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Ministerio es . . .
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Ministry Is . . . presents in dozens of brief yet powerful chapters a Bible- based, practical guide to serving God in the local church. The insights here from authors Dave Earley and Ben Gutierrez are primarily written for students who are considering church ministry as a vocation, but they are applicable to any active church member who desires to serve through the church with passion and confidence.

Each compelling entry is set up to finish the sentence that begins with the book’s title. For example, Ministry Is . . . “Casting Crowns at the Feet of the Worthy One,” “Swimming Upstream (or It’s Not Getting Any Better),” “Becoming Known in Hell,” “Loving the Bride,” “Letting Integrity Do the Teaching,” and so forth.

Throughout, Earley and Gutierrez stay focused on making the reader “a spiritual change agent, a difference maker, and impact player for Jesus Christ.”
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 ene 2013
ISBN9781433679506
Ministerio es . . .
Autor

Dave Earley

Dave Earley is founding lead pastor of Grace City Church in Las Vegas, Nevada, and associate professor of Pastoral Leadership for Liberty Baptist Theological Seminary.

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    Un libro con muy buen contenido para todas aquellas personas que estan en el ministerio o que de alguna manera aspiran al ministerio

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Ministerio es . . . - Dave Earley

Gutiérrez


Primera parte:

El significado

del ministerio



1

Ministerio es . . .

Dejar un rastro de polvo

Dave Early


La verdadera grandeza, el verdadero liderazgo,
no se consigue obligando a los demás a que nos
sirvan, sino entregándose uno mismo en
servicio generoso a los demás.

—J. Oswald Sanders¹

Cuando yo (Dave) era niño, me encantaba leer las tiras cómicas del periódico dominical. Una de mis favoritas era la de Carlitos. Impresa por primera vez en 1950, Carlitos es una de las tiras cómicas más famosas de todos los tiempos, y actualmente continúa apareciendo en los periódicos del domingo. Una de las razones por las que gusta tanto es por su fascinante colección de personajes, que incluye a Carlitos, el siempre desafortunado; Snoopy, su perro; Linus, el de la frazada; Lucy, la malvada hermana de Linus; Schroeder, el que toca el piano; y Pig Pen, mi favorito. Lo que me encantaba especialmente de Pig Pen es que allí donde fuese, dejaba atrás una nube de polvo.

El verdadero ministerio no consiste en estar tan sucios que dejemos siempre detrás una nube de polvo, pero sí en estar tan ocupados ensuciando nuestras manos en el servicio al Señor que dejemos tras nosotros un rastro de polvo.

Dejar un rastro de polvo

El término griego más común en el Nuevo Testamento para el verbo «servir» es διακουεω (usado 37 veces, que en 2 ocasiones se traduce como «ministrar»). Diákonos es el término griego más habitual en el Nuevo Testamento para el sustantivo «ministro» (13 veces traducido «ministro», 11 veces «servidor», «siervo» o «sirviente», y 4 veces «diácono» o «diaconisa»). En Fil. 1:1 y 1 Tim. 3:8-13 se refiere a un cargo de la iglesia, pero la palabra se suele utilizar casi siempre en sentido general.

Se trata de una palabra que hace referencia no solo al «trabajo» en general, sino principalmente al «trabajo que beneficia a los demás». Pablo utilizó el término diákonos para describirse a sí mismo como servidor del Señor (1 Cor. 3:5), «ministros de Dios» (2 Cor. 6:4), «ministros [ . . . ] de un nuevo pacto» (2 Cor. 3:6), «ministro [del evangelio]» (Ef. 3:7), y «ministro [de la iglesia]» (Col. 1:25).

Además, Pablo destaca que muchos de sus colaboradores eran también siervos: mujeres como Febe (Rom. 16:1) y hombres como Tíquico (Ef. 6:21; Col. 4:7), Timoteo (1 Tim. 4:6) y Epafras (Col. 1:7). Jesús dijo que Sus seguidores debían ser siervos (Mat. 20:26; 23:11; Juan 12:26); y todos los cristianos deben hacer la obra de un siervo o ministro, ya que todos lo somos de Cristo. Somos servidores de Su mensaje, y siervos los unos de los otros.

