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Un salto a la Fe
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Libro electrónico226 páginas2 horas

Un salto a la Fe

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Itinerario recorrido del ateísmo a la Fe, por un adolescente decidido al suicidio.

En un país imaginario, un adolescente conflictivo se libera de la oscuridad de sus adiciones, dando un salto a la luz de la Fe.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento26 feb 2021
ISBN9788418435003
Un salto a la Fe
Autor

María Luz Gómez

María Luz Gómez es una anciana paralítica que entretiene sus forzados ocios escribiendo en el ordenador historias que juzga interesantes y desea compartir. Es madrileña y en Madrid vivió toda su vida. Estudió en el colegio del Sagrado Corazón. Después, idiomas y pintura. Empezó la carrera de Filosofía y Letras, que no terminó por su pronta boda con un médico. Su matrimonio fue feliz y dio muchos frutos: siete hijos. Nunca trabajó, sino en su casa. Cuidó de hijos y nietos. A sus queridos padres no pudo dedicarles la atención que merecían por falta de tiempo. En cambio, más adelante pudo cuidar de su suegra y dos tías de su marido que solo la tenían a ella. Hoy es viuda y necesita cuidadoras. Tiene diez nietos -uno adoptado, etíope- y cinco bisnietos. Su numerosa familia y su fe cristiana la hacen seguir feliz.

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    Un salto a la Fe - María Luz Gómez

    Un salto a la Fe

    María Luz Gómez

    Un salto a la Fe

    Primera edición: 2021

    ISBN: 9788418435515

    ISBN eBook: 9788418435003

    © del texto:

    María Luz Gómez

    © del diseño de esta edición:

    Penguin Random House Grupo Editorial

    (Caligrama, 2021

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com)

    Impreso en España — Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Prólogo

    En este libro voy a tratar del camino recorrido por un personaje (totalmente producto de mi imaginación) para llegar a la fe católica desde el ateísmo. Hablaré bastante de la Sagrada Escritura, pero no literalmente, sino en forma muy resumida y personal. Creo que cuanto escribo es acorde con la doctrina de la Iglesia Católica; pero si en algo discrepase, me retractaría. En frase de San Ignacio de Loyola: Si yo veo algo blanco y la Iglesia dice que es negro, para mí es negro.

    Capítulo I.

    Augusto Armero y Leonor Jarama, padres de Rodrigo, el protagonista de esta historia. Su nacimiento.

    Nos encontramos en nuestra era y en la ciudad de Grandiosa: capital de una imaginaria nación a la que llamaré Actuality.

    En una bonita villa situada en uno de sus barrios residenciales, vivía Augusto Armero, un joven y apuesto estudiante de leyes perteneciente a una noble y adinerada familia. Había recibido una esmerada educación cristiana, tanto en el hogar como en un buen colegio religioso. Pero al empezar la Universidad perdió la Fe, influenciado por el materialismo reinante. Incluso llegó a considerarla enemiga de la Ciencia y del Progreso.

    Su fe actual era el panteísmo: la Naturaleza en continua evolución era la Vida y el hombre el ser divino por excelencia. Cualquier religión era pura superstición de tiempos pasados, en los que la ignorancia e impotencia llevaban al hombre a aferrarse a cualquier fantasía. Sólo era creíble aquello que se pudiera ver y tocar. Los llamados misterios, no eran sino retos de la Madre Naturaleza, que la inteligencia humana continuaría descifrando con nuevos y maravillosos descubrimientos. El hombre (pensaba) llegaría incluso a vencer a la muerte.

    En la Universidad conoció a Leonor Jarama, una muchacha muy bonita y simpática. Se enamoró perdidamente, siendo correspondido. Ella estudiaba filosofía, y en cuestión de Fe había vivido una trayectoria similar a la suya.

    Pronto fueron novios; y aunque disfrutaban a tope sus relaciones haciendo múltiples excursiones en moto, y cenando y bailando en locales de moda, no por ello dejaron de estudiar.

