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Reinas: Cinco soberanas y sus biografías
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Reinas: Cinco soberanas y sus biografías
Libro electrónico199 páginas2 horas

Reinas: Cinco soberanas y sus biografías

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Imponentes castillos y fortalezas, inmensas extensiones de tierra, tesoros invaluables y mucho poder. ¿Qué significa tenerlo todo? Este libro nos revela la vida de cinco mujeres que lo tuvieron todo y aun así debieron enfrentar duros golpes del destino: defender su poder, luchar contra traidores e intrigas, sufrir derrotas políticas o admitir sus propios errores. Las biografías de cinco soberanas que figuran entre las personalidades más interesantes de la historia europea y cuyas vidas nos continúan fascinando: Leonor de Aquitania, Isabel de Castilla, Isabel I de Inglaterra, Cristina de Suecia y Catalina II de Rusia.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 jun 2012
ISBN9786071610485
Reinas: Cinco soberanas y sus biografías

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    Reinas - Maren Gottschalk

    XIV.

    ÁGUILA DE DOS CABEZAS

    Leonor de Aquitania

     (ca. 1122-1204) 

    Ya en su nombre se encierra un misterio. Sus contemporáneos la llaman Alienor, que puede ser un juego de palabras, ya que el nombre de su madre es Aenor y, por ello, Alienor podría significar simplemente la otra Aenor. Sin embargo, cronistas de la Edad Media afirman que el nombre proviene de las palabras provenzales alie (águila) y or (oro). Por lo tanto, Alienor significaría águila dorada, nombre que le va de maravilla, pues compartió la perspicacia y el orgullo de la reina de los aires y su vida tampoco careció de esplendor.

    Fue la mujer más poderosa del siglo XII y llevó la corona de dos reinos, hasta que se enfrentó con alguien superior a ella. Durante dieciséis años fue prisionera de su esposo, Enrique II, que, sin embargo, no logró vencerla.

    Lo que Leonor consiguió en su larga vida, pero lo que también tuvo que soportar, puede parecer demasiado para una sola persona. No es de sorprender que esta extraordinaria mujer no sólo fascinara a los hombres de su época, sino que también los aterrara, pues no se sometió a las convenciones. Leonor causó revuelo y sensación; a los ojos de sus enemigos fue considerada como la reina del escándalo y una ramera seductora. Estos rumores, creados y difundidos por monjes misóginos, oscurecen hasta nuestros días la figura de una de las soberanas más grandes que han existido desde la Edad Media hasta nuestros días. Debido a que no hay registros autobiográficos suyos, Leonor no puede defenderse por sí misma. Por ello es importante liberar a la reina de la leyenda —evidentemente muy decorativa— que rodea su imagen. Pero aun sin las anécdotas picantes, Leonor sigue siendo una de las personalidades más excitantes de la Alta Edad Media y una de las soberanas más visionarias.

    Leonor nace probablemente en 1120 o 1122, y es la hija mayor de Guillermo X, quien más tarde sería el duque de Aquitania, y de su esposa Aenor. Aquitania, nombrada por los romanos la Tierra del Agua, se extiende desde los Pirineos, al sur, hasta el Loira, al norte; es una tierra rica en viñedos, campos fértiles y bosques oscuros. Entre los duques de Aquitania se encuentran los hombres más poderosos de Francia. Ya el abuelo de Leonor, el duque Guillermo IX, posee más tierra que su señor feudal, el rey de Francia, y puede gobernar en total libertad.

    Guillermo IX, el multifacético abuelo de Leonor, es un gallardo guerrero, además de ingenioso poeta y el primer trovador, cuyas tiernas canciones de amor se conservan hasta nuestros días. El arte de la poesía amorosa da pie en el siglo XII a una nueva y refinada relación entre los sexos; aunque la vida cotidiana en la corte difiere drásticamente del tono delicado de las canciones. En la vida real, los modales del duque Guillermo IX también están lejos de ser cortésmente delicados. Es un hombre licencioso y, debido a sus aventuras amorosas, el papa lo excomulga varias veces.

