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Inhalando tics, bombeando tacs
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Inhalando tics, bombeando tacs
Libro electrónico145 páginas2 horas

Inhalando tics, bombeando tacs

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Información de este libro electrónico

Un texto 4×4 en los terrenos de la temporalidad:
adopción de posturas cuadrúpedas que trepan símbolos,
aferro a raíces cuadradas que no revierten lo irreversible,
asunción de un cuarto gesticular de colapsos para deshacerse,
o cuatro… y muchas otras maneras de estar atiempo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 oct 2020
ISBN9789878709826
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    Inhalando tics, bombeando tacs - Gulluver

    burgués!

    El reloj era la brújula

    Los recuerdos del futuro

    Una niña gatea por el comedor del hogar,

    su arrastre hace estela en el parquet encerado.

    Impulsa una curiosidad cada avance,

    advierte un aprendizaje cada caída.

    Entre las manos pequeñas y suaves

    pellizca un osito

    que tiene el perfume de sus padres,

    huele la presencia de esas caricias.

    Entre dos bracitos que se arrebatan

    y dos rodillas que se incorporan

    garabatea sus primeros pasos…

    y el piso parte sus labios de un beso.

    ¿Qué sucede con el tiempo?

    ¿Trastabilló en el suelo? ¿Se hará parte de un remordimiento?

    La irreversibilidad tiende su palma,

    la pérdida la tatúa.

    Contiene el llanto

    no por falta de dolor, sino por ausencia de oyentes.

    Siente en su cuerpo las ganas de reintentar,

    percibe en su mente la cautela de esperar.

    Su inocencia la abandona.

    Ahora solloza, muge.

    Desdichada… Se alista

    para el mundo próximo.

    Deshonran las deshoras (adagio)

    Una sinfonía se finge perfecta.

    El adelante se despliega como alfombra indesenrollable.

    No existe fondo ni pared.

    Desde joven recuerda la vida fácil y alegre. Su escolarización no fue mancillada por dificultades de integración, de ser parte de. Los desafíos entre sus compañeros del grupo socializador originario se apostaron en el papi de quien tenía más, intentando formar subcírculos exclusivísimos dentro del círculo exclusivo en el que de por sí deambulaban.

    Su último año en el colegio secundario holgó en test vocacionales y conversaciones con los pares respecto de los estudios a seguir en el nivel superior... No había necesidad. La educación no es sinónimo de dinero. Puertas adentro de su casa estaba claro para su familia cuál era el destino que debía transitar su hijo mayor, o mejor dicho, el primer heredero. Y Franquito sonreía ante la propuesta y agradecía la confianza depositada en él por sus señores padres. No era muy difícil. Solo se trataba de escuchar con atención las enseñanzas y los consejos paternos para seguir manejando el curso de ese inmenso laboratorio que expulsaba cuantiosas ganancias a costa de patentes y licencias que lucraban con la salud psicofísica de la población. Casi que bastaba con mantener el piloto automático para que todo prosiguiera de manera exitosa.

    El día de su graduación del nivel medio se organizó en la quinta una gran celebración desbordada de alimentos, bebidas y bailes. Tampoco faltó la vedette de renombre contratada para convertir a Franquito en Franco. No se trató de su debut sexual, aunque sí de la primera ocasión que lo trataron como adulto. Y al día siguiente, el padre ordenó al mucamo que junto con el desayuno le llevara a su hijo un mensaje: lo esperaba a las nueve en el estacionamiento para partir hacia la empresa. Desnudo, con sus dieciocho años y sus dieciocho quilates en el reloj, se tomó unos segundos en contemplar el techo antes de salir.

    En el camino le hizo saber que por lo pronto no le harían falta vacaciones estivales ni períodos sabáticos. El tiempo era un recurso agotable que había que aprovechar al máximo. Cuando entendiera el funcionamiento, podría descansar donde y como quisiera.

    Soberbio hacia el personal, exigente en el rendimiento, implacable en los mandatos, austero en el reconocimiento salarial, sordo en los despidos, con una foto familiar sobre el escritorio para no olvidar qué es lo importante en este mundo y así convencerse y estar dispuesto a todo para sostener el bienestar del linaje, estricto y mutante con respecto a bienes y servicios. Cada una de estas máximas ingresaba por los oídos de Franco y se incrustaba en su planisferio cerebral; no se estaban sembrando nuevos idearios, sino que se regaban los principios ya consagrados. Y como casi todo hijo mayor que quiere consolidarse a imagen y semejanza de su padre para luego profundizar la conducta y sentir una supuesta autorrealización; Franco fue más duro y extremista como director de la firma.

    Los conocimientos técnicos los aprendió en el transcurso de sus veintitantos. Si el objetivo final es el beneficio financiero, era cuestión de concentrar ahí la atención, en un tablero donde todos los casilleros daban premio. Quien gana es el que tiene huevos en muchos gallineros.

    Su mirada generacional le permitió a Franco implementar ciertas innovaciones en cuanto a estrategias de marketing y comercialización que produjeron un hacinamiento monetario en las cajas fuertes de la familia. En este cambio de política le recalcaba a su padre que mucha gente aún desconocía lo que producía el laboratorio porque no le importaba. Y lo que no importa es aquello que no se cree necesario para la vida de uno. Entonces, la empresa debe camelear sobre la indispensabilidad del producto en la cotidianeidad consumista, con el valor agregado de la promesa de satisfacción. Y ahí es donde entran en juego la publicidad y las maniobras de persuasión, acusando de infeliz a cualquier oyente/vidente massmediático o transeúnte de la vía pública, para luego mostrarle un espejo cuya imagen distorsionada aparenta la felicidad de quien toma contacto con el producto o prestación. Su papá se conmovía ante el tiburón bursátil que había gestado, ávido de divisar nuevos puertos de éxito económico.