    Habían decidido retrasar su boda, no sólo hasta terminar sus carreras, sino hasta que con su trabajo contaran con unos ahorros que les permitieran empezar con holgura su vida de casados. No querían ser en exceso gravosos a sus padres, aunque los de ambos tuvieran una economía floreciente..

    Cuando considerasen llegado el momento, se casarían civilmente; pues como hemos dicho, ambos se habían separado radicalmente de la Iglesia. Algo que disgustó en gran manera a sus padres, que lo consideraron el rechazo de la mejor parte de su herencia. Pero comprendieron que por entonces no estaban en condiciones de escucharlos. Debían respetar sus decisiones por muy equivocadas que fueran, y se limitaron a rezar y a ofrecer penitencias porque volvieran al redil. No perdían la esperanza de que algún día lo hicieran. El Buen Pastor había salido en su busca y más pronto o más tarde daría con la oveja descarriada. Ellos esperaban verlo, desde la tierra o desde el Cielo.

    Ni Augusto ni Leonor habían hablado con sus padres de la apostasía cometida con su apartamiento de la Iglesia, ni de su nueva ideología. Veían que su fe cristiana los hacía felices y los querían y respetaban demasiado para hacerlo. Además estaba a la vista, ya que que no iban a Misa ni frecuentaban los Sacramentos.

    Su noviazgo era oficial y los padres de ambos conocían y apreciaban a sus futuros yerno y nuera.

    Una vez recibido con brillantez su título en Derecho, los padres de Augusto le ayudaron a establecerse. Puso en la amplia villa paterna un bufete y pronto logró tener una buena clientela; pues aunque joven y reciente, era un abogado inteligente, justo y de conocido y noble apellido. Además de trabajar con éxito en la abogacía, Augusto se dedicó a escribir y sus libros se vendían muy bien.

    En cuanto a Leonor, encontró un buen trabajo de archivera bibliotecaria. Como sólo estaba contratada durante las mañanas, dedicó las tardes a la moda; algo muy de su gusto y para lo que estaba dotada. Empezó por crear unos diseños propios, sencillos, originales, favorecedores y elegantes, que presentó al público en una revista de reciente edición, que había logrado ya gran número de ventas. Anunciaba en ella pase de modelos para la próxima temporada y ofrecía un buen sueldo a las muchachas que los pasaran.

    Con ayuda de sus padres alquiló un piso amplio, en un barrio céntrico y elegante. Compró máquinas de coser y de hacer punto y contrató a buenas modistas y costureras. En seguida se preparó el vestuario. También seleccionó entre las chicas que se presentaron respondiendo a su anuncio, a aquellas que le parecieron aptas para lucir sus creaciones.

    El pase tuvo tal éxito, que Leonor se convirtió en la modista más cotizada de Grandiosa; y renunció al trabajo de archivera, para dedicarse en exclusiva a su negocio.

    En vista del triunfo cosechado por ambos, Augusto y Leonor decidieron tomarse aquel verano unas merecidas vacaciones con vistas a su boda. Empezaron con los trámites en el Juzgado y hablaron de ello a sus respectivos padres.

    Estos se alegraron de que respetaran a la Iglesia, lo suficiente para no casarse por ella sin Fe. Algo que hacían algunas parejas, porque la ceremonia resultaba en un templo más bonita, elegante y entrañable, que en una habitación del Juzgado,

    De común acuerdo, los padres de ambos decidieron regalar a sus hijos una villa a su elección. Así podrían emplear sus ahorros en el mobiliario, la ropa y un buen viaje de novios.

    En la fiesta de petición de mano, los regalos fueron los clásicos: reloj de oro para él y pulsera de platino y brillantes para ella.

    La mañana de su boda, los novios acudieron al Juzgado muy elegantes. En la bandera de Actuality que presidía la habitación, una figura representaba al divinizado humano siempre adelante.