Aunque no estamos seguros del origen del término, podría ser el resultado de unir las palabras δια («esparciendo») y κονις («polvo»), que vendría a significar «levantando polvo al realizar una actividad». De ahí que ser un «ministro» no consista solo en tener el título de «ministro», «diácono» o «siervo», sino en hacer todo aquello que necesite ser hecho, en «servir de forma tan activa que dejemos un rastro de polvo». Lo importante no es el título que nos den, sino el trabajo que realicemos: servir. Ministrar es ensuciarse para que otros puedan estar limpios; al fin y al cabo, ¿no es eso lo que hizo Jesús?

En cierta ocasión, hablé en una iglesia que estaba experimentando un crecimiento explosivo mediante la evangelización de los estudiantes de una universidad pública. Me sorprendió un poco observar a varios adultos, evidentemente ya graduados, sirviendo con diligencia a los estudiantes que llegaban. El pastor de la iglesia me llamó aparte y me comentó que el que cargaba alegremente las sillas era el alcalde, el caballero sonriente que daba la bienvenida en la puerta a las visitas era un importante abogado, el que pasaba con gozo la ofrenda era un distinguido profesor, y la feliz mujer que llevaba la guardería era una enfermera. Todos ellos eran también miembros del equipo de liderazgo.

A diferencia de algunas iglesias que nombran y votan a los diáconos como si de un concurso de popularidad se tratase, ellos lo abordaban de forma diferente: escogían a aquellos que eran siervos destacados. Aquel pastor me dijo que lo buscaban era «una nube de polvo», así que seleccionaban a aquellos que servían de forma tan activa que dejaban «una nube» en su camino.

El verdadero ministerio consiste en ensuciarse para Dios

Tras mi primer año en la universidad, pasé el verano con Teen Missions International. Su lema era, y sigue siendo: «Ensúciate para Dios». Pasamos las dos primeras semanas a las afueras de Merrit Island, Florida, viviendo en tiendas de campaña en medio de la jungla. Los días se hacían largos, duros y embarrados.

Había oído hablar de Teen Missions porque su fundador, Bob Bland, fue durante muchos años director de Juventud para Cristo y director de reclutamiento del Christian Service Corps en mi ciudad natal. Bob había fundado Teen Missions junto con un grupo de hombres y mujeres a los que les apasionaba la idea de conseguir que los jóvenes participasen en las misiones. Su deseo consistía en dar una experiencia ministerial a los jóvenes antes de la finalización de su grado universitario.

Esta idea innovadora, que empezó con un sencillo viaje a México, se ha ido desarrollado hasta tener en la actualidad más de 40 equipos que viajan a 30 países cada año. El objetivo de Teen Missions es hacer ver a los jóvenes las necesidades de las misiones, familiarizándolos con la realidad de la vida en el campo misionero, y dándoles una oportunidad de servir al Señor mediante proyectos de trabajo y evangelismo. El éxito de Teen Missions en estos últimos 40 años, reside en que los jóvenes pueden experimentar en qué consiste de verdad el ministerio.

El verano que pasé con Teen Missions fue uno de los más difíciles de mi vida. La aventura de estar lejos de casa, dormir en un colchón de aire en el atrio de una iglesia, alimentarme con sopa de tomate, y bañarme y afeitarme con un balde, perdió el encanto de la novedad en pocos días. Las diez semanas seguidas de ministerio duro y extenuante se hicieron agotadoras, pero valieron la pena, porque tuve la oportunidad de trabajar con Dios y mis compañeros, para Su reino; pude «ensuciarme para Dios» con el fin de que otros estuviesen limpios para Él; guié a varios hombres jóvenes a Cristo y los discipulé. Aquello cambió sus vidas . . . y la mía también.

El verdadero ministerio consiste en servir a los demás

Los discípulos de Jesús eran hombres jóvenes y competitivos. Me los imagino durante sus viajes, bromeando un montón, discutiendo sobre muchas cosas y maniobrando para conseguir la mejor posición. Un día, Jacobo y Juan dieron libre expresión a toda su naturaleza competitiva:

Entonces Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, se le acercaron diciendo: Maestro, querríamos que nos hagas lo que pidiéremos.

Él les dijo: ¿Qué queréis que os haga? Ellos le dijeron: Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda . . .

