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Amor audaz
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Libro electrónico205 páginas4 horas

Amor audaz

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Información de este libro electrónico

Amor audaz es el libro más reciente de la reconocida autora y conferencista Beth Moore. En este libro Beth Moore mira hacia atrás, sobre sus 30 años de ministerio y analiza una característica que ha sido vital en su propio andar, y que Jesús busca y pide en cada mujer. Esa característia es la audacia. Para tener una vida transformada, que cumple el propósito de Dios para nuestras vidas y se caracteriza por una pasión por el Evangelio, es necesario ser audaz.

Thirty years in the making, Audacious is a deep dive into the message that has compelled Beth Moore to serve women around the globe. Glancing over the years of ministry behind her and strengthening her resolve to the call before her, she came to the realization that her vision for women was incomplete. It lacked something they were aching for. Something Jesus was longing for. Beth identifies that missing link by digging through Scripture, unearthing life experiences, and spotlighting a turning point with the capacity to infuse any life with holy passion and purpose. What was missing? Well, let’s just say, it’s audacious and it's for all of us. And it's the path to the life you were born to live.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 nov 2015
ISBN9781433690754
Amor audaz
Autor

Beth Moore

Author and speaker Beth Moore is a dynamic teacher whose conferences take her across the globe. She has written numerous bestselling books and Bible studies. She is also the founder and visionary of Living Proof Ministries based in Houston, TX.

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    Amor audaz - Beth Moore

    Guárdame.

    La frase adverbial que completó mi visión

    A bordé un avión en Seattle bajo un espectacular cielo despejado para regresar a mi hogar en los alrededores de Houston. El monte Rainier se veía gratamente soberbio ese día; lucía un denso manto de nieve de fines del invierno sobre un fondo de color azul vivo. En ese vuelo, me tocó un asiento de mampara, por lo que tuve que colocar mi equipaje de mano en el compartimiento superior en lugar de dejarlo a mano debajo del asiento de adelante. A fin de ocupar el tiempo hasta poder levantarme del asiento y tomar mi computadora portátil, busqué dentro de mi bolso y saqué un libro que un buen amigo, Travis, me había prestado en nuestra conferencia.

    En el segundo capítulo del libro, se presentaba un conjunto de preguntas simples (comunes, en realidad) que me conmocionaron y me llenaron de curiosidad, como si nunca antes me las hubiera planteado. En realidad, sí me las había planteado antes. Y, probablemente, tampoco sean una novedad para la mayoría de ustedes. Pero, en mi caso, había pasado mucho tiempo desde que había reflexionado sobre preguntas como aquellas. Las personas con una frenética mentalidad de estudiantes tienden a ver todo como si fuera una clase. Cuando leo un libro, el autor se convierte en un docente y todas las preguntas me remontan a la escuela Northbrook High y me hacen sentir una ridícula obligación de responderlas. Al tratar de formular una respuesta auténtica para esas dos preguntas básicas, me sentí profundamente conmovida y eso me llevó a escribir estas páginas. Nada me ayuda más a pensar las cosas que un documento de Word en blanco con un cursor intermitente.

    Esa noche, unos pocos días antes de escribir esto, di vueltas en la cama mientras pensaba en las frases de un libro que ya estaba anotando en mi cabeza y en una gran cantidad de motivos sensatos por los que debía dar cierre a mis pensamientos e ir a dormir. No tengo tiempo para esto, seguía diciéndome a mí misma. Al día siguiente, tuve el día libre y lo pasé riendo, reflexionando y comiendo con mis dos hijas adultas junto a una fogata chispeante en el porche de atrás de mi hogar, que se encuentra en un área boscosa. Nadie como ellas puede alejar mi mente del trabajo. Su compañía es como un sábat para mí. Sus animadas conversaciones, pura inspiración.

    Las tres podemos hablar sobre distintos temas con mucha velocidad y pasar de uno a otro con una perspectiva completamente nueva. Mientras más difíciles sean las situaciones que estamos enfrentando, más divertido tiende a ser nuestro momento juntas. Eso no quiere decir que nos agrade sufrir, sino que compartimos un compromiso profundo y duradero de analizar el lado absurdo de cada desgracia que nos ocurre. Lloramos mucho. Reímos mucho. Por eso, cuando mis hijas están conmigo, yo estoy con ellas. Esa noche, dejé a un lado la conmoción que sentía en el alma y me concentré por completo en mi compañía favorita en este mundo; sin embargo, cuando se fueron de mi casa en sus automóviles, esa turbación regresó, se me alojó en el pecho y me revolucionó de manera implacable.

