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Llenas de Gracia: Las Mujeres y la Vida Abundante
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Llenas de Gracia: Las Mujeres y la Vida Abundante
Libro electrónico298 páginas4 horas

Llenas de Gracia: Las Mujeres y la Vida Abundante

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¿Qué ocurre cuando las mujeres entregan sus vidas a Dios? Se convierten en vasijas de gracia, portadoras de sanación, consuelo, ánimo y fortaleza para un mundo atormentado. Lejos de ser pasiva, la mujer de gracia activamente abrazará la voluntad de Dios, activamente buscará a los que sufren y a los que están perdidos y activamente llevará el amor sanador de Dios a los demás. Si ella acepta el llamado de Dios a la feminidad auténtica, su papel, en palabras del Mensaje de Clausura del Concilio Vaticano Segundo, se convierte nada menos que en "ayudar a la humanidad a no degenerar". Llenas de Gracia facultará a todas las mujeres para abrazar plenamente la identidad que Dios les ha otorgado. Esta edición de Llenas de Gracia está ahora correlacionada con la Serie de Estudio Fundacional de Mujeres de Gracia.
IdiomaEspañol
EditorialeBookIt.com
Fecha de lanzamiento26 abr 2016
ISBN9781936159628
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    Llenas de Gracia - Johnnette Benkovic

    Colón

    PRIMERO

    El Llamado Especial y Don de la Mujer

    LLAMADA POR DIOS

    Ella era una humilde servidora, joven en edad pero sabia en los caminos del Señor. Los días de su juventud habían estado llenos de plegarias, anticipación y fiel adherencia a la Ley de Moisés. María (o Miriam, como ella era llamada en hebreo) sabía que el Mesías vendría. Aunque el momento de Su llegada permanecía un misterio, ella esperaba con paciencia y fiel expectación, llevando a cabo las tareas propias de su estado, ansiosa por que se cumplieran las palabras de los profetas.

    Durante esos años de esperanzadora anticipación, mientras ella se dedicaba a sus rezos, alabando al Señor, cuidando de aquello que le había sido encargado, ella no tenía manera de saber que figuraría de manera tan profunda en la realización de la profecía Mesiánica. No tenía manera de saber que había sido específicamente escogida por Dios el Padre como Theotokos, o Portadora-de-Dios, aquella cuyo vientre se llenaría de la Palabra de Dios. No tenía manera de saber que, como consecuencia de su a Dios, las puertas del cielo se abrirían mediante el don de la gracia redentora.

    Debió haber sido un día como cualquier otro, ese día específico en que la plenitud del tiempo llegó. Quizás cayó lluvia del cielo como tantas bandas de cintas grises. O quizás el sol azotó con una intensidad salvaje, capaz de penetrar las frías capas del corazón de la humanidad. En ese día ordinario el fulgor de los cielos encendieron el día y un ser angelical se le apareció.

    Llena de Gracia.

    No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su Reino no tendrá fin… El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que nacerá Santo será llamado Hijo de Dios. (Lc 1: 31–33, 35).¹

    Y fue así como esta humilde niña-mujer vino a saber que ella era la elegida de Dios desde todos los tiempos para portar la redención al mundo. Los primeros Padres de la Iglesia nos dicen que todo el cielo contuvo la respiración en espera de su respuesta, pues la salvación del mundo dependía de ella. Y con qué gratitud y alivio suspiró el cielo cuando la Virgen María respondió, He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc 1:38). Su respuesta afirmativa, proclamada en humilde sumisión a la voluntad del Señor, permitió que la gracia redentora entrara en el mundo y alterara el destino de la humanidad.

    Llamada por Dios para Traer la Salvación al Mundo

    Sabemos que en el momento de la Anunciación, la Santísima Virgen María había sido comisionada para traer a Jesús al mundo. Ella se convertiría en el medio perfecto para el más grande de los regalos de Dios. Es por esto que se le estima por encima de todos los santos, dado que Dios encomendó este singular y sagrado honor exclusivamente a María.

