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Fausto Contra el Populismo
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Fausto Contra el Populismo
Libro electrónico187 páginas2 horas

Fausto Contra el Populismo

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Información de este libro electrónico

Un país divido por la violencia, con una sociedad descompuesta, harta de la impunidad, la corrupción, los vicios, la falta de respeto por los derechos humanos y al prójimo.

Un hombre, convencido de que las cosas pueden cambiar y harto de vivir en semejante situación, enfrenta sus miedos con su fuerza y voluntad. Pero ¿puede el ego de un hombre ser
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 ene 2022
ISBN9786078738052
Fausto Contra el Populismo
Autor

Jorge Gatre

Jorge Gatre es un escritor mexicano que estudió Relaciones Internacionales y busca expresarse a través de este libro de ficción sobre la situación política de México.

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    Fausto Contra el Populismo - Jorge Gatre

    Índice

    FUERZA DE VOLUNTAD

    Vacilación

    Aspiración

    Detonante

    Voluntad

    FUERZA DE CARÁCTER

    Oportunidad

    Aventura

    Decisión

    El día

    Contra el populismo

    LA FUERZA DEL DESTINO

    Voto

    La boda

    Democracia

    La agenda

    Conspiración

    Reflexión

    FUERZA DE VOLUNTAD

    Primera parte

    Vacilación

    Todo comienza con una idea que surge en la mente de las personas para satisfacer alguna necesidad. Así, con creatividad, empezamos a imaginar una forma de conseguir lo que deseamos. Hay personas para quienes las ideas son meras escenas o productos, pero hay otras para quienes son transformaciones. El mundo pertenece a estas últimas, que no solo imaginan estos cambios, sino que hacen que se realicen. ¿Cuántas mentes brillantes habrán muerto sin ejecutar una sola idea a causa del miedo?, ¿cuántas ideas perfectas habrán desaparecido en su creador por mero pesimismo?, ¿cuánta gente desperdició su inmensa creatividad?

    Era un día caluroso de junio. La carpa se extendía por toda la explanada y muchas personas se sentaban aburridas en las gradas. El día olía a la mañana y al pasto verde, recién tratado para la gran ceremonia. Todos iban muy formales, con sus mejores galas. Cada estudiante tenía asignado un lugar, eran cientos. La ceremonia comenzó con el himno nacional y continuó con discursos de diferentes personalidades, incluyendo al gobernador en turno, el rector de la universidad y el secretario de alguna secretaría de gobierno al que nadie recordó al terminar la graduación.

    Fausto se veía como cualquier otro, muy bien vestido con su mejor traje y su mejor corbata. Su pelo lucía color castaño, pero en realidad era rubio; parecía pintado por los tonos de café y amarillo. Tenía los ojos miel y la piel blanca, o más bien apiñonada. Se veía reluciente. Su nariz recta suspiraba a ratos, no estaba nada cómodo. Se sentaba erguido la mayoría del tiempo, pero perdía el hilo y también la postura; después se recomponía. Duró años en su mente, en realidad fue cosa de cinco horas nada más. ¡Cinco horas! Fue un infierno.

    Jamás tuvo tanto miedo. ¡Por fin, pronunciaron su nombre en la graduación! Subió las escaleras al estrado donde estrecharía la mano del jefe del departamento de ciencias políticas y relaciones internacionales y recibiría su diploma del mismísimo rector de la universidad. Le dio la mano y lo miró a los ojos. Apenas alcanzó a balbucear un ¡gracias!, o tal vez lo dijo demasiado fuerte y claro, quién sabe. Fue un momento que, mientras pasó, fue lento, pero al terminar, sucedió en un parpadear. El caso es que nunca sabría con certeza lo que pasó. De la misma forma en que no supo qué haría en los siguientes días, meses, ¡años!

