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21 segundos para cambiar su mundo: Encuentre la sanidad y la abundancia de Dios a través de la oración
21 segundos para cambiar su mundo: Encuentre la sanidad y la abundancia de Dios a través de la oración
21 segundos para cambiar su mundo: Encuentre la sanidad y la abundancia de Dios a través de la oración
Libro electrónico210 páginas1 hora

21 segundos para cambiar su mundo: Encuentre la sanidad y la abundancia de Dios a través de la oración

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Restaure su alma por medio de la oración

Cuando no tenía las palabras para orar, el Dr. Mark Rutland recurrió a la Oración del Señor.  A través de ella se volvió a conectar con Dios y encontró consuelo, esperanza y sanidad.  En este libro él revela cómo su alma puede ser renovada en los 21 segundos que se requieren para orar estas palabras de Jesús.

El Dr. Rutland examina la Oracióm del Señor junto con el Salmo 23, haciendo que las dos oraciones más conocidas de la Biblia cobren vida como nunca antes.  Usted se sentirá inspirado por las historias de las vidas que han sido cambiadas mediante esta estrategia de oración práctica, la cual funciona incluso para la persona más ocupada. Descubra por sí mismo el poder de estas oraciones para bendecir y sanar.  Al final, no se trata solo de pronunciar las oraciones, sino de llegar a conocer al Señor de las mismas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 dic 2016
ISBN9781629990149
21 segundos para cambiar su mundo: Encuentre la sanidad y la abundancia de Dios a través de la oración

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    21 segundos para cambiar su mundo - Mark Rutland

    2015

    1

    Cómo la Oración del Señor salvó mi vida

    La terrible noche que transcurría estaba supuesta a resultar en mi final o en el inicio de algo mucho más pleno y libre de lo que hubiera conocido jamás. Las paredes del pozo en el que me había sumido estaban húmedas y resbaladizas. No había nada a lo que aferrarse. Sabía que el camino de salida era hacia arriba. Incluso podía ver la luz por encima de mí. Había estado allí antes. Sin embargo, ahora me había deslizado hasta un lugar oscuro y horrible llamado depresión.

    Todavía no había llegado al fondo. ¿Había un fondo? El pozo se abría debajo de mí al parecer sin tener un final, mientras me encontraba encaramado en una angosta cornisa a mitad del descendente camino, aferrándome a la vida y ansiando encontrar un camino de regreso.

    No había sido lanzado a este foso. Había caído en él. La fatiga, el éxito tóxico y posteriormente la depresión perturbaron mi alma. Simplemente me perdí y caí de manera precipitada en este abismo de desesperación.

    El dilema de mi alma no era diferente al de cualquier alma que se encuentra varada al borde de la vida: ¿qué hacer ahora? Existían formas fáciles de escapar. Podía saltar al vacío, pero la horrible finalidad de esto me mantenía inmóvil allí en la cornisa. Una vida a medias también era posible, por supuesto: no en el pozo, no en la enorme oscuridad debajo de mí, pero tampoco en la luz que se hallaba encima. Podía quedarme quieto en esa solitaria cornisa y tratar de vivir justo ahí, si es que a la existencia entre la oscuridad y la luz puede llamársele vida.

    Una esposa amorosa que se negó a renunciar, se negó a soltar mi mano, y un pequeño grupo de verdaderos amigos quienes se mantenían diciéndome que resistiera, que comprendiera el propósito de esto, que permaneciera esperando de la mano buena de un Dios amoroso que era más fuerte que la depresión, el temor y la oscuridad fueron mi salvavidas. Sin ellos, en especial mi esposa, no podía percibir ninguna esperanza, pero necesitaba desesperadamente encontrar una roca sólida en la cual apoyarme, un lugar más amplio que esa miserable y precaria cornisa. Aun más que eso, necesitaba algo a lo que aferrarme. Si iba a escalar hacia la luz, si iba a adentrarme en la luz más lejos de lo que jamás hubiera llegado, si iba a avanzar hasta un lugar de sanidad que nunca hubiera conocido, sabía lo que necesitaba encontrar. Un sitio para comenzar. Algo a lo que asirme.

    Una voz habló desde la oscuridad debajo de mí. ¿O procedía de mi interior? No estaba seguro. Una voz dijo lo que yo estaba pensando: «No tienes una oración».

    Entonces, justo en ese preciso momento, por encima de mí, procedente de la luz, otra Voz habló. «Sí», dijo esa Voz. «Sí la tienes. Tienes una oración si aprendes a usarla».

