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Cuando Dios no lo arregla: Experiencias que no quiere tener, verdades que necesita para vivir
Cuando Dios no lo arregla: Experiencias que no quiere tener, verdades que necesita para vivir
Cuando Dios no lo arregla: Experiencias que no quiere tener, verdades que necesita para vivir
Libro electrónico362 páginas6 horas

Cuando Dios no lo arregla: Experiencias que no quiere tener, verdades que necesita para vivir

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¿ES POSIBLE QUE COSAS BUENAS PUEDAN SURGIR DE NUESTROS SUEÑOS ROTOS? La vida de la directora de alabanza y artista Laura Story dio un giro inesperado cuando le diagnosticaron a su esposo, Martin, un tumor cerebral.  Sus vidas nunca volverían a ser iguales.  Es verdad que con Dios todo es posible; pero recibieron la devastadora noticia de que no existía una cura a fin de restaurar la memoria a corto plazo de Martin, su vista y otras complicaciones.  La vida de cuentos de hadas que Laura había soñado ya no sería posible.  Y sin embargo, en sus luchas con Dios acerca de cómo vivir con sueños rotos, Laura ha encontrado el gozo y una intimidad más profunda con Jesús.  Laura nos ayuda a comprender que no somos los únicos cuyas vidas han tomado giros inesperados.  Asímismo, analiza los quebrantos de algunos de los héroes de nuestra fe, y muestra cómo a pesar de sus imperfecciones, Dios los usó de maneras extraordinarias.  Y no fue a causa de su fe, sino a causa de la fidelidad de su Dios. Quizás, Dios no restaure todo.  De hecho, aunque su circunstancia nunca cambie o mejore, con Jesús usted puede salir adelante.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 abr 2016
ISBN9781629989969
Cuando Dios no lo arregla: Experiencias que no quiere tener, verdades que necesita para vivir
Autor

Laura Story

Laura Story is a wife, mother, songwriter, worship leader, author, artist, and Bible teacher. Her songs—which have won Grammys, Billboard Music Awards, and Dove Awards—include “Blessings” and Chris Tomlin’s “Indescribable.” She is the bestselling author of two books and Bible studies, When God Doesn’t Fix It and I Give Up. Laura has a master of theological studies and a doctorate in worship studies, and has served as a worship leader at Perimeter Church in Atlanta since 2005. Her greatest joy is being a wife to Martin and mother to Josie, Ben, Griffin, and Timothy.

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    Cuando Dios no lo arregla - Laura Story

    fe.

    UNO

    LLAMADAS INESPERADAS

    LA LLAMADA QUE CAMBIÓ MI VIDA TUVO LUGAR ALREDEDOR DE un mediodía de febrero de 2006. Había asistido a una conferencia en St. Louis con dos de mis compañeros de trabajo. Ellos iban sentados en los asientos delanteros con la radio encendida de un auto rentado; yo iba en el asiento trasero revisando mis mensajes telefónicos. Mientras nos dirigíamos hacia Panera Bread para almorzar, noté que tenía un mensaje de voz de mi esposo, Martin, por lo que le devuelvo la llamada. Allí fue cuando me dio la noticia que cambiaría drásticamente el curso de nuestras vidas y de las vidas de nuestros seres queridos.

    Todos estamos a solo una simple llamada de distancia de conocer los resultados de un estudio, la noticia de un acontecimiento, el fallecimiento de un ser querido, la desvinculación de un empleo u otras miles de situaciones que pueden destrozar nuestras esperanzas.

    En ese momento, sentimos que la vida tal como la conocemos se ha terminado.

    La realidad es que la vida que está por descubrir recién ha comenzado.

    En el verano del año 2005, Martin y yo habíamos cumplido un año de casados. Vivíamos en un hogar sin tener que pagar ninguna renta en Greenville, Carolina del Sur, cerca de una iglesia en donde nos encontrábamos trabajando por el verano. Acabábamos de empacar nuestras pertenencias y de vender nuestra casa, con la intención de mudarnos a Savannah, Georgia, durante el otoño, de modo tal que Martin pudiera asistir a Savannah College of Art and Design (SCAD, por sus siglas en inglés) [Universidad de arte y diseño de Savannah]. Durante años, Martin se había desempeñado como director del campus de una universidad ministerial, en donde dictaba un estudio bíblico y también hacía trabajos de diseño gráfico y de desarrollo web para la Wofford College. Por mi parte, había completado mis estudios bíblicos y comenzaba a involucrarme en la música, el ministerio y a ayudar a Martin con el estudio bíblico, ninguno de los cuales ofrecían un salario digno. Planeábamos conseguir nuevos empleos en Savannah, y después de que Martin finalizara sus estudios, regresaríamos a Spartanburg, Carolina del Sur, para estar cerca de nuestros padres. El título de la SCAD ayudaría a que Martin pudiera conseguir un empleo bien remunerado en el campo del diseño gráfico, lo cual me permitiría quedarme en casa y encargarme de la crianza de los niños que ambos algún día queríamos tener.

