Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

BENET. Puro Mediterráneo
BENET. Puro Mediterráneo
BENET. Puro Mediterráneo
Libro electrónico208 páginas3 horas

BENET. Puro Mediterráneo

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Joan Pont vive en la isla de Mallorca. Ex-guardaespaldas de autoridades militares y broker de bolsa, actualmente se dedica en exclusiva a la literatura. Es autor de las célebres sagas "El Quinto Origen", "La Venganza de la Tierra" (con el seudónimo J.P.Johnson) y "El Diablo sobre la isla", además de la serie de autoayuda "Sí, quiero. Sí, puedo" y el libro de literatura infantil "Una mascota para Tom".
OTRAS OBRAS DE JOAN PONT DISPONIBLES EN LEKTU.
Serie El Diablo sobre la isla
1-El Diablo sobre la isla.
2-Venganza
3- Perros de Guerra

Serie Benet.
1- Jamm Session. (La primera entrega del detective Toni Benet)
2- Puro Mediterráneo


Serie Sí, quiero. Sí, puedo (traducido a múltiples idiomas)
1- Cómo escribir tu primer libro y publicarlo online.
2- Consejos imprescindibles para prosperar económicamente en la vida.
3- ¡Socorro, mi hij@ quiere ser youtuber!
4- Los 12 mandamientos de la autopublicación independiente.

Serie juvenil
Una mascota para Tom (traducido a múltiples idiomas)


LIBROS EN LEKTU DE J. P. JOHNSON
Serie El Quinto Origen
1-Stonehenge
2-Nefer-nefer-nefer
3-Un Dios inexperto
4-El sueño de Ammut
5-Gea (I)
6-Gea (II)

Serie La Venganza de la Tierra
1-Mare Nostrum
2-Abisal
3-Phantom
4-Un mundo nuevo
5-Ultra Neox
6- Éxodo


Glaciar. (Ecothriller)
La Chica de la Gran Dolina (Tecnothriller)

Encuentra a Joan Pont / J. P. Johnson en:
Email: pontailor2000@gmail.com
Website: pontailor2000.wixsite.com/jpjohnson
Twitter: @J_P_Johnson
Facebook: facebook.com/pontgalmes
Instagram: j.p.johnson1
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 dic 2021
ISBN9791220872331
BENET. Puro Mediterráneo

Lee más de Joan Pont Galmés

Autores relacionados

Relacionado con BENET. Puro Mediterráneo

Títulos en esta serie (2)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Thriller y crimen para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para BENET. Puro Mediterráneo

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    BENET. Puro Mediterráneo - JOAN PONT GALMÉS

    BENET

    Puro Mediterráneo

    Joan Pont

    Para Mamen

    BENET. Puro Mediterráneo.

    © Joan Pont Galmés [2021)

    Todos los derechos reservados.

    tmp_cd54e4ee9b306760505a4d87a9766059_V7_0Xx_html_4dc71e8c.jpg

    1- NO SE MATA A UN NIÑO.

    Una calurosa mañana de mayo, un tiempo después de la resolución del maldito caso de la mujer emparedada y de la muerte de Antonia, mi mujer, me presenté ante el Conseller d’Interior para presentarle mi renuncia.

    -Está bien… dimito. No tengo ganas de nada.

    -Toni… - dijo él, tras la inabarcable mesa de su despacho. Hacía tiempo que había sido mi amigo, pero ya no lo era. No tenía amigos en aquel momento, (bueno sí, Pedro el Loco, el único). -No puedes dimitir porque no eres nadie... Perdona… - rectificó inmediatamente. -No quería decir eso… Pero ahora eres solo inspector, que es para lo que te presentaste a oposiciones hace un montón de años, y eso no es un cargo de confianza del que se pueda dimitir, si acaso pedir una excedencia, dejarlo un tiempo... ¿Has bebido? ¿Tan pronto? ¿Desde cuándo bebes por las mañanas?

    -¿Qué? ¿Qué desde cuando…? - exclamé, con la mirada encendida. -¿Pero tú me has visto? ¡He resuelto más casos yo solo que toda la Jefatura! Mira, te voy a decir algo…

    Empecé a hablar de manera desordenada o, mejor dicho, a farfullar, balbucear sería la palabra más adecuada. Aún estaba fresco el último caso, el de la mujer emparedada en un sótano de los apartamentos Flamboyant, llevado de manera impecable por el inspector de homicidios de la policía nacional, antiguo Comisario General, Toni Benet.

    Yo mismo.

    No recuerdo el tiempo que estuve diciendo tonterías en el despacho del Conseller, solo vagamente a él sacándome a empujones de allí y… ¿y a mí golpeándole al final? ¿Le golpeé? No lo recuerdo, pero es perfectamente posible. Tenía mucha rabia acumulada dentro aquellos días.

