Great Central Station

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Un famoso psicólogo infantil, autor de varios libros superventas sobre la crianza de los niños, descubre que no sabe tanto como pensaba cuando conoce a una pediatra y madre de tres niños. Ninguno de los dos imaginó cómo cambiarían sus vidas cuando compartieran un vuelo con destino a Las Vegas para una convención médica.
Para Jack Winston y Victoria Feingold, pase lo que pase en Las Vegas, no se queda en Las Vegas. Los sigue de regreso a Chicago.

Jack no quiere fallar, pero no está seguro de estar emocionalmente preparado para vivir con los tres hijos de Victoria. Sin mencionar a su madre, hermana, perro y exmarido necesitado.

¡Grand Central Station es un viaje de ritmo rápido y muy divertido!

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 jul 2021
ISBN9781667407845
The Great Central Station
Autor

Marsha Casper Cook

Marsha is a Chicago author as well as a screenwriter and radio show personality on Blog Talk Radio. She has been doing radio shows for the last ten years and she now produces all of the shows on Michigan Avenue Media. Inc. Marsha's group discussions are about writing and publishing. She also does special shows on many current issues but her passion has always been to help authors and screenwriters finish their projects.Marsha's Children's Books:The Busy Bus - also Audio BookNo Clues No Shoes - also AudioThe Magical Leaping Lizard - also AudioSnack Attack -also AudioI Wish I Was A Brownie- also AudioNon Fiction:To LifeFiction :Love ChangesGuilty PleasuresVirginia Templeton StoriesRomantic Comedies :It's Never Too late For LoveGrand Central Station

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    Vista previa del libro

    The Great Central Station - Marsha Casper Cook

    La gran Estación Central

    Algunas relaciones están destinadas a serlo

    Marsha Casper Cook

    Edición Smashwords publicada por Michigan Avenue Media Inc

    © Copyright 2016, Marsha Casper Cook

    Todos los derechos reservados.

    Ninguna parte de este libro electrónico se puede reproducir ni compartir por ningún medio electrónico o mecánico, incluidos, entre otros, la impresión, el intercambio de archivos y el correo electrónico, sin el permiso previo por escrito de Fideli Publishing.

    Edición de Smashwords, notas de licencia.

    Este libro electrónico tiene licencia únicamente para su disfrute personal. El mismo no puede revenderse ni regalarse a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, por favor, compre una copia adicional para cada persona con la que lo comparta. Si está leyendo este libro y no lo compró, o no se compró solo para su uso, debe regresar a Smashwords.com y comprar su propia copia. Gracias por respetar el arduo trabajo de este autor.

    Todo lo que necesitas es amor. Pero un poco de chocolate cada tanto no hace daño a nadie

    — Charles Schultz

    Agradecimientos

    Gracias a todos mis amigos y familia, por siempre estar ahí para mí, y un agradecimiento muy especial a mi editor Jeff Fleischer y a Robin de Fideli Publishing, gracias por toda su ayuda.

    Capítulo Uno

    Fue una de las primeras nevadas complicadas de la temporada, definitivamente no era una noche para una firma de libros. Otros habían advertido al doctor Jack Winston que no esperara una multitud, pero aún así, lo hizo. Nacido y criado en Chicago, debería haberlo sabido mejor.

    Después de mirar dentro de la librería Maxwell Meyers y darse cuenta de la verdad, Jack decidió dar la vuelta a la manzana. Se había sentido muy afortunado de poder hablar sobre su libro en una de las mejores librerías de Chicago. Si un autor tenía una firma exitosa en Maxwell Meyers, el libro tenía una gran probabilidad de llegar a la lista de los mejores vendidos.

    Jack se dio cuenta rápidamente de que no estaba a punto de romper ningún récord de ventas. Con suerte, su publicista lo dejaría tranquilo; después de todo, ella había planeado el evento. Él pudo haber aprendido una valiosa lección sobre mezclar negocios con placer, y que acostarse con una publicista no siempre era la forma más rápida de alcanzar la fama.

