El Llamado: Conocer personalmente. Vivir apasionadamente.
Por Ben Gutiérrez
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Ben Gutiérrez
Ben Gutierrez is administrative dean for undergraduate programs at Liberty University in Lynchburg, Virginia. He holds a Ph.D. in Organizational Leadership & Divinity from Regent University.
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El Llamado - Ben Gutiérrez
Gutiérrez
1
Quién eres
QUIÉN ERES
Cuando era joven, recuerdo que mi padre me invitó a ir de pesca a un parque estatal, que quedaba a unas pocas millas de casa. Me encantaba pescar, así que nos subimos al auto y conducimos al lago. Sacamos el equipo de pesca del auto, bajamos por la colina cubierta de hierba hasta llegar a un lugar semioculto del lago, y comenzamos a «mojar la tanza». En aquella salida en particular, recuerdo que pesqué una tonelada de bagres. ¡Mordían sin parar! Parecía que se prendían al anzuelo antes de que este tocara el agua. ¡Fue un día espectacular!
Cuando llenamos el enfriador con bagres, mi padre me dijo que me asegurara de que tuvieran suficiente agua fresca para poder respirar y mantenerse vivos durante los 30 minutos que nos llevaría regresar a casa. Entonces, le hice a mi padre una pregunta que, a mi entender, no entrañaba ninguna dificultad:
—Papá, ¿cómo hacen los peces para respirar abajo del agua?
—Pues… es una buena pregunta, hijo.
Fue la primera vez que vi a mi padre dudar de su explicación. Hasta ese momento, para mí, papá sabía las respuestas a todo. Recuerdo que dijo:
—Míralos. El agua pasa por sus agallas. ¿Ves? —mientras me señalaba un pez en el enfriador.
—Sí, lo veo, papá, pero ¿cómo hacen para respirar aire?
—Este… en realidad, no respiran aire… el agua pasa por las agallas y las moléculas de aire del agua son recogidas por sus branquias. ¿Entiendes? —y volvió a señalarme otro pez en el enfriador.
—¡Ah! Sí, las agallas se les mueven, pero creía que abajo del agua había que aguantar la respiración, porque no podemos respirar, ¿no?
Lo que había comenzado con una pregunta sencilla resultó ser una conversación demasiado minuciosa y complicada. Aunque a mi padre le costó explicarme las complejidades de la respiración de los peces bajo el agua, no cabía duda de que efectivamente respiraban: la prueba estaba en los bagres que nos observaban elucubrar estas verdades.
El mismo escenario se plantea, al parecer, cuando la gente comienza a preguntarse sobre algunas cuestiones espirituales: «¿Qué es exactamente la salvación?», «¿Todo el mundo necesita ser salvo?», «¿Salvos de qué?», «¿Cómo llegó todo a esto?». Las preguntas que en principio parecen sencillas resultan ser, a veces, bastante difíciles de explicar, aunque la realidad sea evidente en nuestra vida. Sin embargo, la posible confusión que conllevan estas preguntas no debería impedirnos hablar de ellas, porque las respuestas al final traen paz al alma humana.
Hace miles de años que las personas se preguntan sobre la salvación. En Hechos 16, leemos de un carcelero al que le ordenaron apresar al apóstol Pablo y a Silas por proclamar las buenas nuevas de salvación provista por Jesucristo. A eso de la medianoche, el carcelero y los otros presos no podían creer que Pablo y Silas estuvieran cantando himnos a Dios. El carcelero no estaba acostumbrado a ver esas expresiones de gozo, mucho menos cuando ambos presos habían sido azotados públicamente y arrestados por sus creencias religiosas; este celo inesperado probablemente lo dejó perplejo. Me pregunto si habrá registrado mentalmente el mensaje de los himnos que cantaban estos dos fervorosos cristianos.
Al leer este relato, verá que Dios liberó milagrosamente a Pablo y Silas y a los demás presos con un terremoto mientras cantaban. Hizo que se abrieran las puertas de la cárcel y que se abrieran los grilletes. El carcelero, maravillado al ver la mano de Dios y agradecido porque los presos no se habían escapado, no pudo dejar de hacer una acuciante pregunta espiritual, que le agobiaba el corazón. Regresó al calabozo, se arrodilló ante Pablo y Silas, y preguntó: «Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?». Pablo le respondió con una simple aseveración: «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo» (Hechos 16:30-31).
¿QUÉ SIGNIFICA SER SALVO?
Es una pregunta sumamente importante, porque tiene consecuencias espirituales y eternas. Encontramos la respuesta en la Palabra de Dios.
Es interesante que la Biblia rara vez reúne todos los conceptos de una doctrina en un solo versículo o párrafo, sino que los dispersa en varios versículos relacionados. Como resultado, no es posible contar con una enseñanza clara e íntegra de un concepto bíblico hasta que no hayamos estudiado todos los versículos concernientes a una doctrina bíblica en particular.
Este será el enfoque que adoptaremos en nuestro recorrido a través de la Biblia, en busca de una enseñanza clara y completa sobre la salvación. Aunque parezca una tarea titánica, no se deje desanimar: hacer este recorrido puede transformar su vida. Espero que pueda reservar un momento tranquilo y sin interrupciones para leer y meditar en las citas de las Escrituras a las que haremos referencia. Le transmitirán verdades profundas, aunque fácilmente comprensibles, que prometen cambiar su vida para siempre.
El conocimiento de Jesucristo que trae salvación requiere de una claridad perfecta para acceder cognitivamente a los datos, además de la voluntad de creer en Él. Para comenzar, todos los cristianos deben estar firmes en la verdad bíblica de que Jesús es el único camino de salvación.