    Ese era nuestro plan para una vida perfecta.

    El primer desvío ocurrió cuando un amigo de Martin, John Roland, nos llamó desde Atlanta. Hola, sé que suena descabellado, le dijo John a Martin, pero tengo un trabajo para Laura en mi iglesia, si estarían interesados en mudarse a Atlanta.

    John trabajaba en la Iglesia Perimeter, la cual se situaba en las afueras, al norte de Atlanta. La iglesia estaba buscando un líder de alabanza. Además, John nos contó que la SCAD acababa de abrir un campus en Atlanta. Si nos mudábamos allí, Martin podía continuar con sus estudios y yo tendría trabajo. Mi último trabajo había sido tocando el contrabajo en una banda de bluegrass en un restaurante mexicano. En otras palabras, carecía de las aptitudes requeridas por el mercado laboral, por lo tanto, un puesto en una iglesia de Atlanta era mucho más tentador que un empleo de camarera en Savannah.

    Martin me pasó el teléfono. Cuéntame sobre el trabajo, dije.

    John me describió las tareas, las cuales comprendían elegir las canciones para el servicio, liderar a los voluntarios e instruir adoradores. No obstante, nunca había hecho antes algo similar. Ciertamente, me había especializado en la música y tocaba el bajo en una banda que iba de giras tocando en retiros y en grupos juveniles, pero la única vez que canté fue debido a un hecho de fuerza mayor, ya que nuestra cantante se había enfermado. Desconocía por completo cómo dirigir la alabanza.

    Y la iglesia busca a alguien que sepa componer canciones de alabanza, continuó diciéndome John.

    ¡Por ese motivo John me estaba llamando!

    A fin de evitar pagar los derechos de autor por la música que tocaba nuestra banda, se nos requería que todos en el grupo supiéramos componer canciones. Yo había escrito algunas, incluyendo una canción llamada Indescriptible. Un año antes, un ejecutivo de una compañía discográfica se comunicó para pedirnos si podían interpretar mi canción para un CD de un líder de alabanza llamado Chris Tomlin de Texas. Acepté, y el sello discográfico de Tomlin lanzó Indescriptible como solista. Dicha canción comenzó a escucharse mucho en las emisoras radiales.

    Aparte de mis amigos y mi familia (y John), nadie sabía que aquella canción la había escrito una chica rubia quien tocaba el contrabajo en un restaurante mexicano los jueves. Hasta que alguien más la usara como una canción de adoración, nunca antes se me había ocurrido verla de ese modo, a causa de todas las palabras de cinco sílabas en el coro. Independientemente del éxito de la canción, ni el componer canciones ni tocar el contrabajo en una banda de bluegrass me calificaba para dirigir a una congregación a alabar a Dios.

    John, compuse algunas canciones, pero en lo que respecta a dirigir la alabanza . . ., dije, mientras me preparaba para rechazar su propuesta.

    Ofrecemos un salario fijo y seguro médico, agregó.

    Espera, ¿dijiste seguro médico?, pregunté.

    Sí, y prestaciones por jubilación.

    No era un genio en matemáticas, pero no me llevó mucho tiempo calcular el total del salario, beneficios y jubilación, y compararlo con lo que estaba ganando en el restaurante mexicano, burritos gratis y todas las papas fritas y salsas que pudiera comer.

    Como estaba diciendo, en lo que respecta a dirigir la alabanza, estoy muy complacida que me hayas considerado. Será un honor ser su líder de alabanza, expresé.

    Luego de encomendarlo en oración, así fue cómo nuestros planes comenzaron a abordar otro camino. Martin asistiría a la universidad en Atlanta y yo comenzaría a trabajar en la Iglesia Perimeter en el otoño.