    Es que recordaba mucho a mi mujer.

    Joder, cómo la recordaba.

    A Antonia.

    Iba al cementerio varias veces por semana. Y nunca me parecían suficientes, porque antes de que se muriera había jurado que no la dejaría sola, ahí, en su nicho, mientras yo estaba en casa durmiendo en nuestra cama.

    ¿Pero qué podía hacer?

    La gente que muere tiene su sitio, y no está entre los vivos, aunque eso tardé en comprenderlo unos meses.

    Me ayudó mucho Pedro el Loco. Después de nuestra caótica aventura en el pueblo de Limón buscando a la hija del asesino de la mujer emparedada nos unimos mucho más que antes, pese a que la dirección de esa amistad iba más en una dirección, la de mí hacia él, que en sentido contrario. Sentía que mi deuda moral hacia aquel yonqui cuyo cuerpo parecía siempre a punto de caerse en pedazos nunca podría ser satisfecha, porque se trataba de algo que sobrepasaba la gran mayoría de mis sentimientos.

    Después de la muerte de Antonia, Pedro había venido a vivir a mi casa. En el garaje. Como buen yonqui, estaba acostumbrado a echarse a dormir en cualquier lado. En unos días se había fabricado una especie de chabola con plásticos y cartones que sacaba de los contenedores de la esquina. Mi hijo Toni se fue a dormir alguna que otra vez con él sin que yo me diera cuenta. Era un niño, joder, y no podía resistirse a una casa echa de plástico y cartón.

    -¡Como Toni se clave una jeringuilla te juro que te partiré los brazos y las piernas!

    Amenacé a Pedro en cuanto me enteré, pero sin demasiado ánimo. Sabía que cuidaba mejor de mi hijo que de él mismo, pero aún así era perfectamente capaz de olvidar una de sus agujas llenas de sangre fresca y de hepatitis C entre las sábanas de su jergón y que Toni amaneciera con una enfermedad crónica.

    En la jefatura no aceptaron mi dimisión, así que tuve que presentar una baja por enfermedad. Me dijeron que pusiera lo que fuera, cualquier motivo: Bebo todas las mañanas antes de desayunar y acabo todos los días tan borracho que no puedo desempeñar mis funciones. Ese fue el motivo que escribí en el formulario E222, lo que no se alejaba demasiado de la realidad. Una copia para mí, otra para mi superior en la Jefatura y la tercera para el gabinete médico que tenía que evaluarme. Al cabo de tres días la baja vino aprobada. Por tiempo indefinido, aunque con una reducción de sueldo del treinta y cinco por ciento.

    En realidad el dinero me daba absolutamente igual. Mi mujer había sido durante muchos años la directora del aeropuerto de Son Sant Joan, el tercero con más tráfico de España y el más rentable del país, y su sueldo tenía tantas cifras que resultaba incluso vergonzoso. Así que en la cuenta del banco había muchos ahorros. Podía pasar bastantes años sin trabajar.

    Lo difícil era que mi cabeza, que nunca paraba de dar vueltas, lo resistiera.

    -Vamos a ver, Toni, Sheila, explicadme cómo demonios se apunta en el Fortnite. Algún día conseguiré matar a alguien…

    Intenté acercarme más a mis hijos mientras luchaba para que la muerte de su madre no se convirtiera en un tabú dentro de nuestra familia, algo muy habitual por otra parte. Debido a un puro instinto de supervivencia los seres humanos evitamos hablar de los muertos. Una reacción muy lógica, al fin y al cabo la muerte es lo que más nos aterra del Universo. Pero yo no estaba dispuesto a dejar que ellos tuvieran que hablar de su madre a escondidas. Eso jamás. Me esforcé en mantener sus costumbres.

    -Chicos, mamá quería que usáramos servilletas de tela en la mesa y lo seguiremos haciendo.

    -¿Quién ha cambiado de sitio ese retrato que le gustaba a mamá? El que haya sido que vuelva a ponerlo ahí.

    La pérdida les hizo madurar, sobre todo a Sheila. De la noche al día dejó de necesitar nada de mí, ninguna cosa que no se pudiera comprar con dinero. No había que llevarla a la cama, no me llamaba por las noches; ni siquiera pedía su merienda. En cambio Toni pareció encogerse dentro de sí mismo. Su forma de madurar llegó por el camino de la introspección.

    Yo me defendía bien en el apartado de la psicología. Un buen inspector de policía sabe manejar las situaciones complicadas en lo que atañe a la mente de la víctima y de su asesino, y aquella situación era complicada, vaya si lo era.

    Un padre que tenía cinco botellas de vodka Moskovskaya en el congelador, una pistola en la mesita de noche y un amigo con los brazos tan llenos de cráteres como la superficie de la luna. No existía una causa de asesinato en mi familia, pero como si lo fuera, y eso tenía que estallar por algún lado, tarde o temprano.

