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Mujeres que tocan el corazón de Dios: Orar en femenino
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Mujeres que tocan el corazón de Dios: Orar en femenino
Libro electrónico190 páginas2 horas

Mujeres que tocan el corazón de Dios: Orar en femenino

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Mujeres que tocan el corazón de Dios es una invitación a orar en femenino. Es un libro inspirado en el testimonio de diversas mujeres, la mayoría históricamente situadas en distintas épocas y culturas, y perteneciendo a diferentes condiciones sociales, desde los tiempos bíblicos hasta nuestros días.
El texto consta cuatro partes escritas en orden cronológico, cada una formada por pequeños capítulos, que contienen la biografía resumida de una de estas mujeres, seguida de una invitación a la oración. La intención es ofrecer un instrumento sencillo para oración y para alimentar la espiritualidad.
¿Cómo tocaron estas mujeres el corazón de Dios? La autora dice que acercándose a él. Lo tocaron al cultivar en ellas una cercanía especial al Dios-Amor, al entregarse a él en cuerpo y alma, y al reflejar esa cercanía en su vivencia del amor al prójimo. Amaron a los demás por encima de sí mismas. Por eso tocaron el corazón de Dios, y, en palabras humanas, Dios se dejó tocar por el valor de la fe activa de estas mujeres, y confirmó su testimonio.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 ago 2021
ISBN9786076122136
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    Mujeres que tocan el corazón de Dios - María C. Domezi

    ÍNDICE

    PRESENTACIÓN

    Mujeres de la memoria bíblica

    Las comadronas hebreas: ingenio que defiende la vida

    Débora: La victoria no le pertenece a un hombre

    Ana: Murmullo sin palabras

    La Sunamita: El camino del amor

    Rut y Noemí: Solidarias en el infortunio

    Mujeres sanadas por Jesús: Con toda la dignidad

    Marta y María: Escuchar la Palabra y actuar

    María de Magdala: Apóstola de los apóstoles

    Lidia: Trabajadora y apóstola

    Priscila: Ministra que enseña con autoridad

    María, la madre de Jesús

    María de Nazareth

    María de la Visitación

    María, madre de Jesús

    María del Destierro

    María de los Dolores

    María de las Alegrías

    Mujeres del cristianismo primitivo

    Tecla de Iconio

    Perpetua y Felicidad

    Cecilia, la romana

    Lucía, ojos de gracias

    Inés de Roma

    Bárbara de Nicomedia

    Mónica, madre de san Agustín

    Mujeres cristianas del medioevo y la época moderna

    Hildegarda de Bingen

    Eduviges, patrona de los desvalidos

    Viridiana, la peregrina

    Clara de Asís

    Isabel de Hungría

    Zita de Lucca

    Catalina de Siena

    Rita de Casia

    Juana de Arco

    Teresa de Ávila

    Rosa de Lima

    Margarita María de Alacoque

    Juana Inés de la Cruz

    Mama Antula

    Mujeres cristianas de la época contemporánea

    Nha Chica de Baependi

    María de Araújo

    Conchita: esposa, madre y mística

    Paulina del Corazón Agonizante de Jesús

    Bakhita, la niña esclava

    Bakhita, la hija del Buen Señor

    Teresa del Niño Jesús

    Isabel de la Trinidad

    María Goretti

    Edith Stein

    Teresa de Calcuta

    Dulce de los pobres

    Veva Tapirapé

    Dorothy Stang

    Adelaide Molinari

    Zilda Arns

    Jean Donovan

    PRESENTACIÓN

    Orar es entrar en el corazón de Dios. La fe nos dice que él todo lo sabe y todo lo ve, hasta nuestros pensamientos. Él es infinitamente más grande que nuestras expresiones humanas. Sin embargo, nosotros nos expresamos a través de palabras, gestos, actitudes e imágenes humanas. Dios nos acoge por entero, y toma parte en nuestra manera de comunicarnos con él.

    Oramos en comunidad, en grupo, en compañía de alguien, y también individualmente. Lo hacemos con palabras de la Biblia, con cánticos, con rezos de la tradición cristiana, con el rosario, con bendiciones de la devoción popular, con fórmulas que aprendemos en la familia y en la catequesis. Oramos de forma espontánea, en silencio, en contemplación, dejando que nuestro corazón se abra a Dios.