Cuando lo oyeron los diez, comenzaron a enojarse contra Jacobo y contra Juan. (Mar. 10:35-37,41)

¿Se ha fijado? Jacobo y Juan buscaban puestos altos, pedían ser los líderes espirituales números uno y dos, deseaban ser grandes en el reino de Dios.

Fíjese también en que dejaron totalmente al margen a los otros diez discípulos. Cuando estos se enteraron no les hizo mucha gracia, ni tampoco a Jesús.

A veces los líderes jóvenes piensan que el liderazgo cristiano tiene que ver con títulos y cargos (por cierto, a veces los líderes veteranos piensan también lo mismo). Suponen que el éxito se mide por el tamaño de su despacho, la cifra de su sueldo, el título escrito en su puerta y el número de gente que les rinde cuentas. Creen que los símbolos del éxito equivalen a la grandeza, pero se equivocan.

Así que Jesús los llamó y les dijo: —Como ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones oprimen a los súbditos, los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de todos. (Mar. 10:42-44 NVI)

Advierta que Jesús dijo que la verdadera grandeza está en ser un «servidor» (διακονος) y un «esclavo» (δουλος). Jesús deseaba que Sus jóvenes seguidores entendieran que, a diferencia de lo que ocurre en el mundo, en el liderazgo cristiano la medida del éxito la constituye el servicio, el estar dispuesto a ensuciarse con el fin de beneficiar a los demás.

El auténtico ministerio cristiano no consiste en tener subordinados y dedicarse a dar órdenes, sino en subordinarse a otros y levantar a los demás. No consiste en recibir, sino en dar. No consiste en ser servido, sino en servir y sacrificarse.

Por si las palabras de Jesús no fuesen suficientes, también quiso que considerásemos Su ejemplo. Al fin y al cabo, si el propio Jesús dejó Su posición exaltada para servir y sacrificarse por nosotros, ¿no deberíamos Sus discípulos hacer lo mismo?

Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos. (Mar. 10:45)

Jesús es Dios. Antes de venir a Belén, existió en el cielo por toda la eternidad. Como Dios, era el ser más rico y poderoso del universo, los ángeles le servían en todas Sus necesidades. Sin embargo, cuando vino a la tierra, no vino para ser servido, sino para servir, y no solo esto, sino que también vino a dar. Pero no vino a dar solo una cantidad razonable y moderada, vino a darlo todo: dio Su propia vida con el fin de rescatarnos de nuestros pecados.

El verdadero ministerio consiste en hacer lo que nos corresponde

Los cristianos del siglo I no son famosos por haber sido gigantes espirituales. Pablo, en la primera de sus cartas, intenta ayudarlos a resolver varias cuestiones y problemas. Para empezar los reprende por su carnalidad, envidias, peleas y divisiones. Después les regaña por su actitud infantil, ya que estaban formando facciones dentro de la iglesia y haciéndose partidarios de diferentes líderes cristianos.

De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales? (1 Cor. 3:1-4)

Pablo era un hombre que entendía el significado del verdadero ministerio. Vivió la vida de un servidor (διακονος; Ef. 3:7; Col. 1:23, 25) y de un esclavo de Dios (δουλος; Rom. 1:1; Gál. 1:10; Fil. 1:1; Tito 1:1). Para él, el absurdo intento de los corintios de escoger entre Apolos y él para poner a uno por encima del otro, era una necedad. Después de todo, Dios es el auténtico autor de la vida espiritual y su fruto, y Apolos y él solo eran ministros (διακονος) encargados de cumplir con sus tareas.

En su ministerio eclesiástico puede que usted tenga el cargo de «pastor principal», puede que lo llamen «pastor de jóvenes» o «líder de la alabanza», puede servir como «directora del ministerio de niños» o «directora del ministerio de mujeres», o puede que no tenga ningún cargo en absoluto. No se trata de eso.

Puede que le paguen una tonelada de dinero, que tenga un gran equipo, que disfrute de un hermoso despacho, muchas semanas de vacaciones pagadas, y muchos otros tipos de beneficios. O puede que no reciba ningún tipo de compensación. En última instancia, esto no tendrá importancia alguna.