    Durante los meses de junio y julio, Martin y yo realizamos varios viajes a Atlanta en búsqueda de un apartamento. Mi futuro jefe, Randy Schlichting, uno de los pastores de Perimeter, junto a otros integrantes del equipo, hicieron todo lo que tenían a su alcance para ayudarnos y hacernos sentir bienvenidos. A pesar de que no sabía lo que iba a hacer, no podía esperar para comenzar.

    Sin embargo, algo más estaba sucediendo, y no estaba segura de si debía mencionarlo. Al terminar julio y comenzar agosto y acercándose el 1 de septiembre, día en que comenzaría con mi trabajo, me di cuenta de que no podía continuar con la mudanza. Cerré la puerta de la oficina de la iglesia en donde me encontraba trabajando y me comuniqué con Randy. Al igual que las otras veces cuando lo llamé, parecía complacido de escucharme.

    ¿Estás entusiasmada por venir?, me preguntó.

    Necesito hablarte sobre una situación, le dije vacilando, insegura de qué decir exactamente. No sé si es una buena idea de que Martin y yo nos mudemos a Atlanta y, por mi parte, aceptar este trabajo.

    Por varios meses, Martin había tenido algunos síntomas inusuales. Estaba más olvidadizo que de costumbre. Algunos días no tenía ganas de hacer nada excepto dormir, y otros días se le hacía completamente difícil conciliar el sueño. Su corazón se aceleraba y experimentaba náuseas y sudoración, como si sufriera un ataque de pánico; no obstante, ninguno de los doctores que habíamos consultado pudo determinar la raíz del problema. Los síntomas se habían desencadenado en el mes de marzo y luego disminuyeron, pero para agosto, habían regresado. A pesar de haber consultado a cuatro doctores diferentes, aún no habíamos descubierto la causa de dichos síntomas.

    Hice una pausa, buscando las palabras apropiadas. Hay algo que no está bien con mi esposo. No sabemos si se trata de algo físico, emocional o psiquiátrico; solo sabemos que mi esposo tiene un problema de salud. Fue todo lo que pude decir antes de que Randy me interrumpiera.

    Bien, esto es lo que creo que deben hacer. Deben cargar sus pertenencias en un camión de mudanzas y venir directo a Atlanta. Nos ocuparemos de lo que sea que tenga tu esposo cuando lleguen aquí. No se mudarán a Atlanta solo para que seas nuestra líder de alabanza, sino porque ya son parte de la Iglesia Perimeter. Ven con Martin, y nos haremos cargo de tu familia.

    Está bien, iremos, dije mientras secaba mis lágrimas. Cuando corté la comunicación, las dejé correr por mis mejillas, mientras que mi cabeza se desplomaba en el respaldo de la silla. Todo va a estar bien.

    Y así fue.

    Solo por un tiempo.

    En agosto, nos mudamos a Atlanta a fin de que pudiera comenzar con la actividad en la iglesia y Martin empezar en la universidad. Todo iba muy bien en nuestro matrimonio, y parecía que los síntomas de Martin habían desaparecido con la mudanza. Estaba feliz con mi trabajo, con mis compañeros y con la gente de la Iglesia Perimeter. Comencé a leer libros acerca de lo que implica ser un líder de alabanza y pasaba mucho tiempo aprendiendo de los pastores de la iglesia, pero aún me quedaba mucho por saber. Perimeter fue generosa con su entrenamiento y me animó a que asistiera a algunas conferencias que se aproximaban en el mes de febrero.

    Era la primera temporada de fiestas que celebrábamos lejos de nuestros padres, aunque venían a visitarnos a Atlanta y nosotros también viajábamos a Carolina del Sur tantas veces como nuestros compromisos nos los permitían. Una vez finalizadas las festividades, Martin parecía estar continuamente exhausto. Al principio, creía que era a causa de tanto trabajo. No solo asistía a la universidad, sino que también tenía un empleo en una cafetería. Solo está cansado, pensaba.

    No pasó mucho tiempo hasta que comenzó a quedarse dormido durante el estudio bíblico o, peor aún, durante los servicios. Me sentía avergonzada, y cuando llegábamos a casa los domingos por la tarde, se lo hacía saber.

    Sé que te sientes cansado, pero no puedes quedarte dormido cuando estoy dirigiendo la alabanza y, especialmente, cuando el pastor está predicando.

