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MEMORIAS DE UN NIÑO INOCENTE
MEMORIAS DE UN NIÑO INOCENTE
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Libro electrónico439 páginas6 horas

MEMORIAS DE UN NIÑO INOCENTE

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Darius es el único hijo del Caballero Blanco Allen, protector de su majestad el Rey de los hombres Víctor Veratre en Ciudad Capital. A lo largo de su adiestramiento como futuro protector de su majestad, Darius se enamora de la princesa Diana, algo que no resulta bien visto por su padre y mentor. En consecuencia, este decide poner a prueba el corazón del joven soldado.
Con la llegada del hermano del Rey, Bittor Veratre, el futuro de Darius tomaría un nuevo rumbo que afectaría al resto del mundo, para bien o para mal. Pues con su macabra presencia se desatarían por primera vez los demonios ocultos en el interior de Darius.
IdiomaEspañol
EditorialNPQ Editores
Fecha de lanzamiento4 ago 2023
ISBN9788419440976
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    MEMORIAS DE UN NIÑO INOCENTE - Jorge Peris

    MEMORIAS DE UN

    NIÑO INOCENTE

    Jorge Peris Sáez

    MEMORIAS DE UN

    NIÑO INOCENTE

    Jorge Peris Sáez

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en un sistema informático, ni su transmisión por cualquier procedimiento o medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro o por otros medios, sin permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

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    Memorias de un niño inocente

    © Del texto: Jorge Peris Sáez

    © De la corrección: NPQ Editores

    © De esta edición: NPQ Editores

    www.npqeditores.com

    edicion@npqeditores.com

    ISBN: 978-84-19440-97-6

    Esta historia empieza en la Tierra Media, unos años después del fin de los tiempos más peligrosos y oscuros de su momento histórico. Una etapa en la que la supervivencia de todas las razas se vio al borde de la extinción debido al ser más salvaje y despiadado jamás conocido hasta la fecha, Einhassad. Este ser logró ser derrotado tras una larga y cruel guerra que duraría varios años. Una guerra que dejó a su paso naciones destruidas, así como incontables caminos de cadáveres y tierras devastadas.

    Einhassad era una criatura que por aquel entonces nunca antes había sido vista. Nadie sabía qué podía ser aquel ser. Más tarde se descubriría que se trataría del primer orco que apareció en la Tierra Media. Su tamaño era bastante mayor que el de cualquier otro ser de las demás razas. Gozaba de una gran corpulencia, así como de una magia totalmente desconocida y aparentemente superior a la de las demás razas. Su piel, de color verdoso similar al musgo, parecía simplemente impenetrable. Su cabello rojo daba la sensación de que iba a comenzar a arder de un momento a otro y por sus venas no corría sangre, sino lava.

    Logró aterrorizar a toda la Tierra Media gracias a su imponente fuerza militar formada por golems de magma, no obstante, aquello que más triunfos le ofreció a parte de su propia gigantesca y llameante espada fue la servidumbre de una de las bestias más terroríficas y mágicas de todos los tiempos, un Dragón. Esta criatura albina cuyo tamaño era como el de cincuenta hombres sino mayor oscurecía el cielo con su sola presencia. Se encontraba estrechamente ligado a los poderes sobrenaturales de su amo, y cuando estos fueron sellados por Gölradir, el más alto y poderos de los elfos, el mismo dragón fue derrotado y exterminado. En cambio, pese a que Einhassad fue abatido, nunca se encontró cadáver o prueba de ello. Simplemente desapareció, acabando así con el peor momento vivido hasta la fecha conocido como la época oscura. No quedó rastro alguno ni tan solo de uno de los enormes huesos del dragón. O eso se creyó en su momento…