Lo que de verdad importará es si ha cumplido fielmente con la tarea que Dios le asignó. El verdadero ministerio consiste simplemente en hacer lo que le corresponde.

El verdadero ministerio no es para cobardes

Pablo describió su ministerio (διακονια) como uno que no había podido ser «desacreditado» (2 Cor. 6:3 RVA) y a sí mismo como un ministro (διακονος) cuya labor era digna de ser recomendada a otros (2 Cor. 6:4). ¿Por qué? ¿Acaso tenía una gran iglesia? ¿Era capaz de llenar estadios deportivos? ¿Todo el mundo descargaba sus podcasts? ¡Nada de eso!

Resulta asombroso comprobar qué era lo que hacía que el ministerio de Pablo fuese recomendable ante Dios. Leer las palabras del apóstol constituye un desafío inmenso para los que hemos aceptado el llamamiento a servir al Señor. Vea lo que afirma Pablo:

No damos a nadie ninguna ocasión de tropiezo, para que nuestro ministerio no sea vituperado; antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias; en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos; en pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero, en palabra de verdad, en poder de Dios, con armas de justicia a diestra y a siniestra; por honra y por deshonra, para mala fama y por buena fama, como engañadores, pero veraces; como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos, como castigados, mas no muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos, como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo. (2 Cor. 6:3-10)

¿Lo ha captado? Para poder cumplir con su tarea y ser un ministro auténtico, que realizase un verdadero ministerio, Pablo estaba dispuesto a sobrellevar todas las consecuencias de servir a Dios, fuesen buenas o malas. El verdadero ministerio no es para cobardes o débiles. Puede ser espantosamente duro y extremadamente costoso. Pero, según Pablo, en última instancia vale la pena, ya que el auténtico ministro es conocido por Dios, vive una vida abundante, está lleno de gozo, es eternamente rico y, finalmente, poseerá todas las cosas (ver vv. 9-10).

El verdadero ministerio consiste en servir sin importar las consecuencias

En su segunda carta a los Corintios, Pablo añade más pinceladas al cuadro de lo que significa ser un ministro (διακονος; 2 Cor. 11:23) de Cristo. Los cristianos de Corinto se habían desviado siguiendo a ciertos falsos apóstoles. Pablo quería que supiesen distinguir a un auténtico siervo de Cristo, así que enumeró algunas de las credenciales de su ministerio. Sin embargo, en vez de hacer una lista de sus logros académicos, o de los libros que había escrito, o de las iglesias que había plantado, o de cualquiera de sus otros fantásticos éxitos, les habló de lo que significaba ser un siervo de Cristo. Su descripción desmitifica el concepto de servir a Cristo y nos ayuda a ver que no posee ningún tipo de glamour o gloria terrenal.

Conforme al testimonio que nos dejó en 2 Cor. 11:23-31, Pablo sufrió, como ministro de Jesucristo, trabajos, prisiones y «los azotes más severos, . . . en peligro de muerte repetidas veces» (v. 23 NVI). Tuvo que trabajar duro, a veces se quedó sin dormir, a menudo no tenía dónde guarecerse, y sufrió penalidades que la mayoría de nosotros solo conocemos en nuestras pesadillas. Servir a Jesús significó deshonra y que lo tomaran por mentiroso. Su labor como siervo no tuvo nada que ver con el confort o la comodidad, sino con morir a sí mismo y renunciar a llevar una vida confortable. A pesar de ello, consideraba su ministerio como un privilegio.

Pablo no pudo dejarlo más claro: el auténtico siervo de Cristo lo es a pesar de las dificultades y riesgos, y lo normal es que tenga las manos encallecidas y el corazón roto. Importantes dolores, serios peligros y severas persecuciones son parte del trayecto, que también puede incluir cicatrices y barrotes de prisión; el verdadero siervo de Cristo sirve sin atender a las consecuencias.

Pablo no menciona grandes salarios, no menciona la fama o la fortuna, ni tampoco tareas de prestigio. En vez de eso, nos expone que experimentó trabajo extenuante, encarcelamientos frecuentes, persecución física severa, y tortura descarnada, y afirma que su vida estaba llena de peligros constantes, fatigas sin fin y privaciones extremas. ¡Cuarenta latigazos! ¡Ser azotado con varas! ¡Ser apedreado a muerte! Todo con el objetivo de servir a Jesús, sin importar el coste.

