Farah Diba. Los bellos ojos de Persia. Del lujo y el poder a la soledad y el exilio
Por Monica Glasman
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Farah Diba nació en Teherán en 1938. Huérfana de padre desde pequeña, a los 21 años fue la tercera esposa del Sha Mohammed Reza Pahlevi. A partir de entonces se convirtió en la última reina y única emperatriz de Irán, y al tiempo que vivió en el lujo desmedido, el gobierno que representaba sumió a su país en la desigualdad social. Así, ocupó tanto las portadas de las revistas del corazón como los bandos condenatorios a su régimen. Ésta es la historia de su vida.
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Farah Diba. Los bellos ojos de Persia. Del lujo y el poder a la soledad y el exilio - Monica Glasman
Medio Oriente: puñado de estados que integran una zona caliente donde se entremezclan fanatismos religiosos y raciales, pobreza extrema, conflictos sociales, inequidad e inestabilidad política en mayor o menor grado, todo ello sobre un suelo inmensamente rico, de cuyas entrañas se extrae petróleo, el espeso fluido negro que, quizás paradójicamente, es el principal responsable de los males que aquejan la región.
Su situación geográfica es más que estratégica. Medio Oriente comunica a través de rutas milenarias el comercio, la cultura, bienes y personas, lo que le ha agregado desde siempre un interés vital, convirtiendo la zona en área de disputa.
Desde hace un siglo, el Golfo Pérsico ha sido el centro de graves conflictos que reconocen entre sus causas, precisamente, la posesión de sus yacimientos petrolíferos.
Ésa es la razón por la que los pueblos que allí viven han sido castigados no sólo por la codicia de las potencias más desarrolladas del planeta, interesadas únicamente en la expansión de los negocios de sus compañías petroleras, sino también por sus propios gobernantes, las más de las veces devenidos señores
crueles y autocráticos. E Irán conoce en profundidad estas realidades.
Aunque dedicado a una mujer extraordinaria, las páginas de este libro narran una historia en la que no es posible separar a su protagonista de los procesos históricos que debieron transitar ella y sus seres más cercanos. Hablar del último emperador persa, Mohammed Reza Pahlevi, sus actitudes, sus delirios y sus anhelos, nos obliga a observar el devenir del país a lo largo de cuarenta años. Este hombre fue continuador del camino trazado por su padre, de quien repitió logros y fracasos casi como en un calco. Lo único que lo diferenció fue su dificultad para tener rápidamente un sucesor.
Su desvelo por asegurar la permanencia de la línea dinástica que representaba lo llevó a casarse tres veces, hasta que su bella esposa Farah Diba pudo por fin permitirle cumplir el sueño de dar a la monarquía un príncipe heredero.
La fuerte personalidad de esta mujer, convertida de la noche a la mañana en la emperatriz Farah Pahlevi, no sólo agregó glamour y brillo a la monarquía. Al coincidir con su esposo en el deseo de dar continuidad al proceso de modernización que la dinastía se había propuesto, aportó sus inquietudes en el terreno de los derechos sociales y muy particularmente los femeninos, al encarnar los deseos de liberación de las mujeres persas.
Contradictoriamente, esa sensibilidad por lo social chocaría con las manifestaciones de lujo excesivo y despilfarro exhibicionista a que eran afectos tanto ella como su esposo.
Farah Diba llegó tardíamente a integrar la familia imperial y lo hizo en el mejor momento económico del país. La afluencia de enormes cantidades de dinero fresco, fruto de las regalías petroleras, había posicionado a Irán como quinto país productor del fluido a mediados de la década de 1970, lo que permitió a la pareja real disfrutar de gustos extremos y efectuar gastos tan exorbitantes como superfluos. Mientras, el pueblo asistía perplejo al mal manejo de los fondos públicos.
El poderoso emperador y su mujer de nada se privaron. Nada detuvo los delirios de grandeza de ambos. Costosas ceremonias en cualquier ocasión, aniversarios, la fastuosa coronación, todo era motivo de dispendio y exhibición de riqueza.
En su afán por modernizar a cualquier precio una nación de raíces culturales muy profundas, el Sha (o Sah, nombre que desde la antigüedad se les da a los monarcas persas) abrió las puertas indiscriminadamente a Estados Unidos, con cuya alianza entraron negocios y dinero.
Durante un tiempo, el festival de petrodólares
ofreció al mundo la imagen de una economía fuerte, y el monarca y su esposa se codearon con estadistas y magnates internacionales a los que llegaron a agasajar con desmedida pompa en ocasión de la celebración de los dos mil quinientos años de la fundación del Imperio Persa.
El país se convirtió así, de manera creciente, en un lugar de fuertes contrastes. Y si bien Irán experimentó un crecimiento y desarrollo que no pueden obviarse, el pueblo no pudo abandonar la extrema pobreza en la que continuaba sumido. La modernización tan declamada quedó en la práctica en cambios de estruendosa superficialidad.
