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Más que una brisa
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Libro electrónico220 páginas6 horas

Más que una brisa

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Mientras tuviera vida, la dedicaría a ella, a hacerla feliz con la fuerza de un millón de soles.
Desde hace siete generaciones, en la familia Windstone solo nacen varones. Todos dotados con la habilidad de sugestionar la mente de los otros y un instinto infalible para reconocer el peligro. Hasta que nace Phillipa James Windstone, una fuerza de la naturaleza en todos los sentidos.
Jackson Deveraux es un agente del FBI con una carrera sobresaliente y un futuro más que brillante. Para él, "servir y proteger" es su forma de vivir la vida. Hasta que una misión, de la mano de la persona más inesperada, lo expone a su mayor vulnerabilidad.
Cuando dos universos tan diferentes colisionan, solo el amor puede salvarlos, y les dará la fortaleza necesaria para abrazar su futuro, si tienen la valentía de hacerlo. A pesar del mundo y, sobre todo, de ellos mismos.

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IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 oct 2021
ISBN9788411052207
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    Más que una brisa - Jull Dawson

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2020 Jull Dawson

    © 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Más que una brisa, n.º 308 - octubre 2021

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Shutterstock.

    I.S.B.N.: 978-84-1105-220-7

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Unas palabras sobre la obra

    Así comienza esta historia…

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Epílogo

    Agradecimientos

    Acerca de la autora

    Si te ha gustado este libro…

    Para Zoe, por ser mi brisa y mi huracán.

    Por ser quien me enseñó a amar sin condiciones ni medidas.

    Por ser mi primer pedacito de eternidad

    .

    Unas palabras sobre la obra

    por Castalia Cabott

    Escribí la trilogía de los Windsonte hace muchísimos años, es posible que si te gusta el romance New Adult los hayas leído. Durante mucho tiempo pensé en escribir como un desafío personal (ya sabes, ese «podré» o «seré capaz de…») un relato donde los personajes fueran superhéroes. Sí, como Batman o Superman o incluso alguno de los X-Men.

    Viento oscuro, Viento calmo y Viento salvaje te cuentan cómo estos superhéroes se enamoran, y seguro que encontrarás una leve brisa de inspiración de los Cárpatos de Christine Feehan. Pensándolo bien, yo me inspiré en ella, y ahora Jull se inspira en Castalia Cabott. Y quizás la rueda siga girando.

    Hace muchos años también una lectora me pidió más libros y yo me lamenté ante ella. Solo había imaginado un universo donde ellos eran los únicos con ese extraño poder de sugestión y ese instinto salvaje de detectar el peligro, como si el viento les hablara y ellos fueran las únicas personas en este mundo en entenderlo.

    Y un día Jull me pidió permiso para continuar mi trilogía. «¿Qué tal», me dijo, «si el mayor de los hermanos, Bradford, tiene una hija?». Que fuera una hija cuando, generaciones tras generaciones, los Windstone solo engendraban varones me sorprendió felizmente.

    Ni siquiera lo pensé.

    He leído todos los libros de Jull Dawson. Me gusta su estilo, su forma de contar, es romántica, tiene un exquisito control de su pluma. Solo debes leer un libro para entender que en ella hay una brillante escritora.

    Acabo de completar la lectura de Más que una brisa y estoy llena de anotaciones elogiosas. Creo que Jull está debutando con fuerza en narrativa erótica y lo hace de manera magistral. Pensé que el libro sería más sutil, romántico, y me encontré con el toque justo y perfecto de erotismo en esta apasionada relación que Jackson y Phillie inician.

    Jackson es todo lo que deseas de un hombre: no solo es hermoso, sino valiente, sincero, leal y tan astuto como inteligente

    Phillie es la niña mimada de su familia, y quien mejor entiende que cuando se trata de amar a veces no depende de lo que te dice la razón, sino de lo que el viento susurra en tus oídos y llega a tu corazón.

    ¿Una crítica? Me parece demasiado corta. Y cuando algo te parece demasiado corto es sinónimo de pasarlo bien.

    Más que una brisa es una novela encantadora, una historia donde el romance se mezcla con la acción y ciertos superhéroes hacen lo que mejor saben hacer: cuidar a sus chicas.