Más vale que entre en el ministerio con los ojos bien abiertos. Es verdad que servir a Jesús tiene sus momentos buenos y sus recompensas, pero a veces es principalmente trabajo duro. Puede llevarnos a soportar malentendidos, rechazo, opresión y persecución abierta. El verdadero ministerio suele alejarnos del confort y la comodidad y meternos en situaciones peligrosas: consiste en servir sin importar las consecuencias. Pero independientemente de estas, al fin y al cabo servirle siempre vale la pena, ya que no hay nadie tan digno como Él.

¿Y ahora qué?

¿Qué actividades lo distinguen como siervo de Jesús? ¿A quién está sirviendo? ¿Cuándo está sirviendo? ¿Cuál es su tarea?

¿Cuál es su actitud como siervo? ¿Está en el ministerio por lo que puede dar o por lo que puede obtener? ¿Pone límites a su servicio, o sirve sin importar el coste?

El ministerio es . . .

Dejar un rastro de polvo.

Ensuciarse a fin de limpiar a otros.

Servir.

Cumplir su tarea y hacer lo que le corresponde.

No ser cobarde.

Servir a Cristo cueste lo que cueste.

• Citas •

Si no desea servir, es que no desea estar en el ministerio.

—David y Warren Wiersbe²

¿Dices que eres un siervo de Jesucristo? Muéstrame tus cicatrices.

—John MacArthur³

Dios no busca necesariamente líderes, al menos no lo que nosotros generalmente pensamos que es un líder. Dios busca siervos (Isa. 59:16; Ezeq. 22:30), y cuando encuentra hombres y mujeres dispuestos a ser moldeados como siervos, las posibilidades se vuelven ilimitadas

—Henry y Richard Blackaby

Los ministros son siervos que lideran y líderes que sirven.

—David y Warren Wiersbe

Notas

1. J. O. Sanders, Liderazgo espiritual (Chicago, IL: Moody Press, 1967), 13.

2. D. y W. Wiersbe, Making Sense of the Ministry (Chicago, IL: Moody Press, 1983) 35.

3. J. MacArthur, «The Hardship of Paul: 2 Corinthians 11:22-25», Grace to You, http://www.gty.org/Resources/Sermons/47-79.

4. H. Blackaby y R. Blackaby, Spiritual Leadership (Nashville, TN: B&H Publishing Group, 2002), xi.

5. D. Wiersbe y W. Wiersbe, Making Sense of the Ministry, 35.


2

Ministerio es . . .

Dejar que le perforen la oreja por Jesús

Dave Earley


A veces, cuando estoy leyendo la Biblia, es (a mí, Dave) como si una palabra o frase saltase sobre mí, como si estuviese escrita con cursivas, negritas o tinta fosforescente. Esto fue lo que me ocurrió hace poco mientras leía Romanos: «Pablo, siervo de Jesucristo , llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios» (Rom. 1:1, negritas añadidas).

Cuando leí estas palabras, me impactó el darme cuenta de que Pablo, el famoso apóstol, al pensar en sí mismo lo primero que le venía a la mente era su condición de «siervo de Jesucristo». Pablo escribió la mitad de los libros del Nuevo Testamento, fue uno de los más grandes plantadores de iglesias de la historia, y una de las personas más influyentes tras Jesucristo. Sin embargo, ¿cómo se identifica a sí mismo?: «Pablo, siervo de Jesucristo». En primer lugar se llama a sí mismo «siervo» de Jesucristo, y solo en segundo lugar se identifica como «apóstol».

Después, comprobé las referencias cruzadas de los márgenes de mi Biblia, y figuraba: «Fil. 1:1; Tito 1:1; Sant. 1:1; 2 Ped. 1:1; Jud. 1; y Apoc. 1:1». Esto es lo que leí:

Pablo y Timoteo, siervos de Jesucristo (Fil. 1:1).

Pablo, siervo de Dios (Tito 1:1).

Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo (Sant. 1:1).

Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo (2 Ped. 1:1).

Judas, siervo de Jesucristo, y hermano de Jacobo (Jud. 1).