    Solamente los acompañaron sus padres. Aunque el contrato civil se suponía temporal y podía ser rescindido a voluntad por el divorcio, los corazones de Augusto y Leonor se prometieron amor eterno. Se querían de veras y algo quedaba en ellos de la educación y ejemplo recibidos.

    Tras las firmas, el banquete se celebró en un buen hotel, con múltiples invitados, escogido menú, exquisita tarta nupcial, buena orquesta y animado baile. Los recién casados inauguraron este, tras partir y disfrutar la tarta; y cuando estuvo en todo su apogeo, abandonaron discretamente el salón sin despedirse de nadie, para iniciar su viaje de novios.

    Había sido planeado entre los dos con mucha antelación y en él visitaron ciudades, monumentos, museos y paisajes dignos de verse. Constituyó la época más feliz de su vida, en la que dejaron de lado sus trabajos para dedicarse totalmente el uno al otro y gozar juntos de la vida. También hablaron de su futuro y entre otras cosas de la planificación de los hijos. Los dos estuvieron de acuerdo en que no sentían el menor deseo de ser padres. Les bastaba con el amor que se tenían y complementaba su dicha el prestigio, dinero y éxito que sus gratos trabajos les proporcionaban. Realmente no podían pedir más a la vida. Los hijos no podrían aumentar su felicidad y coartarían su libertad.

    Pero por otra parte, consideraban el reproducirse un deber para con la sacrosanta humanidad. Y tomaron la decisión de cumplir con un sólo hijo. Decidieron que viniera pronto, puesto que estaban en el mejor momento de su vida y en la plenitud de sus facultades. Así que a su regreso a Grandiosa, Leonor estaba embarazada.

    A los abuelos aquella noticia les hizo bastante más ilusión que a los padres. Y probablemente. el bebé en gestación no se sintió acogido con demasiado calor maternal. Leonor no esperaba a su hijo con el ilusionado cariño con el que lo espera el común de las madres. Y aunque parezca mentira, el no deseado lo nota. No se siente bien acogido y quizá influya esto en posteriores problemas.

    Leonor volvió a su trabajo al igual que su marido y encargó a una de sus empleadas la compra de la cuna, el cochecito, el cesto y la canastilla. Y para más adelante, la sillita de ruedas y la silla alta. Además de chupetes, sonajeros, ositos... Y múltiples juguetes y cachivaches más, que decorarían el cuarto del niño. Este fue pintado en un tono azul claro, en el que destacaban personajes de los cuentos en boga. Estaba bastante alejado del de sus padres, para que no les molestaran sus nocturnas llantinas. Pero era amplio, alegre, soleado...; y estaba decorado y amueblado con todo aquello que un bebé pudiera desear. Una puerta lo comunicaba con la habitación contigua, que sería la de su niñera.

    Leonor había decidido no criar a su hijo al pecho; ni personalmente, porque aquello robaría demasiado tiempo a sus intereses, ni por medio de un ama. Los biberones eran muy saludables en la actualidad y el bebé empezaría a tomarlos desde su nacimiento; aunque con la leche un poco rebajada con agua durante los primeros tiempos. Contrataría dos niñeras bien seleccionadas, que se encargarían de la crianza. Una durante la semana y la otra, domingos y festivos.

    Puso un anuncio en el periódico al que estaban suscritos, exigiendo que sólo se presentaran para optar al puesto, licenciadas en la crianza de bebés. Hablaba de las condiciones y ofertaba un buen sueldo. Se presentaron varias y contrató a las dos que más le agradaron. Quedó con ellas en telefonearlas en cuanto naciera el bebé, para que la primera ya esperara en la villa su llegada.

    Todo lo consultaba con Augusto, aunque él hubiera dejado en sus manos lo referente al hijo que esperaban.

    Cuando llegó el momento del parto, que se inició sobre las once de la noche, Augusto la acompañó a la mejor Clínica Privada de la ciudad, donde trabajaba la doctora que atendió el embarazo. Todo se desarrolló con felicidad y el pequeño nació sin problemas, sobre las ocho de la mañana siguiente. Estaba sano y pesó poco más de tres kilos.