    Pensaba que quería hacer una maestría, ¿o no? Que quería tener todas las credenciales para asegurar un empleo en el futuro, aunque cada vez había en la red más artículos que menospreciaban las maestrías ¡Y con lo que costaban! ¡Olvídate! Lo mejor sería trabajar en el negocio de su padre: el camino fácil, ¿pero infeliz? Pues ¡persigue tus sueños! ¡Haz lo que te gusta, lo que te apasiona! Pero, si nada te gusta, ¿qué te apasiona? No había nada que hiciera por voluntad propia bueno, sí, sacó buenas calificaciones, fue de los académicos luchones, pero ¿es lo mismo en la universidad que en el trabajo? El fracaso, el éxito, gente nueva, obligaciones, responsabilidades, ¡qué pánico! Una revoltura entre perseguir esos anhelos y dejar una huella en el mundo, un legado. Ser parte de la historia o dejarlo todo y envolverse entre las colchas de su cama en la oscuridad. ¡Solo quiero una vida simple! Para más adelante decir ¡esto es tan aburrido! Quiero que me desafíen o me dejen en paz. El no querer ver a nadie, contra el rodearse de gente importante, inteligente e interesante. Pero ¿por qué me rodearía de esos, si yo no lo soy? ¿O lo soy? Vamos paso a paso, se consolaba, verás que vas a lograr grandes cosas, la paciencia es la mayor virtud. Calma, todo llegará. Y no se equivocaba.

    Esos pensamientos inundaban su cabeza, luego le daba flojera pensarlo, pero si no era ese día ¿cuándo? Después de la graduación, pasaron cuatro meses y no hizo absolutamente nada, ni consiguió trabajo ni inició una empresa ni se incorporó a la política. Vivió en pánico en una rutina en casa de sus padres, donde se dedicó a reivindicar la nostalgia de su infancia. Empezó a sentir toda la tensión que conlleva el no hacer nada, sentirse inútil, lo que seguro fue el detonante de comenzar una labor. Se comparaba con personas de su edad que ya habían empezado a trabajar, los envidiaba a todos ellos mientras que él seguía indeciso. Por momentos, se empezó a soltar. En comidas con la familia hablaba sobre lo que le gustaría hacer, decía la verdad a medias, ni él sabía por qué. Julio, su padre, le hacía propuestas, pero él las rechazaba. Al principio, tenía que ser algo relacionado con su carrera, si no, ¿para qué tanto alboroto, tanto dinero invertido? El negocio familiar era exitoso y él siempre podría trabajar ahí, eso le daba seguridad, pero al mismo tiempo se sentía comprometido. Algunas veces, pensaba que era tonto al buscar otra cosa, simplemente lo debería tomar. ¿Para qué perder más tiempo? La verdad era que el compromiso de un día tener que hacerse responsable o heredar la empresa lo dejaba con un pie adentro y otro afuera.

    Se despertaba todos los días temprano y desayunaba con su familia, después cada uno se iba a realizar sus actividades, pero él se quedaba ahí. En la cocina, con un café y el periódico en la mesa, leía las notas más interesantes y los artículos de opinión. Él, más que nadie, sabía de la actualidad y no solo eso, sino que también tenía mucho que decir al respecto.

    —Yo haría las cosas de manera diferente —pensaba. Todos los días lo mismo, ¡y qué corajes hacía por los encabezados! Que el exgobernador se había robado una gran suma de dinero sin castigo; recortes presupuestales, pero aumentos en salarios de diputados, senadores o del presidente; había repuntado la violencia, el ambiente estaba más contaminado que nunca; la gente se moría de hambre; había discriminación en las calles y la sociedad estaba en decadencia. Mantenía el semblante serio, mientras, por dentro, lloraba por todas estas penas y en su interior sentía una llama, un calor que lo llamaba a hacer algo, pero ¿qué?

    ¿A quién quería engañar? Si él mismo odiaba a toda la gente.

