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Kafaraka.Un viaje de 150 años por 3 continentes
Kafaraka.Un viaje de 150 años por 3 continentes
Kafaraka.Un viaje de 150 años por 3 continentes
Libro electrónico419 páginas6 horas

Kafaraka.Un viaje de 150 años por 3 continentes

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Cuando en el último instante de mi vida, al que esté a mi lado tomándome la mano, yo le pregunte: ¿Eso es todo? Me gustaría que me respondiera: “tranquilo, no fue tan mal después de todo...¡valió la pena!”
IdiomaEspañol
EditorialYoucanprint
Fecha de lanzamiento11 dic 2020
ISBN9791220308328
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    Kafaraka.Un viaje de 150 años por 3 continentes - Jose Cheein

    Gegenschatz

    1 – Días distintos

    De 0 a 5 años aprendes, y luego solo repites: este refrán argentino encierra una gran verdad que se refiere a todas aquellas costumbres, a veces cotidianas y automáticas, que realizamos inconscientemente. Una de las cosas que me enseñó mi padre, y llevo como bagaje de costumbres infantiles y que todavía hoy repito, es el rito de la primera cosa que hay que hacer a la mañana: agarrar el diario que el canillita dejaba en el jardín y leer las noticias del día, diría del día anterior. Hoy no le damos importancia, pero ese simple acto cotidiano quería decir estar informados con 24 horas de atraso sobre las noticias del mundo. Me había enseñado también a no comenzar a leer desde la última página, la del deporte, sino desde la primera hoja a donde están las noticias de política nacional. En la siguiente estaban las noticias nacionales, en la página 5 las noticias del exterior, y luego las editoriales, las noticias de crónica nacional y local, los avisos fúnebres, los clasificados y al final el deporte.

    Mi padre leía mucho, libros de todo tipo, revistas cuando las encontraba, y sin dudas el diario. Algunas veces un lujo que se regalaba era hacer llegar desde la capital de la provincia, Santiago del Estero, un diario de Buenos Aires como La Nación o el Clarín, o si no de otras provincias como La voz del interior de Córdoba, cuidad a donde él había estudiado, o La Gaceta de Tucumán, una ciudad importante a 200 km de nuestra ciudad.

    Cuando yo nací no había ni siquiera televisión, que en nuestro pueblo llegó alrededor del 1968. No estuvimos entre los primeros a tenerla. Iba a la casa de un amigo a ver los dibujitos animados que empezaban a las 6 de la tarde. La transmisión era desde las 18 hs hasta las 00 hs, a las 20 hs estaba el noticiero y a las 22 hs había una película y luego se terminaba todo.

    Los dibujitos animados que me gustaba eran Tom y Jerry, Porky el chanchito, y de los argentinos Hijitus y Anteojitos, y series yankies como Los tres chiflados, que tenía como personajes a Joe, Larry y Curtis.

    Pasa a menudo, que los niños peleen, y esa vez la venganza de mi amigo fue terrible. No podía ir más a su casa a ver la televisión. Pero sucede que de grandes enojos o desilusiones, uno siempre saca lo mejor de sí. Lo mejor después es relativo depende de cada punto de vista.

    Mi padre tenía el consultorio en casa, al lado de la entrada principal en un lugar destinado para eso, en la famosa casa de mi infancia, al frente de la plaza Mitre y de frente a Dios, o mejor dicho de la iglesia de la Virgen del Rosario. Trabajaba todo el día, desde la mañana hasta la noche. En Fernández, se duerme religiosamente la siesta.

    Esa tarde que mi amigo me echó de su casa sin dejarme ver los dibujitos animados, me fui a visitar a mi tío Nallip. Él tenía la ferretería más grande de Fernández. Aunque decirle ferretería no le hace justicia, porque les puedo asegurar que vendía, menos alimentos y ropa, de todo. Materiales de construcción de todo tipo, todo lo necesario para la casa, y esto incluía también los electrodomésticos de esa época.

    Llegué tranquilo y le dije: Tío, mi papá dice que Usted le lleve una televisión y le instale. Porque no era solo comprar la tele, sino tambien había que instalar la antena para recibir la señal.

    Mi tío sospechó de la situación, y si bien era consciente que un niño de 5 años no tenía autorización para hacer una compra tan importante en esa época, consintió a mi pedido. Sus empleados, Donato Luna y Marito, se pusieron de inmediato a la acción.