    Gracias, Jull, me siento honrada y emocionada.

    Se me va de los dedos, la caricia sin causa,

    se me va de los dedos… En el viento, al rodar,

    la caricia que vaga sin destino ni objeto,

    la caricia perdida, ¿quién la recogerá?

    Pude amar esta noche con piedad infinita,

    pude amar al primero que acertara a llegar.

    Nadie llega. Están solos los floridos senderos.

    La caricia perdida, rodará…, rodará…

    Si en el viento, te llaman esta noche, viajero,

    si estremece las ramas un dulce suspirar,

    si te oprime los dedos una mano pequeña

    que te toma y te deja, que te logra y se va.

    Si no ves esa mano, ni la boca que besa,

    Si es el aire quien teje la ilusión de llamar,

    oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,

    en el viento fundida, ¿me reconocerás?

    La caricia perdida, Alfonsina Storni

    Así comienza esta historia…

    Bradford es el mayor de los hermanos Windstone, dueños de la más prestigiosa empresa de investigación y seguridad privada en Chicago cuyas oficinas ocupan las últimas cuatro plantas de un edificio en el centro de la ciudad.

    Estaba sentado al frente del majestuoso escritorio de madera rojiza, la luz imponente del mediodía ingresaba a raudales por las enormes ventanas de su oficina, dándole en ese preciso momento un aire casi místico. El silencio reinaba en el espacio y solo era interrumpido por el chocar frenético de sus dedos sobre el teclado de su Mac. El informe en el que trabajaba no iba a terminarse solo y sus hermanos lo esperaban para continuar con el último caso tomado.

    Desde hacía mucho tiempo, no recordaba cuándo, quizás lo más acertado sería decir nunca, que su cabeza no se hallaba la mayor parte del tiempo tan dispersa, sus pensamientos rebotaban sin descanso entre el trabajo y Maddie, que lo esperaba en su departamento, tres pisos más arriba, en ese mismo edificio.

    Brad siempre fue un hombre brillante, con una carrera increíble y una capacidad de trabajo que asombraba a quien lo conocía. Con un poder de concentración y una fuerza de voluntad inquebrantable, superiores a los de cualquier mortal. Sus hermanos y él formaron un equipo de trabajo impresionante con un récord imbatible del cien por ciento de los casos resueltos, de allí que su paso por el FBI fuera legendario, y motivo de estudio de los aspirantes a agentes, en su estadía en Quántico. Algunos hasta los consideraban un mito.

    Pero de un tiempo a esta parte, una inquietud lo asolaba día y noche. Una rara sensación que no le agradaba en absoluto y que desde hacía siete meses era su fiel compañera. Justo desde el momento que se hubo enterado de que sería padre.

    Esa opresión ya tan familiar bajo las costillas hacía que su humor volátil por naturaleza estuviera rozando los extremos a cada instante. Para alguien como él, para quien el control era indispensable en la vida y su línea de trabajo, era, al menos, inaceptable. Lo único que lograba calmarlo era pensar por qué se sentía así.

    Y entonces, allí mismo, en ese inconmensurable trocito de tiempo, en ese instante, el mundo volvía a girar sobre su propio eje y la dicha lo colmaba, la sonrisa de hombre enamorado se instalaba en su rostro y le permitía respirar hondo: Maddie y su bebé.

    Un bebé tan testarudo como su madre, que no se dejó ver en ninguna de las seis ecografías que habían tomado.

    No es que tuviera dudas, desde hacía siete generaciones que en su familia los Windstone solo engendraban varones. Una peculiaridad más, que se sumaba al poder de sugestión que tenían los hermanos y a la capacidad de comunicarse con el entorno: hociqueando el viento y dejándose fluir, podían percibir el peligro.

    Se estiró sobre su sillón, en un intento vano de relajar los músculos de la espalda, y se inclinó hacia la pantalla, leyó veloz el informe y guardó el documento en el disco compartido con sus hermanos, y del cual solo ellos tenían acceso. En Wind & Stone se manejaba información muy sensible de los clientes y ninguna precaución sobraba.