    Lo recordaría cuando salieran sus números, y luego la despediría. Había planeado cambiar sus costumbres cuando se casó, pero hasta ahora la mujer adecuada no se había cruzado en su camino. O si lo hizo, él no se había dado cuenta.

    Mientras caminaba, a Jack le costaba creer que hubieran tan pocos autos en la Magnificent Mile. La Avenida Michigan estaba tan silenciosa que podía oír sus propios pensamientos; era tan diferente del ajetreo y bullicio habituales. Los restaurantes estaban cerrando temprano, al igual que algunos de los otros negocios. A Jack no le gustaba cuando su ego estaba comprometido, pero le hizo darse cuenta de que no era especial, y tal vez lo necesitaba. Dudaba que alguna vez olvidara esa noche, y decidió aprender de la misma en lugar de analizarla.

    Todo el tiempo que estuvo caminando, pensó que tal vez dejaría de nevar y la noche podría salir bien. Entonces, después de tres cafés en Starbucks, dos muffins y una barra de chocolate, decidió caminar de regreso a la librería y vivir con las consecuencias.

    Conocía a Agnes Blackwell, la gerente de Maxwell Meyers, y sabía lo duro que trabajaba. Odiaba decepcionarla, porque fue una de las primeras madres en leer su libro y seguir sus consejos.

    Agnes estaba en la parte de atrás cuando él entró, pero le indicó que se uniera a ella. Era una cosita diminuta, no medía más de metro y medio, tenía un poco de sobrepeso y contaba con muy mala visión. Jack podía suponerlo por el grosor de sus lentes. Su cabello era rojo y rizado, tenía una sonrisa amistosa, y estaba masticando unos Cheetos, uno de los bocadillos favoritos de Jack. Agnes le ofreció un poco y él tomó un puñado para ser educado. Realmente no estaba hambriento después de todo el café y chocolate. Él  rió para sí mismo pensando que, hace cinco minutos atrás, la última cosa que se le hubiera ocurrido sería sentarse en la oficina de Maxwell Meyers, comiendo Cheetos con Agnes Blackwell.

    -Menos mal que la firma no es esta noche - dijo Agnes - No hubiéramos tenido mucha suerte. Nunca he visto este lugar tan tranquilo. Esta noche es un récord para nosotros, y no de una forma positiva. No he tenido clientes en horas. De todas formas, ¿qué haces paseando en una noche como ésta? Está horrible ahí afuera.

    Jack tomó un profundo respiro. sin querer admitir que tenía la fecha equivocada.  Él sabía que haría su mejor esfuerzo por no cometer errores como este, porque realmente no disfrutaba verse como un tonto -Tengo una cita con alguien en Gibson, y solo pensé en pasar a saludar y ver cómo está tu hijo.

    -Jack, eres muy dulce. Siéntate y déjame mostrarte su progreso- Agnes sacó su bolso del cajón del escritorio -Echa un vistazo a su boleta de calificaciones. Lo imprimí.

    -Esto es fantástico. Me alegra mucho. ¿Pudiste hacer que su maestra le diera otra oportunidad antes de que ella lo cambiara a una clase diferente?

    -Sí, puedes apostar. No puedo decirte lo feliz que estuvo mi esposo. Seguíamos intentando e intentando, pero no fue hasta que leí tu libro que quedó todo claro.

    -Es bueno oírlo. Guarda ese comentario para mi firma.

    -Claro que sí. Y está bien. Sé que pensaste que la firma era esta noche - ella rió -¿No es cierto, Doc?

    Él cogió otro puñado de Cheetos -Agnes, querida, estás absolutamente en lo correcto. Trataré de no cometer este error de nuevo. Es demasiado para mi empresa de relaciones públicas de alto precio.

    Jack tuvo su firma de libros una semana más tarde para "Comencemos con la tarea", y no fue muy bien, ciertamente no estuvo a la altura de sus expectativas. Solo había un puñado de personas en la tienda, ya que Agnes les había prometido libros gratis si se sentaban a escuchar, pero no lo hicieron. Estaban susurrando, texteando o estaban atentos a sus teléfonos. Una cosa era cierta: ellos no estaban allí por él. Jack trató todo lo que le era posible para captar su atención, pero no lo logró. Se prometió a sí mismo que nunca dejaría que le volviera a ocurrir eso, nunca más.