    Cuando descubrieron que el espíritu de este ser resultó ser más independiente que su cuerpo a los poderes de su amo fue demasiado tarde. Tras la derrota de Einhassad el espíritu del dragón buscó una vasija en la que esconderse hasta el resurgir de su señor, y la encontró. Fue a parar a la cámara en la que se encontraba la mujer del representante de los humanos en la Alianza que se alzó para combatir las fuerzas oscuras, el Rey Víctor Veratre. Tras introducirse en su cuerpo cayó terriblemente enferma, quedándose congelada, como si de un bloque de hielo se tratase. Estaba embarazada, aunque todavía nadie lo sabía, ni siquiera ella misma. Un buen día, después de casi veinte años, sin motivo aparente por fin despertó de su largo letargo. Se realizó una gran celebración por ello y entonces, esa misma noche el Rey Víctor Veratre, todavía sin descendencia alguna, decidió celebrar la tan buena noticia con una ceremonia sin precedentes. Esa noche los reyes yacerían juntos con la intención de concebir así un heredero, aunque en realidad la Reina ya albergaba a su primogénito en su vientre. Los meses siguientes fueron terribles para la envejecida Reina, para quien cada mes de embarazo supuso un gran y extraño dolor. Pero no había podido proporcionar un heredero a su reino y como soberana era algo que no podía pasar por alto. Era su deber.

    Cada vez se acercaba más el momento del nacimiento de quien sería el próximo heredero del reino de los hombres. El evento fue esperado con gran entusiasmo y alegría, pues significaba la prosperidad de la raza humana. Pero aquel día finalmente no resultó ser tan alegre como se esperaba, pues el bebé vino al mundo sano y fuerte como cabía esperar, pero desgraciadamente la madre no pudo soportar tal esfuerzo, hasta que días más tarde, murió. Este bebé lo único que recibiría de su madre a parte de la vida sería su nombre, y la única persona a quien se lo pudo revelar antes de expirar su último aliento fue a la mano derecha del Rey, el Caballero Blanco Allen, encargado por aquel entonces de la protección de la Reina.

    El niño fue un barón grande y fuerte de cabello oscuro de quien se anunciaba que sería un gran Rey, pues había sido muy esperado durante mucho tiempo. Pero el príncipe nació con un mechón blanco en su oscura cabellera situado en su nuca, algo que no fue recibido de buen gusto por los consejeros de su majestad, así como tampoco por sus místicos videntes de la Torre de Diamante. No había ningún tipo de antecedente en la familia real que poseyese algo parecido, de modo que se empezaron a crear rumores y especulaciones sobre su futuro Rey, atribuyéndole la muerte de su madre, así como todas y cada una de sus futuras desgracias.

    El Rey Víctor, preocupado por dichos rumores, decidió llevar a su hijo a la Torre del Diamante, para someterlo al juicio de los dioses. Para ello convocó a sus más prestigiosos magos y videntes, con quienes trataría de atisbar el futuro de su progenitor. La ceremonia se prolongó durante días, hasta que al fin obtuvieron una profecía. En ella se decía que el hijo del Rey podría convertirse en un gran monarca noble y justo, más también vislumbraron una poderosa sombra, un mal que podría traer la desgracia a la raza humana, o incluso al resto de la Tierra Media.

    Al oír estas palabras el Rey Víctor tuvo que tomar una decisión. El consejo votó por la ejecución del niño, eliminando la profecía de raíz, erradicando todo posible mal de la manera menos perjudicial posible para todos. Pero Víctor no podía hacer tal cosa. Se trataba de su hijo, lo único que le quedaba de su difunta Reina, a quien había amado desde que tenía razón de ser.

    No podía tomar la decisión impuesta por el consejo, de modo que optó por tomar la única medida que se le ocurrió en aquel momento. Sabía que de no acatar las órdenes del consejo los rumores se extenderían de nuevo y los propios ciudadanos serían quienes le pedirían la cabeza del joven príncipe. Esa noche el Rey ordenó en el más absoluto de los secretos al Caballero Blanco, su mano derecha, asesinar a todos y cada uno de los miembros del consejo para poder proteger así a su amado heredero. Aun así, sabía que su hijo no llegaría a ser un Rey aceptado por el pueblo debido a las habladurías que ya existían a los alrededores.

    Víctor decidió apartar al joven de su lado, haciendo creer a todos que la decisión del consejo fue llevada a cabo, más la verdad quedaría oculta entre él y Allen, a quien le encargó entregar a su hijo a una modesta familia de campesinos de las afueras. Ellos se harían cargo de educarlo como a un hijo propio. El Caballero Blanco sería la única persona conocedora del paradero del príncipe, así como de su verdadero nombre, y si llegado el momento la profecía resultase ser incierta el Rey revelaría la verdad, ordenando a Allen traer de vuelta a su hijo.

    Hasta entonces tan solo dos personas sabrían la verdadera historia del joven príncipe, aunque nunca se puede estar seguro sobre quién puede estar escuchando y sobre todo qué clase de artimañas pueden emplear aquellos que sólo desean ver el mundo arder...