    Mi padre me contó, muchos años más tarde, que le había parecido escuchar algunos ruidos en el techo mientras atendía en su consultorio pero que no podía ir a ver: tenía siempre el consultorio lleno de gente, sus consultas duraban por lo menos una hora por paciente. Era médico, psicólogo o simplemente la gente iba para recibir un consejo, en especial sobre el futuro de los hijos, las escuelas a donde mandarlos o cosas por el estilo. Cuando al final terminó de atender el consultorio me encontró sentadito en el piso, mientras comía un pedazo de sandía (son muy ricas en Fernández) y miraba los tres chiflados riéndome a carcajadas. Hola Papi le dije, El tío nos puso la televisión y se ve muy bien. Conociendo a mi padre, por sus adentros se reía, y creo que por la satisfacción de tener un hijo tan emprendedor. No sé que le habría contado a mi mamá, la ahorradora de la familia, para que no me retara. Retar es un eufemismo: por mucho pero mucho menos volaban las ojotas, trapos mojados y otros métodos educativos muy eficaces. De alguna manera mi padre habría pagado esa óptima inversión.

    Como les decía el diario había sido por mucho tiempo el único modo para estar informado durante mi infancia, pero quedó como costumbre, respetando el viejo dicho según el cuál de 0 a 5 aprendes, y luego solo repites.

    En 1985, tenía 22 años y todavía leía el diario cada mañana que Dios nos enviaba a la tierra. No vivía más en Fernández, nos habíamos mudado a Santiago del Estero muchos años antes, puesto que mi mamá había proyectado que nosotros teníamos que terminar la secundaria en la capital de la provincia. Digamos una elección estratégica, considerando los estudios universitarios que no eran opcionales en la dotación familiar.

    Un día de mayo de ese mismo año, leyendo el diario de mi ciudad, El Liberal, entre todas la páginas, entre todos los artículos, en el medio de miles de anuncios de todo tipo, leí uno muy pequeño: El Ministerio de Relaciones Exteriores de Italia, llama a convocatoria para asignar 25 becas de estudio para jefes de departamento y encargados de manutención de máquinas para trabajar la madera. Firmado Cónsul Italiano en Santiago del Estero.

    Eso era todo, dos líneas en un pequeño diario de provincia.

    Aquellas líneas me impactaron, pero no tanto como para reaccionar de inmediato o tomar una decisión sobre el tema. Comenzaban a surgir pensamientos tales como ya veo, no es para mí, Quien sabe para quienes será realmente, No estoy a la altura de una cosa así, Por ahora estoy muy ocupado, Mi familia me necesita (mi padre mientras tanto se había enfermado). No era el monento.

    Pero hice algo fuera de lo común: recorté el anuncio y lo puse en un cajón de mi escritorio. Era raro pero ese anuncio parecía estar escrito para mí.

    Desde hace dos años dirigía la maderera de la empresa familiar; por motivos para mi inexplicables en ese entonces, me encontré a los veinte años trabajando en la empresa de construcciones Cheein Hermanos, en donde mi padre era socio minoritario.

    Me acuerdo cuando mis primos me presentaron a los más de cientos de obreros y empleados: Desde hoy José será el jefe, que tengan un buen día. Nada más. Sin experiencia de gestión de personal, ni de madera, ni de máquinas para trabajarla, ni de logística industrial, me puse a trabajar con mucha dedicación para dar lo mejor de mí.

    El recorte del diario hablaba de máquinas para trabajar la madera, mucha coincidencia, no pude ser indiferente. Ese pedacito de papel quedó ahí por algunas semanas, y casi me olvidé. La vida siguía con su rutina, trabajaba por la mañana y tarde, y a la noche iba a la universidad. Estar muy ocupado no me permitía analizar lo que estaba haciendo. Pasa a menudo, que la rutina mata al pensamiento estratégico.

    Un día, como pasaba muy seguido en ese período, discutí con uno de mis primos que manejaba la empresa. En esos dos años había aprendido muchas cosas, y podía disentir sobre algunos temas de la gestión de la empresa. Tenía 22 años, y él 42. Mi padre, el menor de los hermanos, se había casado casi a los 50 años y por lo tanto era normal que tuviera primos más grandes que yo.

