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Té con creepypastas
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Libro electrónico88 páginas49 minutos

Té con creepypastas

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Norma Boe te invita a una experiencia escalofriante. Una nueva dimensión del terror.

El té: Darjeeling negro. Intenso y oscuro. Ideal para acompañar la lectura de esta selección de relatos.

Las creepypastas:

1.El fantasma del call center.
2.El hombre de tus sueños.
3.La carretera del diablo.
4.Mystery Box.
5.¿No es extraño este vinilo?
6.Pastel de cerdo.
7.Sierra Madre Boulevard.
8.Sorry not sorry.

IdiomaEspañol
EditorialDavid Pallol
Fecha de lanzamiento16 ago 2021
ISBN9798201497866
Té con creepypastas
Autor

Norma Boe

Norma es nuestra dama del misterio y una mujer de frontera. Tex-mex de corazón y de palabra. Un buen día decidió ponerse a escribir porque, según nos cuenta, no quería acabar seca y apolillada como la madre de Norman Bates sin dejar al mundo algún legado. Estaba entre eso y las colchas de patchwork. Afortunadamente para iPulp, decidió dedicarse a la literatura. Con nosotros ya ha publicado varios títulos. Este es uno de ellos, todos colecciones de relatos paranormales. Esto es así porque es un poco macabra. Le tiene puesto un altarcito a Ambrose Bierce. Se presenta como una dama sureña de espíritu beatnik que llena su soledad con Bourbon de Kentucky, canciones de Paquita la del Barrio y gatos. "En el fondo soy de hábitos sencillos: me gusta sentarme por las tardes en el porche y beber limonada, mientras la mecedora de la abuela se mueve sola a mi lado."

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    Té con creepypastas - Norma Boe

    Té con creepypastas

    Colección iPulp

    Norma Boe © Todos los derechos reservados

    El té: Darjeeling negro . Intenso y oscuro. Ideal para acompañar la lectura de esta selección de relatos.

    LAS CREEPYPASTAS:

    El fantasma del call center

    El hombre de tus sueños

    La carretera del diablo

    Mystery Box

    ¿No es extraño este vinilo?

    Pastel de cerdo

    Sierra Madre Boulevard

    Sorry not sorry

    El fantasma del call center

    −El edificio era de construcción moderna, uno más de los cubos de acero y cristal dedicados a oficinas que abundaban en la zona. Dos de sus plantas las ocupaba un call center , un centro de atención telefónica. En él trabajaban 200 personas, que se repartían en dos turnos: mañana −desde las 7 am− y tarde, hasta las 11 pm. A partir de esa hora, los empleados se iban y el call center quedaba vacío.

    Era el turno de los guardas de seguridad, que custodiaban el edificio por la noche, ayudados de las cámaras del circuito cerrado de televisión.

    Los vigilantes, de vez en cuando, abandonaban el centro de control para realizar una inspección rutinaria del edificio; solía ser una ronda tranquila, sin sorpresas. Al contrario que el trabajo de los teleoperadores, sometidos a una presión descomunal, el suyo era un trabajo relajado y sin sobresaltos. Incluso aburrido.

    Hasta aquella noche... Los guardas se hallaban, como de costumbre, observando los monitores de las cámaras, indolentemente sentados en la sala de control, tomándose un café y hablando del último partido de fútbol. Miraban las pantallas casi de reojo; no esperaban imprevistos.

    A simple vista, todo parecía normal. Como siempre.

    Cam 3: Pasillo.

    Cam 9: Vista de una de las salas de trabajo.

    Cam 5: Otro pasillo.

    Cam 11: Vista de la misma sala de antes, desde otro ángulo.

    Cam 15: Panorámica de la sala de fotocopiadora, impresora y archivos.

    Cam 17: Vista de otra de las salas de atención de llamadas, con los puestos de trabajo alineados pero vacíos, las sillas pegadas a las mesas, los equipos informáticos, con sus teclados delante, apagados.

    Todo dentro de lo habitual. Tranquilo y silencioso, salvo por el zumbido de los equipos eléctricos.

    De repente, en torno a las tres de la mañana, las cámaras empezaron a registrar una serie de fenómenos extraños. Los ojos de los vigilantes nocturnos, desprevenidos, rebotaron de monitor en monitor sin dar crédito a lo que estaban presenciando. Contemplaban las pantallas con la boca abierta. Estaban atónitos.

    Cam 3: Pasillo. Los neones que lo iluminaban comenzaban a parpadear. Después subían en intensidad hasta ponerse casi incandescentes. Algunos explotaban.

    Cam 18: Vista de la sala de trabajo. Las pantallas de los PCs se encendían y apagaban de repente, en un destello breve pero intenso.  Una de las sillas, de repente, sale disparada sobre sus ruedas, hasta golpear con la pared del fondo.

    Cam 16: Sala de fotocopiadora y archivos. La fotocopiadora se pone en funcionamiento sola, ordenando copias: el flash de la luz se percibe bajo la tapa superior. Los cajones de los archiveros metálicos se abren de golpe, con enorme estrépito. Los documentos guardados en las carpetas saltan por los aires. Vuelan también otros papeles, en puntos random.

    Cam 10: Vista de otra sala de trabajo. De nuevo, otra silla que se desplaza sola, girando sobre sus ruedas, hasta chocar con un pilar.

    −Esto es muy creepy, dijo uno de los guardas, sacudido por un escalofrío.

    Su compañero no contestó. Miraba los monitores sobrecogido.

    Cam 5: Otro pasillo. Una puerta se abre y se cierra, primero lentamente, después de un violento portazo. El movimiento vuelve a repetirse un par de veces más. Al fondo, fugazmente, se veía cruzar una sombra.

    Al observar esto último, los vigilantes se abrazaron, muertos de miedo. Lo que estaba sucediendo esa noche en el call center era inquietante y perturbador.

    Los sucesos anómalos se repitieron a partir de entonces noche tras noche −siempre en torno a la misma hora de la madrugada, las 3 AM−. El terror se apoderó de los vigilantes del edificio y, como en tantos casos parecidos, llegó un momento en que se negaron a hacer la ronda por un edificio que parecía fuera de control. No había una explicación lógica para lo que estaba pasando. Aquello no podía ser otra cosa que actividad paranormal.

    La voz se corrió enseguida y pronto se enteró todo el personal, en sus diferentes turnos. El poltergeist que agitaba el edificio por las noches se convirtió en la noticia alucinante que no tardó en propagarse entre los trabajadores del call center. Era la comidilla, el tema principal de todas las conversaciones. Aquellos hechos extraordinarios estaban dando emoción a sus por otra parte miserables vidas, trabajando en aquella oficina que era como una plantación de esclavos con auriculares.

    Por todas partes te encontrabas corrillos. Los empleados del call center, mujeres en su mayoría, estaban revolucionadas. Cada una, por supuesto, daba su versión. Todo eran especulaciones, teorías, rumores dislocados:

    −Dicen que las sillas levitan...

    −Por lo visto es un demonio −susurraba otra con miedo−, una sombra imponente de más de dos metros que avanza por los pasillos. Yo por si acaso hoy he traído un rosario que me trajo mi abuela de Fátima.

    Carmen la gallega, que iba de sensitiva, aseguraba:

    −Esto es por culpa de los jefes.

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