    CAPÍTULO 1

    El Caballero de la Espada de Madera

    (Damascus, Reino de los hombres. Veinticuatro años tras el fin de la época oscura.)

    El mundo de los hombres vuelve a respirar esperanza tras el nacimiento de la próxima heredera al trono, la princesa Diana Veratre, hija del Rey Víctor y la nueva Reina Minerva, hija de una buena familia noble de los mismos hombres. El Rey Víctor era un hombre muy bien cuidado al que el tiempo había tratado muy bien. Era casi tan alto como un elfo y poseía una cabellera negra que le llegaba a la altura de los hombros. No solía bromear mucho, era más bien un hombre bastante serio y egoísta cuya atención únicamente solía recaer en sus propios intereses y ambiciones. No obstante, para él no había nada más importante que la familia. La Reina Minerva, por otro lado, pese a ser un poco más joven, parecía estar más desgastada que su marido. Esta poseía una melena larga de color castaño que le llegaba hasta la cintura y una figura todavía más esbelta que la de su marido. Todo el mundo la conocía como una persona dulce y cercana que siempre trataba de cuidar de los suyos. Todos los que habían tenido el placer de compartir algún momento con ella coincidían en que su inteligencia resultaba en gran parte abrumadora.

    Diana fue una niña de cabello largo de un color rubio platino en el cual, de mirarlo con la luz adecuada, podías incluso verte reflejado en él. Su piel parecía tan blanca y pura como la nieve recién caída sobre la tierra y su belleza se decía que podría ser comparada con la de los mismísimos dioses. No obstante, muchos continuaban aferrándose a sus arcaicas costumbres, las cuales exigían que fuese un varón quien asumiese su lugar en el trono. Sin embargo, el Rey decidió romper con esta tradición colocando a su hija en la primera línea de ascensión tras su muerte. Aunque esta decisión estaba sujeta a una condición secreta que tan solo su hombre de mayor confianza sabría, el Caballero Blanco Allen. Llegado el momento de la coronación todo el reino debería respetar dicha condición, si fuese precisa su revelación.

    La sucesora al trono necesitaría protección, al igual que la necesitó su padre, desde el momento de su nacimiento hasta el momento en el que abrazase los agridulces brazos de la muerte. De modo que el Caballero Blanco Allen, quien hasta el día de hoy había sido el encargado de velar por la seguridad de su majestad, ofreció a su propio hijo Darius para que ocupase tan privilegiado puesto. Allen era un caballero alto y apuesto, de pelo largo y claro en exceso. A veces, cuando cabalgaba a lomos de su caballo en su melena al viento podían verse reflejados los cálidos rayos del sol tras el movimiento del galope. Muchos creen que esto se debía a que gran parte de su vida la pasó entre elfos, e incluso en ocasiones muchos lo confundían con uno. Siempre parecía tener una expresión de alegría en su rostro, aunque nunca tuvo ningún tipo de pudor a la hora de arrebatar vidas si la situación así lo requiriese. Parecía tener siempre una solución en cada momento para cualquier problema. Se notaba que era un caballero curtido en infinidad de batallas, a pesar de poseer un físico bastante modesto para tratarse del guardaespaldas de su majestad. En el pasado a menudo le subestimaron, sin duda lo que resultó ser el último error de aquellos pobres infelices que osaron menospreciarlo.

    Darius era un joven muchacho bastante corriente, no destacaba en nada con los demás niños de Ciudad Capital, y su único deseo era el de ser como su padre. Era muy alegre y responsable, un niño que entendió su cometido desde el principio como un gran honor, pues realizaría el mismo trabajo que había estado desempeñando su padre durante toda su vida. Lo que le llenaba de orgullo.