    Sin embargo, en cierto sentido, Dios también extendió a cada una de nosotras este llamado que Él hizo a María. ¿Traerías tú mi hijo al mundo? ¿Lo llevarías en el vientre de tu corazón al igual que María lo llevó en el vientre de su cuerpo? ¿Lo harías nacer en las vidas de otros, para que todos puedan beneficiarse de la gracia de la redención y la vida eterna?

    Al igual que María Bendita, tú y yo tenemos la libertad de elección. Podemos responder que al pedido de Dios, o podemos decir que no. Y, al igual que en el caso de la Virgen María, nuestra respuesta tiene consecuencias para toda la eternidad, tanto para nuestras vidas como para la de los demás. Si, como María, decimos que , Dios nos otorgará el poder de su Espíritu Santo y nosotras, también, nos llenaremos de la vida de Jesucristo. Al igual que María, nos convertiremos en el conducto de gracia por el cual el amor de Dios entre al mundo. Y dado que las necesidades espirituales de nuestros días son tan grandes, todo el cielo contiene su respiración en espera de nuestra respuesta.

    María, Nuestra Madre de Gracia

    Debido a que Dios eligió a María desde todos los tiempos para dar a luz a su Hijo Jesucristo, ella figura de manera prominente en la redención de la raza humana. Su papel en la historia de la salvación comienza con la concepción de Jesús, y continúa a través de los tiempos. Los Padres del Concilio Vaticano Segundo nos dicen, De manera totalmente singular ella [María] cooperó con su obediencia, su fe, su esperanza, y su ardiente caridad en la obra del Salvador de restaurar la vida sobrenatural a las almas. Por esta razón, ella es nuestra madre en el orden de la gracia.² De la misma manera que María dio a luz a Jesucristo a través de su vientre, así ella continúa trayendo vida espiritual al pueblo de Dios a través de su Inmaculado Corazón. Ella es la Madre de Gracia para los hijos de Dios.

    En la época contemporánea, una de las formas que podemos evidenciar que la Santísima Virgen María trae vida espiritual al pueblo de Dios es a través de sus múltiples apariciones que están siendo reportadas a través de todo el mundo. Aunque muchas de ellas están aún bajo investigación por la Iglesia Católica Romana, otras ya han recibido aprobación eclesiástica. En muchas de estas apariciones, María nos habla de nuestra vida en Dios, nos instruye sobe la manera de llevar vidas centradas en Dios, y nos inspira a proseguir por el camino de la rectitud. En otros casos, la Santísima Madre permanece en silencio o sumida en llanto o rezando. En todos los casos, se nos presenta como una madre que añora otorgar vida espiritual a sus hijos guiándonos hacia su Hijo, Jesucristo, el Salvador del Mundo.

    El número tan elevado de estas apariciones nos indica cuán espiritualmente desesperados son los tiempos en que vivimos. El mundo actual es tan espiritualmente corrupto que Dios envía a la madre de Su Hijo alrededor del mundo como una guía que nos dirige por el camino de la verdad. ¡Cuán grande debe ser el amor de Él por nosotras! Y dado que María nos guía hacia su Hijo, sus apariciones deben ser interpretadas como una efusión de misericordia, alertándonos que ahora es el momento de aceptar la gracia redentora. Además, dado que María es mujer y madre, sus apariciones sugieren que en estos días las mujeres que sigan su ejemplo se le unirán en la tarea de dispensar la misericordia de Dios sobre Sus hijos, guiándolos hacia Aquél Quien es la Salvación, Jesucristo.