    Junto a este gran señor, mujeriego y bromista,[1] el padre de Leonor parece casi inofensivo. Lo único insólito en él son su enorme estatura y su tremendo apetito. No escribe poesía, pero ama el arte y procura que los trovadores también se sientan bien en su corte.

    Leonor tiene una hermana ocho años menor que ella, Aelis, y un hermano, Guillermo Aigret, que muere en la infancia. Como no hay ningún otro heredero varón en la familia —excepto el hermano menor de Guillermo X, Raimundo, príncipe de Antioquía, un Estado cruzado—, Leonor es educada para ser algún día la señora de Aquitania. Recibe una cuidadosa educación, probablemente en una escuela conventual, donde aprende a leer y escribir, inclusive en latín.

    Cuando ella tiene 14 años, Guillermo X emprende un viaje de peregrinación a Santiago de Compostela, en el norte de España, donde enferma de gravedad y muere en la Pascua de 1137. Antes de su viaje había dispuesto que su hija mayor se casara con el Delfín, el heredero al trono del rey de Francia. Y así sucede. A Leonor no le preguntan ni su opinión ni sus deseos, pero pudo ser peor para ella, pues en la Edad Media las muchachas jóvenes a menudo tenían que casarse con hombres mucho más viejos; sin embargo, el Delfín Luis, apenas un año mayor que Leonor, es de apariencia elegante, costumbres honorables, gran devoción y espíritu vivaz,[2] según la descripción de un contemporáneo.

    El 22 de julio de 1137, la pareja se casa con gran pompa en la catedral de San Andrés, en Burdeos. Según cuentan los cronistas, Leonor, de 15 años, está sentada, segura de sí misma, en uno de los dos tronos del coro de la iglesia, con una diadema de oro en la cabeza que el propio Luis le ha colocado. Leonor posee una intensa y dramática belleza, su cabello es rojo vivo, su piel muy clara, es alta, esbelta, fina y ese día lleva un vestido rojo escarlata. La joven disfruta la admiración de la multitud, pero también las miradas anhelantes de su tímido esposo. Hace un calor sofocante, pero Leonor, radiante de felicidad y optimismo en medio del vibrante júbilo de los habitantes de Burdeos, camina por las calles adornadas con telas y guirnaldas de colores hasta el palacio de l’Ombrière. Allí la espera un majestuoso banquete con más de mil invitados. En los patios adjuntos, también el pueblo puede deleitarse con asado y vino; todos deben saber que esta boda ha unido a dos casas poderosas. En París, el anciano rey Luis VI le había otorgado a su hijo una escolta de quinientos caballeros, además de los barones y clérigos más importantes de Francia. También está presente Suger de Saint-Denis, consejero del rey y preceptor del Delfín. En el equipaje de los franceses del norte hay lujosos regalos para la novia aquitana y su familia. En la Edad Media, los matrimonios se planeaban y preparaban con mucho tiempo, a veces incluso durante años. Sin embargo, esta boda tiene lugar sólo tres meses después de la muerte del duque, porque la rapidez es indispensable: como mujer sin padre ni hermanos, Leonor necesita una protección masculina y, por su parte, Luis VI quiere asegurar el futuro de su hijo y de su familia, pues siente que su fin está próximo.

    Los Capeto, la familia de Luis, ocupan apenas desde hace cien años el trono de Francia. Derivan su legitimidad de la solemne unción real, que les da el derecho de mediar las riñas de sus vasallos, enviarlos a la guerra y, como el supremo señor feudal de Francia, otorgarles tierras. A cambio de ello, los vasallos le rinden homenaje al rey y le juran fidelidad. En ese entonces, Luis VI posee sólo una estrecha franja del reino: la isla de Francia, Orléanais y una parte de Berry; en cambio, la duquesa de Aquitania es dueña de un reino que en la actualidad abarca diecinueve departamentos. Además, Leonor es condesa de Poitiers y duquesa de Gascuña y también cuenta con el respaldo de una multitud de poderosos vasallos, por lo que el joven Luis puede sentirse feliz de obtener a través de su esposa autoridad sobre un territorio que antes sólo poseía teóricamente, pues en años anteriores los duques de Aquitania se habían acostumbrado a ya no rendirle ninguna clase de homenaje.