    El futuro guardián de la Reina debía ser fiel a una serie de normas inquebrantables una vez iniciado el adiestramiento. El aprendiz no podía salir del castillo sin su mentor, así como ofrecer una total dedicación y fe ciega tanto al mismo tutor como a su Rey, en ese mismo orden. Por norma general aquellos quienes ocupan este puesto solían ser soldados antes que guardianes. Y cadetes antes de convertirse en soldado, lo que implicaba someterse a una serie de normas muy estrictas. Los cadetes tenían prohibido salir de la ciudad sin autorización para estar al servicio de su mentor si este los llamase. Así pues, debían guardar una uniformidad mínima entre ellos, es decir, todos ellos debían emplear la misma vestimenta y mantener su cabeza severamente afeitada hasta su nombramiento como soldado oficial. Durante su adiestramiento también se les prohibía mantener cualquier tipo de relación con mujeres, ya que a menudo dicha relación desembocaba en problemas de adiestramiento. Muchas eran las normas a las que se tendría que someter el joven Darius durante su etapa como cadete hasta convertirse en soldado. Por ello el encargado de entrenarlo y supervisarlo sería su propio padre ya que… ¿Quién mejor para adiestrar al próximo protector de la Reina que el propio protector del actual Rey? Así pues, el joven Darius comenzó su entrenamiento desde una edad muy temprana, el cual parecía no tener descanso. Su padre siempre le proporcionaba alguna lección que aprender, ya fuese entrenando como en la cotidianidad del día.

    El Caballero Blanco se ausentaba muy a menudo debido al cumplimiento de sus quehaceres como protector, de modo que en ese tiempo Darius ponía en práctica aquello que le habían enseñado. El joven guardián se dirigía hacia su futura Reina siempre que tenía oportunidad para poder ejercer su cargo. Ya la había salvado de innumerables peligros con su espada de madera, desde una marabunta de peligrosos insectos a incesantes ataques de bandadas amenazadoras de pájaros que intentaron robarle los trozos de pan. E incluso en una ocasión logró apartarla de una peligrosa rama que se desprendió de uno de los enramados brazos de un gigantesco árbol con la intención de golpearla en la cabeza. El joven futuro protector del reino recibió un buen recuerdo de ese día, un bonito chichón justo en su nuca.

    Poco a poco, con el paso de los años, Darius pasó a ser algo más que el simple guardián de la princesa, llegándose a convertir en un muy buen amigo. Esta relación se fue estrechando cada vez más con el paso del tiempo, hasta llegar al punto en el que Darius dejó de dormir para contemplar aquello tanto le recordaba a su protegida, la luna. El chico se había enamorado perdidamente de su protegida, de su futura Reina, la princesa Diana. No obstante, cuando su padre se enteró de ello lo castigó muy severamente, haciéndole entender que no podría ser nada más que su protector. Únicamente debía velar por su seguridad y satisfacer sus deseos, pues su trabajo no era otro más que el de proteger y servir.

    Por otra parte, los sentimientos de la princesa por su guardián poco a poco también fueron cambiando. Cada vez Darius ocupaba un lugar mayor en sus pensamientos y corazón, hasta que un día llegó el momento en el que los sentimientos de Darius fueron correspondidos. Diana también se enamoró y su madre, la Reina Minerva, también se percató de ello, pero lejos de tratar de reprimir esos sentimientos en la misma forma que Allen, ésta se alegró enormemente. Su querida hija se hacía mayor.

    (Treinta y seis años después de la época oscura, en los jardines de palacio.)

    El Rey Víctor siempre asistía a los entrenamientos de espada de quien sería el futuro protector de su hija, además de para contemplar el tremendo espectáculo que suponía observar al Caballero Blanco en batalla, aunque fuese en un simple entrenamiento. El joven Darius, que ya había alcanzado la edad de quince años, siempre practicaba con la espada de su padre, alegando que así se acostumbraría a usarla antes. En cambio, Allen utilizaba la espada de madera de su hijo.

    Cada domingo padre e hijo se enfrentaban en un duelo en los jardines de palacio en el que siempre tenía que haber un vencedor, y pese a que Darius empuñaba una espada real jamás venció a la mano firme de su padre empuñando su espada de madera. Los jardines eran muy amplios, aunque la zona preferida de Allen para practicar estos duelos era un rincón apartado, en el que tan solo había dos piedras de gran tamaño y un gran olmo justo en medio de ambas. Era un espacio realmente hermoso, sin duda no se podía encontrar otro rincón en todo el Reino que rebosase tanta paz y belleza. Tan solo el cantar de los pájaros, en consonancia con las fuertes ramas del olmo en movimiento, rompían aquel silencio. Y quien dice rompían era por decir algo, pues hasta estos mismos parecían concordar entre sí formando una hermosa melodía.