    Sus padres lo recibieron con cariño, pero sin el entusiasmo habitual que suele sentirse en el nacimiento del primer hijo. Este quedó reservado a los abuelos paternos y maternos.

    Ambos hubieran deseado bautizarlo, pero aquello era decisión de los padres. Y no sólo se negaron, sino que prohibieron a los suyos hablar jamás a su nieto de sus convicciones religiosas.

    Era preciso respetar su libertad. Era él quien debería decidir al ser mayor, si quería o no, bautizarse.

    ¿Y cómo va a saber si quiere pertenecer a la Iglesia, si la desconoce porque nadie le ha hablado de ella?

    Pero los padres se mantuvieron en sus trece. Y también prohibieron hablar a su hijo de la Fe cristiana a D. Leandro, un sacerdote amigo de la familia con el que padres e hijos colaboraban en múltiples eventos caritativos.

    Todos ellos hubieron de comprometerse a no catequizar a su hijo; con mucho sentimiento, pero comprendiendo que los padres tenían derecho de que el niño se educara conforme a sus deseos. Estos habían elegido para él el nombre de Rodrigo y con él fue inscrito en el Registro civil.

    Capítulo II.

    Los primeros años de Rodrigo. Vida de Colegio.

    Un niño problemático.

    Rodrigo se crió bien físicamente. Crecía y engordaba lo que mandan los cánones y estaba bien atendido y alimentado por sus niñeras. Primero con biberón y después con potitos adquiridos en la Farmacia. Siempre que el tiempo era bueno, pasaba la mayor parte del día en el jardín. Materialmente nada le faltaba.

    Sus padres le hacían dos breves visitas al día, una por la mañana y otra por la tarde, en las que lo tomaban en brazos y le daban un beso. Y sus niñeras lo cuidaban perfectamente, pero sin mimos. No era un bebé que se hiciera querer. Físicamente era vulgar. No podía decirse que fuera feo, pero tampoco podía considerársele guapo. Además vendía muy caras sus sonrisas y era muy poco sociable y bastante llorón. Quizá se sentía poco querido y correspondía con la misma moneda. No resultaba simpático y parecía no haber sacado ninguna de las cualidades de sus padres. Estos se preguntaban a menudo a quién habría salido.

    Los únicos que conseguían que les sonriera a veces, eran sus abuelos; que lo visitaban a menudo y se lo comían a besos. También parecía agradarle D. Leandro, que los acompañaba a menudo en sus visitas a hijos y nieto.

    Tardó en andar y hablar más de lo habitual. Y su madre decidió muy pronto que las niñeras lo llevaran al parque, para ver si al contacto con otros niños iba venciendo su manifiesta insociabilidad. Pero estas le comentaron que no quería saber nada de ningún niño. Y que si alguno se le acercaba queriendo jugar con él, se negaba en redondo.

    En vista de ello, sus padres decidieron mandarlo pronto al colegio y eligieron el Magníficus; que estaba considerado el mejor de Grandiosa y asistían a él los hijos de las principales familias de la ciudad.

    El Director, D. Ángel Gandía, exigía uniforme; con la idea de evitar que los alumnos pretendieran deslumbrar a los compañeros con sus galas; sobre todo las adolescentes. A diferencia de otros colegios, había en él clases de religión: cristiana, musulmana y budista, que eran impartidas por sacerdotes, brahmanes y bonzos. Porque aún quedaban en el país algunas personas de estas creencias; y como D. Ángel opinaba que los hijos pertenecían a los padres, debían recibir la educación que estos desearan. Aquellas clases no eran obligatorias y muy pocos alumnos asistían a ellas.

    También había clase de política, igualmente optativa.

    Esta existía obligatoria en todos los demás colegios; ya que era opinión generalizada

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