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Cuentos de hadas: Libro 2
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Cuentos de hadas: Libro 2
Libro electrónico239 páginas3 horas

Cuentos de hadas: Libro 2

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Información de este libro electrónico

Increíbles aventuras, en los remotos tiempos de genios y hadas.

Los cuentos vienen inspirados en los relatos de Gertrudis Segovia que escribía a principios del 1900 para ayudar a levantar un hospital para niños pobres, en una época en la que no existía la seguridad social. La abuela de María Luz le contaba estas historias y ahora ella quiere dejar un legado a sus nietos.

Contiene un prólogo explicativo; siete entretenidos y fantásticos cuentos de hadas. Una historia real, pero tan bonita que parece un cuento; y un cuentecito alusivo a la historia. Y además, cantidad de dibujos en color, alusivos al texto. Pienso que ha de gustar a los niños aficionados a la lectura y al dibujo, más o menos de nueve a doce años.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento25 may 2016
ISBN9788491125495
Cuentos de hadas: Libro 2
Autor

María Luz Gómez

María Luz Gómez es una anciana paralítica que entretiene sus forzados ocios escribiendo en el ordenador historias que juzga interesantes y desea compartir. Es madrileña y en Madrid vivió toda su vida. Estudió en el colegio del Sagrado Corazón. Después, idiomas y pintura. Empezó la carrera de Filosofía y Letras, que no terminó por su pronta boda con un médico. Su matrimonio fue feliz y dio muchos frutos: siete hijos. Nunca trabajó, sino en su casa. Cuidó de hijos y nietos. A sus queridos padres no pudo dedicarles la atención que merecían por falta de tiempo. En cambio, más adelante pudo cuidar de su suegra y dos tías de su marido que solo la tenían a ella. Hoy es viuda y necesita cuidadoras. Tiene diez nietos -uno adoptado, etíope- y cinco bisnietos. Su numerosa familia y su fe cristiana la hacen seguir feliz.

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    Cuentos de hadas - María Luz Gómez

    Título original: Cuentos De Hadas

    Primera edición: 2016

    © 2016, María Luz Gómez

    © 2016, megustaescribir

        Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    ISBN:  Tapa Blanda                  978-8-4911-2550-1

                Libro Electrónico         978-8-4911-2549-5

    ÍNDICE DE CONTENIDO

    Prólogo

    El Príncipe Irascible

    El Lago Azul

    La Risa De La Princesa Elena

    Alapapajú

    La Princesita Burlona

    Enriquillo El Poeta

    La Historia Más Grande Jamás Contada

    Tres Arbolitos

    Contraportada

    PRÓLOGO

    Para aquellos niños a los que les gusten los cuentos escribo éstos, esperando que pasen con ellos tan buenos ratos como pasé yo en mi infancia. Soy ya una vieja bisabuela, y a pesar de eso me siguen gustando. No los he inventado yo, pero sí ilustrado y arreglado a mi manera. Todos los de este segundo libro son de una señora llamada Gertrudis Segovia, que los escribió para ayudar a su marido, médico canario, a levantar un hospital para niños pobres en Santa Cruz de Tenerife, en una época en la que no existía la Seguridad Social. Era muy amiga de mi abuela, y ésta me los contaba cuando yo era pequeña. La autora murió hace muchos años, antes de 1945. Pero si algún descendiente suyo (he investigado su existencia, sin resultado) conociera esta publicación y quisiera llamarse a la parte, que se ponga en contacto conmigo, y estaré encantada de compartir con él o ella los beneficios de esta obra, si existen.

    Como son tantos los cuentos escritos, los he dividido en tres tomos, para que cada libro no resulte demasiado largo. Este prólogo irá en cada uno de ellos, y también la historia final; porque creo que vale la pena que todos los que hayáis leído los cuentos la leáis; y probablemente, no todos os haréis con los tres libros. Dicha historia es real, pero tan bonita que parece un cuento. Y remataré el libro con un cuentecito alusivo a la historia.

    Por supuesto, cuando mi abuela me contaba estos cuentos yo sabía, como sabéis vosotros, que las hadas, las brujas, los magos y los genios no existen. Son personificaciones del bien y del mal, creados por antiquísimas imaginaciones.

    Como soy cristiana, me enseñaron desde pequeña que todos los dones nos los da nuestro Padre Dios (el Bien Absoluto), que es quien nos protege; directamente, o por medio de la Virgen, San José, los Ángeles (sobre todo nuestro Ángel de la Guarda), los santos, y muchas personas buenas de la tierra, empezando por nuestros padres. Y que el auténtico Mal es el diablo, que desgraciadamente sí existe; pero al que no hay que temer estando cerca de Dios. Intenta tentarnos para que nos separemos de Él, y no hagamos lo que nos dice. Pero si no le hacemos caso (para eso Jesús nos enseñó a pedir al Padre: no nos dejes caer en la tentación), nada puede contra nosotros.

