Entre 1450 y 1750 «la degradación ahogó la honradez, se enmascararon las pasiones más bajas tras la protección de la religión y el intelecto del hombre perdonó bestialidades... la brujería destruyó los principios del honor y la justicia», comenta con dureza el historiador Rossell Hope Robbins. Y no le falta razón. Así Suiza, ufana de su perenne neutralidad, posee el poco orgulloso título de ser el país donde más personas fueron asesinadas por brujería: una de cada 250 habitantes. En comparación, Portugal, que entonces tenía la misma población que el país de los relojes (un millón de habitantes), solo ajustició a cuatro durante los siglos que duró la locura brujomaníaca.
En números absolutos Alemania se lleva la palma, 25 000,