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Funeral vigilado
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Libro electrónico83 páginas1 hora

Funeral vigilado

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Este relato reconstituye los funerales de Pablo Neruda, uno de los hechos más impresionantes ocurridos los primeros días luego del golpe militar, el que a la vez de ser una manifestación de dolor, fue una de las primeras expresiones de rebeldía tras el 11 de septiembre de 1973, en instantes en que ya se desplegaba el terror sin limites por el resto de Chile. El relato no se circunscribe al funeral solamente. Los recuerdos van en todas direcciones, apuntando a muy distintos momentos de la vida del poeta.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento1 oct 2018
ISBN9789562825108
Funeral vigilado

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    Funeral vigilado - Sergio Villegas

    Chile.

    Prólogo

    El duelo, el terror, la protesta

    Se recoge en estas páginas un trabajo que es posiblemente el más completo y dramático que se ha escrito sobre los funerales de Pablo Neruda. Los funerales del poeta, una de las más altas voces del idioma español en el siglo XX, fueron la primera manifestación de rebeldía contra la dictadura soterrada, pero al mismo tiempo abierta, en esos instantes de terror enorme en que el más pequeño asomo de contradicción era un acto suicida. Aquel cortejo, recordemos, partió desde La Chascona, la casa de Neruda destruida por los bárbaros. Comenzó con unas cuantas personas silenciosas y doloridas, a las que se fueron agregando muchas otras a través del trayecto, alzando la voz hasta convertirse en un coro incontenible. Eran voces vigiladas, amenazadas por ametralladoras que no pudieron impedir, sin embrago, que expresaran su duelo, su voluntad de decir lo que era imperioso decir o gritar en esa hora amarga.

    El periodista chileno Sergio Villegas Salas, testigo él mismo del hecho, traza una vigorosa reseña de la despedida al gran poeta, apelando al testimonio de personas que estuvieron ligadas a él por muchos años de amistad o trabajo y que marcharon también por las calles, aquella mañana de sol tímido, entre rostros que se asomaban con respeto y no sin riesgo a las ventanas. Este reportaje se publicó por primera vez en la revista Araucaria. Luego ha sido traducido a otros idiomas, recogido en obras antológicas y adaptado, además, en versión alemana, para la radio.

    Se incluye aquí, a la vez, una nota del mismo autor, viva, muy personal, sobre las transmisiones de Radio Berlín Internacional dedicadas a Chile, unos programas que se escuchaban diariamente en muchos países y por los cuales desfila la crónica de este país durante más de diez años. Allí se destacaron los triunfos y las derrotas, el flujo y el reflujo de un combate que puso en jaque a la dictadura y que abrió una nueva época en la vida de Chile. Esta nota describe la labor de un grupo que se orientó, como tantos otros, como tantas otras células pequeñas o grandes del organismo de la resistencia, dentro o fuera del país, a una lucha, a un fin único: la reconquista de la libertad. Es decir, esa lucha que tuvo su signo inicial en los funerales de Pablo Neruda y que en el extranjero (la RDA en este caso) contó con el apoyo incesante de amigos animados por la misma causa, por los mismos valores que ayudaron a restablecer el imperio de la justicia, humanidad y democracia en la patria de Neruda y Salvador Allende.

    Luis Alberto Mansilla

    Funeral vigilado

    Luis Alberto: No sabía dónde estaban velando a Neruda. Lo único que se me ocurrió fue ir a la casa de Homero Arce, su secretario. Quedaba en San Miguel, Paradero 8, por el Llano Subercaseaux, cerca de unas poblaciones que habían sido muy allanadas, muy castigadas por los militares. No estaba Homero. Hablé con su mujer, que sollozaba. Apenas abrió la puerta y me vio, se puso a llorar. Me contó que Homero había estado con Pablo hasta el final. Lo último que le había escuchado era una frase que Pablo decía en medio del delirio: Los están matando, los están asesinando. La esposa de Arce me dijo: Qué terrible que se haya muerto cuando más falta nos hacía.

    Bello: El teléfono me despertó muy temprano.

    Habla Juan Gómez. Murió Pablo. Pasaré a buscarte en veinte minutos.

    Era Gómez Millas, el ex rector de la Universidad de Chile.

    Llegamos a la clínica alrededor de las ocho de la mañana. Ya habían bajado el cuerpo de Pablo hasta un rincón cerca de la capilla. Aun no llegaba la urna. El cuerpo yacía sobre una mesa, envuelto en un sudario blanco. Tenía descubierta solo la cara. Nunca vi en un muerto una sonrisa como ésa, una expresión que reflejara semejante paz. Debió traerla desde muy adentro, antes de expirar, como una respuesta suprema a la brutalidad que reinaba a su alrededor.

    Se encontraban junto a Pablo su esposa Matilde, que lloraba, su hermana Laurita, el poeta Homero Arce, que era su amigo más cercano, la escritora Teresa Hamel, la abogada Graciela Álvarez. Empezó a llegar un enjambre de fotógrafos que recorrían como cuervos los restos del poeta para tomarlo en todos sus detalles.

    Por favor, no más fotos, dijo de pronto Matilde.

    Los fotógrafos hicieron como si no hubieran oído. Pasó un momento y no pude más:

    La señora Neruda ha dicho no más fotos. Respétenla o salen de aquí.

    Entre los fotógrafos había gente de la policía fascista.

    Fueron llegando otros amigos, los escritores Juvencio Valle, Francisco Coloane, una veintena más.

    Llegó la urna. Al quitársele las sábanas, se vio a Pablo vestido con un ambo de sport. Cuando se le trasladó a la urna, Coloane le abotonó un extremo de la camisa, que le salía de la estrecha cintura que le quedó de la antigua corpulencia.

    Aída: Pablo estaba en una camilla, abajo, en un pasillo. Tenía aun la mandíbula amarrada. Ayudé a ponerlo en el ataúd. Lo cerraron, lo soldaron y lo pasaron a la capilla.

    Bello: Salimos rumbo a la residencia de Neruda que estaba cerca de allí, temprano todavía. Era un cortejo pequeño. Llegamos a la casa de Márquez de la Plata y no pudimos entrar. La escalera de acceso a la casa, que se encuentra en la ladera del Cerro San Cristóbal, estaba anegada de agua y barro y sembrada de escombros. La urna no cabía. La gente de la Junta había estado allí haciendo su trabajo. Entonces decidimos dar vuelta y entrar por el acceso posterior, recorriendo para esto toda una manzana. A la entrada había un grupo de unos cuarenta jóvenes esperando. Avanzaron, se situaron junto al féretro y gritaron con los puños en alto, roncamente:

    Compañero Pablo Neruda...

    ¡Presente!

    Compañero Pablo Neruda...

    ¡Presente!

    "¡Ahora...

    ¡y siempre!

    "Ahora...

    ¡y siempre!

    Era el primer grito que se escuchaba en medio

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