    En los momentos de choques dialécticos, amarguras, desilusiones, heridas narcisistas, autoestima humillada, me detengo. La rutina no tiene más importancia, me paro. En ese momento, tal vez por deseos de revancha, me acordé de ese pedacito de papel. Lo tomé en mis manos, vi la firma y busqué la dirección del vicecónsul italiano en Santiago del Estero, acordé una cita y fui.

    El señor Demarco me dijo: Mire, yo no sé nada, tengo este formulario para completar, pero hay que presentarlo en la embajada en Buenos Aires, buena suerte, aunque… y se paró, sin decir nada más, levantando la mirada al cielo y abriendo los brazos. ¿Qué quería decir? Hoy lo sé, pero en ese momento no lo había entendido.

    Llené el formulario, que al final era solo un curriculum vitae organizado, y preparé mi viaje para Buenos Aires. En esos tiempos para viajar a la capital se necesitaba una cierta organización. El avión era para los extra ricos, los demás teníamos que hacer casi 20 horas de colectivo para recorrer los 1300 km que separan a Santiago del Estero de Buenos Aires.

    Dios está en todas partes, pero atiende solo en Buenos Aires como dicimos los argentinos de las provincias. Tenía 22 años, y no tenía miedo de hacer un viaje así. Además, desde que fui a hablar con el vicecónsul, tenía que terminar el trámite que había empezado.

    Me organicé para llegar a Buenos Aires a la mañana temprano, así poder ir a la embajada y volver ese mismo día por la noche: dos noches en colectivo entre ida y vuelta, para no gastar plata en un hotel.

    En esos años, durante el viaje, el colectivo tenía varias paradas, en las cuales uno podía ir al baño y comer algo. Hoy, el mismo viaje demora 12 horas, no tiene paradas, incluye cena y desayuno, dos baños incluidos, televisión, azafata, asientos camas; son colectivos de dos pisos, enormes y muy cómodos. En el 1985 todo eso era ciencia ficción, y si me lo hubieran contado como es ahora, no les habría creído. Ademas hoy habríamos hecho todo por mail o con una app en alguna página de internet. Era un mundo muy diferente.

    Después de este viaje tan desafiante, llegué a la embajada italiana. Extrañamente no era en el consulado, a donde generalmente se tramita todo tipo de documentación, había que hablar con el responsable cultural de la Embajada Italiana. La embajada se encuentra en un edificio antiguo en una de las mejores zonas de Buenos Aires. Parecía un cuento fantástico, pero yo no le daba tanta importancia. Tenía que entregar el formulario y volver a casa.

    Llegó la hora de la cita y el responsable cultural, un señor con barba que parecía haber salido del libro Corazón de De Amicis, me recibió la documentación, me miró, sonrió, levantó los brazos como lo había hecho el vice cónsul, y me dijo: Yo en su lugar no me hubiera hecho semejante viaje inútilmente

    ¿Perdón, Cómo? Le pregunté.

    Nosotros estamos obligados a publicar estas convocatorias, pero ya sabemos quienes participarán al curso. Son los hijos de embajadores extranjeros en Italia, parientes de cónsules, o recomendados que mandan las empresas extranjeras que gastan millones de dólares en esas máquinas. Ud no tiene ninguna de esas características, no tiene ninguna posibilidad, lo lamento mucho

    Me quedé petrificado, o tal vez helado.

    Con mucho pragmatismo le respondí: Me hice este largo viaje, Ud. recíbame el formulario, si quiere cuando me vaya lo puede tirar a la basura sin que yo lo vea. Asentí, nos saludamos y me fui.

    Saliendo me puse a admirar con calma la majestuosidad de la embajada, realmente un edificio bello e imponente. Pensé que había sido un lindo sueño, que había visto un hermoso lugar, que por lo menos la charla había sido agradable, que tenía que volver a mi casa y seguir con mi vida, que de todos modos no era tan mala, al contrario me gustaba lo que estaba haciendo, aunque con muchos obstáculos.

    Todo esto fue hacia fines de junio del 1985.

    Conté todo lo que pasó a mi familia, no me acuerdo lo que me dijeron, y todo terminó ahí. Pero había algo raro a mi alrededor, sentía algo diferente, una sensación nueva, una magia particular. De eso sí me acuerdo, estaba como en una nube. Tal vez la nube que me llevó ese recorte, y al final me había sugerido que existían otros caminos y que el mundo no teminaba en esa pequeña ciudad del norte argentino.