    Jesús oraba, y lo hacía incluso en medio de la multitud. A veces optaba por retirarse a un lugar apartado. Llegó a pasar noches enteras en oración, hablando con el Padre. Él fue quien nos enseñó a llamar a Dios de esa manera, y nos legó el Padrenuestro (Lucas 11,1-4 y Mateo 6,9-13). Platicaba con Dios en su lengua materna, el arameo, nombrándolo cariñosamente como Abbá, papito. También nos hizo saber que Dios es comunidad de amor: Trinidad santísima y bendita, un solo Dios en tres Personas. Y se reveló Hijo de Dios y hermano nuestro, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

    Padre es la palabra humana que activa en nosotros la gratitud, la confianza, la búsqueda de protección, y nos ayuda a acercarnos más a la presencia de Dios, como nuestro creador y protector.

    No obstante, la Biblia evidencia también una dimensión maternal en el amor de Dios. Pero, ¿puede una mujer olvidarse del niño que cría, o dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues bien, aunque alguna lo olvidase, yo nunca me olvidaría de ti… (Isaías 49,15). Tal como las madres consuelan a sus hijos, Dios conforta a su pueblo (Isaías 66,13); extiende sus alas sobre él y lo lleva sobre sus plumas como un águila que defiende a sus polluelos (Deuteronomio 32,11). En muchos salmos se leen expresiones como: A la sombra de tus alas me cobijo (por ejemplo, en el Salmo 57,2).

    Jesús se valió de esa imagen al orar sobre la ciudad que oprimía al pueblo: ¡Jerusalén, Jerusalén qué bien matas a los profetas y apedreas a los que Dios te envía! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas, y tú no has querido! (Mateo 23,37).

    En 1978, el interés de los teólogos del mundo se despertó a partir de una afirmación que el papa Juan Pablo I hizo a la hora del Ángelus. Al mencionar que Dios nos ama con un amor inagotable, un amor tierno, añadió: Él es Padre, más aun, es Madre.

    A partir de esa sensibilidad, las páginas siguientes ofrecen una invitación a orar en femenino, con inspiración en el testimonio de diversas mujeres. En su mayor parte, se trata de mujeres históricamente reconocibles. Algunas de ellas, cuya referencia consta en los textos bíblicos, son personas reales, representantes de las aspiraciones y del caminar de las mujeres del pueblo de Dios.

    Además, en diferentes épocas, en distintas culturas y de múltiples formas, vivieron un amor operante al prójimo, a la humanidad, a todas las criaturas. Amaron a los demás por encima de sí mismas. Por eso tocaron el corazón de Dios, eterna e infinitamente enamorado de todos los seres por él creados, redimidos, sanados, liberados, glorificados.

    Mujeres

    de la memoria bíblica

    Dios habla a través de la Biblia. Los textos bíblicos fueron inspirados por el Espíritu Santo. No obstante, pasaron por las manos de los hombres, casi siempre convencidos de que eran superiores a las mujeres.

    Debido a ello, también debemos buscar en la Biblia lo que Dios expresa a partir de las mujeres. Fueron mujeres de inquebrantable fe en Dios liberador; valientes cuando de ayudar a su pueblo se trataba. Y se convirtieron en parte de la Biblia, en la que aparecen en fragmentos preciosos, o entre líneas en las historias contadas por los varones.

    Respondieron Raquel y Lía [a Jacob]: ¿Acaso tenemos que ver algo todavía con la casa de nuestro padre, o somos aún sus herederas? ¿No hemos sido tratadas como extrañas después que nos vendió y se comió nuestra plata? Pero Dios ha tomado las riquezas de nuestro padre y nos las ha dado a nosotras y a nuestros hijos. Haz, pues, todo lo que Dios te ha dicho.

    (Génesis 31,14-16).