    EL MOMENTO DE LAS MUJERES HA LLEGADO

    En los Mensajes de Clausura del Concilio Vaticano Segundo, los Padres del Concilio envían un llamado urgente a las mujeres para que acepten el llamado de Dios:

    La hora se acerca, de hecho ha llegado, en la cual la vocación de las mujeres está siendo reconocida en toda su plenitud, la hora en que las mujeres adquieren en el mundo una influencia, un efecto y un poder nunca antes alcanzado. Por eso, en este momento en que la humanidad está experimentando una transformación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a la humanidad a no degenerar.³

    Esta petición de los Padres del Concilio nos conduce a formularnos las siguientes tres preguntas:

    1. ¿Cuál es la vocación de la mujer?

    2. ¿Cuál debe ser la influencia de la vocación de la mujer en el mundo?

    3. ¿Qué significa estar impregnada con el espíritu del Evangelio?

    Descubrir las respuestas a estas preguntas nos mostrará cómo las mujeres han sido favorecidas por Dios de manera especial para hacerle frente al reto del mundo contemporáneo de ayudar a la humanidad a no degenerar.

    ¿Cuál es la Vocación de la Mujer?

    Dios ha creado a la mujer de tal forma que ésta comparte con Él de forma singular su acto más soberano—el poder de otorgar vida.

    Lección de la Naturaleza

    A medida que escribo estas palabras, puedo observar a través de mi ventana que cae lluvia de los cielos. A pesar de que este humilde acto parezca tan cotidiano que pueda parecer insignificante, esta suave lluvia es un agente que posibilita el misterioso desarrollo de la vida.

    El latido rítmico de las gotas nos habla de la vida más allá de lo que la visión humana nos revela, una realidad más allá de lo que nuestras mentes finitas pueden captar, una verdad profunda y misteriosa pero accesible a todos. Esa gentil cadencia no es más que un heraldo de todo lo visto y lo no visto, de la vida que conocemos y la vida que aún estamos por descubrir.

    A medida que el suelo se entrega a las caricias de las gotas, se une con ellas, las asimila y se convierten en una sola. El exterior rudo de la tierra deja de ser duro y frío, para suavizarse y dar paso a algo más, algo repleto de posibilidades. En un acto de auto-donación mutua, lluvia y agua desatan el potencial de fertilidad que yace en la naturaleza.

    Como hilos de vida, riachuelos de agua fluyen a través del suelo hasta la semilla que yace escondida justo debajo de la superficie de la tierra. El carapacho crujiente de la semilla es empapado en un baño suavizador; absorbe el agua y el tejido interior de la semilla retoña. En el momento indicado, el carapacho de la semilla revienta y la nueva vida se introduce en el suelo. Las propiedades del suelo nutren al nuevo retoño, hasta que, al fin, la pequeña vida se asoma por encima de la tierra, y lo que antes permanecía oculto ahora emerge a la luz del día. Lluvia, tierra y semilla – símbolos de vida, de la vida real, sobre la vida real.

    El Potencial de Dar Vida de la Mujer

    Siendo mujeres, nuestro llamado es a la vida real. Pero, de la misma manera que la semilla permanece oculta debajo de la superficie de la tierra, de esa misma manera nuestra vida real permanece a menudo discreta e invisible. Profundamente inmerso en los confines de nuestro ser interior, nuestro potencial de concebir vida necesita de la suave lluvia de la gracia y de la suave y rica tierra de la verdad para crecer y florecer. A medida que nos abandonamos a la empapadora presencia de la gracia de Dios que, como la lluvia, está activa en nosotras, el don de nuestra feminidad da paso no sólo a la vida física, sino también a la vida espiritual. Éste es el llamado que se le hace a las mujeres: infundir al mundo entero de vida.

    ¿CUAL DEBE SER LA INFLUENCIA DE LA VOCACION DE LA MUJER?

    Todo acerca de la mujer ha sido creado por Dios para otorgar vida. Desde las complicadas delicadezas del cuerpo femenino hasta la complejidad artística de su estructura emocional, las mujeres han sido elegidas por Dios para participar en Su exquisito y soberano acto de crear, nutrir y sostener la vida.