UNA PRIMERA MIRADA
Los siguientes versículos y pasajes bíblicos fueron tomados de la Palabra de Dios, por lo tanto, seamos pacientes y cuidadosos al considerarlos. Servirán para confirmar nuestra salvación, ya asegurada, o nos orientarán sobre cómo tener vida eterna y paz con Dios.
Romanos 3:23 enseña que estamos espiritualmente perdidos y que necesitamos ser salvos. «Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios» (RVR1960).
La enseñanza del versículo es bien clara: toda la humanidad está perdida. Todos necesitamos ser salvos porque estamos espiritualmente perdidos. A diferencia de estar perdido en un bosque, donde al final siempre será posible encontrar cómo salir, el estado de estar perdido espiritualmente no se puede remediar por medios humanos. ¿Por qué? Porque somos pecadores por naturaleza.
Nuestra alma no está perdida por los pecados que hayamos cometido, sino que pecamos por causa de nuestra propia naturaleza pecaminosa. Por desgracia, a menudo oímos a algunos predicadores afirmar: «Necesitan ser perdonados por las cosas malas que han hecho». No. Nuestra alma está condenada por su condición pecaminosa, presente en todos desde el nacimiento. Cuando los creyentes comparten el evangelio, suelen referirse al pecado de la persona; en realidad, deberían guiarla a entender que pecamos porque tenemos un corazón pecaminoso que manifiesta nuestra verdadera naturaleza. Aunque la persona no se sienta pecadora que necesita salvación, la verdad es que efectivamente es pecadora. La necesidad de la salvación se basa en esta verdad, y es crucial transmitírsela a los incrédulos.
En nuestra sociedad, a casi nadie le agrada ser colocado en la misma categoría que los asesinos y los secuestradores. Además, pocos consideran que evadir impuestos, insultar o decir mentiras piadosas sea algo grave. Sin embargo, para Dios, el pecado es pecado porque manifiesta la esencia misma de nuestro ser. Si medimos nuestra santidad comparándonos con otros seres humanos, seguramente encontraremos al menos diez personas peores que nosotros. Sin embargo, la Biblia nos enseña que la verdadera medida de nuestra condición es la santidad de Dios, y Su gloria perfecta; absolutamente inalcanzable para nosotros.
Romanos 6:23 enseña que merecemos ser castigados por tener un corazón pecaminoso. «Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro».
«SIN EMBARGO, PARA DIOS, EL PECADO ES PECADO PORQUE MANIFIESTA LA ESENCIA MISMA DE NUESTRO SER».
Nuestro estado pecaminoso nos hace merecedores de la santa ira de Dios. La culpa de nuestro pecado se compara con la expectativa que un empleado tiene de recibir un cheque de un empleador después de realizar un trabajo. Habiendo cumplido con su trabajo, espera y merece que se le pague. Otro ejemplo sería el de un delincuente que es apresado por haber cometido un delito, y es sentenciado a cumplir condena. Por causa de nuestra naturaleza pecaminosa, porque todos hemos sido «destituidos de la gloria de Dios», todas las almas humanas merecen ser juzgadas por Dios y ser declaradas culpables. Con este veredicto, el alma humana se hace acreedora de una sentencia durísima pero merecida… salvo que podamos encontrar a alguien capaz de llevar sobre sí el castigo de nuestro pecado y satisfacer el juicio de Dios: así nos libraríamos de la obligación de pagar la condena. La verdad esperanzadora es que esto es efectivamente posible, pero antes debemos concluir que es imposible pagar personalmente el castigo por nuestro pecado.
Isaías 64:6a enseña que aun nuestras buenas obras o intenciones son ineficaces para salvar y, por lo tanto, cualquier intento de salvarnos a nosotros mismos es repulsivo para Dios. «Todos nosotros somos como el inmundo, y como trapo de inmundicia todas nuestras obras justas…».
Nuestra justicia o buena conducta, es a los ojos de Dios como «trapo de inmundicia». Esto significa que cualquier intento de alcanzar la salvación por nuestros propios medios es imposible. Todas las buenas obras, las acciones de caridad, los pensamientos, incluso nuestras búsquedas e intenciones sinceras son impuras e inaceptables. Pensar que nuestros propios esfuerzos podrían hacernos merecedores de la salvación es repugnante y ofensivo para Dios, el único capaz de proveer la paga suficiente de nuestro pecado.
«ESTO SIGNIFICA QUE CUALQUIER INTENTO DE ALCANZAR LA SALVACIÓN POR NUESTROS PROPIOS MEDIOS ES IMPOSIBLE».
Aunque una persona que no es salva puede realizar obras de caridad y manifestar una bondad propia del cristianismo, a lo sumo llevará a cabo dichas acciones mientras se revuelca en el pecado, lo que es una afrenta a Dios. Por lo tanto, las acciones no salvan; es necesario que el corazón que anima las acciones sea transformado.
Lamentablemente, algunas personas ni siquiera saben que con su vida ofenden a Dios. Nunca se dieron cuenta de que, si bien la cultura e incluso la iglesia aprueban su estilo de vida, sin el perdón de Dios y el lavamiento de sus pecados, sus obras brotan de un corazón que es repulsivo para el Señor. Por ejemplo, sería lo mismo que aceptar las disculpas de una persona que mientras nos dice: «Lo siento, perdóname», maquina cómo volver a robarnos nuestras pertenencias. Fuera de contexto, las palabras suenan bien, pero no están respaldadas por un corazón puro y limpio. Una vez más, nuestro estado pecaminoso nos hizo merecedores de la ira y el castigo de Dios, y toda «limpieza» de nuestras acciones, palabras u obras sin una verdadera renovación del corazón, es en realidad inútil e inservible porque brota de un corazón que ofende a Dios.
Tito 3:5 enseña que es imposible ser salvo