    Mi jornada hacia la restauración del alma comenzó allí, exactamente en ese instante, en uno de los momentos más oscuros de mi vida, cuando descubrí que en verdad tenía una oración. En realidad, la oración más grande y poderosa de todas es una muy simple y antigua. En un inicio la enseñó un rabí judío hace más de dos milenios. Y ahora cobró vida para mí. Quizás deba decir que cobró vida en mí. Llegó a ser mi vida. Mi aliento. Saturaba mi pobre cerebro con ella. La repetía en múltiples ocasiones al día, algunas veces contándolas. Me aferraba y me asía a ella como un hombre que está ahogándose a una balsa en medio de un mar embravecido. Era mi esencia, mi amiga, mi consuelo en la noche. Meditaba en ella, apreciaba cada vez más sus palabras, su estructura, su brillante y consagrada economía del lenguaje. Ni una sílaba se había desperdiciado, ni una tilde era superflua. Sin embargo, su perfección implica mucho, mucho más que un genio literario. Tiene un poder sobrenatural. Es la mejor oración que se ha enseñado u orado. Ella sana, libera, protege, fortalece y provee para aquellos que la pronuncian. Más allá de eso, es la única oración que este rabí singular les enseñó a sus seguidores. Su nombre era Jesús. En la actualidad, la mayor parte de aquellos que oran las palabras que este rabí enseñó son gentiles. Ellos le llaman la Oración del Señor o el Padrenuestro.

    En el transcurso de aquellos dolorosos años, cerca de una década, durante los cuales pronuncié la Oración del Señor como un hombre que se estaba ahogando, añadí a mi inmersión diaria en esta oración una canción antigua, o quizás un poema, que escribiera no un rabí judío, sino un rey judío. David, el más grande y complejo rey de Israel, escribió el poema mil años antes de que Jesús de Nazaret naciera. Hoy gentiles y judíos por igual aun emplean el poema en sus devocionales. A este se le denomina el Salmo 23.

    Comencé con la Oración del Señor y más tarde la relacioné con el Salmo 23. Orados de manera consecutiva, una y otra vez, en docenas de ocasiones al día, ellos se convirtieron en la cuerda salvavidas que me sacó del pozo y afirmó mis pies en un lugar más amplio. Representaron medicina y vida y sanidad para mí. Se convirtieron en la fórmula de lo divino. Ahora, todos estos años más tarde, aún los pronuncio juntos, una y otra vez, cada día de mi vida.

    Al orarlos juntos tan a menudo, cientos o quizás miles de veces en el transcurso de los años, he comenzado a percibir cuán maravillosamente se conectan la Oración del Señor y el Salmo 23. Son como un mecanismo que engrana con suavidad y a la perfección, sin que haya fricción, dirigiendo al alma humana hacia la sanidad que esta añora. Cuando uno los analiza, los ora, y los coloca uno al lado del otro, el esplendor paralelo de los dos resulta absolutamente milagroso.

    Venga conmigo ahora. Permítame presentarle, o más probablemente presentarle de nuevo, a mis queridos amigos: la Oración del Señor y el Salmo 23. Por supuesto, ellos no son solo mis amigos. Le han brindado sanidad a millones durante siglos. Lo invito a conocerlos, o a relacionarse con ellos una vez más, y que así llegue a entenderlos de una forma más íntima y plena que nunca antes.

    Cómo dejamos de hacer uso de la oración

    Dos elementos muy dispares de la cristiandad lamentablemente han empujado a la Oración del Señor hacia un armario mohoso y que se abre rara vez. Esto sucedió debido a errores iguales y opuestos, pero el efecto fue el mismo: una irrelevancia supuesta. El uso que la iglesia católica romana le ha dado a la Oración del Señor para llevar a cabo actos de penitencia algunas veces desarrolló en la mente de los creyentes católicos un sentido de castigo en lugar de arrepentimiento: «Diga tres Padrenuestros y tres Ave Marías y haga algo bueno por la persona a la que lastimó». La intención era llevar al alma del penitente directo a tener un encuentro dinámico con la formación espiritual. En algún momento, para algunos, decir el Padrenuestro se convirtió en la versión parroquial de escribir en el pizarrón cien veces: «No debo hablar en clases».

    Algunos protestantes tradicionales también confinaron a la gran Oración al cajón del olvido de la irrelevancia, o al menos de la impotencia, de otra manera: por medio de la liturgia. Al relegar la oración del Señor casi exclusivamente a la liturgia, esta se convirtió en una extensión sin significado de la oración pastoral, un anexo obligatorio que se añadía antes del amén. Resonando con un entusiasmo tonto, la oración llegó a representar para la formación espiritual genuina lo que las luces y adornos exteriores representan para el significado real de la Navidad.

    Los carismáticos y los pentecostales terminaron el trabajo. Paranoicos con respecto a cualquier posible subversión litúrgica y aterrorizados de que algo pudiera parecer—Dios nos libre—tradicional, ellos por lo general ignoraron la Oración del Señor. Cuando me convertí en el presidente de la Universidad Oral Roberts, ciertamente la más conocida universidad carismática del mundo, comencé a usar la Oración del Señor de manera corporativa en ocasiones durante los servicios. No pasó mucho tiempo antes de que una madre me llamara llorando y me dijera que su hija estaba experimentando un «sufrimiento espiritual» al verse sometida a tales prácticas. Yo estaba, según ella aseguraba, destruyendo la experiencia de adoración de los estudiantes. Explicarle que Jesús nos dio la oración y nos mandó a usarla demostró ser un argumento irrelevante e ineficaz frente a sus convicciones tan profundamente arraigadas. Los estudiantes universitarios cristianos, insistió esta dama, no debían vivir una experiencia tan penosa y que apagaba al Espíritu como lo era declarar la Oración del Señor juntos en la capilla.