Para acallar las voces de protesta que poco a poco comenzaban a asomar, la temible Savak, la policía secreta, se convirtió en un instrumento del horror y en los ojos y oídos del Sha.
El clima de terror que se sembró durante años en las calles del país no pudo, sin embargo, detener la ola de indignación, que comenzó a gestarse hacia fines de los años setenta. Alentada por la palabra de los mullahs (suerte de prestigiosos caudillos versados en el Corán), de ese núcleo nacería la voz más enérgica, la del Ayatola Jomeini, ante la mirada impávida de la pareja que insistía con sus formas de conducta, sus reglas individuales y colectivas, sin comprender la creciente gravedad de la situación.
La revolución consecuente no sólo terminaría barriendo todo vestigio de esa desmesurada vida, sino que también daría vuelta a esa página de la historia eliminando hasta los símbolos más superficiales de la modernidad obtenida, como el retorno al uso obligatorio del chador. Esta prenda de calle, típicamente iraní, cubre por delante y desde la cabeza gran parte del cuerpo y el rostro femenino, dejando apenas libres los ojos.
El destronamiento posterior deparará a la familia Pahlevi casi un año de peregrinaje en busca de un asilo seguro y duradero, debido al descrédito internacional en el que había caído el emperador por la feroz represión interna y la escandalosa fortuna para entonces acumulada y expuesta.
La enfermedad y la muerte en el exilio sellarían el triste y pronto final del Sha. Farah Diba, que lo acompañó hasta el último momento, continuará su vida sin llegar a comprender las razones objetivas de la caída, tal como lo expresará en sus Memorias, de las que quedan retazos vertidos en conversaciones periodísticas.
La muerte temprana de dos de sus hijos le hará más profunda la incomprensión de su propio destino. Ésta es parte de su singular historia.
Capítulo I
Termina una época
Aeropuerto de Teherán. Es el 16 de enero de 1979. A las 13:45, hora local, el heredero del Gran Ciro deja la sala de espera de la estación rumbo al Boeing 707 que lo aguarda en la pista.
Acompañado por su esposa, la emperatriz Farah Diba, y los cuatro hijos de la pareja, el Sha Mohammed Reza Pahlevi en momentos más abandonará, para siempre, el país que dirigió en los últimos treinta y siete años. Lo rodean los oficiales de su fiel guardia personal, que hasta el último momento le rinden homenaje besándole los pies.
Su rostro delgado y ojeroso exhibe visiblemente las huellas de la enfermedad que padece, a las que se suma la angustia por la adversa situación que ha debido en.oir, enfrentar los últimos meses de su gobierno, y que ahora lo lleva al exilio. Su primera escala será Asuán, en Egipto.
En su lugar ha quedado su último primer ministro, Shapur Bakhtiar, que, totalmente aislado, intentará sostener los restos del régimen. En poco tiempo, arrinconado y temiendo por su vida, también él deberá partir precipitadamente.
Muchos años después, Farah Diba recordaría aquel día frío en que vio sollozar a su esposo. Él subía resignado la escalerilla del avión, mientras a unos diez kilómetros de distancia resonaban miles de bocinas entremezcladas con los cánticos de la multitud, que celebraba eufórica su partida.
Fue entonces cuando, a bordo del jet que el mismo Sha piloteaba, Farah tomó la decisión de narrar en cuanto pudiera no sólo los acontecimientos que habían culminado en esa traumática despedida, sino parte de todo lo anterior. A fin de cuentas, ella había sido protagonista de una época marcada por cambios estructurales en Irán, impuestos por el Sha y alentados por ella misma.
Sólo mucho tiempo después se publicaría Memorias. El relato tendría la mirada particular de quien lo hacía desde el lugar hegemónico que la vida le había asignado.
Farah Diba había compartido con el Sha momentos de gran felicidad: le había dado el heredero por tanto tiempo esperado; se había codeado con la flor y nata de la aristocracia mundial; artistas y otros notables la habían halagado; reyes, presidentes, primeros ministros la habían recibido con honores en sus países; sus movimientos habían sido minuciosamente seguidos por la prensa mundial; su bello rostro y su elegante figura habían aparecido con frecuencia en las primeras planas de las revistas del corazón.
Pero aquel mediodía de enero, el destino la colocaba en un momento, el más aciago de su vida, en el que debía presenciar no sólo la caída del ser amado, sino además el derrumbe de un modo de vida al que ella y sus hijos estaban acostumbrados como dueños del poder.
¿Qué fuerzas ocultas emergieron a la superficie en los meses que habían precedido aquella trágica mañana y que los obligaba al destierro definitivo?
La familia imperial se sentía devastada, traicionada por su propio pueblo, pero... ¿cuánto había hecho o dejado de hacer para evitar aquel desenlace?
Una mirada retrospectiva es indispensable para explicar, luego, los alcances del movimiento revolucionario que, tras la caída y en el término de un año, cambiaría definitivamente las