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Solo si la ley lo permite
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Libro electrónico296 páginas4 horas

Solo si la ley lo permite

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HQÑ 307
"Las relaciones que no cumplen esta ley están condenadas al fracaso"
¿Se puede tener una relación estable con una persona que es mucho más atractiva que tú? La teoría de Laura, una artista frustrada con muy mala suerte y un gusto pésimo para los hombres, es que no se puede, y ha desarrollado toda una ley al respecto: la Ley de los cuerpos equivalentes. Ha hecho de ella su filosofía de vida, la pone a prueba una y otra vez desde hace años y basa sus relaciones en ella.
Hasta que reaparece Fran, un modelo en horas bajas que busca reordenar su carrera y, de paso, su vida. Fran, su amor platónico del instituto.
Una antigua amistad y una mentira van a poner a prueba su Ley de los cuerpos equivalentes.
¿Qué es la Ley de los cuerpos equivalentes?
Eso que suena tan científico y rimbombante es una teoría de lo más simple y real. Y es que en los temas amorosos las dos partes implicadas tienen que estar compensadas para que la relación funcione. Cuanto más compensadas estén, más posibilidades de éxito, tanto a corto como a largo plazo. ¿No lo creéis? Seguid leyendo y veréis…

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IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 oct 2021
ISBN9788411051668
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    Vista previa del libro

    Solo si la ley lo permite - Mir Esteba

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2021 Mireia Esteba Navales

    © 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Solo si la ley lo permite, n.º 307 - octubre 2021

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Diseño e imágenes de cubierta: Mireia Esteban Navales.

    I.S.B.N.: 978-84-1105-166-8

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Prólogo

    1. Laura

    2. Laura

    3. Fran

    Alex

    4. Laura

    5. Fran

    6. Laura

    7. Fran

    8.Laura

    9. Fran

    10.Laura

    11. Fran

    12. Laura

    13. Fran

    14. Laura

    15. Laura

    16. Fran

    17. Laura

    18. Fran

    19. Laura

    20. Laura

    21.Fran

    22. Laura

    Epílogo

    Agradecimientos

    Si te ha gustado este libro…

    A Ivan y Xenia, por apoyarme en cada una de mis aventuras por muy descabelladas que sean.

    Prólogo

    ¿Qué es la ley de los cuerpos equivalentes?

    Eso que suena tan científico y rimbombante es una teoría de lo más simple y real. Y es que en los temas amorosos las dos partes implicadas tienen que estar compensadas para que esa relación funcione.

    ¿Compensadas?, ¿en qué?, me preguntaréis.

    Pues en todo. Cuanto más compensadas estén, más posibilidades de éxito, tanto a corto como a largo plazo.

    Esta es una teoría que comencé a plantear en el instituto, cuando vi que todas mis compañeras, y digo compañeras y no amigas por que soy de esas mujeres que les cuesta tener relación con otras mujeres y que se lleva mejor con los tíos, fracasaban estrepitosamente en sus intentos de establecer una relación amorosa una y otra vez. Y es que los humanos somos así, siempre aspiramos a más y por qué vas a enamorarte de ese amigo simpático, que te trata bien y está ahí para ti. No, nosotras nos enamoramos del guaperas de la clase, que en una hipotética escala, en la que nos encasillaran por nuestros atributos, estaría unos cuantos puestos más arriba que nosotros.

    Lo podemos simplificar con una visión un poco machista pero muy gráfica: pongamos que estamos en un número por cómo somos del uno al diez, por ejemplo. Si nosotros somos un seis, no buscamos a nuestra pareja entre nuestros equivalentes, sino que aspiramos más alto, a un siete o un ocho, incluso nueve o diez los más atrevidos. Total, por probar no se pierde nada.

    Pero en este caso sí se pierde, se pierde tiempo, confianza en ti mismo y sobre todo amor propio cuando te das la hostia.

    Pero bueno, ensayo y error, ¿no es así como se desarrolla un método científico?

    Pues después de toda una vida poniéndola en práctica una y otra vez en modo bucle, yo misma la elevé a ley, ya hace años. Todos esos amores platónicos que todos tenemos o hemos sufrido no son más que otro ejemplo de que la ley se repite una y otra vez y que a todos nos toca y nos afecta.

    Las relaciones que no cumplen la ley de equivalencia están condenadas al fracaso.