    Por eso, hoy escribo. Quizás, mañana me convenza a mí misma de que no debo hacerlo, pero hoy escribo.

    Tal vez este sea un momento adecuado para decir que, al igual que puede hacerlo con cualquier persona que conozcas, creo que Dios puede usar un libro para marcar una vida. No es necesario que se trate de un gran libro. Simplemente puede ser oportuno. Él puede hacer que un conjunto de páginas lleguen a un par de manos en el momento justo y que esto provoque la toma de una decisión que marque un destino. Algo del contenido de esas páginas se convierte en un catalizador que da forma a un llamado. Estoy profundamente convencida de esto no por mi condición de autora, sino de lectora y amante de los libros. Hace unos años, escribí estas palabras como parte de la introducción a un estudio de la Biblia:

    Durante las primeras etapas de la escritura de esta serie, una dimensión de mi vida se complicó mucho y esta situación perduró tanto que sentí que ya no podía soportarlo. Quería desesperadamente abandonarlo todo. En medio de ello, leí un libro. No importa cuál era porque Dios puede usar cualquier cosa que Él desee. Lloré a gritos en el final. Lloré hasta que las lágrimas se me cayeron a gotas desde la punta de la nariz y terminaron en mi regazo. Lloré hasta sentir los pulmones cargados y calientes. El libro hablaba sobre tener el coraje de vivir en condiciones de presión y dolor para formar parte de una historia mejor. Una historia más grande. Decía que no era bueno renunciar. Que solamente el dolor puede generar cambio. Y que, como escritores, no debemos contentarnos con escribir sobre una vida que no estamos dispuestos a vivir. Quizás te preguntes qué es lo nuevo de eso. Pero, una vez más, sabes cómo son las cosas. No es necesario que un tema sea nuevo. Simplemente tiene que abordar el dilema en el que te encuentras en ese momento.¹

    Pero no necesariamente tiene que tratarse de un dilema, aunque, ¿qué habitante de esa tierra puede afirmar que no tiene uno? La condición de oportuno, en cambio, podría relacionarse con un anhelo que no puedes cumplir o una monotonía que no puedes desterrar, un propósito que no logras encontrar o una pasión que no pareces conservar. Incluso no es necesario que sepas que necesitas algo para que Dios use algo. Simplemente lees, quizás por el gusto de encontrar palabras dispuestas armoniosamente o debido a una necesidad imperiosa de evitar el aburrimien­-to. Hace varios días, en el avión, esos fueron dos de los motivos por los que saqué aquel libro de mi equipaje de mano y lo dejé en mi asiento.

    El libro se llama 21 Great Leaders: Learn Their Lessons, Improve Your Influence [Veintiún grandes líderes: aprenda sus lecciones, mejore su influencia] y su autor es Pat Williams, un orador motivacional y vicepresidente de los Orlando Magic de la NBA. Luego de algunas páginas, éramos solo yo, Dios y un buen libro; todo el bullicio alrededor se había convertido en una especie de ruido de fondo. Ya había subrayado varias oraciones y hecho anotaciones en algunos de los márgenes, cuando llegué a la mitad de la página 35 e hice una pausa ante dos preguntas:

    ¿Cuál es tu sueño?¿Cuál es tu visión del futuro?

    El breve párrafo finalizaba con una tarea que Williams le planteaba al lector: Escribe tu visión. Pégala en la pared. Léela todos los días.

    No puedo pensar en otro momento durante varias décadas en que esas dos preguntas me hayan resultado más relevantes. Una semana antes de leer el libro, había viajado a Nashville con toda mi querida familia para celebrar y conmemorar 20 años de ministerio de estudio bíblico con un grupo editorial que hacía rato se había convertido en una familia para mí. Habíamos pasado casi dos días reunidos en grupos pequeños y grandes, agradeciendo la extraordinaria misericordia y fidelidad de Dios y rememorando las intensas situaciones que habíamos vivido. Durante dos décadas de increíble esfuerzo, eternos días de trabajo y agotadoras grabaciones, habíamos tenido la oportunidad de comer pizza sobre el Monte de los Olivos, pasear en motocicleta por la Isla de Patmos, hundirnos hasta los tobillos en el estiércol de las ovejas en Belén y celebrar Purim en las bulliciosas calles de la antigua Jerusalén mientras veíamos pasar a las niñas pequeñas vestidas como reinas.

