Comisarios y pecadores
egresemos en el tiempo, a finales del siglo XVI. Estás en un territorio prácticamente virgen, considerado como los límites del mundo. Hay dos millones y medio de kilómetros cuadrados con la más variada vegetación, fauna, clima y terreno a la espera de ser explorados. Casi sin caminos para carreta y los pocos que existen son muy precarios. Aunque el antiguo imperio que gobernaba la parte central ha sido derrotado, el resto está habitado por cientos de reinos y señoríos que se muestran hostiles a los invasores, por lo que se consideran en pie de guerra. El reino extranjero al que perteneces se encuentra muy lejos, tal vez a un año de viaje, y eso si no pescas una enfermedad desconocida o un huracán despedaza tu embarcación, que debe cruzar un vasto y caprichoso océano. Todavía se debate si en realidad el mundo es plano o esférico y, hasta donde se sabe, el Sol y las estrellas son las que giran alrededor de la Tierra. Si tus abuelos o bisabuelos pertenecían al imperio conquistado, escucharás de ellos –y conservarán en secreto–las antiguas tradiciones, ahora mezcladas con una nueva y obligatoria religión, que desde cierta perspectiva se parece a la antigua; si antes le temían a la ira de un grupo de dioses, este nuevo dios, y único al parecer, es también muy celoso. De cualquier manera se siguen celebrando casi las mismas festividades de siempre, sólo que ahora no hay sacrificios y tienen nombres en el idioma del nuevo gobierno. Tu habla o la de tus hijos es una extraña mezcla de aquella que hablaban tus padres cuando eran niños con el curioso castellano que te enseñan en la Iglesia de tu parroquia, que poco a poco intenta convertirse en el centro de actividad social de todos los pueblos y ciudades. Los complejos rituales de la nueva religión son en un idioma aún más antiguo y misterioso que nada más los nuevos sacerdotes y algunos estudiosos comprenden. Se hace todo lo posible por convertir a la nueva fe a los millones de habitantes originales que sobrevivieron a las grandes epidemias de viruela y sarampión. Algunos de ellos, pocos ya, se mantienen en
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