    La primera en rebelarse fue Sheila. Tenía nueve años y estaba muy delgada. Su pelo, anudado siempre en una coleta estirada hasta el límite que se hacía ella misma sin ninguna ayuda, tenía un precioso matiz cobrizo. La mañana siguiente de mi visita al Conseller me dí cuenta de que sus uñas habían crecido mucho.

    -Cariño, tendrás que cortarte las uñas. ¿No te molestan? - le pregunté.

    -No, las quiero llevar como Rosalía - dijo ella.

    Yo tragué saliva. Problemas, estaba claro. Saqué mi móvil y tecleé uñas de Rosalía.

    -Pero las de Rosalía son postizas, cariño. Se las debe quitar al llegar a casa…

    -¡No son postizas! ¡Y quiero llevarlas como ella!

    Nunca pensé que llegaría tan lejos en su empecinamiento. Solo accedió a cortárselas cuando empezó a tener serias dificultades para anudarse su coleta. La llevé a uno de esos lugares con un rótulo que pone NAILS, donde mujeres asiáticas ponen a punto tus manos con una paciencia infinita. Le enseñaron a colocarse unas extensiones sobre sus uñas naturales y ahí se acabó el primer acto de rebeldía, uno de los muchos que llegarían después.

    Toni pasó de ser un niño parlanchín a hablar solo con Pedro el Loco. No dirigía la palabra a nadie más. Nunca entenderé la conexión que existía entre mi hijo pequeño y aquel ecce homo que yo consideraba mi amigo pero, por increíble que parezca, me causaba un auténtico alivio verle, al menos, hablar de forma clara y distendida con él.

    -¿Qué te cuenta mi hijo, Pedro? Anda, dímelo, porque a mí ni siquiera me habla… - le preguntaba, a veces, para sentirme menos culpable.

    -Oh, nada, no hablamos de nada… - Pedro siempre respondía de una manera lacónica, como si se tratara de aquel famoso cantante-poeta que rechazó el premio Nobel.

    -¡No me jodas! No puede hablarte de nada porque estáis todo el día dándole al palique…

    -Básicamente me habla de sus juegos tío. Fortnite, Minecraft y otro llamado… Roblox. Casi nunca entiendo lo que me dice, pero le sigo el rollo.

    Me lo explicaba sentado en el sofá de mi salón, con un vaso de gin tonic en la mano y un cigarrillo en la otra. Sí, le dejaba fumar y beber en casa, pero no chutarse, eso en el garaje. Si le pillase haciéndolo en casa le pondría en la calle a patadas, ya estaba advertido.

    -¿Qué le sigues el rollo? ¿No sabes de qué va el tema? Pues yo sí que sé de qué va esto de los juegos de ordenador, porque me he estado informando y últimamente incluso juego al Fortnite ese que, por cierto, encuentro aburridísimo.

    Pedro movía el mando a distancia en el aire mientras cambiaba los canales. Era un gesto que me irritaba mucho, el de mover el mando al pulsar los botones como si de aquella forma el canal se cambiara más rápido.

    -No… no importa que… hagas eso con el mando, tío… Bueno, me voy a dar una vuelta hasta la hora de ir a buscar a los niños.

    Yo era el encargado de llevar y de ir a buscar al colegio a Sheila y a Toni junior. Iban a uno llamado Cas Capiscol, cerca del Leroy Merlin de Palma y situado junto a la antigua cárcel. Toni iba a cuarto y Sheila a sexto, así que el próximo curso iba a cambiar de centro. Lo más seguro era que fuera al instituto Medina Mayurqa, muy cerca de Cas Capiscol.

    Hacía todo lo que se supone que tiene que hacer un padre y también una madre. Hablar con otras madres y padres del tiempo, de la situación política, de la ropa de las niñas y de los niños, de lo rápido que se les quedaba pequeña y de sus deberes. Lo que pasaba era que siempre creía ver gestos de compasión en las caras de la gente, y eso me irritaba mucho. Si había perdido a mi mujer mala suerte. La vida me había jodido y ya está. Había mucha más gente jodida en aquella masa humana que esperaba todos los días la salida de sus hijos, en la acera frente al colegio. Gente enferma, gente divorciada, gente arruinada, gente en paro, gente sin expectativas… pero yo era viudo con hijos, el mayor drama que puede existir sobre la tierra, y todo el mundo conocía mi situación y se creía en la obligación de ser simpático conmigo.

    Muchos días no tenía ganas de hablar con nadie, pero nunca, ni un solo día, podía evitar formar parte de algún corrillo de madres y padres. Últimamente se hablaba mucho del extraño hundimiento de yates de lujo en Formentera. En las últimas tres semanas se habían hundido diecinueve de aquellas embarcaciones que, estábamos ya en las primeras semanas de junio, a punto de terminar el curso escolar, se preparaban para invadir las aguas de las islas Baleares en los meses de verano.