    Algunos de nosotros también habíamos transportado una réplica del Arca del Pacto por todo el desierto de Utah con la intención de captar una silueta perfecta de los sacerdotes en el desierto para la apertura de una serie del tabernáculo en el Antiguo Testamento. Tuvimos que reducir los recursos a una sola cámara porque cuatro de los hombres encargados de la filmación tuvieron que hacer el papel de los sacerdotes que transportaban el Arca. Para ello, se pusieron batas de baño sobre sus pantalones cortos y se calzaron sandalias de playa en sus grandes y peludos pies para simular las sandalias antiguas. Claramente, ninguno de estos hombres se había hecho jamás una pedicura. Uno de ellos era un corredor tan apasionado que las pocas uñas del pie que le quedaban estaban negras. Esos fueron los tipos de recuerdos que habíamos rememorado en la conmemoración de los 20 años de trabajo. Estos recuerdos y las innumerables misericordias de Dios. Para mí, había sido una ocasión única que me había permitido mirar hacia el pasado.

    Ninguno de nosotros tenía la sensación de que nuestro recorrido juntos había finalizado ni de que el propósito de Dios al unir nuestros caminos había llegado a su fin. Las mejores conmemoraciones son aquellas que no son también despedidas y, gracias a Dios, esta había sido una de esas. No obstante, habiendo dicho adiós oficialmente al pasado, ahora podíamos optar por concentrarnos en el futuro o presentar nuestras renuncias. Parecía un poco pronto para eso, así que abandonamos la celebración con la mirada puesta en el futuro y preparados para lo que Dios quisiera. Y, entonces, unos días después, allí en la página de ese libro entrometido, me encontré con esto:

    ¿Cuál es tu sueño?¿Cuál es tu visión del futuro?

    Seis meses atrás, no me habría detenido a pensar en esas dos preguntas; pero allí, suspendida en el aire a bordo de ese avión entre mi pasado y mi futuro, de repente, volaron de regreso a mi mente como un par de palomas mensajeras. Incliné la cabeza sobre el respaldo, miré hacia la nada mientras nos elevábamos y dejé que las preguntas se sumergieran en las profundidades de mi ser, como anzuelos con peso en el mar. Quería que pescaran algo verdadero. Algo proveniente del fondo. Tú también podrías comenzar a pensar en qué es aquello que pescarías de ese mar, porque te plantearé esas mismas preguntas antes de que finalice este libro. Durante años había tenido una misión grabada en el fondo de mi alma y ya la sabía de memoria: que las mujeres lleguen a conocer y a amar a Jesucristo. En tres décadas, no había dudado de esa misión ni durante 30 segundos. Cada estudio bíblico, libro, CD y DVD de los estantes de nuestro ministerio y cada descarga de nuestro sitio web constituía un intento de alcanzar esa meta.

    Entonces, la pregunta que estaba sobre la mesa plegable era esta: ¿aún tengo la misma visión personal? Eso no debía significar ningún tipo de problema. ¿Qué tiene de malo avanzar obedientemente por mucho tiempo en la misma conocida dirección? Si es así, me dije a mí misma, comprométete con tu visión y avanza en pos de ella.

    Entonces, regresé al espacio en blanco del interior de la contraportada para hacer lo que el autor me había indicado: Escribe tu visión. Al principio, no logré escribir ni una sola palabra. Lo intenté como cinco veces antes de poder empezar. Si eres una persona compulsiva, seguramente me comprendes. Por un lado, deseaba tener una mejor caligrafía. Después de todo, ¿qué pasaría si alguna vez se me ocurriera tomarle una fotografía a mi respuesta con mi teléfono celular y convertirla en mi protector de pantalla? ¿Y si alguna vez se me ocurriera incluirla en un cartel para colocarlo en el frente de nuestro edificio de oficinas? No era mi intención, pero me planteaba la posibilidad. O bien, ¿qué pasaría si alguna vez le prestara el libro a alguien y esta persona fuera a la contraportada, viera mi caligrafía y no le gustara? No me dirás que eso no puede cambiar lo que uno piensa respecto de una persona. Una persona te agrada, la respetas, generas ciertas suposiciones acerca de ella y, luego, ves cómo firma el recibo de la tarjeta de crédito al final del almuerzo y descubres que tiene la caligrafía de un psicópata. No hay vuelta atrás.