    Comenzaba el frío en mi ciudad. Dura solo un par de meses, desde la mitad de junio hasta la mitad de agosto. Seguía trabajando en la maderera en el complejo industrial La Candelaria (llevaba el nombre de mi abuela paterna), a donde aprendí a trabajar con mi tío Juan, mi mentor en el trabajo.

    A los 14 años ya había hecho una pasantía en La Candelaria, con mi tío Juan. Mi madre tenía el temor que yo creciera en el bienestar sin darle importancia al trabajo. Un sabio concepto, pero era muy exagerada al respecto. Me pasé trabajando todo el verano con mi tío Juan. Me buscaba a las 6 de la mañana con su ayudante personal, el señor Battaglia, ya el nombre era todo un programa. Por dos meses me hizo contar pernos y tornillos que estaban dentro de cajas industriales. Tenía que hacer el inventario. Después de una semana me dí cuenta que era un trabajo inútil. La cuenta daba siempre 500, muy previsible considerando que llegaban de la fábrica.

    Me atreví a hablar con mi tío, y le dije: Tío Juan, es obvio que, llegando de la industria, la cuenta de pernos y tornillos será siempre 500. No tiene sentido.

    Él riendo, me dió una palmadita amorosa en la espalda y me respondió: Josecito, aquí se hace como yo digo. Hoy tal vez no entiendes el valor de lo que estas haciendo, pero un día lo entenderás.

    Lamentablemente ya no puedo decírselo, pero se lo escribo: Tío Juan, tenías razón, ahora lo entiendo y te agradezco

    Cuando volví a trabajar en La Candelaria, ya a los veinte años, me seguía siempre el mismo tío Juan, que sobre todo al principio me ayudó mucho. Siempre estuve contento de trabajar con él. Ha sido como mi segundo padre.

    Para comunicarnos en la empresa, nosotros pseudo dirigentes usábamos radios portátiles. Mis primos eran radio aficionados y habían construido este sistema de intercomunicación por radio muy eficaz.

    Un día a principios de septiembre (me acuerdo hasta donde estaba, Avenida Roca, estaba buscando estacionamiento cerca de una de las sedes de la empresa) desde la central de la radio me dijeron : Josecito, tu mamá te llama por teléfono, te la paso por radio. Mi mamá muy excitada me dijo estas palabras: José, ha llamado la embajada, tienes que estar en Italia en octubre

    No lo podía creer. Me quedé en silencio por un largo momento, saludé a mi mamá y me puse a pensar sin entender bien todavía lo que estaba sucediendo.

    Solo después habría descubierto el origen de ese milagro. En Italia comprobé que el responsable cultural de la embajada tenía razón: eran 25 lugares, con 24 recomendados y yo. Eran todos hijos de embajadores, cónsules, ministros de otros países y compradores de máquinas para madera. Solo yo no entraba en esas categorias. Él tenía razón, pero algo no salió como él pensaba.

    ¿Por qué estaba yo allí? ¿Por qué me habían elegido a mí y no a un recomendado?

    Solo al final del curso, y cuando había ya una cierta confianza con el director de la escuela, hoy mi gran amigo Aldo, le pregunté del por qué.

    ¿Aldo, cómo has hecho para elegirme en lugar de un recomendado?

    Me respondió: No José, los recomendados eran 24, no tomaste el lugar de ningun recomendado

    Insistí: De acuerdo, ¿y por qué me has elegido a mí, entre todos los postulantes?

    Él sonriendo y gesticulando como ya me acostumbré a ver en los italianos, me dijo: José, eran 20 mil formularios, según vos, ¿yo me ponía a leer todos esos curriculum, llenos de medias verdades?

    Le dije: Ni siquiera yo lo habría hecho, pero me sigo preguntando ¿por qué me has elegido?

    Entonces Aldo sonriendo, me respondió: Eras el último de la lista.

    2 - Eran otros tiempos

    Había una propaganda de la cerveza más famosa de la Argentina, la Quilmes, que decía Eran otros tiempos. Contaba sobre hechos sucedidos en los años '80, en especial sobre el fútbol argentino, dado que estaba pensada para uno de los mundiales.