    Bloqueó la pantalla de su computadora con su huella dactilar y recogió el saco del perchero. Se detuvo un instante frente a los cristales y contempló azorado, una vez más y como cada vez que lo hacía, el paisaje a sus pies. Amaba Chicago, aunque no se pareciera en nada a la tierra de sus ancestros.

    Chicago con sus rascacielos, todo en vidrio y acero, autopistas y ruido. Desde su ventana divisaba la bahía del lago Michigan, los barcos, todo tan azul como el cielo y el mar, y tan gris como el metal y el cemento.

    Santa Fe con su cielo turquesa y las montañas del color del ocre, arcilla y tierra, arena y calma, reinando solo la paz y el sonido del viento que traía consigo los murmullos de los antepasados.

    Con paso ágil llegó hasta el ascensor y los tres segundos que demoraron en abrirse las puertas se le hicieron eternos. Al llegar a su piso la vio.

    Maddie mordisqueaba una manzana, sentada en su sillón favorito, mientras acariciaba su vientre abultado. Sus piernas estaban cubiertas por una manta que estuvo con cada primer hijo, por las últimas tres generaciones, porque a pesar de estar corriendo el mes de septiembre, el otoño se presentaba muy fresco, algo bastante inusual.

    —Hola. —Él se arrodilló a los pies de Maddie y dejó un beso tierno sobre su mano y otro en su hijo—. ¿Cómo está mi ratoncita?

    —Brad. —Suspiró bajito, mirándolo con dulzura y perdiendo la mano en su larga cabellera—. Estoy, estamos muy bien, ya listos para ver a la doctora Smith. ¿Crees que podremos verlo hoy? —preguntó esperanzada.

    —Espero que sí, ha estado jugando a las escondidas hasta ahora, ya es tiempo de ver que es tan hermoso como tú.

    —¿Eso crees? Tengo la sensación de que va a ser todo un Windstone.

    —Ya veremos, voy a cambiarme en un segundo y salimos.

    Brad se levantó y dejó un beso dulce en la frente de Maddie, tomó las manos de ella entre las suyas y la ayudó a ponerse de pie.

    Maddie respiró hondo y se dispuso a avanzar hacia la cocina, no había querido preocupar a Brad, durante toda la tarde tuvo algunos dolores que iban y venían, por lo que asumía que no eran otras que las contracciones de preparación del parto y que muchas mujeres suelen tener durante casi todo el embarazo, no era extraño que ella las tuviera a un mes de dar a luz.

    Y si tomaba en cuenta, algo imposible de obviar, cómo se exasperaba Brad en torno a cualquier tema que la involucraba, sobre todo ahora que estaban esperando su primer hijo, mejor comentarlo en el consultorio cuando llegaran.

    Pero no lo hicieron.

    Brad escuchó el grito apagado y horrorizado de Maddie antes de siquiera elegir la camisa que iba a ponerse. Sus instintos prevalecieron y salió disparado hacia su esposa, para encontrarla apoyada en la isla de la cocina, sujetándose con fuerza al mármol y abrazando su prominente cintura, parada en medio de un charco de sangre.

    La sola visión ante él lo dejó petrificado por un instante. Maddie lo miró por sobre su hombro y la mueca de dolor en su rostro pálido lo activó como si su sistema fuera alimentado con combustible para naves espaciales.

    —Maddie… —musitó, dijo, pensó… Nunca lo supo. Brad corrió a su lado—. Maddie… Voy a llevarte al hospital ya, resiste para mí, nena. Resiste.

    Al mismo tiempo que trataba de calmar a su esposa, presionó el discado rápido donde estaba almacenado el contacto de Troy, que sabía que estaba en su oficina reunido con los muchachos y poniéndolos al día con las instrucciones de la misión en la que estaban trabajando. El aparato llamó dos veces y su hermano respondió, aunque no le dio tiempo de decir nada.

    —Estoy llevando a Maddie al hospital, algo no va bien, te veo en la cochera en dos minutos. —Y cortó la comunicación, no necesitaba respuesta.

    Dos minutos más tarde, llegó al estacionamiento del edificio en el primer subsuelo, y encontró a Troy con la camioneta en marcha y la puerta trasera abierta de par en par, esperando por ellos.