    La segunda idea que me detuvo fue incluso más neurótica. No estaba dispuesta a escribir mi respuesta más que una vez. Por alguna razón inexplicable, sentí que tenía que elegir las palabras correctas la primera vez. Lo menos arriesgado que podía hacer era escribir exactamente la misma declaración de misión que siempre había sido parte de mi visión: que las mujeres lleguen a conocer y a amar a Jesucristo.

    Pero algo me lo impedía. Había visto demasiado en las últimas décadas como para conformarme con eso solo. Había viajado muy lejos, hablado con muchas personas y escuchado muchas historias. Habían pasado muchas cosas. Ya no era nueva en esto, ya no me consideraba ingenua y ya no estaba satisfecha con dejar la visión en ese punto.

    Quería más que eso para las mujeres. Quería que pudieran estar completamente vivas. Quería que descubrieran su misión en este mundo y que la llevaran a cabo. Quería que se encontraran precipitadamente con algo mucho más influyente para sus futuros que sus pasados. Algo tan cautivador que no pudieran desistir. Algo que no dejarían por nada. Algo tan grande que no pudieran ocultarlo.

    Quería para ellas lo mismo que quería para mí. Algo que requiriera audacia. Luego de comerme un pretzel para digerir estas ideas, me llenó de alivio decidir que lo que quería como visión para el resto de mis labores no significaría descartar mi declaración original. Simplemente, implicaría una modificación. La oración necesitaba dos palabras: un adjetivo pequeño y una frase adverbial vivaz.

    Este libro trata de la súplica de esa frase adverbial por encontrar un sitio en mi visión, por lo que le abriré camino y le haré un lugar en ella:

    Que las mujeres lleguen a conocer y a amar a Jesucristo.

    Por dos motivos:

    Porque Él vale la pena. Después de muchos años en este camino, no he perdido el interés, no me he sosegado ni tampoco he descubierto que una vida de intensa fe haya defraudado mis expectativas. Resulta que Jesús es más grande de lo que pensaba, mejor de lo que parecía y más dispuesto y capaz que lo que yo creía. En una experiencia humana plagada de desencanto y desilusión, hasta el momento, no se me ha agotado el entusiasmo puro que Él genera.

    El segundo motivo tiene que ver con el fundamento por el que tú estás sosteniendo este libro. Porque estoy plenamente convencida de que encontrarás en ese amor audaz la vida para la cual naciste.

    Sobre ese pequeño adjetivo

    Hay otra palabrita que está anhelando encontrar su camino en la nueva versión de la visión que he tenido durante 30 años. Esto significa tirar todo por la borda, pero estoy sensatamente convencida de que se trata del corazón que da vida al evangelio. Ese diminuto adjetivo es todas .

    Que las mujeres lleguen a conocer y a amar con audacia a Jesucristo.

    Es una visión irracional, ilógica e inalcanzable. Es posible que muchas mujeres no lleguen a esa meta, pero todas pueden hacerlo. Jesús vino aquí para todas. Entregó Su vida por todos.² Según las palabras de 1 Timoteo 2:6, Él dio Su vida «como rescate por todos». Tito 2:11 amplifica la Palabra de Dios con el volumen suficiente para resonar en todo el mundo: «En verdad, Dios ha manifestado a toda la humanidad su gracia, la cual trae salvación».

    Toda la humanidad.

    Él no te impondrá Su salvación, pero será tuya si la deseas. Será tuya si anhelas a Jesús.

    Y esa es la cuestión. Creo que lo anhelas. Quizás aún no lo sepas, pero Él es y Él tiene lo que tú necesitas. Independientemente de quién eres, dónde hayas estado, el país, la religión o el estilo de vida que lleves, la vida para la que naciste tiene lugar en Él. Sé que se necesita cierto tipo de audacia para hacer esa afirmación. Pero de eso tratan estas páginas. Del amor audaz: el que Él siente por ti y el que tú sientes por Él. Eso es lo que da rienda suelta a la vida que ansías. No estoy hablando solamente de asistir a la fiesta. Estoy hablando de animarse a entrar en la pista de baile. Quizás pienses

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