    Sin embargo, Luis tiene que asimilar por primera vez la nueva situación. Se había preparado durante muchos años en el convento de Saint-Denis para convertirse en sacerdote y estudiar ciencias. Debido a la muerte de su hermano mayor, fue designado contra su voluntad como sucesor del trono. Al contrario de Leonor, que parece haber nacido para mandar, él no anhela el poder. Luis es melancólico y piadoso; Leonor, alegre y despreocupada. Luis se enamora de ella al instante, pero desde el día de la boda huye de la intensa alegría de vivir de la sociedad sureña de Leonor. Aquí las cosas son distintas a las de la corte de París. Las bromas son más pesadas, los escotes más profundos y el vino corre a raudales. Además, todos hablan en occitano, una lengua del sur de Francia también llamada lengua de oc, que Luis no entiende. Quizá Luis le pregunte a su esposa de qué hablan los trovadores y tal vez la respuesta sea: de amor y de dicha, del juego del amor. Luis se siente inseguro porque no puede ser galante ni sabe coquetear. Así que le viene bien que el abad Suger de Saint-Denis interrumpa pronto los festejos de la boda por respeto al rey moribundo.

    La joven pareja deja Burdeos y sale rumbo a París. En Poitiers, la capital del ducado, los cónyuges son coronados como duquesa y duque de Aquitania y reciben el homenaje de sus vasallos. Otra vez se realiza una gran fiesta en la que también cantan los trovadores, se ríe, se bebe y se hacen bromas. Sin ser visto, un mensajero llega y le susurra algo al abad Suger, que se levanta, se coloca delante del novio y flexiona la rodilla. Luis IV ha muerto. Entonces su hijo, de apenas 16 años, se convierte en Luis VII, rey de Francia, y su esposa Leonor, en reina. La fiesta se termina y la pareja se apresura hacia París.

    En el siglo XII, París está lejos de ser una ciudad hermosa, todavía no tiene una gran historia ni una atmósfera especial: está situada en varias islas, en la más grande de ellas, la Isla de la Cité, se encuentran el palacio real, el palacio episcopal y también la catedral románica de Saint Étienne, pues la construcción de Notre Dame se empieza en 1167. En la orilla derecha del río Sena se extiende una planicie pantanosa, cuya desecación acaban de iniciar los templarios, y al pie de la colina de Montmartre hay huertas.

    Leonor intenta adaptarse a la corte, pero no resulta fácil. Su suegra, Adelaida de Saboya, no sólo ve usurpada su posición como primera dama de la corte, sino que también resiente la actitud liberal y la falta de respeto de Leonor. A la reina madre le repugna que la joven reina imponga la lectura como una actividad para el tiempo libre en el círculo de la nobleza.[3] Además, considera derrochadora a su nuera, pues Leonor ha empezado a dar un toque de mayor comodidad a la sombría corte. Compra alfombras, cojines y encarga a los comerciantes mercancías exóticas del lejano Oriente: telas de seda multicolores, almizcle y madera de sándalo, además de confites de jengibre y rosas. También trae trovadores que suelen cantarle románticas canciones de amor de su patria. Sin embargo, el joven rey no siente ninguna inclinación por el juego que se esconde detrás de las palabras de amor, él toma todo en serio y presiente engaño y traición. En particular, está celoso del poeta Marcabrú y lo corre. Vigila furioso a su bella esposa.

    Leonor es en verdad hermosa, afirman unánimemente sus contemporáneos. Por desgracia, a los hombres de la Edad Media no les interesaba describirnos a detalle ni caras ni figuras, pero conocemos el ideal de belleza de esa época a través de la canción del poeta Raoul de Soissons:

    Mi señora tiene, eso digo yo, risueños ojos grises, oscuras cejas, cabello más bello que el oro, una hermosa frente, la nariz recta y bien formada; los colores de la rosa y el lirio, una adorable boca roja; el cuello blanco, no quemado por el sol, su pecho irradia blancura. Es gentil, risueña y amena; así la ha hecho Dios Nuestro Señor.[4]

    Salvo por el cabello dorado, es evidente que Leonor se acerca mucho a este ideal.