La revelación de Jesucristo [ . . . ] a Su siervo Juan (Apoc. 1:1) (Énfasis añadido).

Me quedé asombrado. Se trataba de una lista de los hombres más poderosos de la Iglesia primitiva: Pablo, Jacobo, Pedro, Judas y Juan; y todos ellos tenían la misma perspectiva, todos se atribuían a sí mismos idéntico título: siervo.

Jacobo fue el pastor principal de la primera iglesia de Jerusalén, que tenía decenas de miles de miembros. Más llamativo aún es que era medio hermano de Jesucristo, hijo de José y María; sin embargo, ¿cómo escogió identificarse? «Santiago, siervo de Dios».

Simón Pedro fue la mano derecha de Jesús, nada menos que el hombre que predicó el primer sermón de la primera iglesia, ¡y aquel día se convirtieron 3000 almas! También fue una de las piedras sobre las que Jesús dijo que construiría Su Iglesia. ¿Cómo escogió identificarse a sí mismo? «Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo».

Como hijo de María y de José, Judas era hermano de Jacobo y medio hermano de Jesucristo. ¿Cómo escoge identificarse a sí mismo? «Judas, siervo de Jesucristo».

Juan fue el discípulo a quien Jesús amaba, y uno de los tres discípulos invitados a presenciar el increíble evento ocurrido en el Monte de la Transfiguración. Escribió cinco libros del Nuevo Testamento, pero en el evangelio y sus tres epístolas, rechaza identificarse a sí mismo. Sin embargo, cuando finalmente decide hacerlo, al comienzo del libro de Apocalipsis, ¿cómo escoge llamarse a sí mismo? «su siervo Juan».

Doulos

Si estudiamos un poquito de griego básico, enseguida nos daremos cuenta de que la palabra que se traduce como «siervo» es la palabra griega δουλος (doulos), que significa literalmente «esclavo». De todas las palabras que podría haber usado para describirse: «apóstol», «embajador», «santo», «misionero», «plantador de iglesias», «escritor», «discípulo», «rabí», «revolucionario», Pablo escoge llamarse a sí mismo «esclavo de Jesucristo».

En griego existen varias palabras para describir a las personas cuya condición personal o tarea consiste en servir a los demás. Por ejemplo:

Paidós, utilizada en Hech. 3:13, describe a Jesús como siervo del Padre (LBLA, RVA, NVI).

Diákonos, utilizada en Rom. 16:1, describe a Febe como una diaconisa de su iglesia, aunque podría traducirse también como «sirvienta».

Sin embargo, Pablo decide utilizar la palabra doulos. Esta palabra ha sido descrita por el erudito de la lengua griega, Kenneth Wuest, de la siguiente manera:

La palabra doulos era el término más abyecto y servil utilizado por los griegos para referirse a un esclavo que estaba unido a su señor con lazos tan fuertes que solo la muerte podía romperlos, que debía servirle sin tener en cuenta en absoluto sus propios deseos o intereses, y cuya voluntad quedaba enteramente absorbida por la voluntad de su señor.¹

Cuando pensamos en «sirvientes» nos vienen a la mente los «mayordomos» y las «criadas», ¡pero Pablo, Jacobo, Pedro y Judas, decidieron llamarse a sí mismos «esclavos»! De todos los términos posibles para describir a una persona que está al servicio de otra, doulos representaba el escalón más bajo de la servidumbre.

Aquellos de nosotros que hemos sido llamados a una vida de ministerio, debemos reconocer que ministrar significa ser esclavos de Jesucristo; a menudo sucede que solo encontramos realmente sentido a nuestro llamamiento cuando nos vemos a nosotros de esta forma.

Un esclavo le pertenece por completo a su señor.