    Las comadronas hebreas:

    Ingenio que defiende la vida

    La Palabra de Dios se pronuncia al estilo humano. Incluso a través de la memoria popular de las mujeres. Esto queda evidenciado en las campesinas que, en Egipto, ayudaban a las mujeres hebreas en sus partos (Éxodo 1,8-22).

    A los hebreos que habían migrado hacia Egipto, el faraón los sometía a trabajos forzados y a una gran opresión. Y ordenó a Sifra, Púa y las demás parteras que atendían a las mujeres hebreas, que mataran a los bebés varones y solo dejaran vivir a las niñas. Pero las parteras tenían temor de Dios. Esto quiere decir que siguieron mostrando un profundo respeto por él, confiaron en su acción libertadora y desobedecieron al faraón. Este les preguntaba por qué dejaban que los bebés de sexo masculino vivieran, a lo que ellas respondían: Es que las mujeres hebreas no son como las egipcias. Son más robustas y dan a luz antes de que llegue la partera. Dios fue benévolo con las comadronas, así que los hebreos avecindados en Egipto iban convirtiéndose en un pueblo numeroso y fuerte. Entonces el faraón decretó que los hebreos debían lanzar al río a todos los niños que nacieran.

    No había salida. Pero aquellas parteras creían que Yahvé protege la vida de los indefensos. Que el proyecto de Dios vence los proyectos de muerte de la autoridad humana injusta y absurdamente violenta. Ellas pusieron el temor a Yahvé por encima del miedo. Y como estaban acostumbradas a visitar a las mujeres embarazadas en sus casas, utilizaron el argumento de que las hebreas eran más fuertes, con lo cual quedan demostrados su ingenio y su creatividad.

    En este relato bíblico se repiten muchas veces las palabras nacer y vivir. Esto muestra que al no hacer de las parteras se corresponde el hacer de Dios a favor de la vida de los indefensos. Evidencia, asimismo, que la resistencia inteligente y valiente de aquellas mujeres, preparó la gran victoria de los hebreos. Con Yahvé de su lado, ellos se liberaron de la opresión de Egipto atravesando el Mar Rojo. Moisés fue quien lideró al pueblo hebreo en su salida del país africano; de hecho, él fue justamente uno de los salvados de las aguas por la acción de las mujeres.

    La profetisa Miriam, hermana de Aarón, estuvo al frente de una destacada participación de las mujeres en la celebración de la fiesta de la victoria. Miriam tomó un pandero y entonó su cántico: Cantemos a Yahvé, que se hizo famoso; arrojó en el mar al caballo y su jinete. Las mujeres la siguieron, tocando panderos y danzando a coro (Éxodo 15,20-21).

    Al lado de Dios, somos capaces de defender la vida y la justicia, aun en las situaciones extremas.

    Pero tienes lástima de todo, porque todo

    te pertenece, ¡oh Señor, que amas la vida!

    (Sabiduría 11,26).

    Oh, Dios, creador y protector de la vida,

    dame la sabiduría y la dedicación de la partera

    para defender y promover la vida

    en todas sus formas, etapas y situaciones.

    Protege a las parteras

    que van apresuradas a lugares difíciles,

    donde no hay médicos ni recursos sanitarios,

    y contribuyen a que ocurra el milagro de la vida.

    Bendice a las médicas y a las enfermeras

    que atienden partos.

    Libra mi corazón de todo pensamiento violento.

    Quiero ayudar a la humanidad a superar

    todo proyecto que mate, cualquier pena

    de muerte, toda forma de esclavitud

    y toda el hambre sin razón.

    Que se haga tu voluntad

    en la vida plena para todas tus criaturas.

    Amén.

    Débora:

    La victoria no le pertenece a un hombre

    En uno de los textos literarios más antiguos de la Biblia (Jueces 4 y 5), la Palabra de Dios se expresa a través de la memoria viva de una mujer sabia y valiente: Débora.

    Liberados de Egipto, los hebreos enfrentaron la vida en el desierto y se propusieron la conquista de Canaán, la tierra prometida por Dios. Allí se unieron a otras tribus de su mismo origen, que estaban siendo oprimidas por los reyes de las ciudades fortificadas. Fueron doce las tribus de hebreos que se congregaron en torno de la fidelidad

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