    Como ya he dicho, los dos componentes de la pareja tienen que estar compensados en todos los sentidos. Es decir, tanto a nivel físico como a nivel emocional, intelectual… Y en todo lo demás.

    En el tema físico, si no están compensados, siempre uno de ellos, el más guapo, si es de una manera muy perceptible, estará por encima en esa relación; y el menos agraciado siempre mostrará miedos y desconfianza. ¿Qué pasará? Que la relación se acabará.

    No penséis que soy una superficial, ya que no solo afecta a nivel físico, sino que también, cuando no están compensados a nivel intelectual, normalmente el más listo acaba aburriéndose, aunque su pareja sea un adonis o una venus. Pasada la atracción del principio todo se acabará. Otro fracaso.

    Hay más aspectos en los cuales las parejas perfectas tienen que estar compensadas, como el dinero o la clase social, tal y como se ha recreado miles de veces en la literatura.

    Y ¿cuál es la verdadera mezcla perfecta en todo eso? Pues ni puta idea. Tengo treinta y cinco años y sigo soltera. Si yo hubiera encontrado ese equilibrio, no tendría tanto tiempo para teorías, creo yo.

    1. Laura

    Todo comenzó como los otros días de mierda que son sucesivos en mi vida.

    Había tenido un turno en el cual los clientes habían estado especialmente inaguantables, y eso ya es decir cuando trabajas en atención al cliente, pero habían llegado las facturas y era reclamación tras reclamación, llamada tras llamada. Y como siempre, miraba el reloj en la esquina inferior de mi ordenador y las horas no pasaban.

    Lo único que hacía más llevaderas esas horas era garabatear en mi cuaderno. En su día eran ideas, bocetos para futuras obras, ahora solo era una manera de escapar de la vida de mierda que llevaba.

    Las cosas no tenían que ser así, fui una alumna excelente y me aguardaba un gran futuro. Pero quise ser artista y los artistas no tienen un gran futuro, por lo menos mientras están vivos. Y no me apetecía suicidarme. Me pagué Bellas Artes en la universidad más prestigiosa de mi ciudad trabajando de teleoperadora, ya que mi padre decidió que solo me pagarían una carrera seria como las de mis hermanos, uno ingeniero y la otra abogada. Uno en paro y la otra se casó y no ejerce, dicho sea de paso.

    Aun así, la carrera poco seria era la mía, según ellos.

    Y aquí sigo, comencé a trabajar para pagarme los estudios a los dieciocho años, acabé la carrera a los veintitrés y ahora, doce años después, sigo aguantando energúmenos al teléfono.

    La verdad es que ya hace tiempo que desarrollé eso que llamamos el síndrome de la teleoperadora, un estado mental en el que te pueden gritar e insultar, o bailarte una muñeira, que me resbala, solo asentiré y le preguntaré al susodicho si puedo ayudarle en algo más. Es un arma de autodefensa para poder aguantar esto día tras día sin tirarte por la ventana. La verdad es que dicen que las ventanas de los hospitales no se abren para que no haya suicidios, creo que en los centros de teleoperadoras también están bloqueadas. No lo he probado pero seguro que es así.

    Al acabar la universidad trabajé en algunos proyectos, pero está claro que como artista tienes que autofinanciarte, ya sabes, estudio, materiales y aunque ganas e ideas nunca me han faltado, hay un momento que tienes que tomar una decisión realista: o ser artista y vivir de tus padres hasta los cuarenta o tener un trabajo pasajero para pagar tu arte. Esto hasta que puedas vender una obra. Si lo haces, claro. Por eso en los centros de teleoperadores nadie es teleoperador como tal. Todos son músicos, estudian cine, son fotógrafos o artistas en general, ya que por horarios lo puedes compatibilizar con tus cosas y ganar dinero igualmente. Lo que no te explican es que, si no te vas rápido, quedas allí bloqueado como material de oficina de por vida.

