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ESPECIAL 8-M Clío es un nombre de mujer

Sin embargo, y a pesar de la aparente sensibilización al respecto y de las alharacas en cuanto al uso del lenguaje, hay mucho trecho por recorrer en esta materia. Hoy, en este texto, propondremos un análisis muy sencillo. Se trata de abordar la distancia real entre las pretensiones especulativas que sazonan a la clase política y la realidad de las aulas (aquellas en las que se forman, entre otros, los futuros gerifaltes de esta tierra nuestra).

Hace unos años, un grupo de antiguos alumnos que habían montado una ONG, nos invitaron a un grupo de profesoras a dar una charla sobre la cuestión de género en los programas oficiales de bachillerato en nuestro país. La conclusión a la que llegamos no ha cambiado un ápice en nuestros días. El concepto básico descansa en que las eventuales sensibilidades de los cargos públicos no acaban teniendo un reflejo cierto en los contenidos que se imparten. Y no me estoy refiriendo únicamente a la Historia, lo mismo ocurre en Lengua y Literatura, Filosofía, Arte o Latín. Es decir, en todos los ámbitos de las Humanidades (en ciencias es absolutamente mínima la presencia de aquellos contenidos, como también lo es la ortografía o la correcta redacción). El particular sobre la dialéctica interesada en relación al conocimiento o sobre cómo se arrumban las humanidades en función de unas utilitaristas «sociales» economizadas, daría para otro artículo de fondo.

Volvamos al meollo de la cuestión y digamos que la presencia femenina en los programas oficiales es ínfima. Llegados a este punto es necesaria una advertencia y una aclaración. Por un lado, la llamada de atención es evidente. Ante este argumento se esgrime con rapidez una idea manida, aquella de que la mujer a lo largo de la Historia no ha jugado un papel político importante (salvo contados y sonados casos), y que por ello se le ningunea aún hoy y se aparta su presencia de los programas. En el caso de la Historia de España de segundo de bachillerato, más allá de Isabel de la Católica y de Isabel II, insoslayables hitos patrios, no hay ninguna otra referencia. Tomando por buena aquella afirmación (lo cual dejaría de lado un buen número de enfoques o prismas, como la presión o influencia de las gobernadoras, camarillas, consejeras, confesoras, reinas, madres, esposas y amantes que en el pasado y en el presente han sido), hay que hacer entonces una aclaración. Creo que desde posturas feministas no hay que reclamar que se modifique plenamente los programas de las materias. Es decir, en la Historia de España hay que pasar lógicamente por los reinados de Carlos V o Alfonso XIII, por citar dos ejemplos. No, no es eso lo que se plantea aquí. Lo realmente poderoso, cual palanca de Arquímedes para mover el mundo, sería modificar la perspectiva. Es decir, no incorporar de manera artificiosa figuras femeninas con calzador (cosa que, por supuesto, podría ser tremendamente positivo hacer), sino plasmar esas supuestas sensibilidades que navegan en la sociedad en una propuesta estructural e integradora.

Existen conceptos, hoy invisibles en el programa, cuyo estudio ayudaría de manera palmaria a cristalizar la historia de esa mitad de la población acallada siglos. Puesto que todos los estudiantes que concluyen el ciclo previo a la universidad deben pasar por el siglo XX español, con los consabidos tráfagos de la crisis definitiva de la Restauración, la dictadura de , la caída de Alfonso XIII, la II República, la Guerra Civil y el En nuestro programa actual no existe nada parecido, perdiéndose el contenido en diatribas constitucionalistas e institucionales que, si bien son fascinantes, resultan arduas y poco amenas para la chavalería en su conjunto. Utilizar un concepto señero para forzar el estudio de determinadas figuras clave (en femenino) sería un modelo de integración de contenidos. Cualquiera que sepa algo de Clío conocerá las polémicas, trascendencias y lecturas historiográficamente interesadas que se han hecho de y de las primeras ocasiones en las que la mujer accede al voto en nuestro país. Sin embargo, y a pesar de la infinitud de debates incendiarios sobre cómo mejorar la cuestión de género en el sistema educativo, no se atiende a algo tan sencillo como esto. No es, en absoluto llamativo, pues los pro gramas oficiales se han utilizado, y se utilizan, como elemento de confrontación en la vida política de manera recurrente. Hay múltiples ejemplos de ello y, normalmente, con intereses mucho más espurios (de cuotas autonómicas o justificaciones centralistas) que los apuntados en este artículo.

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