Francisco Tomás de San Juan Bautista Márquez Sánchez nació en la noche de San Juan de 1864, en el seno de una familia humilde, vecina de la aldea de Alpandeire –que entonces no contaba con más de quinientos habitante–, en la serranía de Ronda (Málaga). Frasquito (diminutivo de Francisco) Tomás, como era conocido por todo el vecindario –el mayor de cuatro hermanos–, ayudaba a sus padres en las tareas de labranza y pastoreo de los animales; y en el escaso tiempo libre que tenía, lo pasaba orando en la ermita del pueblo. Como advertía el agustino Ángel Peña, en “El Beato Fray Leopoldo” (2021): “En la escuela del pueblo no sobresalía intelectualmente, pero sí destacaba por su bondad y nobleza. Aunque eso no quiere decir que fuera tonto, ni mucho menos”.
LA ORACIÓN, ANTES QUE EL ESTUDIO
En 1895 la familia del joven Frasquito se trasladó a vivir al término municipal de Ronda, escenario que resucitaría sus anhelos infantiles por seguir una vida contemplativa. Fue allí donde, por primera vez, entró en contacto con varios frailes capuchinos, a quienes les transmitió su vocación y su deseo de poder ingresar en la Orden. Su aspecto de hombre zafio e inculto no debió agradar a los religiosos quienes, durante años, le dieron varias largas que, en la candidez del futuro santo, eran interpretadas como pruebas con las que el demonio trataba de disuadirle