    Estaba sentada en mi cubículo con los incómodos cascos, ya eran más de las nueve de la noche y parecía que, por mucha faena que hubiera, esta solo acababa cuando era la hora de dar la cena a los niños. Así que estaba escuchando la conversación que tenían mis compañeras, que las tenía situadas una a cada lado, y para hablar entre ellas tenían que chillar e intentar hablar a través de mí. Me sentía como el árbitro de un partido de tenis. En estos sitios conoces a todo el mundo de una manera superficial, de hola y adiós, o de una conversación banal en el momento en que las llamadas bajan, pero creo que de todos mis compañeros, que son cientos, solo conozco el nombre de una docena como mucho. Si cuentas a los que somos en el servicio, que trabajamos en horarios rotativos, conocer a doce no es una gran proporción.

    Así que estaba entre dos compañeras de esas de hola y adiós, que no tenían nombre, y ellas estaban contándoselas mierdas de sus vidas, que parecían más aburridas incluso que la mía. Yo estaba garabateando en mi cuaderno.

    —Mañana por la mañana tengo que llevar el coche al taller. —Compañera A compañera B.

    —¿Qué le pasa? —respondió la B.

    —Pues que me llevaron el retrovisor y me lo tienen que poner.

    —Y ¿no te saldría más a cuenta ir a un desguace y ponerlo tú?

    —¡Qué va!, es eléctrico y se tiene que instalar.

    —Vaya palo.

    —Ya te digo, no sé qué hacer, el taller está en un polígono industrial lejos del pueblo y van a tardar dos horas.

    —Puedes adelantar el libro.

    —Ya, pero no hay nada, el chico me ha dicho que si quiero me acerca al pueblo, pero pobre, me da palo pedírselo. Eso sí, con este calor, no sé si podré esperar sentada en una silla. Me llevaré un paraguas para el sol.

    No pude aguantar más sin intervenir.

    —¿Te vas a sentar en una silla en medio de un polígono industrial tapándote con un paraguas? —le pregunté a mi compañera.

    —No me queda otra, qué voy a hacer —se limitó a decir, encogiéndose de hombros.

    —No sé, pero si te piden precio, pon uno muy caro…

    Me miró como si no me entendiera.

    —Nunca pillo tus bromas —dijo mientras volvía a su libro.

    Me di cuenta de que tampoco necesitabas ser muy listo para trabajar allí, pero estaría atenta a las noticias relacionadas con la muerte de una puta en un polígono. Volví a mi dibujo hasta que dieron las diez.

    Cuando faltaba un minuto, apagué el ordenador, solté los cascos y pillé el bolso para salir a la carrera hacia el metro.

    Estaba chequeando el móvil, solo mensajes del chat de putas anónimas, donde mi amigo Alex hacía fotos a todos los tíos buenos que entraban en su tienda, se hacía selfies con ellos y nos los mandaba. Un par de mensajes obscenos de mi amiga Andrea y ya está.

    Era raro que a estas horas todavía no hubiera tenido un mensaje de mi novio en todo el día. Normalmente preguntaba qué horario hacía, qué cenaríamos, pero hoy, nada.

    Me puse un poco nerviosa, cosa que aceleró más mi camino a casa.

    Al llegar, la llave no estaba echada, así que entré, pero la casa estaba a oscuras, volví a chequear mi móvil y nada.

    Entré en el comedor, encendí la luz y el piloto del teléfono fijo estaba parpadeando. Tenía un mensaje en el contestador. Ni me acordaba de cómo se miraba el contestador, la mayoría de veces no recordaba que tenía teléfono fijo, no podía darlo a nadie porque ni me lo sabía. Solo estaba puesto porque venía incluido en el pack de internet que instalamos. ¿Quién llamaba a los fijos hoy en día? Lo descolgué para oír el mensaje.

    —Buenas tardes, Laura, soy Mercedes, tu casera, tenemos de hablar. Ha surgido un comprador que ha adquirido todo el bloque y todos los inquilinos tenéis que abandonar el edificio antes de final de mes. Ya sé que no es muy normal, pero tranquila, seréis indemnizados. Llámame y te explico. Mi teléfono es 935678328. Gracias.

    ¿Qué mierda era eso? Vivía desde hacía cinco años en el piso, pagaba puntualmente, aunque el alquiler se llevaba más de la mitad de mi sueldo; nunca pasó más del día cinco sin haber pagado el alquiler. ¿Y ahora, qué? ¿Dónde coño me iba a meter? Los pisos en esta ciudad habían duplicado su precio en estos últimos años, ahora no podría pagar una mierda.