    "Eran otros tiempos, era otra la historia, no había medallas, sólo hambre de gloria, solo se jugaba por la camiseta, como en el potrero taquito y gambeta. Y vino una copa llegó la primera, con el matador (Kempes) envuelto en bandera, la gente alentaba en cada partido, hubo un papelito por cada latido. Después vino el Diego (¿tengo que decir algo más?) y tocamos el cielo nos trajo la copa cumpliendo su sueño (hay una entrevista de cuando era niño que lo declara) y en cada garganta gritó cada esquina, es un sentimiento: vamos Argentina.

    Tanta gloria tanto fútbol desplegado por el mundo y en cada gol, la pasión y la emoción, sigamos gritando, sigamos creyendo, es nuestra bandera la que defendemos, mostrémosle al mundo que juntos podemos."

    Somos distintos nosotros los argentinos, vivimos un partido de fútbol como si fuera una guerra, pero también hemos tomado a una guerra como si fuera un partido de fútbol. En los años '80 sucedieron muchas cosas en la Argentina y a mí también. Fueron años difíciles pero también de mucha esperanza.

    En 1983 había terminado la dictadura, iniciada en 1976, con la elección como presidente de Raúl Alfonsín. En 1983 tenía veinte años y no había vivido nunca en democracia. Estaba muy emocionado aquel 30 de octubre, cuando fuimos a votar por un presidente democrático. Mientra cursaba la Universidad Nacional de Santiago del Estero, tuve la oportunidad de estrecharle la mano al futuro presidente, en un encuentro con los estudiantes. Había mucho compromiso y participación, eran realmente otros tiempos.

    En el 1982 la guerra de Malvinas nos marcó profundamente. Fue un golpe directo al corazón. Recuerdo que el 2 de abril, el día que fuimos a recuperar las islas, había una fiesta por las calles, la gente estaba contenta: finalmente habíamos hecho algo para estar orgullosos. Pero toda guerra que se respete comienza con alegría y termina en tragedia.

    Yo también tenía que haber ido a la guerra pero un número, el 037, me había evitado ese trauma y tal vez la muerte. Por supuesto que estaba el servicio militar obligatorio, que comenzaba a los 18 años cumplidos, y fue la clase del '63, los soldados rasos a los que mandaron a la guerra, no podían enviar a los militares de rango, obviamente. Dado que no había demasiado dinero para el servicio militar de todos los jóvenes, se procedía por sorteo. Todos los argentinos tenemos un número de documento de identidad fijo para toda la vida. Se unía así en un sorteo público los últimos 3 números del documento de identidad con un número de 0 a 999. El sorteo era transmitido por televisión para evitar trampas, que igual había. Si tu número se combinaba con un número entre 0 y 200, no debías cumplir el servicio militar, si era con un número entre 200 y 600 entrabas en el ejército, entre 600 y 800 en aeronáutica y si te tocaba un número mayor de 800 hacías dos años de marina militar.

    Todos los años ese sorteo era más esperado que el Gordo de Navidad, la lotería de fin de año. Tuve la suerte que a mi número 805, mis últimos tres números de mi documento, le correspondía el número 037. Y ese número me salvó la vida, o al menos me ahorró un trauma que llevó a muchos chicos al suicidio.

    La guerra del 1982 involucró a todo el país, hasta de manera práctica. Todos estaban felices de colaborar. Lamentablemente fue una gran desilusión, no solo por el resultado sino tambien por la manera engañosa con la que el gobierno usó este asunto para mantenerse en el poder. El fin de la guerra significó el fin del gobierno militar y nuevas elecciones. Desde el 1983 Argentina no vivió nunca más una dictadura.

    Los discursos de Alfonsín estaban llenos de entusiasmo, carismáticos, con palabras de un gran estadista. Muchos de sus esloganes no se realizaron todavía, lamentablemente. Decía que con la democracia no solo se vota, sino que también se come, se educa, se tiene justicia, salud y se crece como personas. Tenía razón pero la realidad es muy distinta. Otros esloganes si se hicieron realidad, como aquellos que decían que jamás iba a haber otra dictadura, que la casa esta en orden y que podemos festejar.

