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El dueño del desierto: Novias para tomar (1)
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El dueño del desierto: Novias para tomar (1)
Libro electrónico164 páginas3 horas

El dueño del desierto: Novias para tomar (1)

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Información de este libro electrónico

Con este anillo... ¡Te chantajearé!
Cuando la ingenua Polly Dixon aterrizó en Dharia, un reino del desierto, con un anillo que era su único lazo con su misterioso pasado, no podía imaginarse que iban a detenerla y a dejarla a los pies del imponente dirigente de ese país.
El rey Rashad recelaba de la deseable Polly, pero la imaginación del pueblo de Dharia se había disparado al enterarse de que ella poseía el anillo y creían que Polly era la esposa que él había estado esperando. Por eso, Rashad inició una ofensiva sensual en toda regla para acabar derritiendo la firmeza de Polly y que le pidiera que la llevara al altar.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 may 2018
ISBN9788491881513
El dueño del desierto: Novias para tomar (1)
Autor

Lynne Graham

Lynne Graham lives in Northern Ireland and has been a keen romance reader since her teens. Happily married, Lynne has five children. Her eldest is her only natural child. Her other children, who are every bit as dear to her heart, are adopted. The family has a variety of pets, and Lynne loves gardening, cooking, collecting allsorts and is crazy about every aspect of Christmas.

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    El dueño del desierto - Lynne Graham

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2017 Lynne Graham

    © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    El dueño del desierto, n.º 140 - mayo 2018

    Título original: The Desert King’s Blackmailed Bride

    Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-9188-151-3

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    EL rey Rashad El-Amin Quaraishi estudió las fotos que tenía por encima de la mesa del despacho. Medía casi dos metros, había heredado la estatura excepcional de su abuelo, y sobresalía en casi todas las reuniones. También había heredado las facciones perfectas, el pelo moreno y los ojos oscuros que habían hecho que su madre fuese una belleza reconocida en todo Oriente Próximo. Naturalmente, la prensa siempre hablaba con admiración de él, y eso lo abochornaba mucho.

    –Todo un derroche de perfección femenina –comentó con fervor Hakim, su asesor jefe–. Un reinado nuevo, una reina nueva y, esperemos, una dinastía nueva. La fortuna sonreirá a Dharia.

    Él no discrepó, aunque su empleado parecía algo menos entusiasta, pero la verdad era que Rashad siempre había sabido que su deber era casarse y tener un hijo. Desgraciadamente, no era una perspectiva que le hiciera mucha gracia. No en vano, ya se había casado antes, cuando era muy joven, y conocía los inconvenientes. Sería agobiante vivir con una mujer con la que podría no tener nada en común. Se producirían muchos malentendidos y encontronazos de personalidad. Además, si no se quedaba embarazada en un tiempo récord, el agobio, la insatisfacción y la infelicidad serían insoportables.

    Efectivamente, el matrimonio atraía muy poco a Rashad. Lo más que podía esperar de una futura esposa era que tuviese el suficiente sentido común y sentido práctico como para permitir que vivieran vidas separadas y en cierta paz, aunque no tenía muchas esperanzas, porque su esposa anterior se había pegado a él como una lapa. Tampoco era probable que fuese a olvidar el famoso y tormentoso matrimonio de sus padres. No obstante, también entendía y aceptaba que la estabilidad de su país dependía de que su pueblo lo viera como un modelo de hombre respetable.

    La población de Dharia había sufrido mucho durante los últimos y convulsos años, y ya no anhelaba los cambios y la innovación porque todo el mundo, al buscar la paz, había recuperado las costumbres tradicionales. El despilfarro de su padre y su empeño obstinado en imponer una forma de vida occidental en un país extremadamente tradicional habían llevado a un gobierno cada vez más tiránico que había colisionado inevitablemente con el ejército, que pasó a defender la constitución con el apoyo del pueblo. La historia de esa revolución popular se grabó en las ruinas del palacio del dictador, en la ciudad de Kashan, y en la inmediata restauración de la monarquía.