En el siglo I la esclavitud era algo habitual. Se calcula que en el Imperio romano los esclavos representaban una de cada cuatro personas. Estos solían acompañar al ejército de Roma, que iba haciendo prisioneros que luego enviaba a la metrópoli como esclavos. A veces, se capturaba en un solo día a decenas de miles de personas, hombres, mujeres y niños, que eran escoltados a las ciudades para ser subastados en los mercados públicos, donde podía presentárseles con carteles alrededor del cuello que enumeraran datos como la edad, la salud o la educación. A los esclavos se los consideraba objetos. Los doulos no tenían derecho a poseer nada, tanto ellos mismos como todo lo que tuviera que ver con ellos, era propiedad de su señor. Por esta razón, muchos enemigos de Roma al caer derrotados preferían suicidarse, antes que verse reducidos a la esclavitud. Los cristianos de la Iglesia primitiva eran perfectamente conscientes del tipo de vida que tenía un esclavo, sin embargo, escogían ser esclavos de Cristo.

Para poder vivir como un esclavo de Jesucristo, uno debe empezar por reconocer que es propiedad de Dios. Él es nuestro creador; cada parte de nuestra mente, alma y espíritu es producto del poder creativo de Dios.

Pero esto no es todo: mediante el pecado, usted se ha vendido a sí mismo ilegalmente en esclavitud espiritual. Sin embargo, Jesús se ha acercado a usted, y al verle en su estado miserable, ha llorado al sentir su dolor y se ha conmovido al contemplar su vergüenza. Allí está usted: desnudo, mugriento, quebrado, ciego, todo menos muerto, con los grilletes del pecado alrededor de sus tobillos, muñecas y cuello. El propio diablo es el que tira de sus cadenas cuando y como quiere.

Jesús pasó un día por el mercado de esclavos y lo redimió con Su propia sangre; tomó sobre Sí mismo su suciedad y su pecado, y lo compró con Su sangre. Después le concedió la libertad. ¡Es libre al fin, libre al fin!

Ser un doulos no era lo mismo que ser esclavo por obligación legal, sino que representaba la esclavitud gozosa y voluntaria del amor. Pablo, Judas, Pedro y Jacobo escogieron esto por sí mismos: Jesús había conquistado su voluntad a través del amor. Jesús es el gran siervo del amor, que no vino a ser servido, sino a servir, a ministrar a los demás, a dar Su vida en rescate por todos.

Los esclavos cristianos son personas que reconocen la deuda maravillosa que tienen con Jesús y aceptan servirle voluntariamente: Él es Su justo propietario.

La mayoría de nosotros intenta vivir la vida cristiana completamente al revés. Con demasiada frecuencia le pedimos a Dios que se ocupe de nuestros asuntos, en vez de vivir como administradores fieles de Sus posesiones. Creemos que hemos escogido utilizar nuestros dones, habilidades, tiempo o dinero para servir a Dios, pero lo cierto es que como somos de Él, nuestros dones, habilidades, tiempo y dinero ya le pertenecían.

En una ocasión, cuando estaba todavía presente en la carne, ministrando en la tierra, Jesús hizo algo extraño: se dedicó a observar lo que la gente ofrendaba, y vio a alguien que realmente vivía como uno de Sus esclavos:

Jesús estaba una vez sentado frente a los cofres de las ofrendas, mirando cómo la gente echaba dinero en ellos. Muchos ricos echaban mucho dinero. En esto llegó una viuda pobre, y echó en uno de los cofres dos moneditas de cobre, de muy poco valor. Entonces Jesús llamó a sus discípulos, y les dijo: —Les aseguro que esta viuda pobre ha dado más que todos los otros que echan dinero en los cofres; pues todos dan de lo que les sobra, pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para vivir. (Mar. 12:41-44 DHH)

Jesús elogió a esta viuda porque no se limitó a dar a Dios lo que le sobraba, sino que se lo dio todo. Ser consciente de que le pertenecía a Dios la capacitó para devolverle a Él todo lo que poseía. Así es el corazón de un esclavo.

A menudo pienso que soy realmente espiritual porque le doy al Señor el 10% de mi dinero, y muchas veces me ocurre que mientras lo entrego, mantengo secretamente la expectativa de que Él me lo devolverá. Un doulos no le entrega a Jesús el 10%, ni siquiera el 90%, se lo da todo, ya que al dueño le pertenece todo.

Un esclavo es aquel cuya voluntad se somete totalmente a la de su señor.

Con demasiada frecuencia, mi voluntad se somete a la de Dios a condición de que Su voluntad me guste; pero si Su voluntad consiste en algo que no me gusta, entonces eso ya es otra historia: me enfado, me alejo de Él, o comienzo a sollozar.