    Me fui a mi habitación para quitarme las sandalias y vi que la puerta del armario empotrado estaba abierta. Soy un poco obsesiva con estas cosas, así que me acerqué para cerrarla, pero no sé por qué la abrí. La ropa de Daniel no estaba, ni los zapatos, ni nada. Comencé a rebuscar y a los pocos minutos vi que no estaban sus cosas y de paso faltaban algunas de las mías. Se había llevado libros, algunos adornos, hasta el ordenador con el que escribía, que era mío, aunque lo usara él. Me acerqué hasta mi móvil y le mandé un wasap.

    —¿Qué pasa?

    Nada, solo ponía un check, como si no lo recibiera.

    Cogí y lo llamé. El móvil no estaba operativo. Nada. Le llamé dos veces más, de manera compulsiva, como si al volver a llamar recibiera una respuesta distinta. Nada, no estaba operativo.

    Frustrada, me saqué las sandalias y las lancé al comedor. Me senté en mi cama y noté algo duro debajo del culo. Allí encontré las llaves de mi piso y un sobre con mi nombre. Lo abrí, era la letra de Dani.

    Querida Laura:

    No sabía cómo decirte esto y he pensado en expresarme de la mejor manera que conozco. He decidió escribirte esta carta de mi puño y letra, de la forma más sincera que conozco. Tengo de agradecer cómo me has ayudado estos meses, tu apoyo tanto emocional como económico que tanto me ha ayudado a avanzar en mi trabajo. Tu sacrificio para que yo pudiera crear mi arte ha sido una de las acciones más desinteresadas y te lo voy a agradecer toda la vida, la verdad es que ya te he dedicado la dedicatoria de agradecimiento para cuando acabe la novela, que estará dedicada a ti. Pero en este último tiempo estoy muy confundido con mis sentimientos por ti y creo que después de todo lo que tú ume has dado sería muy egoísta por mi parte quedarme aquí sin tener muy claro lo que siento. Quiero decirte que siempre serás mi amiga, mi musa, mi inspiración, pero en este punto de mi vida siento que tengo que seguir solo. Siempre estarás en mi vida.

    Hasta que volvamos a encontrarnos.

    Daniel.

    P.D. Guarda esto, algún día seré famoso y valdrá dinero.

    —Será puto gilipollas… —dije mientras lanzaba la carta y volvía a tumbarme en la cama—. Pero si hasta escribe como el culo. Y tiene faltas de ortografía, joder.

    Se había ido así, sin más, una puta carta. Ni huevos tenía para decírmelo, y ahora no me cogía el móvil y no contestaba a los wasap. Seguí llamándole de manera compulsiva y mandando mensajes durante horas como una novia toxica de esas de las novelas adolescentes. Penoso, lo sé, pero era mi forma de lidiar con mi frustración. Seguí hasta caer rendida de sueño.

    Esperé a la mañana siguiente para llamar a mi casera y no me informó de mucho más. Que se había vendido el edificio y que tenía un mes para irme. Que si nos íbamos rápido y no denunciábamos, nos indemnizaba con un año de alquiler más el depósito. Si no me equivocaba me daría siete mil pavos para irme. Si lo juntábamos con mis ahorros, que serían unos cinco mil euros, algo haríamos. Asentí y le dije que trato hecho. No tenía muy claro que con mi contrato de mierda pudiera encontrar otro piso, pero algo encontraría.

    Y así, desmotivada y hastiada, fui a mi trabajo. Entré en la gran sala, fiché y me senté para comenzar a recibir llamadas, gritos e insultos. Ese día iba vestida con mi camiseta estrella donde ponía la frase En ocasiones oigo idiotas, que nos hicimos hace unos años unos cuantos compañeros, de los cuales ninguno quedaba ya, y que intentamos instaurar como uniforme oficial de la plataforma. No solo no prosperó nuestra propuesta, la cual quisimos hacer oficial presentando una petición y todo, sino que nos prohibieron llevarla a currar. Pero a mí me la soplaba y la llevaba los días como este, que especialmente no aguantaba mi trabajo.

    Al poco me llamó mi supervisora, Virginia, hasta su nombre me sonaba mal. La temía, éramos compañeras cuando entramos y de verdad que era una mala profesional, pero se había hecho supervisora a golpe de mamada. Nos odiábamos. Ella pensaba que le tenía envidia, pero nada más lejos de la realidad, cómo iba a envidiar a una chica que se ponía a cuatro patas para conseguir mejorar en ese trabajo. Tenía un poco más de amor propio.

