LUCRECIA DE LEÓN LA PROFETA QUE SE ENFRENTÓ A FELIPE II
EL MALIGNO
LOS INQUISIDORES ACUSARON A LUCRECIA DE PERMITIR QUE EL DEMONIO ENTRARA EN SUS SUEÑOS PARA DICTARLE EL FUTURO.
Fue uno de los siglos que sentarían las bases de la España moderna. El siglo XVI contó con dos reinados de excepción, el de Carlos V y su hijo Felipe II, que consiguieron aunar en torno a ellos un poder inconmensurable. Sin embargo, fue también un tiempo de grandes contrastes, de demonios, brujos, y miedo a Dios… y al diablo.
La superstición y la magia estaban muy arraigadas en la mente de los españoles. En la Península, a las supersticiones de los pueblos primitivos, romanas y godas, se unieron las de los judíos y los moriscos, además de las milenarias del pueblo gitano. Toda una caterva de prácticas heterodoxas lograron fundirse con el dogma católico, generando una religión que podríamos considerar paralela entre el pueblo, que seguía manteniéndola viva a pesar de la abierta condena de las autoridades eclesiásticas.
Aquel tiempo de contrastes y sincretismo religioso era el caldo de cultivo idóneo para que surgieran toda clase de profetas y visionarios que anunciaban todo tipo de desgracias y cambios planetarios. La gran mayoría eran charlatanes que sacaban provecho de la picaresca para ganarse unos escudos. Sin embargo, existieron varios casos injustamente olvidados, como el que nos ocupará en las siguientes líneas, que llegaría incluso a convertirse en «asunto de Estado» y estar a punto de hacer peligrar la todopoderosa monarquía hispánica bajo el cetro de Felipe II.
La protagonista de todo este entramado religioso de ecos políticos fue una mujer llamada Lucrecia de León. Será gracias a las actas recogidas por el Santo Oficio que conocemos parte de su vida y todo lo relacionado con las extrañas «visiones» que diría experimentar. Lucrecia nació en una familia sin grandes recursos, pero tampoco pobre, en 1567. Sus padres fueron Alonso Franco de León, cristiano viejo de la Villa de Madrid, y doña Ana Ordóñez. Don Alonso era una suerte de «pasante», un letrado que no había
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