    Algunos carismáticos incluso desestimaron la oración por ser «demasiado elemental» y faltarle fe. Algo muy extraño si tenemos en cuenta que fue la oración que Jesús nos dijo que hiciéramos, ¿cierto? Me niego a no tener en cuenta las instrucciones del Señor en cuanto a la oración. Podría ser que aquellos que creen que han «avanzado más allá» estén buscando una victoria mayor dejando su artillería pesada detrás.

    Me pareció mucho más encantadora la respuesta de una visitante a Free Chapel Church en el condado de Orange, California. Después de escucharme enseñar con todo lujo de detalles, me dijo cuán entusiasmada estaba por ir a casa y comenzar a usar la oración. Nunca la había oído antes y le pareció muy hermosa, descubriendo que el hecho de escucharla había tenido un efecto poderoso en ella. Me sentí sorprendido de que hubiera llegado a la edad adulta sin haber escuchado nunca la Oración del Señor, hasta que la dama en cuestión me explicó que era judía.

    «Se trata de una oración judía», le dije. «Un rabí judío se la enseñó a sus seguidores judíos. Esto ocurrió décadas antes de que cualquier gentil la hubiera escuchado u orado».

    Absolutamente deleitada con este hecho—y esto es un hecho—y cautivada por completo con la oración misma, me aseguró que haría uso de ella tal como recomendaba. No es coincidencia que esta conversación y la emoción de descubrir lo que vi en sus ojos me haya impulsado en gran medida a escribir este libro. ¿Ha dejado usted a un lado la Oración del Señor? ¿Ha llegado a serle indiferente? ¿Incluso la ha olvidado? ¿Y qué sobre el Salmo 23? ¿Siente entusiasmo al orarlo? ¿Es la medicina para la restauración de su alma? ¿Lo repite simplemente sin considerar su importancia? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que oró o meditó en el salmo?

    Esta preciosa mujer judía no fue la única que me animó a escribir este libro. El pastor Jentezen Franklin me invitó a enseñar sobre el tema en Free Chapel Church. Él me contó que había sido tocado en lo personal de una manera nueva por la oración antigua. De manera gentil, pero firme, me exhortó a escribir este libro, y además a no esperar. Mi esposa, Alison, también me urgió a hacerlo. En otras palabras, dos de los más importantes espíritus cristianos que formaban parte de mi vida parecían tan bendecidos como la visitante judía.

    Interpreté que tal cosa significaba que el libro sería una bendición para neófitos y veteranos por igual. Por supuesto, me entusiasmó mucho que una mujer judía que nunca había escuchado la Oración del Señor pudiera expresar una emoción tan genuina ante su enseñanza. Y saber que dos cristianos tan maravillosos, maduros y experimentados como Alison y el pastor Franklin se sentían tan conmovidos me proporcionó el impulso que necesitaba.

    La Oración del Señor y el Salmo 23 se convirtieron en le cóctel vivificante que trajo sanidad a mi mente. Mezclados y bien conectados, repetidos de manera consecutiva una y otra vez, pronunciados en voz alta, orados en silencio, con desesperación y gozo, a veces con una fe tan precaria que difícilmente podría llamársele fe, estos dos instrumentos devocionales antiguos se convirtieron en la medicina para la restauración de mi alma.

    Por supuesto, de ahí se deduce el título de este libro. He comprobado que se requieren 21 segundos para pronunciar la Oración del Señor. Inténtelo. Verá cuánto le lleva a usted. Esta es una porción de tiempo extraordinariamente pequeña para hacer algo tan poderoso: comulgar con Dios en cuanto al estado de su alma.

    Para el propósito de este libro, estoy usando la traducción que se encuentra en el Evangelio de Mateo en la versión Reina-Valera 1960. La diferencia más notable entre la Reina-Valera y otras versiones que los protestantes oran de manera habitual en público es que aquí las Escrituras emplean la palabra deudas en lugar de transgresiones o pecados. El término deudas también se emplea en la versión musical clásica de la Oración del Señor. Más tarde en este libro analizaré cómo estas dos palabras (deudas versus transgresiones) y una comprensión de ambas enriquecen la Oración del Señor. Trate de no preocuparse mucho por las palabras. Si prefiere una versión u otra, definitivamente use esa. Además, en el apéndice B encontrará la Oración del Señor en múltiples idiomas.

    El Salmo 23 para este libro también se ha tomado de la Versión Reina-Valera 1960. Esto es así por dos razones. En primer lugar, la mayoría de las personas que han memorizado el Salmo 23 en algún momento de su vida, incluso en los días de la escuela dominical, ha usado la versión Reina-Valera 1960. Del mismo modo, esta es la versión que más se emplea en la adoración pública. Más allá de eso, para ser sincero por completo, es mi preferida. Personalmente aprecio el rico estilo shakespeariano del Salmo 23 en la versión Reina-Valera 1960, y ninguna otra traducción me ha impactado nunca de la misma manera. Repito, si usted prefiere alguna otra traducción, por favor, emplee

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