    Capítulo Dos

    (Dos años más tarde)

    El desayuno no era una imagen bonita en la casa de Feingold. Siempre pasaban tantas cosas que podía resultar muy difícil concentrarse. Victoria Feingold a veces se refería a su propio hogar como La gran Estación Central, porque las personas iban y venían a todas horas del día.

    A pesar del caos, Victoria Feingold tenía un método para toda la locura en curso. Hacía su mejor esfuerzo por ignorar el ruido, lo cual era bastante fácil para ella ya que era pediatra y su oficina estaba llena de niños llorando todo el día. Junto con el llanto, venían rabietas y vómitos. Sus pacientes estaban asustados, pero ella era un mal necesario para ellos; niños sanos eran su especialidad.

    Entonces, cuando todos en su casa estaban un poco fuera de lugar, ella hacía lo que tenía que hacer, ignorando toda la conmoción. Eso significaba requerir de sus servicios para ver quién la necesitaba. Si todo estaba despejado, podría sentarse y desayunar con sus pequeños. Sí no, ella saldría por la puerta, dejando que su madre se encargara de todo.

    Siendo ambas, doctora y madre soltera de tres niños, era bastante difícil. Siempre detestó el término pilar de la familia, pero eso es lo que ella era. Traía el dinero a la casa.

    No solo tenía que criar a Allyson, Andrew y Noah, sino que además tenía un ex-esposo, quien simplemente no había crecido lo suficiente para manejar responsabilidades. Su madre y hermana también vivían con ella. Y, por supuesto, ¿qué casa estaría completa sin un perro? Angus no era cualquier perro. Él era un Schnauzer con opiniones, de las cuales algunas de ellas compartía con los humanos.

    Para Victoria, Angus era confidente; creía que él era el único que realmente la entendía. Victoria y su ex, Michael, eran los únicos dos con quienes Angus compartía su amor por el idioma inglés. Victoria reconoció que si otros se enteraran, podrían inclinarse a llamarla loca.

    Debido a que pasaba la mayor parte del día respondiendo preguntas de madres y padres nerviosos que intentaban hacer lo correcto, a veces cuestionaba su propia capacidad. Sin embargo, su comentario de despedida a los padres antes de que se fueran de su oficina siempre fue: Ama a tus hijos. Los niños necesitan amor, y una vez que sienten tu amor, el resto viene solo. Uno de sus profesores universitarios le había compartido esos consejos y se sintió obligada a transmitirlos. Sabía que tenían razón.

    Su madre, Grace, hizo gran parte del trabajo duro. Lo hacía bien. Obviamente, sabía cómo, porque crió a Victoria y a su hermana, Ava. Bueno, Ava era otra historia; tenía casi cuarenta años y seguía madurando. Ella y Michael tenían problemas similares, lo que hizo que Victoria peleara con ellos casi todo el tiempo. Antes del divorcio de Victoria con Michael, todos vivían una vida muy frugal debido al problema con el juego de Michael. Eso no había sido divertido, pero las cosas estaban mejorando. Victoria pudo respirar de nuevo.

    A Grace le encantaba cocinar y creía que el desayuno era la comida más importante del día. Todas las mañanas, servía un buffet de cereales, tostadas, tortitas, avena, waffles, queso crema y bagels, por si acaso alguien tenía hambre. Andrew normalmente comía más que los demás. A Grace le encantaba eso de él. ¿Qué abuela judía no lo haría?

    El vecindario contaba con una gran comunidad de abuelos ayudando a sus niños a vivir el sueño americano. Luego de que los chicos fueran a la escuela, los amigos de Grace del otro lado de la cuadra se unían a ella para jugar a las cartas y comer las sobras. No jugaban por dinero, porque la mayoría de ellos no tenían mucho.

    Grace realmente disfrutaba tener a sus amigos allí, incluso si solo los invitaba para un café y donas. Siempre creyó

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