    —¡Nacos! —gritaba para sí mismo, mientras, manejando, algún despistado se le cerraba. Luego, se arrepentía por pensar eso y se decía:

    "Los exterminaría a todos ellos, sin excepción, pero no con balas, sino con libros, con justicia. Esa gente se acaba con infraestructura apropiada, señalamientos y policía. Con castigos y multas, no con mordidas e indiferencia. Pero

    ¿qué? ¿Eso significaba que se enlistaría a la policía?, ¿al gobierno municipal? ¡No, qué pánico! Para qué meterse en problemas, la grilla es detestable. Un político solo no tiene los alcances. ¡Haré un partido político! Pensaba, pero luego argumentaba contra sí mismo. Sí, claro y ¿cómo le vas a hacer? ¿Es que mañana mismo te levantarás temprano e irás a reclutar gente? O publica en Facebook un llamado al reclutamiento. Ja, ja, podrías ser más ridículo. Saltar a la fama por las redes sociales, qué miedo. Mejor aún, abre la Sección Amarilla y saca tu teléfono, que hoy mínimo hablarás a 50 viviendas, mañana serán 50 negocios. ¡Hazme el favor! Si hay días que no puedes ni levantarte por el control de la televisión. Pero ¿dónde está tu voluntad?"

    Estaba hermosa. Traía un vestido largo color negro. Presumía unos lunares repartidos de forma estrategica a lo largo de sus hombros descubiertos. Tenía unas ligeras pecas, el pelo negro azabache peinado en una elegante trenza que comenzaba desde el costado, unas cejas rectas muy pobladas, pero perfectamente recortadas para lograr una ligera curva hasta el final y el tono de sus ojos café claros, casi amarillos y que con cierta luz se veían verdosos, hacía un impresionante contraste con sus cejas. Alicia volteó a verlo, lanzó una tierna sonrisa y, al notar que Fausto aprobaba su vestimenta, se sonrojó. De inmediato, Fausto caminó hacia ella maravillado.

    —Te ves guapísima, ¡qué impresión! —dijo, sincero pero burlón, la abrazó y le dio un beso.

    —Tú también te ves muy bien —dijo Alicia riendo, feliz de que por fin se apareciera su novio.

    Llevaban siendo pareja apenas unos meses, lo necesario para que estuvieran muertos el uno por el otro en plena graduación. Se habían conocido en una fiesta y de inmediato se gustaron, no hubo ninguna duda desde el primer minuto. Sin embargo, ya se habían laiqueado mil fotos en Instagram antes de su encuentro, así que el camino ya estaba, de cierta forma, pavimentado para consolidar su noviazgo. Al mes de unas salidas a cenar y unas visitas al cine, Fausto le invitó un menyú (bebida típica de Veracruz a base de ron, como un mojito pero más fuerte, exquisito, una emulación mexicana del mint julep, una bebida de bourbon). La llevó a la azotea del Hotel Rroyalty en el centro de la ciudad de Puebla, y con la preciosa vista de la catedral, que se alzaba detrás de unos enormes y verdes árboles sembrados a lo largo del zócalo, Fausto le propuso que se hicieran novios.

    La graduación pasó como cualquier otra. Fue excepcional porque fue la de Fausto, y cuando no estuvo con Alicia, estuvo con sus amigos, una bola de borrachos muy divertidos. El evento siguió la tónica tradicional de cualquier graduación: primero, los invitados se sentaron a cenar; después, hubo un vals con los papás, y al final empezó la fiesta. Fausto y Alicia bailaron todas las canciones con mucho entusiasmo. Fausto le daba vueltas y la abrazaba. Ella brincaba de alegría al ritmo de la música. No faltaron los shots.Y mientras más se elevaban los ánimos, mejor bailaban, o al menos eso pensaban. Alicia daba vueltas, Fausto le tomaba las manos, extendía los brazos y los flexionaba. Él daba vueltas, luego ella, luego los dos juntos; ella se inclinaba hacia abajo, regresaba arriba, todo al ritmo de sus canciones favoritas. Acabaron exhaustos como a las cinco de la mañana. Más que dormir, al llegar a su casa quedaron inconscientes al acostarse en su cama.