    Al final de sus discursos electorales repetía el preámbulo de la Constitución Argentina que prometía bienestar, libertad y justicia no sólo para los argentinos sino también para todos aquellos hombres de buena voluntad que desearan vivir en suelo argentino. Visionario y actual, dada la tendencia a construir muros y cerrar puertos.

    En el 1985, año en el que gané la beca de estudio para Italia, me encontraba trabajando en La Candelaria, después de haber trabajado 4 años en el banco luego de terminar la escuela secundaria. Estudiaba ingeniería y estaba entendiendo que quería decir vivir en Democracia.

    Tal vez me cueste explicar porque aquella beca de estudio era tan importante. En la situación en la que uno vivía en Argentina, era la única manera de conocer Europa. En esos momentos para mí era como ir a la Luna o Marte. Si tenías un trabajo normal, necesitabas tres años de trabajo, sin gastar en nada, para poder comprarte un boleto de avión. A eso le tenías que agregar los gastos de comida, estadía y transporte. Un privilegio solo para ricos, que sí había en Argentina. No conocía a nadie que hubiera estado en Europa o en los Estados Unidos. Era una beca para un viaje a otro planeta.

    Después de la llamada de mi mamá que me decía esas simples palabras, en octubre tienes que estar en Italia, me activé de inmediato en los preparativos. Era necesario ir al consulado para la visa, pero había un detalle, no tenía el pasaporte. A través de conocidos tuve el pasaporte en tiempos récord, el consulado me dió la visa y la dirección a donde me tenía que presentar en Roma.

    Después del sorteo del servicio militar, había ganado también esta lotería.

    Nada mal los años '80.

    Todo fue muy rápido. Intenté entender que es lo que tenía que hacer una vez que hubiera llegado a Roma, pero no había internet, no conocía a nadie que haya ido alguna vez allá. Mi padre, que había estudiado italiano en la escuela secundaria, sólo me dijo: Buongiorno es buendía, buonasera es buenas tardes y cuando te vas a dormir tienes que decir buonanotte.

    Preparados, listos. Se parte.

    Mi madre, más práctica, contrató a la mujer de mi primo Julio que era de origen italiana para que me enseñara italiano, entonces tomé algunas clases particulares. La verdad es que no aprendí mucho, y llegué a Roma solo con el español madrelengua.

    Hasta ese momento solo había hecho un solo viaje en avión desde Santiago del Estero a Buenos Aires, no tenía ninguna experiencia en vuelos internacionales. Ir al aeropuerto internacional de Ezeiza a principios de los '80 quería decir dos cosas: o eras perseguido por la dictadura y alguien te había pagado un viaje de salvación, o estabas yendo a Cabo Cañaveral por vacaciones como un viaje a Marte y tenías un montón de plata. En el bien o en el mal, ninguna de las dos hipótesis se adecuaban a mí.

    Mi pobre padre, en su intento de ayudarme con su experiencia, me prestó dos valijas que usó en sus viajes a Córdoba, en donde se recibió de médico. Ninguno sabía que en economy se podía llevar una sola valija y con un peso máximo de 20 kg. Yo llegué a Ezeiza con dos valijas, muy pesadas incluso vacías, en cuero y madera, como en la época de las diligencias en el Lejano Oeste. En el check-in me explicaron lo obvio y me miraron como si fuera un extraterrestre. Me aconsejaron que llenara una sola valija con pocas cosas indispensables.

    Dio mío, tenía solo 100 dólares en el bolsillo y encima pocas prendas . ¿Pero si no arriesgas a 22 años cuándo lo haces? En realidad no era arriesgar, era solo seguir un trayecto que había comenzado con un anuncio en un diario local y que alguien lo dirigía directamente a la meta. Yo no hacía nada, seguía los eventos.

    Económicamente era un mal período, como a menudo sucede en Argentina, y también lo era para mi familia. Los militares nos habían dejado de rodillas. Mi padre tenía la jubilicación de diputado, que le sacaron porque era considerada un privilegio por los militares. La democracia había vuelto, pero ordenar todas las injusticias llevaría tiempo. Entonces estaba por hacer un viaje a Marte con solo 100 dólares. Prácticamente era mi último sueldo.