    El tiempo pasó, muchos duelos se habían producido desde entonces entre padre e hijo bajo la atenta mirada de los reyes y su hija la princesa Diana de once años. Pero Allen jamás había resultado derrotado en ninguna batalla, se trataba pues de uno de los mejores caballeros de toda Tierra Media. Tal era su maestría con la espada que era conocido en los cinco reinos principales: Damascus, Reino de los hombres situado y ocupando casi la totalidad del este. Sotera, Reino helado casi abandonado situado al noroeste donde la Alianza resistió la última acometida de Einhassad, también propiedad de los hombres. Petra, Reino de los enanos situado en las rocosas montañas del norte. Galdör, Reino de los elfos de una belleza y equilibrio con la naturaleza sin igual, un paraíso para cualquier criatura viviente. Y por último Karonte, Reino espiritual en el que todos tenían un espacio reservados, vivos y muertos. Se dice que el padre de Allen, quien no era más que un simple granjero, salvó al gran Gölradir, el señor de los elfos y los altos elfos, en una ocasión de la muerte y el pago que recibió fue el cuidado de su hijo en la majestuosa ciudadela élfica, donde fue criado y entrenado por los más altos elfos. No obstante, nadie pudo corroborar nunca tal historia, y el trato que recibió su padre fue el de un mentiroso, y un asesino durante muchos años, hasta que finalmente acabó siendo condenado a la horca. Allen en cambio, nunca verificó ni desmintió ninguno de esos rumores, simplemente se dedicó a ignorar a todo aquel que contase alguna historia referente a él, su pasado o a su padre. No sería hasta pasado varios años de su regreso cuando, debido a las frecuentes visitas por parte de los mismos elfos, se conocería la verdad.

    La destreza del joven Darius era mayor a cada día que pasaba, aunque parecía que nunca llegaría a equipararse o si quiera poder compararse a la de su padre, quien a pesar de continuar empuñando la espada de madera de su hijo permanecía invicto sin prácticamente derramar una gota de sudor o aliento de cansancio.

    Con el paso de los últimos años el Rey Víctor parecía que iba perdiendo el juicio, como si algún fantasma le estuviese atormentando. Todas las noches se acostaba atemorizado, como si no pudiese escapar de algo, o de alguien… para luego levantarse empapado en sudor, la noche que podía dormir. Nadie sabía qué estaba ocurriendo, lo que parecía desconcertar y preocupar a todo el mundo, excepto a Allen, quien aún sin saber lo que ocurría estaría dispuesto a hacer su trabajo si algún tipo de mal se presentase ante su Rey.

    Un día el Rey Víctor rompió su silencio, y le confesó a su esposa aquello que llevaba perturbándolo tanto tiempo. En numerosas noches, justo tras el atardecer y con la llegada de la luna, una voz grave y oscura resonaba en su cabeza maldiciéndole y rebuscando en sus más profundos secretos. Nunca antes había escuchado voz semejante. Aterrorizado, pensó que debía de tratarse de algún tipo de brujería, pero tras acudir a sus poderosos magos estos lo descartaron por completo, ya que no percibían rastro alguno de ningún tipo de magia o maldición en él. Esta voz aparecía cada noche para decirle lo mismo al Rey, y sus palabras eran:

    —Duerme Rey cobarde. —Decía la voz en tono burlesco. —Duerme y descansa, pues tu vida se acaba… Me divierte la idea de que vayas a morir pronto… Por las manos de tu misma ¡SANGRE!

    La voz desaparecía entre risas oscuras, mientras a Víctor tan solo le venía a la cabeza una única cosa. La profecía. Cada día el Rey se obsesionaba más con su progenitor. La idea de cumplir las exigencias que le impuso su anterior consejo cobraba fuerza, pero afortunadamente tan sólo necesitaba recordar a su difunta Reina para borrar esa idea de su mente. Hasta que la voz oscura lo volviese a atormentar al menos.

    El tiempo fue pasando. Un día Darius estaba de camino a su entrenamiento diario cuando se cruzó con su Rey. Ni siquiera levantó la mirada del suelo, ignorándolo por completo sumergido en un debate interno respecto a qué hacer sobre lo mencionado por la voz oscura en relación a su sangre. Aun con el recuerdo de su difunta Reina no podía evitar que aquella terrible opción fuese cobrando cada vez más y más fuerza. Cada día que pasaba se iba volviendo más paranoico. El joven protector prosiguió su camino desconcertado, y más confuso se sintió cuando por primera vez en todo este tiempo el Rey no asistió a su sesión de entrenamiento, aunque sí que lo hicieron la Reina Minerva y la princesa Diana. Darius saludó a ambas como de costumbre, más ese día Allen se percató de algo, una tímida sonrisa entre princesa y guardián que denotaba cierta complicidad entre ambos.