Este tipo de actitud es exactamente la opuesta a ser un esclavo de Jesús. Así es como piensa un esclavo:

Le sirvo donde Él quiere.

Le sirvo cuando Él quiere.

Le sirvo como Él quiere.

Sirvo a quien Él quiere.

Sirvo solamente si Él quiere.

Le sirvo a Él sin condiciones.

Ser un esclavo no consiste en servir selectivamente, cuando nos es conveniente o resulta cómodo. Ser un esclavo no consiste en servir cuando la cosa tiene buena pinta, cuando todo va como a mí me parece bien, conforme a mis intereses, si los demás lo notan, o si me pagan. Ser un esclavo consiste en llevar un estilo de vida de total sometimiento a Jesús y Su voluntad.

Un esclavo es aquel cuya voluntad y capacidades están activamente comprometidas al servicio de otro.

Ser un esclavo de Jesucristo constituye un emprendimiento activo, no pasivo. El esclavo presta un servicio, hace algo. A veces dedicamos tanto tiempo y energías a prevenir y eliminar el mal de nuestras vidas, que perdemos la oportunidad de hacer el bien. Estoy de acuerdo con Erwin McManus cuando afirma:

Estoy convencido de que lo más trágico no son los pecados que cometemos, sino la vida que dejamos de vivir. No puede seguir a Dios sin ponerse en movimiento. Dios lo ha creado para que haga algo.²

«No puede seguir a Dios sin ponerse en movimiento». Demasiado a menudo, simplemente nos sentamos a esperar que algo ocurra y luego nos preguntamos por qué nunca pasa nada. Alguien dijo que hay tres tipos de personas en el mundo: los que hacen que sucedan las cosas, los que ven como suceden las cosas, y los que se preguntan «¿qué ha sucedido?». Dios solo ha prometido bendecir al primer tipo de personas, aquellos que hacen que las cosas sucedan.

«Dios lo ha creado para que haga algo», así que hágalo. Si piensa que Dios está detrás de algo, persígalo. Póngase en movimiento y vaya a por ello. Actúe. Muévase. Échele mano. Haga algo.

Hágalo ahora

Como jovencito, David podría haberse quedado con los demás soldados, sin combatir, viendo como Goliat y los filisteos atormentaban al ejército de Israel un día tras otro; esperando a ver si sucedía algo. Podría, al igual que los demás, haberse apartado con la esperanza de que finalmente apareciese alguien que tomase la iniciativa. Incluso podría haberse sentado a contar historias respecto a cómo, en el pasado, había matado a un oso y a un león, pero eso no le habría hecho ningún bien a nadie. David era un esclavo de Dios y tenía que actuar, así que tomó la confianza obtenida de lo que había hecho en el pasado y se lanzó a aplicarla en el presente.

David decidió que tenía que hacer algo y hacerlo ahora. Se dirigió al campo de batalla convencido de que Dios le ayudaría en su enfrentamiento con Goliat, y Dios honró su fe activa dándole una gran victoria.

A menudo, los éxitos del pasado son la causa de que no sintamos la presencia de Dios en el presente. Nos aferramos a lo que ya somos y nos perdemos aquello que podríamos ser. Dios existe en el presente, Él vive aquí y ahora. Los teólogos le dirán que Dios vive más allá de la esfera del espacio y del tiempo, que no existe en el pasado o en el futuro, sino como en un presente sin fin. Si queremos sentir la presencia de Dios, debemos aprovechar las oportunidades del ahora.

A pesar de que algunos veían su proyecto como una locura, mis amigos Jamal y Ed pusieron en marcha una iglesia en la universidad estatal de Ohio, entre los estudiantes universitarios seculares. A pesar de moverse en un ambiente de pensamiento impío radical, borracheras salvajes, y sexo desenfrenado, estaban convencidos de que Dios deseaba apasionadamente alcanzar a esa generación concreta, en ese momento y en ese lugar. Gracias a que hicieron algo aún existe allí hoy en día una iglesia extremadamente activa.

Mi amigo Ken cree que Dios ama a los pobres de las ciudades, a los solitarios, a los sin hogar, los olvidados, los homosexuales de ambos sexos, las prostitutas y los alcohólicos

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