    Durante un breve periodo entre la comunicación por parte de la embajada y mi partida, tuve algunas dudas acerca de si viajar, pocas pero muy intensas. Continuaba a trabajar en la maderera, y el jefe de la fábrica me preguntó de cómo estaba tan callado. Le dije que tenía dudas sobre si viajar era la mejor elección considerando que en realidad no estaba tan mal: ¿por qué arriesgar todo por un viaje? Esta persona, buen técnico pero de humildes orígenes, me contó un pequeño cuento:

    José, las oportunidades que la vida te presenta son como una vieja señora que se te acerca. La ves llegar, está cubierta de cabellos, te pasa por al lado, puedes decidir si agarrarla o no. Pero atento, de atrás es pelada, una vez que pasa no la agarras más Esa conversación de diez minutos con una persona de la que no me esperaba un consejo, me hizo entender que era necesario probar.

    Era un momento iluminado, todo parecía tener un sentido, una explicación, todo parecía escrito en algún lado, un copión escondido que salió a la luz en el momento justo. Todo muy extraño, todo muy lineal, una serie de eventos desconectados en el tiempo y ese hecho unía todos los puntitos poniendo la trama en evidencia.

    A veces el presente no logro entenderlo y me pregunto: ¿Solo esto? ¿Termina así? Es necesario ser lúcido para entender que el presente no tiene sentido sin un pasado y sin una visión prospectiva de futuro. Por el momento estoy recuperando el pasado que está lleno de sorpresas. Tal vez descubir todo el pasado será la premisa para tener una visón más clara del futuro.

    Hoy está nublado y poco claro, pero en aquella primavera argentina del 1985, todo marchaba bien, a gran velocidad hacia un destino evidente. No había manera de oponerse a este tren que iba a toda velocidad, rápido, decidido y tirado por fuerzas potentes. La vida siempre gana. La vida es potente e imparable. La vida decide siempre lo mejor, aunque cuando pensamos que somos desafortunados ante cualquier evento incomprensible en ese momento. La vida tiene sus lógicas.

    No se trata de méritos y deméritos, no es cuestión de ser santos o diablos, no es ni siquiera discriminador ser inteligentes o estúpidos. No es tener suerte o mala suerte. La casualidad no existe, existen las elecciones. La vida te hace preguntas, depende de como respondes a esas preguntas, a esas encrucijadas que cada tanto se presentan. La vida interpreta las respuestas y te direcciona. La vida no se equivoca nunca.

    Como decía mi jefe de la maderera, atención, la vieja peluda atrás es pelada. Es necesario agarrarla interpretando bien lo que la vida te propone. Si ganas la lotería y no retiras el premio, lamentándote que tal vez no era lo que querías, la vida se cobra todo con intereses. Seguir las ondas como un surfista, perseguir las elecciones de la vida que corren naturales, no desperdiciar las oportunidades que se te presentan, dar siempre una chance al destino, tendrían que ser las actitudes justas para navegar en el mar de la vida, que a veces está en tempestad, a veces es pacífico pero como decía no se equivoca nunca.

    Una vez hecho el check-in y despachada mi única valija casi vacía, estaba listo para la partida con el cohete que me llevaba hacia Marte.

    Ezeiza era Cabo Cañaveral

    El cohete era Alitalia

    Yo me sentía Neil Armstrong.

    La vida no se equivaca nunca...esperemos, pensé.

    3 – En la nave espacial

    Anteojito era un niño de casi 8 años, usaba anteojos (y por eso le decían así), muy tranquilo y muy inteligente, que vivía con su tío Antifaz. Era primo de Hijitus y amigo de Calculín. El eslogan era Intrigulis-Chingulis uh uh uh, que repetía cuando encontraba la solución a algún problema. Hijitus usaba un sombrero con forma de hongo y su casa era un caño; era pobre, pero su sombrero tenía poderes mágicos de superhéroe. Calculín era un niño muy pero muy inteligente y estudioso, un genio precoz y hacía cálculos a gran velocidad. Su cabeza tenía forma de libro abierto, anteojos gruesos y guardapolvo blanco de alumno argentino. Pichichus era el perro fiel de Hijitus. La Bruja Cachavacha era una bruja malvada en la ciudad de Trulalá, y era feroz enemiga de Hijitus.