    Y empiezo ya mis cuentos con

    EL PRÍNCIPE IRASCIBLE

    DESEADO

    En los remotos tiempos de los Genios y las Hadas, gobernaban el Imperio de las Islas Rojas un Rey y una Reina tan buenos, que sus vasallos los llamaban el Rey Benigno y la Reina Bondadosa. Adorados por sus súbditos, sólo les faltaba para ser totalmente felices el nacimiento de un principito, que con sus risas y juegos alegrase el palacio, y heredara el trono del Reino. Pero pasaban los años, se iban haciendo mayores, y el hijo anhelado no llegaba. Cuando ya casi habían perdido las esperanzas, les envió Dios un chiquitín precioso. Imposible describir la alegría de los Monarcas, ni la que experimentaron los súbditos del Imperio que tanto amaban a sus soberanos.

    Para celebrar el nacimiento del Príncipe Deseado hubo grandes fiestas y se repartieron cuantiosas limosnas, para que todo el país participara de la dicha de sus Reyes. Estos pidieron al Hada de la Bondad que fuera la madrina en el bautizo de su hijo, que tendría lugar a los pocos días de nacer. Ellos eran cristianos, y deseaban que él disfrutara de la dicha de ser lo cuanto antes. Accedió complacida la poderosa Maga, y colmó de dones, gracias y virtudes a su pequeño ahijado. Al despedirse de aquellos amables Monarcas, les dijo:

    He otorgado a vuestro hijo el germen del valor, de la inteligencia y de la bondad. Vosotros sois los encargados de hacer fructificar estas cualidades. Porque una mala educación puede torcer las naturalezas mejor dotadas. Volveré cuando menos lo esperéis; y si con vuestra exagerada indulgencia destruís los dones que he derramado sobre él, os impondré el castigo merecido. Y el Hada, dicho esto, desapareció. Tristes y pensativos quedaron los soberanos; mas pronto recobraron la perdida alegría, prometiéndose mutuamente no escatimar esfuerzo ni sacrificio para dar a Deseado la mejor de las educaciones.

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    A medida que éste crecía, aumentaban su belleza e inteligencia. En seguida aprendía cuanto se le enseñaba; fascinaba a todos con su atractivo, y sólo oía alabanzas por sus méritos. Nada hay tan pernicioso como la adulación, y ésta hizo desarrollarse en el Príncipe la vanidad y el orgullo. Cegados sus padres por su ardiente cariño, jamás osaban contradecirle; y aquel niño de hermosos instintos, que reunía todas las cualidades para ser muy bueno, al estar consentido hasta la exageración se convirtió en una criatura altanera, a la que nadie podía contrariar sin que la cólera le dominara. Por lo que los cortesanos al hablar de él, le llamaban en voz baja el Príncipe Irascible.

    CONSECUENCIAS DE UNA MALA EDUCACIÓN

    Deseado iba creciendo, y cada vez eran mayores los excesos de su violento carácter. Se le antojó una vez que le cogieran un pájaro que cantaba dulcemente en lo alto de un roble. Furioso porque tardaban en traérselo, al recibirlo de las manos de un mayordomo lo tiró al suelo con tal rabia, que el pobre pajarito quedó destrozado.

    Jugaba otro día con un simpático perrillo; y como le incomodasen sus caricias, le propinó tal puntapié que lo hirió gravemente.

    Sus padres le habían regalado un burro que era la admiración de todos los niños. Cada tarde, montado en él, Deseado recorría las alamedas del parque. Un día prolongó el paseo más que de costumbre, y el cansado burrito se detuvo un momento para tomar aliento. Irritado el Príncipe, le descargó tantos y tan furiosos golpes, que lo hizo caer al suelo medio muerto.

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    Una mañana en que paseaba por el campo, se le acercó una pequeña mendiga pidiéndole limosna. Orgulloso y altanero, no se dignó responder a las humildes súplicas de la niña; y ésta, que no le conocía, intentó hacerse oír agarrándose a su traje. Enfadado Irascible, la pegó tal bofetón, que la niña rodó por tierra sin sentido.

    Tenía el Príncipe por preceptor a un joven llamado Renato, muy bueno e instruido; que con su sueldo mantenía a sus ancianos padres. Un día en que Deseado no había estudiado su lección, le reprendió con dulzura. Pero él, acostumbrado a la adulación de los cortesanos y a la excesiva indulgencia de sus padres, no soportó la corrección. Echó al profesor de su presencia, y pidió a los Reyes que le buscasen otro maestro; porque a Renato no quería volverlo a ver en su vida. El joven profesor no encontró otro trabajo por el momento, y él y sus padres se vieron reducidos a la más extrema pobreza.

