RELIQUIAS PROFANAS Y OTROS OBJETOS DE PODER
LAS RELIQUIAS, DEL CARIZ QUE SEAN, ESTÁN SIEMPRE PRESENTES EN NUESTRA VIDA COTIDIANA. CONSERVAR RELIQUIAS NO ES, COMO SUELE CREERSE, UNA COSTUMBRE CRISTIANA, SINO ALGO TÍPICO DE CUALQUIER RELIGIÓN Y CULTURA. Como dice el gran Umberto Eco, el culto de las reliquias también responde a un normal gusto anticuario que pueden estar carentes de toda religiosidad.
Y como tal, el viajero inicia ahora un peregrinaje por algunos objetos sim bólicos para la historia de España, testigos de grandes gestas militares, hechos sobresalientes, talismanes, amuletos, objetos de poder que, ¿también conectan el mundo visible con el invisible, lo natural con lo sobrenatural? Las reliquias de las que vamos a hablar no dejan de ser objetos físicos en principio exentas de sacralidad. Pero las hazañas de las que tomaron parte fueron la excusa perfecta para que la Iglesia los dotara de una protección divina y convirtiera en fetiches de fe para su veneración.
EL PENDÓN DE LAS NAVAS DE TOLOSA
Nuestra primera parada nos dirige a Burgos. En el conocido monasterio de las Huelgas Reales podemos ver, en la austera sala capitular, un hermoso y pesado tapiz almohade: se trata de la bandera o el pendón de la batalla de las Navas de Tolosa, que, según la tradición, decoraba la tienda del Miramamolín derrotado en la contienda del año 1212.
Este precioso trofeo arrebatado a los árabes es el mejor tapiz almohade que se conserva. Está tejido en oro, plata y sedas con un tamaño de 3,30 metros de anchura por 2 metros de altura. Predominan en él los colores rojo, amarillo, azul, blanco y verde y cuenta con una inscripción que hace alusiones a la figura de Alá que rodea una gran estrella central.
La versión más aséptica revela que este pendón posiblemente se trate de un adorno de entrada de la tienda o qubba del sultán (Miramamolín), pero es evidente que se trata de una bandera por su confección y por su parecido con otras muchas aparecidas en las miniaturas de las Cantigas y en las pinturas de El Partal de la Alhambra. El historiador , por otro lado, cree más factible que en realidad fuera efectivamente un trofeo de guerra, pero algo posterior, conseguido por y donado al monasterio cuando este hizo la obra de su claustro.
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