    Vemos esto de forma tan evidente en la magnífica composición del cuerpo femenino. Al igual que el ejemplo de la naturaleza nos muestra el esfuerzo armonioso de la semilla, la tierra y la lluvia en su función de dar vida, los componentes individuales del cuerpo femenino funcionan con milagrosa precisión en la producción de vida.

    El Milagro de la Maternidad Física

    Con una precisión que inspira asombro, las hormonas femeninas dirigen el proceso de producción de vida. Una vez que los ovarios liberan los huevos, tan pequeños como la punta de un lápiz, su camino hacia la vida da comienzo. Huevo y espermatozoide se unen en un acto de auto-donación mutua, dando así paso a algo más—una nueva vida, elegida por Dios.

    El vientre se entrega a la nueva vida, creciendo y expandiéndose a medida que la criatura en él crece y se expande. Y en el momento adecuado, el vientre comienza a contraerse, suave e insistentemente al principio, pero avanzando e intensificándose de manera consistente, hasta que, en un momento explosivo de agonía y éxtasis, la criatura nace. Dios eligió encerrar dentro del cuerpo de la mujer el espectro entero de la humanidad. En los ovarios de la mujer han residido y residirán los orígenes de todas las generaciones de seres humanos que hayan vivido y vivirán. Así, en el microcosmos del cuerpo femenino yace la totalidad de la realidad humana creada.⁴ A pesar de que el hombre participa en el proceso creativo, éste es simplemente el medio por el que la posibilidad de vida atraviesa. Es en el interior de la mujer que la semilla de la vida germina, sienta raíces, y crece. En un acto de auto-donación, la mujer entrega toda su persona para el beneficio del otro que crece dentro de su vientre. Primero, ella entrega su cuerpo para que sirva de resguardo y albergue a la nueva vida. Ella experimentará sus cambios de apariencia, su expansión física, su reorganización interior. Su piel se estirará; sus órganos internos se moverán; su tejido se hinchará a medida que su cuerpo se vaya acomodando a la nueva vida que crece en su interior.

    La mujer también entrega su estructura emotiva. Navegando en una corriente de hormonas cambiantes, ella intenta mantenerse firme a medida que los impredecibles flujos y reflujos la empujan de estados de anticipación nerviosa a estados de exaltación voluble, luego a estados de complacencia pacífica, y luego a estados de tristeza inexplicable.

    En medio de todos estos cambios físicos y emocionales, la mujer da aún más. Le da a su criatura el regalo del amor—un lazo que une a madre y criatura más íntimamente que lo que cualquier conexión física jamás podría unirles. Todo lo que la mujer elige hacer es visto a la luz de este amor. Sus dietas, actividades e itinerarios pueden cambiar. Sus prioridades se reordenan. Sus planes, presentes y futuros, son reconsiderados. Se interesa por la salud y el bienestar de la criatura, y por su nacimiento y su futuro.

    A medida que pasa el tiempo, la mujer está cada vez más involucrada con esta criatura que en su cuerpo engendra. Ella llega a conocerla, y a conocerla bien. Ella conoce sus hábitos y sus maneras. La mujer sabe cuando su criatura está inquieta, y cuando está en paz. La mujer le habla a su criatura, arrullando su hinchado vientre para ofrecerle palabras y canciones confortantes. Ella reza por su criatura, invierte esperanzas y sueños en ella, y solicita la ayuda de Dios para que la ayude a criar el bebe y para nutrirlo hasta la plena madurez.

    Ella ama a su bebe de forma completa y total. Ella vive no ya para sí misma, un ser autónomo, sino para otro, su criatura. Meses antes de que el bebe le sea depositado en sus brazos, la mujer, que ya se ha convertido en madre, descubre que su relación con su criatura, su descendencia, el fruto de su vientre, es única y especial.