    Casi toda la familia de Rashad había muerto en un atentado atroz con un coche bomba. Entonces, su tío lo había escondido en el desierto para mantenerlo a salvo. Solo tenía seis años y era un niño asustado que estaba más apegado a su niñera inglesa que a sus padres, a quienes veía muy de vez en cuando. Además, hasta su niñera se había esfumado en medio del tumulto que había seguido a la bomba y a la declaración del estado de excepción. Se había saqueado el palacio, los leales empleados se habían dispersado y la vida que había conocido él había cambiado hasta que se hizo irreconocible.

    –Majestad, ¿puedo proponeros algo? –le preguntó Hakim.

    Rashad llegó a pensar por un momento que su asesor iba a proponerle que metiera las fotos de posibles esposas en una bolsa y que eligiera al azar. Sería una elección aleatoria y muy poco respetuosa con las candidatas, pero estaba convencido de que ese método sería tan bueno como cualquier otro.

    –Por favor… –contestó él apretando los sensuales labios.

    Hakim sonrió, abrió la carpeta que llevaba debajo del brazo y le mostró un dibujo muy detallado de una joya.

    –Me he tomado la libertad de preguntarle al joyero real si podría reproducir la Esperanza de Dharia…

    Rashad lo miró fijamente y sin salir de su asombro.

    –Pero ¿cómo va a reproducirlo si está perdido?

    –¿Qué tendría de malo crear un anillo que lo reemplazara? Es un símbolo muy potente de la monarquía. Era el legado más importante de la familia, pero ya, después de tanto tiempo, es muy poco probable que vaya a encontrarse el anillo original –comentó Hakim en tono serio–. Me parece que es el momento ideal para hacerlo. Nuestro pueblo se siente más seguro cuando se mantienen las tradiciones…

    –Nuestro pueblo preferiría un cuento de hadas a que la digan la realidad, que mi difunto padre era un gobernante podrido que formó un gobierno corrupto y ávido de poder.

    Rashad lo interrumpió con la franqueza que le caracterizaba y que siempre espantaba a Hakim, mucho más diplomático. El rostro barbudo del hombre mayor se quedó petrificado por la consternación y Rashad fue hasta la ventana que daba al jardín, que un ejército de empleados del palacio regaba abundantemente.

    Estaba pensando en el anillo que el pueblo de Dharia había llamado, supersticiosamente, la Esperanza de Dharia. El anillo había sido un impresionante ópalo de fuego que el rey había llevado siempre en los actos ceremoniales. El anillo, montado en oro y con unas palabras sagradas grabadas, había alcanzado un aura casi mística porque lo había aportado a la familia su venerable bisabuela, una mujer adorada en todo el reino por su entrega a las causas benéficas. En otros países, el rey llevaba una corona o un cetro, pero en Dharia la autoridad y fuerza de la monarquía había estado representada por ese anillo antiguo. Había desaparecido después del saqueo del palacio y no se había encontrado nunca, a pesar de lo mucho que se había buscado. El anillo se había perdido para siempre, y podía entender lo que quería decir Hakim: indudablemente, un recambio bien diseñado sería mejor que nada.

    –Encarga el anillo –le ordenó en tono apesadumbrado.

    Sería un anillo falso para un rey falso, se dijo a sí mismo con su escepticismo innato. Nunca podría olvidarse de que no había nacido para sentarse en el trono de Dharia. Era el menor de tres hermanos y había sido un hijo tardío hasta que sus hermanos murieron con sus padres. Aquel día lo dejaron en casa porque era un niño pequeño demasiado activo y ruidoso, algo que le salvó la vida. Su popularidad todavía lo asombraba y lo convencía para que renunciara a sus ideales y se convirtiera en el hombre que su país necesitaba que fuera.

    Una vez, había querido enamorarse y se había casado. El amor había sido sublime durante cinco minutos y luego se había muerto lenta y dolorosamente. No, no estaba dispuesto a pasar por eso otra vez. Sin embargo, también había creído que el deseo carnal estaba mal, hasta que se dejó llevar por él infinidad de veces mientras terminaba los estudios en una universidad británica. Todavía se alegraba de haber podido disfrutar de aquella época de libertad sexual antes de que tuviera que volver a su país para ocuparse de sus obligaciones. Desgraciadamente, en su país le esperaban los rígidos protocolos de la corte que lo obligaban a vivir en una burbuja dorada que transmitía perfección y como una figura que inspiraba una devoción absurda. Efectivamente, a su pueblo le gustaría que se repusiera el anillo y se recuperaran todos los sueños y esperanzas que lo acompañaban, pero a él, no.