    Ni siquiera las personas a las que Deseado tenía cariño se libraban de sus malos tratos. Quería mucho a su Ayo, un bonísimo anciano que lo adoraba. Un día le encargó que le trajera un traje para cambiarse. Sin duda el Ayo no entendió bien el que deseaba el niño, porque se presentó con uno que no era el designado. Deseado tiró al suelo el traje, y lo pisoteó lleno de rabia. Y en su acceso de cólera dio tantos golpes a su fiel servidor, que éste tuvo que guardar cama durante un mes.

    Cada día aumentaba el indómito genio del Príncipe, y cada día era también mayor la culpable indulgencia de sus padres; que lejos de corregirle, acataban ciegamente sus caprichos.

    Diez años tenía ya Deseado, y doce su paje Fidel. Juntos jugaban un día a la pelota, a orillas de un arroyo que corría entre los árboles del parque; y Fidel, por un movimiento involuntario, hizo que la pelota fuera a dar en la cara del Príncipe. El furor de éste no tuvo límites; y desoyendo las humildes excusas del paje, lo empujó con tal fuerza que el niño cayó al agua. Fidel no sabía nadar, y se habría ahogado de no haber sido por la aparición de una hermosísima señora, que acercándose al arroyo lo sacó del agua. Atónito miraba aquella escena Deseado. Y aún le causó mayor asombro, el que la dama, cogiéndole de la mano, le obligase a seguirla hasta el Palacio. El Príncipe, que jamás había obedecido a padres ni a maestros, fue con ella, como empujado por una fuerza sobrenatural.

    Los Reyes celebraban aquella tarde un besamanos al que asistía toda la Corte. De pronto vieron aparecer a su hijo conducido por el Hada, a la que reconocieron inmediatamente. Monarcas y palaciegos se inclinaron ante ella, que sin responder al saludo, exclamó airada: ¡Vaya un modo de cumplir la promesa que me hicisteis!. Es tan mala la educación que dais a vuestro hijo, que de un Príncipe bueno, noble y generoso, habéis hecho con vuestra exagerada indulgencia, un ser insufrible, que haría vuestra desgracia y la de todo el Reino si yo no lo remediase. No habéis sabido ser padres, y no merecéis ser lo. Me habéis obligado a llevarme a Deseado muy lejos de aquí. Si las provechosas lecciones que va a recibir corrigen su carácter iracundo y altanero, tal vez algún día lo devuelva a vuestros brazos. Pero si no se corrige, jamás le volveréis a ver.

    Los Reyes se postraron ante el Hada sollozando y pidiendo misericordia, y los cortesanos unieron sus súplicas a las de los Monarcas; pero Ella se mantuvo inflexible, y se llevó a los labios un pequeño silbato que pendía de su cuello. Inmediatamente entró por la abierta ventana una pequeña carroza formada por una blanca campanilla, y tirada por golondrinas y luciérnagas. Levantando en sus brazos a Deseado, el Hada subió al florido carruaje; y depositando al niño en su fondo, desapareció entre las nubes.

    IRASCIBLE EMPIEZA A PURGAR SUS CULPAS.

    Viajaron en la aérea carroza todo el resto del día, durante el cual el Hada no dirigió la palabra a su culpable ahijado. Ya era de noche cuando las golondrinas se detuvieron ante un magnífico Palacio. Descendió el Hada del carruaje, ordenando al Príncipe que hiciera lo mismo; y le condujo a un cuarto donde lo dejó encerrado, después de darle como cena un trozo de pan duro y un vaso de agua. El niño lloró con amargura, hasta que le rindió el sueño.

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    A la mañana siguiente se presentó ante él su madrina, y le dijo con severo acento: Has sido orgulloso, irascible y cruel; y en castigo, te condeno a que sufras cuanto has hecho sufrir a los demás, hasta que comprendas aquella máxima divina de Jesús: No hagas a otro, lo que no quieras que te hagan a ti. Toda culpa que cometas será severamente castigada. Sólo podrán salvarte el arrepentimiento y las buenas obras. Y tocando con su varita al asustado Príncipe, lo convirtió en pájaro.

    Deseado se encontró en el campo. Y no sabiendo contra quien desahogar su rabia, se lanzó a picar a un campesino que pasaba por allí; y éste, cogiéndolo rápidamente, lo tiró al suelo con fuerza. Los horribles dolores que sufrió, le recordaron a aquel pajarito que él había destrozado; y se arrepintió profundamente de haberlo hecho, dándose cuenta del daño que causan el egoísmo y la crueldad. Saltando de rama en rama y volando de flor en flor, pasó varios días, alimentándose de lo que encontraba. Una mañana vio a una pobre anciana que recogía trabajosamente los granitos de trigo que se le habían caído de un saco que llevaba a un molino cercano; y atendiendo a los nobles impulsos de su corazón, que ya empezaba a distinguir el bien del mal, se aproximó a ella a saltitos, y empezó a recoger con su pico los granos caídos, metiéndolos en el saco a tal velocidad que pronto no quedó ninguno en el suelo. La viejecita exclamó: ¡Dios te lo pague, hermoso pajarito!.