    El abad Bernardo de Claraval, uno de los propulsores de la orden de los cistercienses en Europa, critica en una carta la moda impuesta por Leonor: Ves mujeres que no están ataviadas, sino cargadas de oro, plata, piedras preciosas y, en fin, con cualquier adorno real. Ves cómo arrastran tras de sí las largas y muy costosas colas de sus vestidos, que lanzan al aire espesas nubes de polvo.[5] El abad también critica acerbamente los largos pendientes, las pieles de marta cibelina y el excesivo maquillaje. Para la posteridad, sus largas diatribas resultan muy atractivas, de esa manera nos cuenta detalles que nos ofrecen una imagen del gusto de las damas. En todo caso, Leonor es descrita reiteradamente como indecente en el vestir y muy liberal en su manera de hablar. Sus ganas de vivir, buen humor y despreocupación son lo que Luis admira y al mismo tiempo teme de ella.

    En la actualidad, no se sabe hasta qué punto Leonor participó en la política de la corona francesa, ya que rara vez su nombre aparece en los escritos de su esposo. Sólo cuando se trata de Aquitania puede reconocerse su influencia. Cuando los habitantes de Poitiers, el centro de su ducado, pretenden sublevarse, Luis toma severas medidas y amenaza con secuestrar a los hijos de las familias más importantes. ¿Esta idea atroz provino de él mismo o de Leonor? El suceso es impedido por el abad Suger de Saint-Denis, que en consecuencia deja de ser convocado durante mucho tiempo al consejo real, hecho que puede atribuirse a la influencia de Leonor.

    Luis lucha por los intereses de su esposa en un caso más, cuando su hermana Aelis se enamora del mariscal del reino, Raoul de Vermandois, que ya estaba casado con la sobrina del conde de Champaña. Luis apoya a la pareja mutuamente encendida de amor, aun cuando se hace acreedor de la ira del papa. Cuando, a consecuencia de la guerra con el conde de Champaña, toda una aldea muere abrasada entre llamas, Luis queda profundamente consternado y se siente culpable. El papa Inocencio II le encarga a Bernardo de Claraval que lo amenace con la excomunión: En vista de los actos de violencia en los que incurre usted constantemente, hasta ahora empiezo a arrepentirme de siempre haber atribuido su injusticia a la inexperiencia de su juventud… Le advierto que no se quedará mucho tiempo sin castigo.[6] Luis reconoce que ha ido demasiado lejos y desea con urgencia volver al seno de la iglesia.

    El 11 de junio de 1144 se consagra el nuevo coro de la iglesia de la abadía de Saint-Denis, al norte de París. Todos los que en Francia tienen una posición y un nombre están presentes ese día, incluso hay invitados extranjeros, como el arzobispo de Canterbury. Saint-Denis es la primera gran iglesia con bóveda de crucería. Con ella, el peso del techo se reparte mejor y, de esta manera, también se pueden construir paredes más altas y ventanas más grandes: es el nacimiento del gótico. El abad Suger está extasiado por el resultado del trabajo: La obra… resplandece, la inunda una nueva luz.[7]

    La santa misa se celebra al mismo tiempo en todos los altares del deambulatorio. El propio rey carga sobre sus hombros el cofre de plata con las reliquias de san Dionisio, porque la consagración de la iglesia reconstruida también debe ser una fiesta de reconciliación. Luis VII no asiste con ropajes reales, sino con un hábito gris de penitencia, expresión de su ferviente deseo de perdón. Leonor, por el contrario, probablemente lleva un vistoso vestido rojo, que siempre utiliza en ocasiones especiales.

    Ve con escepticismo la creciente devoción de su esposo: "A veces me parece que me casé con un monje, no

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