    Las Capacidades Físicas de la Mujer Emulan una Realidad Espiritual

    El Catecismo de la Iglesia Católica establece que la persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser a la vez corporal y espiritual (#362). Es decir, que estamos compuestos de un cuerpo y un alma. "A menudo, el término alma designa en la Sagrada Escritura la vida humana o toda la persona humana en su totalidad (#363). Se trata de la sustancia espiritual real creada por Dios",⁵ el aspecto más interior de la persona humana, aquello que es de más inmenso valor por estar hecho a imagen de Dios. Nuestra alma es la verdadera esencia de quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser. Es también inmortal.

    Una profunda unidad existe entre el alma y el cuerpo. No son dos naturalezas separadas pero juntadas en la persona humana, sino por el contrario, es una unión integrada que forma una sola naturaleza. Tan incorporados están el alma y el cuerpo que el Concilio de Viena (1311–12) declaró que nuestras almas son la forma inmediata sustancial de nuestros cuerpos. Esto significa que nuestra feminidad es tan inherente a nuestras almas como lo es a nuestros cuerpos. Nuestro género nos define no sólo físicamente, sino metafísicamente también.⁶ Nosotras somos completamente mujeres—en cuerpo y alma. Por tanto, nuestro género revela y define el aspecto más interno de quiénes somos.

    La Realidad de la Maternidad Espiritual

    Dado que "Todo en el ser femenino está dominado por su constitución, que le hace capaz de crear y formar otro ser que comienza dentro del suyo"⁷, la realidad espiritual de nuestra feminidad nos habla de la influencia en el mundo que Dios tiene en mente para la mujer.

    Si la función preeminente de nuestro cuerpo femenino es dotar de vida, como ya hemos argumentado, la función preeminente de nuestra alma femenina—nuestro espíritu y psiquis femenino —debe ser también dotar de vida. Nuestro ser completo está creado para ser dador-de-vida, productor-de-vida. Nuestro llamado para dar vida a otros, por tanto, no se restringe al nivel físico, sino que es ahí donde comienza.

    Por virtud del regalo de nuestro género, cada una de nosotras está destinada a ser madre. Al igual que nuestros cuerpos han sido creados con la capacidad de dotar vida a nivel físico, nuestras almas han sido creadas de forma especial por Dios para dotar de vida espiritual al mundo. Por tanto, nuestro llamado a la maternidad en ninguna forma se ve disminuido o negado por la vida en celibato o una inhabilidad física de tener hijos. Todas las mujeres están destinadas a dotar vida.

    De la misma manera que una vida física hecha raíces y crece en el interior del cuerpo femenino cuando el espermatozoide y el huevo se juntan, de esa misma manera la vida espiritual hecha raíces y crece en el interior del alma femenina cuando la semilla de la fe es plantada en el sacramento del bautismo.

    De la misma forma que nuestros cuerpos son impregnados de vida nueva cuando concebimos una criatura, así nuestras almas deben ser impregnadas de la vida de Dios. De la misma forma que nuestra matriz se agranda y crece con el crecimiento y desarrollo de la criatura, así la matriz de nuestro corazón se expande con el amor y la misericordia de Dios. De la misma forma que vida nueva emerge de nuestros cuerpos en un asombroso momento de misterio y maravilla, así cada una de nuestras palabras y actos deben ser un conducto de gracia y nueva vida para otros.

    Y de la misma manera que nosotras amamos a nuestra criatura desde lo más profundo de nuestro ser, así el amor de Dios debe fluir a través de nosotras hacia el mundo, como si fuera un bálsamo curativo y reconfortante. De esta forma, nuestras almas y corazones se convierten en conductos de vida espiritual.