    Polly miró a Ellie, su hermana, y consiguió esbozar una sonrisa forzada mientras una mujer rubia y de mediana edad se acercaba a ellas después del breve funeral de su madre, que se había celebrado en una capilla casi vacía. A las dos jóvenes les había parecido un acto triste y desesperante. Ellie, dos años menor que Polly, no recordaba a su madre, y Polly recordaba vagamente una presencia esporádica, perfumada y sonriente, cuando todavía era muy pequeña. Su abuela las había criado y había fallecido hacía unos meses. Las hermanas Dixon no habían sabido nada de su madre durante más de diez años, ni siquiera habían sabido si estaba viva. Por eso le había impresionado que una completa desconocida se pusiera en contacto con ellas para comunicarles que había fallecido.

    Vanessa James, la desconocida, y voluntaria en el hospicio donde había muerto su madre, no estaba mucho más cómoda que ellas con la situación y les había reconocido que había intentado convencer a su madre para que se pusiera en contacto con sus hijas, y hablara con ellas, antes de que muriera. Aunque también reconoció que era difícil entender a Annabel durante la última fase de su enfermedad y que esa reunión podría haber sido incómoda y desesperante para todas ellas.

    –He reservado una mesa en el hotel para que almorcemos –comentó Vanessa con una sonrisa firme mientras estrechaba las manos de las jóvenes.

    –Siento que nos conozcamos en unas circunstancias tan desdichadas.

    Polly no tenía ningunas ganas de comer e intentó reconocerlo.

    –Fue el último deseo de vuestra madre y dejó apartado el dinero para pagar la comida –le explicó la mujer mayor con delicadeza–. Es una invitación de ella, no mía.

    Polly se sonrojó y su pelo rubio, casi blanco, sirvió de contraste para resaltar su incomodidad.

    –No quería ser ingrata…

    –Bueno, tenéis motivos de sobra para sentiros incómodas con esta situación –comentó Vanessa–. Os contaré algo sobre los últimos años de vuestra madre.

    Las hermanas escucharon mientras la mujer mayor les hablaba de la enfermedad terminal que le había arrebatado la independencia y la movilidad a su madre cuando todavía tenía cuarenta y tantos años. Había vivido en un asilo y había muerto en el hospicio donde Vanessa había llegado a conocerla bien.

    –Todo eso es muy triste –Ellie se apartó el pelo rojo de la frente con los ojos verdes rebosantes de compasión–. Podría haber hecho mucho para ayudarla… si lo hubiésemos sabido…

    –Annabel no quería que lo supierais. Sabía que ya habías pasado unos años cuidando a vuestra abuela durante su declive y no quiso aparecer en vuestra vida para ser otra carga y una responsabilidad. Era muy independiente.

    Las tres mujeres se sentaron a la mesa que había en un rincón del restaurante y miraron la carta casi sin verla.

    –Tengo entendido que estás estudiando medicina –le dijo Vanessa a Ellie–. Annabel se sintió muy orgullosa cuando se enteró.

    –¿Cómo lo supo? –le preguntó Ellie–. Han pasado años desde que se puso en contacto por última vez con nuestra abuela.

    –Una prima de vuestra madre era enfermera y reconoció a Annabel hace un par de años, cuando estaba hospitalizada. Le puso al día de la evolución de la familia. Annabel también le hizo prometer que no hablaría con vosotras.

    –¿Por qué? ¡Nosotras habríamos entendido cómo se sentía! –estalló Ellie.

    –No quería que la vierais o la recordarais así. Siempre había sido una mujer hermosa y era un poco vanidosa con su aspecto.

    Polly estaba dándole vueltas a la cabeza. Pensaba en los estudios de su hermana y se daba cuenta de que ella nunca había logrado nada en el terreno académico ni había hecho nada de lo que una madre pudiera sentirse orgullosa. Sin embargo, por un motivo o por otro, la vida siempre se había interpuesto en el camino de sus sueños y sus esperanzas. Se había quedado en casa para cuidar a su abuela enferma mientras Ellie había ido a la

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