HACE UNOS DÍAS, un amigo y yo acordamos ir a cenar. No nos habíamos visto en siete años y estaba tan emocionada de verlo que me armé de valor para llamar por teléfono y reservar una mesa en el restaurante. Aun así, cuando me escribió un día antes para decirme que se había roto un ligamento y no podría ir al encuentro, me sentí secretamente aliviada.
Cuando vivíamos en la misma ciudad, mi amigo siempre cancelaba planes y me dio un golpe nostálgico poco placentero que me plantara una vez más. Obviamente, no le creí su pretexto, pero aprecié el esfuerzo de que al menos se inventara uno.
La excusa perfecta es algo difícil de lograr. Necesita