Contaba Suetonio que Tiberio, por quien un pescador había escalado un acantilado para ofrecerle su mejor captura, obligó a su entregado súbdito a frotarse la cara con el pescado que le ofrecía para cerciorarse de que no había nada en él que pudiera provocarle la muerte. En mitad de aquel suplicio, el pescador se congratuló de no haberle regalado una gran langosta que había cogido. Entonces, Tiberio la mandó traer e hizo que le restregasen también con ella la cara.
Anécdotas como esta hicieron que el Princeps Tiberio pasara a la historia como uno de los gobernantes más crueles. Él, y después Calígula —a quien se atribuye la frase «que me odien con tal de que me teman»—, sucedieron al primer emperador de Roma, Augusto, que había logrado un largo periodo de paz. Al contrario que su predecesor, convirtieron sus gobiernos en una época de caos y excesos que acabó en auténtico terror. Casi tres décadas que la historia del Imperio recuerda como «los años oscuros». Entre los dos escribieron el principio del fin de la dinastía Julio-Claudia.
El padrastro de Tiberio, Agusto, primer emperador de Roma, siempre lo trató como a un hijo, igual que a su hermano Druso el Mayor, también hijo del primer matrimonio de Livia Drusila. A ambos se les preparó para un futuro que los contemplaba como posibles sucesores: se formaron en política e iniciaron carreras militares que los llevaron a luchar por el