NIGROMANCIA LA MAGIA DEL DIABLO
Texto Iván Mourin
Tercer Concilio de Toledo, siete de abril de 589. El Reino Visigodo de España procede a convertirse al catolicismo. Con este paso, se establece una fe única, la cual repudia todo aquello que este no alberga. De ahí que, entre sus cánones, se condene cualquier tipo de superstición ligada a la magia, ya que esta está relacionada directamente con el Diablo. Aun con estas prohibiciones, era frecuente que los reyes tuviesen en su corte a toda una retahíla de alquimistas, magos y nigromantes a los que recurrir para averiguar y mejorar su sino. Precisamente, estos últimos fueron de gran aprecio por sus artes adivinatorias.
La nigromancia (del latín “necromantia”, unión de las palabras “necros”, muerte, y “mantia”, adivinación) era un arte mágico con el que se podía vaticinar a través de la manipulación de las vísceras de cadáveres, o mediante la invocación de espíritus.
Esta práctica era habitual en lugares como Roma, Grecia, Persia, Egipto o Babilonia. En la región mesopotámica, los espíritus contactados recibían el nombre de “ettemu”, mientras quienes ejercían esta técnica eran conocidos por “sha´ettemu” o “manzazuu”. En la Antigua Grecia, se apelaba a esta destreza, contactando con los muertos a través de reflejos en el agua o en espejos, los denominados oráculos, para conocer su devenir. En textos como la , de , se menciona esta práctica, en especial cuando , gracias a la hechicera , desciende al inframundo para conocer cómo será su viaje de
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