    —Dalton está en el campo de tiro, nos alcanza en el hospital.

    Maddie jamás estuvo tan asustada en su vida. Su mente se enfocaba en sentir los movimientos del bebé y la cara de Brad. Si Brad estaba asustado, era algo malo, muy malo. Su marido desconocía el sentimiento del miedo, a veces creía que ni siquiera sabía de la existencia de esa palabra. Por lo visto estaba equivocada.

    Troy voló por las calles de Chicago, el puñado de cuadras que los separaban hasta el Mercy Hospital desaparecían unas tras otras. Su concentración estaba en la ruta que tenía delante, Brad se ocupaba de Maddie y su trabajo era transportarlos seguros a pesar de todos los semáforos en rojo con los que se cruzó.

    Los hermanos Windstone no pasaron desapercibidos en la sala de urgencias, el tono de sus voces, la emoción y sobre todo la sugestión impresa en cada una de sus palabras, pudieron contra toda la burocracia reinante, como un ballet coreografiado, médicos y enfermeras se encargaron de llevar a Maddie hasta el quirófano. Nadie se opuso cuando pidió indicaciones para cambiarse y acompañar a su esposa.

    Algunos minutos después, tenía entre sus manos las de Maddie, cuando un llanto agudo silenció a todos en el aséptico cuarto.

    —¡Es una niña! Felicidades, papás. Brad, ¿quieres cargarla y llevarla hasta Maddie? —preguntó con premura la doctora Smith.

    La sorpresa y felicidad estaban reflejadas en la cara de ambos.

    Un rato después y ya instalados en su cuarto, esperaban por el resto de la familia para dar las buenas noticias. Las… inesperadas noticias.

    Maddie sostenía a la niña en brazos, recostada en una cantidad enorme de almohadas. Sentado a su lado, Brad las contemplaba con una sonrisa en su rostro, las tocaba, las acariciaba, las besaba. En su mente todavía veía el charco de sangre en el piso de la cocina, y esa imagen, que le hizo sentir el terror más absoluto, tardaría mucho tiempo en desvanecerse.

    —¿Brad? —lo llamó con dulzura cuando se dio cuenta de que estaba abstraído jugando con la manita regordeta de su hija.

    —Dime, ratoncita. —Sonrió hacia ella una vez más.

    —Tenemos que elegir un nombre, pronto.

    —Ya lo creo, no tengo ni idea de cómo sucedió que tuviéramos una hija, ni tampoco a quién preguntarle; esta hermosa princesa necesita un hermoso nombre, ¿tienes alguno en mente?

    —Sí, me haría muy feliz que la llamáramos como mi madre —dijo bajando la mirada a su hija, que se aferraba a su dedo con fuerza.

    —Me parece perfecto: Phillipa James Windstone. —Con una emoción a la que no podía ponerle nombre, aunque su vida dependiera de ello, bajó sus labios hasta la pequeña cabeza y besó, con una suavidad recién estrenada en él, la pelusa rubia de su bebé—. Bienvenida, hija. —Inspiró profundo y llenó sus pulmones del cálido aroma, uno dulce y nuevo, que lo agitó hasta las profundidades de su ser.

    Con su mano libre, acomodó un mechón rebelde del cabello de su ratoncita tras la oreja y depositó un beso reverencial en su frente. Maddie era su mujer, su alma, y el motor de su existencia. Y todo eso que sentía quedó hecho trizas cuando su pequeña Phillie tomó su dedo en la manita y lo apretó, doblegando su voluntad con la dulzura de una brisa y la fuerza de mil huracanes.

    Capítulo 1

    La oficina del FBI en Nueva York bullía de actividad esa mañana, el principal informante del agente Deveraux al fin tenía una pista sólida.

    Joseph «Joe» Hamilton llegaría en horas del mediodía procedente de Valencia, y si él estaba en la ciudad, seguro que era para una transacción de alto riesgo. Sus negocios eran turbios, aunque jamás a lo largo de los años se le había podido comprobar nada. Una estrategia impecable y una legión de carísimos abogados

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