    Munus: El Llamado Divino a Toda Mujer

    Nuestro llamado divino a la maternidad espiritual puede ser mejor descrito a través de la palabra griega munus, una palabra rica en significado.⁸ Resumido brevemente, la palabra munus es una tarea divina, una misión divina o un deber divino que Dios nos pide que hagamos realidad. Aunque un gran sentido de responsabilidad es inherente a este llamado, es un honor el ser llamado para hacerlo realidad.

    Nuestra naturaleza femenina tiene los atributos necesarios para cumplir con el munus divino de dotar de vida espiritual al mundo. La mujer de forma instintiva busca abarcar todo aquello que tenga vida, que sea personal, que sea íntegro. El apreciar, guardar, proteger, nutrir y permitir el crecer es su anhelo natural, maternal.⁹ Todo en la mujer está destinado a esa finalidad. Su cuerpo, su psiquis y su alma la equipan para ser una fomentadora influencia nutritiva en la vida familiar, en la vida profesional, a través de su vocación religiosa, y en el mundo en general. Quizás fue por esto que los Padres del Concilio emitieron su llamado a las mujeres del mundo en los Mensajes de Clausura del Concilio Vaticano Segundo:

    Reconciliad a los hombres con la vida. Y, sobre todo, velad, os lo suplicamos, por el porvenir de nuestra especie. Detened la mano del hombre que en un momento de locura intentará destruir la civilización humana… Mujeres del universo todo…, a vosotras, que os está confiada la vida, en este momento tan grave de la historia, vosotras debéis salvar la paz del mundo.¹⁰

    ¿QUE SIGNIFICA ESTAR IMPREGNADA CON EL ESPIRITU DEL EVANGELIO?

    El diccionario define la palabra impregnada como estar saturada, permeada, penetrada. Si es que vamos a durar hasta el final viviendo el llamado que Dios tiene en mente para nosotras, tenemos que primero estar saturadas del espíritu del Evangelio, permeadas de las verdades que nos revela el Evangelio, y llenadas de la vida del Evangelio. Como la tierra empapada de lluvia en nuestro ejemplo, tenemos que entregarnos y ser sumisas a Jesucristo, que es la Semilla de la Vida.

    Y aún así, este proceso no es uno simple, porque el camino está repleto de retos inesperados y trampas. ¿Quién, entonces, puede mostrarnos el camino? ¿Quién puede guiarnos en nuestra búsqueda? ¿Quién puede enseñarnos cómo desempeñar nuestra misión?

    La Santísima Madre: El Modelo Perfecto de Feminidad

    La Santísima Virgen María, aquella que fue impregnada de la vida misma de Dios, es quien nos provee el mejor modelo de cómo vivir la plenitud de nuestra naturaleza femenina. Es ella quien nos enseña cómo permear nuestra cultura de la Palabra viviente de Dios. La Santa Madre demuestra de forma ejemplar tanto la maternidad física como la espiritual.

    Tan sólo hace falta que miremos al periodo de su maternidad. ¿Qué fue lo que ocurrió en el interior de María durante esos nueve meses de embarazo? El Cardenal Joseph Ratzinger (ahora Papa Benedicto VI) se refiere a esta etapa de la maternidad de María como una en la que ella se transforma en tierra fértil para la palabra.

    Ser tierra fértil para la palabra significa ser tierra que permite ser absorbida por la semilla, que se asimila a sí misma a la semilla, renunciando a sí misma de tal suerte que la semilla pueda germinar. Con su maternidad, María traspasa a la semilla su propia sustancia, cuerpo y alma, para que la nueva vida pueda emerger… María se hace completamente disponible, al igual que la tierra, y permite ser usada y consumida para así transformarse en Él.¹¹

    María, al igual que toda madre, abdica su vida a favor de la Criatura que lleva en su interior, de tal manera que la vida que yace en su vientre pueda germinar y llegar a feliz término. Durante su periodo de embarazo, María se hace a sí misma completamente accesible al Niño que se desarrolla en su vientre, nutriendo a la criatura hasta que llegase el momento de Su nacimiento.

    Y aún

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