    —Hola, pasa y siéntate —me dijo mientras entraba en su despacho, que no era más que un cubículo con paredes de cristal. Desde fuera parecía una pecera—. Te he llamado para hablarte de la evaluación de este trimestre. Quería informarte de que has sacado la peor nota de toda la plataforma.

    —¿Qué? Tengo siempre una de las notas más elevadas, llevo aquí tanto tiempo que resuelvo las dudas de los supervisores. También las tuyas.

    —Pues en las escuchas has tenido la peor nota, se han encontrado varias donde estás insultando a los clientes.

    —¿Insultando a los clientes? Déjame que lo dude. Quiero oír las grabaciones.

    —En estos momentos no se pueden escuchar y la empresa ya ha tomado su decisión: te rescinde el contrato con carácter inmediato.

    —¿Qué? ¿Con carácter inmediato? Y ¿no puedo reclamar? Tendréis que demostrarme la mala atención con las grabaciones, creo yo.

    —No, no tenemos que demostrar nada. Hoy al acabar tu turno, te vas. Tendría que haberte avisado al acabarlo, pero sales a las diez de la noche y yo ya estaré en mi casa. Firma aquí y aquí.

    —No voy a firmar una puta mierda, incluso voy a poner una reclamación.

    —Haz lo que quieras —dijo limitándose a coger los expedientes, mover su cabeza oxigenada y salir por la puerta.

    Con el cabreo más grande de mi vida salí directa a nuestro enlace sindical.

    Allí un cincuentón que parecía más quemado que yo, si esto podía ser, dijo que podía poner una reclamación pero, con otras palabras, que iban a limpiarse el culo con ella, ya que, si querían echarme, habían buscado entre todas las llamadas en las que había perdido los nervios y habrían dicho que eran al azar, que era una práctica muy común.

    Le respondí que me habían acusado de insultar a clientes y podía jurar que a mí me han dicho de todo, pero mi única contestación en todas ellas fue si no para de insultarme, liberalizaré la llamada. Puta mierda de frase. Quería hacerme un tatuaje con ella y todo. Tenía un hueco reservado en mi brazo para cuando abandonara este trabajo.

    Solo contestó que, si habían mentido, podía reclamar, pero que difícilmente ganaría. Salí de allí más cabreada todavía y fui a poner mi reclamación a recursos humanos. Cuando acabé, volví a mi puesto.

    Tenía que seguir hasta las diez o me podían descontar el día. Pensé sinceramente decir que me encontraba mal e irme, pero me caracterizo por ponerme tremendamente creativa cuando me cabreo.

    Así que me senté para seguir cogiendo llamadas. Después de unas veinte de no le oigo bien, mientras el cliente me gritaba a la oreja ¿me oye ahora? una y otra vez y yo acababa colgando.

    Me aburrí y pasé a la segunda fase. En las siguientes llamadas comencé a decir a los clientes algo así como: Disculpe, se corta, voy a pasar por un túnel. Y colgaba.

    Comencé a llamar la atención de mis compañeras, que al principio me miraban sorprendidas y reprimían sus risas. Pero ahora, con público y después de dos horas colgando llamadas, pensé que ya era hora de dar el siguiente paso.

    —Hola, buenas tardes, le atiende Laura. En estos momentos no podemos atenderle, ya que unos orcos están invadiendo la central, disculpe las molestias… ¡Ahhhh, ahhh! ¡No!, ¡Nos atacan! —Acabando mi magistral interpretación con gritos y con unos últimos gemidos con los cuales podía dar a entender que me estaba muriendo.

    Y decían que las clases de interpretación no habían servido para nada…

    Mira ahora, nunca hay un cazatalentos cuando se le necesita.

    Mis compañeras dejaron de disimular, se estaban reventando de la risa, hablaban entre ellas, creo que incluso me estaban grabando, pero me importaba una mierda porque estaba completamente desatada. Me iban a echar, pues que fuera con razón.

    Nos siguieron atacando los orcos durante varias horas, antes de que el estruendo de las risas de mis compañeras y supongo que los clientes cabreados entraran para ponerme directamente una reclamación referida a una chica que se les había cachondeado por teléfono antes de colgarles,

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