    Un día don Franco pasó a convertirse en el antepasado de Franco, quien a la vez perdió el mote de Junior. Este no demoró en ramificar el clan para cosechar a su despuefuturo.¹ En familia adinerada es imprescindible garantizar la sucesión para que la fortuna no termine en manos de parientes miserables ni mucho menos a los pies de un Estado con gobernadores insaciables.

    Le contó a su hijo muchas cosas de su abuelo, subrayándole que todo en la vida lo había aprendido de él y que estaba muy agradecido por eso. Por ende, como nieto y próxima locomotora de la casta, debía esforzarse para poder continuar ese camino de responsabilidad y riqueza.

    La doctrina se transmitió intacta, flexible a los aggiornamientos propios de la época, siempre con los ojos puestos en el porvenir, respirando el presente millonario y proyectando el futuro billonario.

    Con las décadas Franco empezó a aburrirse de esta empresa constante de hacer crecer la empresa. ¿Existía un límite al desarrollo o solo la creencia en él: producto de la resignación por falta de paciencia o fruto de la rendición por ausencia de voluntad o resultado de la simple holgazanería? Sabía que desde algún punto del cielo su padre lo observaba atento con todo el tiempo de la eternidad. Jamás le permitiría resignarse, rendirse ni aletargarse.

    Al no estar seguro de la existencia o no de ese tope ya que su ascendiente nunca le había hablado de dicho asunto, se le asomaba la duda… ¿hasta cuándo? Si no había fin espacial, ¿cuándo sería el fin temporal de este proyecto?

    Con la misma dedicación que ponía en saborear el bocado final de cada comida, algo similar le fue sucediendo con la vida: buscando un provecho a cada jornada luego de la cena y antes de la medianoche. Valoraría hasta su último día las enseñanzas de su padre pero a las puertas de su adultez final no quería que su existencia fuera una copia de la de aquel. Tenía que haber un momento donde uno pudiera delegar la dirección del laboratorio en alguien de confianza para poder dedicarse a disfrutar de lo obtenido, dejar de postergar el goce del ahora y aplacar la proyección del después. Quizá su padre quiso hacerlo pero la muerte lo sorprendió distraído.

    Se puso como plazo su onomástico de seis decenas para dejar la empresa a cargo de su hijo, que de por sí muy bien la llevaba con la profundización publicitaria acompañada de la sistematización de ritmos laborales rígidos en la producción y flexibilizados en la contratación.

    Franco se instaló con su mujer en una cabaña de la Patagonia, con ríos y montañas escriturados a su nombre. Ahí pasó los años correlativos.

    La vida se ve demasiado gris sin deseo, melodiaba por internet la voz de un indio que no era un mapuche de la zona.

    Los pensamientos de Franco se fueron haciendo pausados y contundentes. La idea rayaba una línea en el aire que se iba arqueando hasta convertirse en una bella y perfecta circunferencia, la cual duraba unas milésimas para luego explotar y dejar esparcidos los restos de lo que simuló cerrarse; burbujas que atacan cuando estallan. La reflexión le empapaba los dos apellidos.

    Si el punto máximo de una empresa es dominar el mercado del producto que fabrica, la de Franco y su familia no estaba lejos de constituirse en un monopolio. Sin embargo, tal posibilidad podría quitar emotividad al trabajo y terminar atrofiando el crecimiento de la corporación al no tener referente frente al cual superarse. Enarbolaba que la perfección solo se da en situaciones de competencia, el confort es una trampa que tiende un adversario agazapado.

    Los años de retiro transcurrían y Franco percibió que sus meditaciones necesitarían un proceso de maduración más amplio del que aguantaría su organismo. Por lo tanto, ¿para qué invertir tiempo en algo que no prometía una ganancia próxima?

    Le pareció mejor regresar a su rueda financiera, desinvirtiendo en divagues borrascosos y apostando a seguir superando la marca; que cada minuto tuviera peso propio equivalente a cientos de pesos. Su hijo lo recibió con orgullo.

    Franco volvió a tomar contacto con las cuentas para disparar el contador de aquellas otras cuentas progresivas que auguraban futuros cuantiosos. Invertir un billete para contar hasta diez y obtener una veintena de papeles monedas. Se incomodaba cuando se quedaba sin pilas en su reloj, necesitaba cambiarlas urgente para no sentirse a gatas, no podía permitirse perder el cálculo de lo que estaba aconteciendo. Su reloj pulsera construido con un mineral noble codiciado por innobles le permitía organizarse y administrar con finura. Cuando algo no salía como quería, rápido se quejaba del contratiempo, olvidando todas las veces que los hechos le representaron contiempos.²

    Todos los estadios temporales tienen un importe, en algunos casos asociado a lo afectivo y en otros al efectivo (monetario).

    El pasado es lo que se presenta con mayor diversidad en la bolsa de valores según la historia que atesora cada uno y cómo la concibe, y en especial cómo es su actitud frente a la vida. Es posible que los nostálgicos sobrevaloren el pasado

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