    Durante todo el entrenamiento el joven mantuvo una expresión de alegría que no podía ser borrada de su rostro. Algo que el Caballero Blanco no pudo pasar por alto y decidió remediar. Allen se levantó de la roca en la que estaba sentado a la sombra de aquel majestuoso olmo y le explicó a Darius que en el día de hoy se incorporaría un nuevo entrenamiento. El joven guardián quedó entusiasmado por la noticia, ya que comenzaba a estar cansado de realizar siempre los mismos tipos de ejercicios. En aquel momento Allen desenvainó su espada, pero esta vez no la intercambió por la de Darius. Fue entonces cuando reveló sus intenciones.

    —¡Darius! —Exclamó Allen.— ¿Recuerdas cuál es tu deber en esta vida como protector de la futura Reina?

    —¡Sí padre! —Contestó el joven enérgico y lleno de orgullo. — ¡Proteger a la Reina de todo mal a costa de mi vida sin importar cuál sea el peligro o la situación!

    —Así es hijo mío… —Respondió añadiendo un profundo suspiro. Tras una breve pausa, que para Darius pareció un día entero, continuó. —Voy a matar a la princesa.

    Todos los allí presentes quedaron perplejos. No estaban seguros de lo que acababan de escuchar, pero al ver al Caballero Blanco espada en mano dirigiéndose hacia la princesa con la mirada fija en ella tuvieron que hacer algo al respecto.

    —¡Apresadlo! —Los guardias del patio se apresuraron para detener al Caballero Blanco.— ¡Proteged a la Reina y a la princesa!

    Darius no entendía nada, no creyó que su padre hubiese dicho esas palabras de verdad. Pero cuando vio que empuñando su espada comenzó a caminar hacia la princesa, sin importarle en absoluto la resistencia de los guardias que iban siendo asesinados uno a uno sin piedad alguna, Darius tuvo que reaccionar. El capitán de la guardia real acudió con más soldados rodeando a Allen, pero nuevamente la acometida de los soldados resultó ser inútil. El joven guardián desconcertado le preguntó a su padre por qué estaba haciendo tal cosa, más no obtuvo respuesta alguna, Allen continuaba dirigiéndose hacia la princesa. La Reina, perpleja e incapaz de comprender tal acción, se interpuso entre ellos, abrazándola y protegiéndola con su cuerpo, dirigiendo una mirada de incertidumbre hacia Allen. Este dudó por un instante. Fue entonces cuando Darius reaccionó y cargó contra su padre, derribándolo y cayendo ambos al suelo. Allen se levantó y volvió a dirigirse hacia la princesa.

    —Sabes lo que tienes que hacer ¿Verdad Darius? —Preguntó Allen reflejando una gran tristeza.— ¡Cumple con tu deber!

    —Sí padre. —Respondió Darius tratando de contener las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas. —No permitiré que nada le ocurra a la princesa, y si he de protegerla de ti, lo haré. Si tengo que morir, moriré. Y si he de matarte…

    —Que así sea entonces. —Interrumpió Allen abalanzándose sobre Darius.

    Darius no tuvo oportunidad de recoger otra arma más que la que tenía en sus manos, su espada de madera. En cambio, su padre empuñaba la espada con la que había puesto fin a la vida de incontables enemigos. Darius se puso en guardia, más tan apenas se preparó para encajar la acometida de Allen este se colocó en su espalda como si de un destello se tratase.

    —Todavía eres lento. —Susurró Allen en su oído. —Demasiado lento…

    Cuando Darius se giró recibió una herida que iba desde la cadera derecha hasta su hombro izquierdo, atravesándole todo el torso y partiendo en dos su espada de madera. Darius cayó derribado al suelo, sosteniéndose sobre sus rodillas mientras en su mano derecha empuñaba lo que quedaba de su astillada espada de madera. Su torso comenzó a sangrar. Allen puso rumbo nuevamente hacia la princesa Diana, quien había aprovechado para esconderse junto a su majestad la Reina Minerva. Pero el Caballero Blanco poseía una percepción similar a la de los elfos, y no tardó demasiado en percatarse sobre su ubicación. De nuevo se dirigió hacia la princesa, cuando de repente Darius se levantó de nuevo, dispuesto a hacer frente una vez más a su padre.