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    Al oír estas palabras le pareció al Príncipe que crecía; y al mirarse en un arroyo cercano, se encontró convertido en un perrito blanco. En aquel momento pasaban por allí varios niños, y moviendo la cola se acercó a saludarlos. Uno de ellos que estaba de mal humor, le dio tal patada que lo hizo rodar por tierra. Lejos de comprender el Príncipe que sólo recibía el justo pago de su antiguo proceder, se lanzó a morderlo; pero aquel, pegándole un puntapié mayor, lo lanzó a tal distancia que cayó al suelo medio muerto. Mala noche pasó; y en ella tuvo tiempo de comprender cuan merecidos eran los castigos que sufría. Vagó un tiempo por los campos comiendo lo que pudo; y una tarde en que se acercaba a una gran ciudad divisó a un ciego, que perdido y sin guía se aproximaba a un precipicio. Ese desgraciado, pensó, como no ve se está equivocando de camino, y va a despeñarse. Y como ya la experiencia me va enseñando que lo que no queramos para nosotros, no debemos quererlo para los demás, voy a ayudarlo. Acudió deprisa ladrando alegremente; y acercándose al infeliz pordiosero, cogió entre sus dientecillos el faldón del largo abrigo que llevaba, y fue guiándolo muy despacio, hasta dejarlo sano y salvo a las puertas de la ciudad. ¡Dios te bendiga, compasivo perrito!, le dijo el ciego acariciándolo. Deseado quiso contestar con un cariñoso ladrido, pero oyó que salía de su garganta un sonoro rebuzno.

    No le sorprendió la nueva metamorfosis, pues recordaba la paliza que dio a su manso burrito. Se le acercó una mujer que pasaba por allí, y se le montó encima. Irritado por el peso que le agobiaba, intentó tirarla con saltos y coces; pero sólo consiguió recibir recibir unos terribles palos del ama feroz que le había caído en suerte. Mohíno y cabizbajo siguió su camino aguantando la carga, hasta que llegó a la hacienda de la mujer, que lo encerró en una cuadra ante un pesebre. Le obligaba diariamente a llevar grandes cargas de un lado para otro; y cuando al llegar la noche, molido de cansancio, llegaba al cortijo, venían a su memoria los malos tratos que hizo sufrir a tantos, y se arrepentía de todo corazón. Llevaba una mañana sobre su lomo una canasta de huevos, y sin motivo alguno que lo justificara, su irascible ama le dio un feroz varazo. Furioso, pensó vengarse tirando los huevos; pero en seguida los buenos instintos que ya se dejaban sentir en su corazón, le hicieron ver el grave perjuicio que con aquel acto causaría a la hortelana; y siguió su camino lentamente, venciendo el impulso de su cólera. Al llegar a la granja, la mujer le quitó la albarda dejándole en libertad para que descansara. Y se tumbó al sol sobre la hierba, quedándose profundamente dormido.

    Al despertar, se vio con asombro convertido en una andrajosa chiquilla. Como el hambre le hacía sufrir horriblemente, se dirigió hacia el pueblo para tratar de conseguir un pedazo de pan. De una casa de aristocrático aspecto salió un elegante niño, al que Deseado tendió la mano implorando una limosna. ¡Quítate de mi vista, miserable vagabunda!, gritó aquel, dándole un empujón tan fuerte que le tiró al suelo. Se levantó dolorido y avergonzado, recordando sus crueldades y llorándolas de corazón. ¡Hada de la Bondad! - exclamó – ¡qué bien has hecho en castigarme, pues voy comprendiendo la infamia de mi conducta".

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    En aquel momento pasaba por su lado una compasiva señora, que al ver a la infeliz niña desvalida se la llevó con ella, dándole de comer, y proponiéndole que se quedara en su casa para ayudar a la criada. Aceptó Deseado el puesto que le ofrecían, cumpliendo perfectamente cuanto le ordenaban. Una noche le despertaron de su profundo sueño el calor y los rojos fulgores de un enorme incendio que había prendido la casa. Al principio sólo pensó en huir; pero acordándose enseguida de su protectora venció el miedo, y atravesando las llamas salvó a la que tanto bien le había hecho. Al levantarla entre sus brazos notó que sus fuerzas habían aumentado considerablemente, y pudo sin trabajo alguno llevarla a casa de una amiga; encaminándose después al lugar de la

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