La cruzada contra la lujuria
Decían a las mozas que yacían con ellos que los movimientos libidinosos eran derretirse en amor de Dios”. Lo escribió un fraile dominico, Alfonso Fernández, y se refería a los sacerdotes que mantenían relaciones sexuales con feligresas. En el siglo XVI nadie estaba libre del férreo control de la Inquisición, tampoco en lo que se refería al sexo. Aunque a principios de dicha centuria el Santo Oficio seguía persiguiendo a los judaizantes (judeoconversos que practicaban clandestinamente su religión), empezó a fijarse en otro tipo de herejes. No en los luteranos, escasamente presentes en España, sino en otra “desviación religiosa”: los alumbrados o iluminados. Éstos creían que sus almas estaban “iluminadas” en directo por el Espíritu Santo, lo que dejaba a la Iglesia en segundo plano. Muchos de sus miembros eran frailes y monjas “dados a la lujuria y otros placeres terrenales” a ojos del catolicismo ortodoxo, que los identificaba como “sujetos a ciertos ardores, temblores y desmayos que padecen con indicios del amor de Dios y que por ellos se conocen que están en gracia y tienen Espíritu Santo”. Estos grupos heterodoxos fueron vigilados de manera muy particular.
Los alumbrados eran conocidos popularmente como “dejados” por pretender abandonar su voluntad y entregarse a la de Dios. Eso, para los ortodoxos, equivalía a una religión sin culto, sin ceremonias y sin sacramentos. Algo más grave era la imposibilidad de pecar. ¿Cómo puede pecarse estando en el amor de Dios? Sólo así se entiende que los alumbrados no consideraran pecado besarse y retozar. Se reprochaba a los alumbrados que practicaran la oración
Estás leyendo una previsualización, suscríbete para leer más.
Comienza tus 30 días gratuitos