    Se disculpaba y me prometía que no volvería a pasar.

    Luego, comenzó a suceder en los eventos sociales. Cuando íbamos a la casa de alguna persona, se quedaba dormido cuando el anfitrión contaba alguna historia. Unas semanas más tarde, no asistió a una fiesta porque se había quedado dormido. Una noche, habíamos planeado encontrarnos para comer, pero no apareció. Intenté comunicarme a su celular y cuando finalmente me respondió, me dijo: Me senté en el sofá diez minutos, pero me quedé dormido.

    Me sentía frustrada. Han pasado dos horas. Si planeabas tomar una siesta, ¿por qué no configuraste la alarma?.

    No planeaba tomar una sienta, solo me quedé dormido.

    Después de aquella noche, comencé a rechazar invitaciones porque estaba cansada de poner excusas a causa de él.

    Cuando estábamos recién casados, solíamos quedarnos despiertos en la cama por las noches, hablar sobre nuestros días y orar por cada uno. Ahora, parecería que tan pronto como se colocaba en posición horizontal, se desconectaba. Le contaba sobre cómo había sido mi día, y cuando me daba cuenta, lo escuchaba roncar.

    ¡Martin! ¡Ni siquiera me estás escuchando!, le decía mientras lo molestaba.

    Lo siento lo siento. Continúa, cuéntame otra vez.

    Antes de que pudiera pronunciar alguna palabra, ya estaba roncando de nuevo.

    Martin siempre había sido una persona emprendedora con muchísima energía. Había sido atleta, un estudiante con honores y obtuvo una beca académica para asistir a la universidad. No podía recordar una sola vez en la que no haya trabajado duro. No obstante, se había convertido en alguien que no conocía.

    En ocasiones, le contaba a alguna amiga cercana o a algún miembro de la familia que Martin no era así cuando estábamos recién casados.

    Duerme constantemente, me quejaba. Le pido que haga solo una cosa, como descargar el lavavajillas, y a la mañana siguiente me dice que se olvidó. El domingo pasado, ¡se quedó dormido mirando el partido de fútbol!.

    Solían reírse y decirme algo como Todos los hombre son iguales.

    Pero Martin nunca había sido como los demás hombres.

    En el primer semestre en la SCAD, había obtenido las calificaciones más altas en todas sus clases, pero ahora comenzaba a tener dificultades. A su regreso a casa alrededor de las ocho en punto, después de su empleo en la cafetería, se sentaba a hacer su tarea y se quedaba dormido sobre la mesa. Solía quedarme despierta para prepararle taza tras taza de café, ya que lo ayudaba a estudiar para los exámenes; pero nada de lo que hacía lograba mantenerlo despierto. Empezó a desaprobar sus trabajos y luego sus exámenes. No solo estaba fracasando en sus clases; también estaba fracasando en la vida.

    Mi padre y mi hermano lo invitaron a esquiar. Cuando regresaron mi padre me dijo: Martin se quedó dormido en el telesquí.

    A su vez, ocurrían otras situaciones extrañas. Martin tenía veinticuatro años, pero estaba teniendo un período de crecimiento repentino. Creció una pulgada y media (tres con ochenta y un cm) durante nueve meses.

    Habíamos consultado con cuatro médicos en Carolina de Sur, y mi padre también era doctor. Nadie podía encontrarle nada anormal. Cuando Martin había sido una vez una persona despierta y ágil, ahora era letárgico.

    Algunos de nuestros amigos más cercanos comenzaron a notarlo y me daban sus propias opiniones.

    Solo es perezoso, me dijo una persona.

    Necesita ayuda psicológica, me señaló una de las esposas.

    Un día, un miembro de la iglesia me sentó y me dijo: Sé que han estado casados por poco tiempo, y ningún recién casado quiere escuchar algo así, pero creo que tu esposo podría sufrir de una enfermedad mental.

    Antes de que nos mudáramos a Atlanta, le había contado a uno o dos amigos cercanos sobre algunos de los primeros síntomas de Martin e intentaron consolarme con experiencias propias. Es parecido a lo que le pasó al esposo de mi hermana. ¡Tiene esquizofrenia!. O, Al padre de un amigo le diagnosticaron trastorno bipolar. Comencé a pensar que quizás Martin sufría de algún problema mental, y el solo hecho de pensarlo me atemorizaba.