    Hijitus tenía como amigos a Oaky y a Larguirucho. Para él era muy importante la amistad, la justicia y la solidaridad. Su sombrero mágico los transformaba en Super Hijitus, con las palabras mágicas: Sombrero, sombrerito, conviérteme en super Hijitus, se volvía indestructible y podía volar. Enfrentaba a los malos, como al profesor Neurus.

    Oaky, amigo de Hijitus, era el hijo del hombre más rico y potente de la ciudad de Trulalá, su nombre era Gold Silver. Oaky todavía usaba pañal pero tenía dos pistolas. Su lema era Tiro, lío y cosha golda. Era un niño mal educado y caprichoso, y por este motivo a veces se aliaba con los malos. Pero en el fondo Oaky tenía un buen corazón y muy valiente para su edad.

    Larguirucho forma parte de la pandilla de Hijitus, pero también participaba en la banda del malvado profesor Neurus, aparentemente sin tener plena conciencia de la maldad de sus actos. Era un buen amigo con buenos sentimientos, pero poco inteligente para distinguir el bien del mal. Su frase favorita cuando lo llaman es Blá má fuete, que no te ecucho en un español casi incompleto, que sería hablá más fuerte, que no te escucho. Adopta a un niño huérfano, muy problemático y mal educado de nombre Raimundo.

    El profesor Neurus era el malo de la ciudad. Era un científico loco, cuyo objetivo era tomar el poder en Trulalá. Contaba para ello con sus invenciones y una pandilla integrada por Pucho, que tenía siempre un cigarrillo en la boca, y Serrucho, que no hablaba y hacía ruido de serrucho, frotando sus manos en sus grandes dientes. Considera a los demás poco inteligentes y repite siempre: Cállete, retonto. Memorable su forma de repartir el botín: Una para ti, dos para mí, otro para ti, diez para mí, otro más para ti, todooo para mí.

    Toda mi infancia la pasé entre estos personajes creados por García Ferré. El título de esta historia era Las aventuras de Hijitus, creo que ha sido el mejor éxito en la historia de los dibujitos animados de Argentina. En estas historias estaban todos los ingredientes de la imaginación infantil y más.

    Otras historias que me marcaron de niño fueron las expediciones Apolo, en particular Apolo 11, con Neil Amstrong que fue el primer hombre en pisar la Luna en 1969. That’s one small step for a man, one giant leap for mankind(un pequeño paso para el hombre, un inmenso paso para la humanidad). Me fascinaba sobre todo la historia de como un hombre normal llamado Neil, con el estudio y el sacrificio, se transformó en héroe de la humanidad. Todos los sueños son posibles, no había límites para la fantasía.

    Tal vez Hijitus y Neil Amstrong, y la historia de emigración de mi abuelo Julio, me hicieron soñar con la posibilidad de hacer algo extraordinario, espectacular, fuera de lo normal, de lo común y corriente, de lo considerado por todos como lo justo para tener una vida tranquila. En esta línea de pensamientos creo que se injerta la respuesta de la lectura de un simple recorte de diario.

    Hacer algo extraordinario

    Hacer algo de lo cual estar orgullosos

    Hacer algo por lo cual ser admirado

    ¿Un pensamiento infantil? Sí, obvio. ¿Narcisista? Así dicen.

    Pero seguro es una fuerza propulsora increíble

    En mi imaginario infantil, me encontraba con 22 años dentro de la nave espacial Alitalia, listo para la partida desde Ezeiza-Cabo Cañaveral. Tan simple, tan loco, tan extraordinario.

    Muchas veces esta actitud infantil se volvió una trampa, no es muy sabio quedarse con imaginaciones infantiles, pero para mí por mucho tiempo fue así, por muchos muchos años.

    En octubre de 1985 estaba en el ápice del idealismo. A diferencia de Hijitus no tenía el sombrero mágico, y a diferencia de Amstrong no había recibido ningún entrenamiento de astronauta ni tampoco de simple pasajero de avión intercontinental. No existía internet, la televisión internacional la veían sólo pocos elegidos, no sabíamos casi nada de lo que pasaba fuera de Argentina. Para la juventud argentina era un sueño, realmente un sueño imposible, conocer Europa y EEUU. Un privilegio para pocos, un sueño para todos. En esos tiempos los que iban al exterior eran casi todos porteños de Buenos Aires, arrogantes como pocos en el mundo, tanto es así que gracias a ellos teníamos (y seguimos teniendo) mala fama

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