    Yo no tenía ningún tipo de cultura marinera, cero, mis conocimientos del mar no pasaban de meterme en el agua a unos metros de la orilla con mis hijos. Resultaba irónico que, en una isla como Mallorca, solo un pequeño porcentaje de sus habitantes se dedicaran a navegar o vivieran de lleno el mundo de la náutica. La mayoría de los veleros y yates anclados en los puertos deportivos pertenecían a empresas extranjeras que contrataban a sus propias tripulaciones.

    -A mí me da igual que se hunda un yate, como si se quieren hundir todos… - decía la madre de Antonia Sureda, una de las mejores amigas de Sheila.

    -Y a mí también - replicaba Tomeu, el padre de Inés Ballester, compañera de Toni. -No puedo soportar que cuando vamos a alguna cala en verano, de esas en las que tienes que andar durante una hora para llegar, te encuentres todo lleno de esos yates de ricachones, tumbados bajo el sol bebiendo champán. No, no lo puedo soportar…

    Otra madre, Rosa Sanchez, que trabajaba de recepcionista en un hotel de la Platja de Palma, estaba muy preocupada por la imagen turística de las islas.

    -Esto nos hará daño, ya veréis. Es gente con dinero, como los que vienen a jugar al golf…

    Nadie me pedía mi opinión. Todos aceptaban que, la mayoría de días, me encerrara en un mutismo del que solo me sacaba el abrazo de Sheila o de Toni. Me limitaba a escuchar y asentir con la cabeza y, en muchas ocasiones, a intentar no tambalearme demasiado.

    Empecé a prestar más atención a los informativos que emitía IB3, el canal autonómico, para ver si hablaban sobre el hundimiento de yates en Formentera. Un día, después de almorzar, saltó una noticia. Me quedé quieto, escuchando con una cerveza en la mano.

    "La Guardia Civil ha detenido a una persona, marroquí de 23 años, en el aeropuerto de Eivissa, cuando se disponía a abandonar la isla con destino a su país. El joven, visiblemente nervioso, habría intentado huir al ver a los agentes acercándose.

    Funcionarios pertenecientes al Puesto Fronterizo del Aeropuerto informan que el detenido habría pertenecido a la tripulación de la última de las embarcaciones hundidas en uno de los amarres del Port de la Savina de Formentera, un Sunseeker 131 Yacht. La empresa propietaria del yate, valorado en 19 millones de euros, informó a la Benemérita que el hombre había sido despedido varias semanas antes del suceso y que había sido visto en las horas previas a la explosión que causó la muerte de un niño de diez años deambulando por las inmediaciones de la marina."

    -¿Qué? ¿Un niño? ¡Maldito sea! - ¿Había muerto un pobre niño en uno de los hundimientos y yo no me había dado cuenta? ¿Pero cuándo había sucedido eso?

    En aquel instante Pedro el Loco se asomó por la puerta del garaje que conectaba con el recibidor.

    -¿Qué pasa, Toni? ¿Estás viendo lo de los barcos? - preguntó, con sus mejilla hundida pegada al filo de la puerta.

    -¡Ha muerto un niño y yo no me he dado cuenta! - respondí, golpeando con el puño el brazo del sofá. Era algo inconcebible para mí después de haber pasado unos años siendo Comisario General. El primero que se enteraba de todo en el submundo de la delincuencia y los sucesos era yo. Entonces, ¿qué había pasado? ¿Es que me había volatilizado de la faz de la tierra? ¿Es que me había transformado en otra persona?

    Pedro se asomó un poco más. Me dí cuenta de que iba sin camisa y no se acercaba porque le daba vergüenza. Tenía la piel blanca como la pintura de las paredes y el pecho tan hundido que parecía que se le iba a salir por la espalda.

    -Sí, el niño estaba durmiendo la siesta en uno de los camarotes. No tenía que haber estado allí, el pobrecito. Es que ni siquiera lo sabían sus padres. No le echaron en falta hasta cinco horas después - me explicó, pronunciando cada vez peor las palabras. Se notaba que acababa de meterse un chute.

    De repente me di cuenta de que en el garaje no había televisión.

    -¿Y cómo te has enterado tú de eso? ¿De dónde has sacado una tele?

    Pero él ya había desaparecido y cerrado la puerta. Corrí hacia ella, pero no pude abrir.

    -¡Abre, joder!

    Al cabo de un rato soltó la maneta. Tenía más fuerza de lo que nadie hubiera imaginado al ver su cuerpo esquelético. Me asomé a su casa de plástico y cartón y ahí tenía la televisión de mi dormitorio.

    -¡Yo te mato! ¡Esa

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1