    La Iglesia Perimeter es una iglesia grande con un departamento de consejería importante, por lo tanto, ya sea que Martin necesitara ayuda con su pereza, asistencia o algo más grave, estábamos de acuerdo en que debíamos hablar con alguien. Martin sabía que las cosas no estaban bien y no estaba conforme al respecto. A ambos nos preocupaba el hecho de que pudiera estar deprimido.

    El psicólogo Clay Coffee estuvo una hora y media haciéndole preguntas a Martin, mientras yo me preparaba para lo peor. Sin embargo, Clay concluyó que Martin no padecía de una enfermedad mental.

    Creo que es sencillo, dijo Clay. Estás deprimido porque no logras permanecer despierto, además de tener dificultades para recordar las cosas. Sé que esperan que les diga que se trata de una cuestión mental, pero pareciera ser un tema físico. Creo que deben consultar con un médico clínico.

    Por un lado nos sentimos aliviados de que Clay no creyera que fuera algo peor de lo que pensábamos. Por otra parte, ambos teníamos la esperanza de que los antidepresivos pudieran arreglar cualquiera sea el problema de Martin.

    Ya había visto a cuatro doctores y ahora un psicólogo, y ninguno de ellos podía encontrar nada anormal. ¿Podría ser que simplemente este fuera Martin?

    Antes de que Martin y yo nos comprometiéramos, nuestro mentor espiritual sabiamente me dijo: Si le dices a Martin que lo amas y que quieres pasar el resto de tu vida a su lado, tienes que estar preparada para seguir hasta el final, a pesar de que la sensación de enamoramiento desaparezca, porque el matrimonio es mucho más que eso. En cierta forma, creí que eso sucedería dentro de los tres a cinco años, no de doce a dieciocho meses; no obstante, había hecho un pacto. Aún amaría y serviría a mi esposo aunque la sensación de enamoramiento desaparezca.

    Comencé a orar más y a tener conversaciones con Dios. Lo entiendo, Dios. Es la persona con quien me casé y seré fiel hasta el final; pero está tan diferente de cuando recién nos casamos. Aún puedo ver destellos del hombre que amé en aquel entonces, y me aferro a ellos. Vamos a seguir adelante, pero Dios, tienes que ayudarme. ¡Algo tiene que cambiar!

    La somnolencia de Martin continuó en febrero de 2006. Comenzó a faltar a clases a causa de que se quedaba dormido. Mi preocupación iba en aumento porque estaba previsto que asistiera a dos conferencias de adoración ese mes. La primera se llevaría a cabo en Carolina del Norte, en donde me pidieron que dirigiera la alabanza. La segunda era en St. Louis, en donde aprendería a dirigir la alabanza. (La ironía del orden de las conferencias no escapaba a mi atención).

    No estaba segura de si debía asistir a ambas conferencias, ya que me preocupaba el tener que dejar a Martin solo en casa. ¿Cómo haría para levantarse por su cuenta y llegar a horario a sus clases? ¿Cómo haría para hacer su tarea? No podía imaginarme qué podría ocurrir cuando no estuviera allí.

    No obstante, Martin me animó para que fuera. Voy a estar bien.

    Cuando estaba en Carolina del Norte, en la primera conferencia, lo llamaba durante los intervalos. Se escuchaba como si recién se hubiese despertado. ¿Qué estás haciendo?.

    Solo estoy descansando.

    En el fondo, podía escuchar ding, ding, ding. No hacía falta ser músico profesional para saber que ese era el sonido que hace el auto cuando alguien abre la puerta con la lleve en contacto.

    ¿Estabas durmiendo en el auto?, le pregunté.

    Sí, tuve problemas para permanecer despierto camino a casa.

    ¿Qué quieres decir con que tuviste problemas para permanecer despierto?.

    Me quedé dormido y choqué contra un barandal. Estoy bien, pero el auto quedó un poco rayado. Así que cuando llegué a casa, estacioné el auto y tomé una siesta.

    No podía creer lo que me estaba contando. Tan pronto como finalizamos nuestra comunicación, llamé a su amigo John Roland, quien ahora era mi compañero de trabajo y nuestro vecino. Le conté a John lo que Martin había hecho. Tienes que quitarle las llaves, dije. No puede conducir más, y creo que debería permanecer en casa y no ir a clases hasta que yo regrese a Atlanta.

