Para los tribunales civiles y eclesiásticos del siglo XV al XVIII, el simple hecho de que hubiese mujeres que sabían distinguir plantas venenosas de otras que no lo eran podía ser razón más que suficiente para que acabasen quemadas en la hoguera o, en el mejor de los casos, injustamente encarceladas. El crimen de brujería –solo el 8% de los procesos judiciales abiertos entre 1540 y 1700 en España corresponden a esta causa– consistía en un compendio de imputaciones por el supuesto uso de magia para provocar daños morales y desgracias terrenales como peste, heladas, hambrunas, malas cosechas y un sinfín de adversidades. Se creía que había mujeres que se reunían en aquelarres a los que llegaban volando sobre sus escobas, que sacrificaban niños y que eran capaces de metamorfosearse en gatos domésticos.
Tal y como denunció el jesuita alemán Friedrich von Spee en 1631, se declaraba culpables a las in-vestigadas mucho antes de que se presentasen pruebas que refrendasen la