    — ¿Por qué padre, por qué haces esto? —Preguntó el joven guardián desconcertado y desconsolado.

    —Sabes por qué lo estoy haciendo Darius. —Respondió. — ¡Te dije que no podrías proteger a la princesa si tus sentimientos se interponían!

    —¡Te equivocas padre! —Contestó rápidamente Darius, sobresaltando a Allen.— ¡Es precisamente por eso por lo que puedo protegerla!

    Allen se detuvo a pocos pasos de la Reina y la princesa. Entonces se volvió hacia Darius cargando de nuevo contra él y derribándolo. Allen inmovilizó a Darius en el suelo y apuntando con su espada a su corazón dijo:

    —Con esto no se puede proteger nada hijo mío… —Añadió con lágrimas en los ojos.

    La espada comenzó a dejarse caer sobre el pecho del joven Darius, cuando la princesa salió corriendo hacia ellos agarrando el brazo de Allen e impidiendo que la espada avanzase más. Allen tan solo tuvo que agitar su brazo para arrojar a la pequeña princesa al suelo. Al ver esto Darius reaccionó, atravesándole el cuello a su padre con la astillada espada de madera que todavía empuñaba. No obstante, parecía que aquello no sería suficiente para frenar las intenciones de su padre, quien se levantó y con sus manos desnudas comenzó a estrangular a la princesa Diana. Darius contemplaba como la falta de aire comenzaba a notarse en el rostro de la princesa, que cada vez se veía más pálido. La Reina también trató de detenerlo, sujetándolo desde la espalda, pero Allen no cedía en absoluto. Entonces, cuando la princesa comenzaba a cerrar sus ojos y a perder el conocimiento, pudo ver como su madre le susurraba algo al oído de Allen. El Caballero Blanco dejó de ejercer presión durante unos segundos y Diana pudo respirar nuevamente. En ese momento el joven guardián sacó fuerzas de donde pudo y recogió la espada de su padre del suelo, con la que no tuvo más remedio que el de cortarle ambos brazos a su padre, liberando así a su amada Diana.

    El Rey Víctor apareció en el patio tras haber recibido el aviso de la guardia sobre lo ocurrido, justo en el momento en el que Darius había cercenado las extremidades superiores de Allen.

    —¡Apresadle! Ordenó el Rey Víctor. — ¡No dejaré impune esta traición!

    Mientras los guardias se aproximaban para apresar a Allen este giró la cabeza hacia Darius, y le dijo:

    —Estoy orgulloso de ti Darius. —Dijo esbozando una sonrisa en su rostro. —Espero que jamás repitas mis errores…<> —Allen cayó desmayado debido a sus heridas.

    —¡Rápido, no le dejéis morir! —Gritó el Rey. —Todavía hay temas pendientes con este traidor. Tenemos asuntos que tratar.

    —¡Sí señor! —Respondieron todos los guardias al mismo tiempo.

    —Escoltad a la Reina y a la princesa a un lugar en el que estén a salvo, y aseguraos de que el joven guardián sobrevive. Dijo el Rey agradecido, mientras aliviado miraba a su familia. —No podemos permitir que muera el salvador y protector de mi hija, la princesa Diana. Además, tiene que ser nombrado Caballero. —Añadió sonriente.

    La princesa Diana no tuvo oportunidad de darle las gracias a su protector. Tan solo pudo dedicarle una última y tímida mirada, mientras sus ojos se cerraban lentamente, transmitiéndole entre lágrimas una cálida sensación de calma. La Reina Minerva no se separó de su querida hija durante el resto del día, quien pese a intentar ir a ver a su joven protector incesantemente no le fue permitido. Por otra parte, el Rey Víctor tenía que zanjar unos asuntos pendientes con aquel que hasta ese día había sido el encargado de su protección. Al día siguiente Víctor bajó a las mazmorras de palacio para encontrarse con Allen, pues era el único poseedor de la que podría ser la información más valiosa de todo el reino. Al llegar a su celda el Rey ordenó a todo el mundo esperar fuera, sin excepción alguna, fue entonces cuando comenzó a lanzar sus preguntas.