    Cuando regresé a mi hogar, noté cuán cansado se veía Martin. Además, estaba convencida de que finalmente sabía cuál era su problema: narcolepsia. Tomé nota mentalmente para programar una cita con un doctor al regreso de mi próximo viaje a St. Louis.

    Cuando sonó la alarma a la mañana siguiente, Martin giró y me hizo una pregunta realmente extraña. ¿Hoy vamos al aeropuerto?.

    No. ¿Por qué iríamos al aeropuerto?.

    Está bien.

    Fue una pregunta tan extraña que las alarmas se dispararon en mi cabeza.

    ¿Por qué no preparas el café, Martin? Bajaré en un segundo, le dije.

    Tan pronto como Martin salió de la habitación, tomé el teléfono y luego me deslicé por mi lado de la cama hasta que me senté en el suelo. Me comuniqué con mi jefe.

    Martin me acaba de preguntar si hoy íbamos al aeropuerto. Hay algo que evidentemente está mal, susurré al teléfono. Me voy a tomar el día libre para llevarlo al doctor.

    Aquella tarde, Martin y yo nos reunimos con una médica generalista, altamente recomendada por un amigo. La doctora realizó varios estudios ese día y nos pidió que regresáramos más tarde por los resultados.

    En la segunda consulta nos dijo: En su mayor parte, todo parece estar bien, pero sus niveles hormonales están bajos. Mencionó un número de razones potenciales, que incluían la tiroides de Martin y algo relacionado con un testículo.

    ¡No es eso!, Martin dijo en tono defensivo.

    No digo que sea, se sonrió. De hecho, todo apunta a la glándula pituitaria. Quisiera que realicen una tomografía computarizada y una resonancia magnética de la glándula pituitaria para examinar si se observa alguna alteración.

    Aliviados de que no investiguen partes más íntimas, programamos los estudios para el martes siguiente. Por mi parte, me encontraría en la conferencia en St. Louis, pero John estuvo de acuerdo con que Martin se pudiera quedar con él y llevarlo a retirar los resultados médicos.

    Asistí a la conferencia junto con Jeff Wreyford y Eric Gilbert, dos de mis compañeros. Había esperado ansiosamente esta conferencia desde el día en que me registré. Solo había estado en la iglesia por seis meses, y aún tenía mucho por aprender sobre dirigir la alabanza.

    El primer orador fue el pastor Scotty Smith de Nashville, quien prometió que toda la primera sesión sería acerca de la adoración y no sobre elegir las canciones ni elegir los estilos de música ni sobre dirigir o liderar. Nos centraríamos exclusivamente en lo que significa para nosotros adorar y adorar a pesar de nuestras circunstancias.

    Durante la primera parte, nos recordó que nuestro primer ministerio no era el servicio a nuestras iglesias sino a nuestras familias. No se deje engañar. Su ministerio principal siempre será su familia. La iglesia tomará su vida si lo permite, pero su mayor oportunidad de servir no está en la iglesia; está en su hogar.

    Es un gran principio, pensé; pero realmente no se aplica en mi vida. Martin y yo no tenemos niños, y cuando los tengamos, me quedaré en casa con ellos. Esperaba que en la sesión de la tarde hubiera más enseñanzas prácticas.

    Mis compañeros y yo nos dirigimos al estacionamiento para ir a almorzar. Me senté en el asiento trasero del auto rentado, y fue en ese momento cuando noté que había un mensaje de voz en mi celular de parte de Martin, pidiéndome que le devolviera el llamado tan pronto como me fuera posible. Me comuniqué a su celular. ¿Qué sucede?.

    Hola, tengo novedades. Tengo un tumor cerebral.

    ¿Qué?.

    Sí, la doctora me dijo que los resultados mostraron que tengo un tumor en el cerebro. El mismo está presionando la glándula pituitaria, razón por la cual mis hormonas se han descontrolado. Esa es la razón por la cual he estado tan somnoliento, ya que la glándula no libera suficiente adrenalina.

    Martin sonaba tan despreocupado, casi como si se sintiera aliviado de saber que era un tumor cerebral. Me encontraba temblando. No lograba concentrarme en lo que me estaba diciendo; solo se repetía en mi mente tumor cerebral, una y otra vez. Necesitaba procesar lo que estaba ocurriendo, pero mi mente estaba acelerada.