    Días más tarde, se reunieron los amigos en la casa de Paco, la más concurrida de todas porque Paco nunca hacía nada.Vivía cerca de Fausto y de Pepe, por lo que ahí siempre eran las reuniones. Desde muchos años atrás había sido así. La casa era bonita, de arquitectura mexicana contemporánea, toda blanca, minimalista y agradable para estar.

    —Tómate otra —le dijo Paco a Fausto, bastante entusiasmado.

    A Fausto le costaba mucho trabajo decir que no a eso, además no tenía nada que hacer, pero su mente lo hacía sentir culpable. Con molestia para sus adentros, se servía otra. Él querría haber estado haciendo algo importante o productivo, pero sus amigos lo jalaban a hacer lo mismo de siempre: reunirse Francisco, José, Daniel, Alejandro y Fausto a tomar unas cervezas, unas cubas, unas ginebras o un vinito. Él pensaba que debía hacer más. No es que estuvieran arruinando sus vidas, pero sí era una pérdida de tiempo; se volvía repetitivo. Todo era parte de lo mismo. Ninguno trabajaba o ninguno quería gastar. Además, en esas fechas llovía y qué flojera hacer cualquier otra cosa, mejor lo mismo de siempre. De repente, Fausto ponía su casa, era la segunda más concurrida.

    La cuba estaba helada, pintadita. El vaso húmedo debido a la condensación de los hielos que se derretían después de unos minutos. Fausto tomó el vaso, sintió la humedad y el frío en su mano izquierda, le dio un sorbo, desapareció la sed y, en cambio, sintió la absurda relajación que genera el alcohol. Estaba en su ambiente, muy cómodo en compañía de sus amigos. No faltaba mucho para que entraran en alguna acalorada pero complaciente discusión sobre cualquier cosa. Siempre era política, ciencia, religión, futbol o anécdotas y chismes reales. Si había ánimos, la fiesta cambiaba de color, alguien empezaba a decir chistes o incoherencias, a hacer actos chistosos o decir groserías o albures, Daniel era el experto. Después, ya era un espectáculo. Empezarían a sentir la música en sus adentros para cantar; en un suspiro todos estarían diciendo netas o cantando, como si ellos mismos hubieran compuesto la canción o redactado la letra que se convertía en poesía. Dejaban atrás la música de moda para escuchar viejos clásicos cantables. No faltaba diversión, pero sí propósito.

    Al día siguiente, Fausto se sentía fatal. La cruda era insoportable, pero lo que más coraje le daba era que el resto de la semana no tendría fuerzas para hacer nada más que lo obligatorio. A veces, con esfuerzos sobrehumanos, se animaba a salir a andar en bicicleta o ir al gym. Pero esas ganas se iban muriendo semana con semana. La motivación se reducía con cada cuba que se tomaba, pero la tentación era demasiado grande. En la reflexión Fausto eligió un camino, pero no lo comenzó a seguir sino hasta tiempo después. Ese era el curso de su vida hasta que decidiera hacer un cambio. Sabía que la única forma de sobresalir sería con un sacrificio de verdad y esto implicaba un distanciamiento de sus muy estimados amigos. Se decidió mucho tiempo antes de comenzar a ejecutar lo que se escondía en lo profundo de su mente. Antes de eso, consiguió un trabajo.

    Era un proyecto temporal, le serviría para saberse útil y tener algún dinerito, estuvo muy bien. Se dedicó los siguientes nueve meses a la construcción de un edificio de oficinas. Aprendió mucho y, además, eso lo motivó a emprender proyectos por su cuenta. La construcción no fue fácil, semana con semana debía reportar los avances al cliente, una firma internacional de inmobiliaria que tenía requerimientos concretos, sobre todo de sus edificios, por lo que eran minuciosos con los detalles y para cada avance tenían tablas de tiempo. Eran duros y cualquier retraso en la obra significaba una penalización. Esto exigió a Fausto alcanzar estándares por encima del promedio. Un dolor de cabeza, pero esta exigencia le amplió el apetito para siempre buscar la excelencia. Esos meses no se

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