    —¿Sabes por qué estoy aquí Allen? —Preguntó Víctor con cierta lástima en su voz.

    —¿Para matarme? Su majestad. —Respondió Allen con cierto tono de burla.

    —Sabes que no puedo matarte, no, así como así. —Contestó deambulando de un lado a otro de la celda. —Sabes demasiado como para seguir vivo, aunque todavía sabes más como para matarte sin más. De modo que… ¿Qué debería hacer contigo viejo amigo?

    —¿¡Amigo!? —Dijo Allen sobresaltado. —No me insultes de esa manera, tú no tienes idea de lo que significa esa palabra.

    —¿¡Son tus palabras las que dicen eso!? —Replicó con enojo. — ¡Tú, que intentaste asesinar a mi hija!

    —¿De verdad creías que sería capaz de hacer tal cosa? —Dijo Allen aumentando su enfado. —He visto cada paso que ha dado esa niña, cada palabra, cada travesura. ¡Todo! Se ha criado junto a mi propio hijo… ¡Para mí era como de mi propia sangre! Tan solo necesitaba abrirle los ojos a Darius, aunque al final fue él quien terminó abriendo los míos… —Rio.

    —Entonces dime. ¿Por qué lo hiciste?

    —Para acabar aquí, enfrente de ti. —Respondió con sarcasmo. —Para poder ver cómo te consume la incertidumbre al saber que jamás sabrás el paradero de tu hijo, el verdadero heredero de tu reino. Sin saber si sigue vivo tan siquiera.

    —¿Acaso no lo está? ¿Le ha ocurrido algo? —Preguntó alterado Víctor. —¡RESPONDE! —Exigió el Rey al moribundo Allen, quien comenzó a reír frente a él.

    De pronto resonó por toda la celda la voz oscura que había estado atormentando al Rey durante todo este tiempo, riendo poco después de que Allen cesase su carcajada, aunque en un tono más macabro, como si estuviese disfrutando aquella situación. El Rey no lo supo, pero ambos escucharon aquel día la voz oscura.

    Tras varias semanas de reposo Darius había comenzado a andar de nuevo, no obstante, el Rey continuaba sin permitir que este recibiera visitas, alegando que debía descansar para poder incorporarse lo antes posible al cargo. Darius agotaba las noches contemplando la luna, pensando en su amada princesa y preguntándose qué habría sido de ella. Si estaría bien y si al igual que él también mantendría sus pensamientos cautivos, presa de sus sentimientos hacia el otro.

    Una noche de tantas, mientras el joven guardián soñaba con la figura de su amada princesa sobre una más que brillante luna, escuchó un susurro en su habitación, algo que no llegaba a distinguir claramente.

    —De…rta… —La voz se escuchaba cada vez más alto. —Des…er…a… —Y más claro. —Des…ierta… —Hasta que de pronto Darius percibió una voz grave y aterradora. — ¡DESPIERTA!

    Darius se incorporó en la cama mientras veía como desparecía ante él una extraña figura que nunca antes había visto. De repente se vio sobresaltado por dos hombres enmascarados que intentaron acabar con su vida. Pero Darius ya había recuperado gran parte de sus fuerzas y consiguió esquivar el ataque de ambos, llegando incluso a arrojar a uno de ellos por la ventana de su habitación. El joven Darius tuvo que defenderse como pudo del otro asesino estando desarmado, de modo que se valió de lo único que tenía su alcance. Las cortinas de su ventana. Aguantó hasta que su agresor dio el primer paso y esperó a que este estuviese lo suficientemente cerca, momento que Darius aprovechó para lanzar la cortina sobre el asesino, cegándolo y provocando que este se precipitase por la ventana al igual que su camarada. Tras un pequeño espacio de tiempo la voz oscura se volvió a escuchar, distinguiendo esta vez en la tenebrosidad de la noche lo que se podría llamar una risa desconcertante que sobresaltó de nuevo al joven Darius.

    Unos años después del conflicto entre guardianes, se aproximaba la fecha en la que Darius cumpliría sus veintiún años, y por tanto la edad suficiente para poder ser nombrado Caballero. Y así fue, durante todo este tiempo el joven guardián continuó entrenando, más y más duramente, siendo ahora

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