    Oigan, ¿podrían bajar el volumen de la radio?, le pedí a Jeff y a Eric. Estábamos saliendo del estacionamiento y necesitaba un momento para controlar mis pensamientos.

    Martin, te llamo en un segundo. Estamos llegando a Panera.

    ¿Qué sucede?, preguntó Jeff preocupado.

    Martin tiene un tumor cerebral. Mi voz se entrecortaba al hablar. Ustedes entren. Lo vuelvo a llamar y entro luego de terminar.

    ¿Estás bien?, Eric me preguntó.

    Comencé a llorar.

    ¿Qué podemos hacer?, Jeff quería saber.

    Aún no estoy segura. Permítanme volver a comunicarme.

    Te esperaremos, dijo Jeff mientras abría la puerta.

    Y estaremos orando, agregó Eric.

    Los números de mi celular se veían borrosos, mientras volvía a llamar a Martin.

    ¿Estás bien?. Le pregunté, tratando de controlar el temblor en mi voz.

    Sí. Dijeron que tenía que programar una consulta con un neurocirujano para ver la posibilidad de extirparlo. Quería esperar a que regreses, ya que pensé que te gustaría acompañarme.

    El saber que Martin tenía un tumor cerebral llenó mi corazón con compasión y amor. Me sentía tan tonta por enojarme y avergonzarme de su comportamiento, cuando durante todo ese tiempo había estado padeciendo de un tumor cerebral.

    Martin, lo siento tanto, le dije, dejando correr mis lágrimas.

    A pesar del temor, del diagnóstico y de mi preocupación, también sentía una sensación de alivio. Había estado orando para que algo cambiara. Martin también oraba para que descubran qué andaba mal; él pensaba que estaba perdiendo la razón. Finalmente, obtuvo una respuesta. Aunque no era una respuesta positiva, al menos nos dieron la esperanza de que pudiera solucionarse. Podía escuchar el alivio y la esperanza en la voz de Martin, mientras llorábamos juntos al teléfono.

    ¿Cuándo regresas a casa?, me preguntó Martin.

    No estoy segura. Me comunicaré con Randy y luego te vuelvo a llamar.

    Finalicé la llamada y me desplomé en el asiento, tratando de respirar profundo. Quería que dejaran de caer mis lágrimas y que se desacelerara mi corazón antes de comunicarme con mi jefe. Después de llorar y de recuperar mi aliento, llamé a Randy, mi jefe y el pastor que me animó para que nos mudáramos a Atlanta con la promesa de que la iglesia se ocuparía de nosotros. No tenía idea en qué se estaba metiendo cuando hizo dicha promesa.

    Martin tiene un tumor cerebral . . .

    Antes de que pudiera terminar la oración, Randy toma el control. Bien, te traeremos de regreso en el primer vuelo disponible y organizaremos que alguien pase a buscarte al aeropuerto.

    Volví a llamar a Martin y hablamos brevemente. Su aceptación calmada del diagnóstico me levantó el ánimo. Estaba determinado a sacarse ese parásito para poder continuar con nuestras vidas. Ya habíamos perdido un año sin tener respuestas, ahora era tiempo de actuar. Nuestro plan era arreglarlo y seguir adelante.

    Eric y Jeff me llevaron al hotel, en donde los tres armamos deprisa mi maleta y partimos a toda velocidad hacia el aeropuerto. Estaba aturdida cuando pasé por los controles de seguridad y caminé hasta mi puerta de embarque. Llegué noventa minutos antes.

    Debería llamar a mis padres, pensé, mientras buscaba mi teléfono; pero no estaba en mi bolsillo. ¿Tal vez en mi cartera? Tragué saliva al darme cuenta de que me lo había olvidado en el auto rentado. Era el peor momento para quedarme sola sin mi teléfono. Mi mente daba vueltas. Debía contarles a tantas personas, además de querer hablar con Martin. No obstante, en ese momento había alguien aún más importante con quien debía hablar. Dios, ¿en dónde estás tú en todo esto? ¿No podrías haber ayudado a los doctores a detectar antes el tumor? ¿Por qué Martin y yo tuvimos que atravesar por todo esto antes de finalmente tener un diagnóstico?

    Además de mis sentimientos de tristeza, alivio y temor, estaba enojada por el hecho de que les había tomado un año a los doctores detectar el tumor. Me sentí tentada a enojarme con Dios, quien pudo haberlos guiado a diagnosticar la enfermedad. No obstante, otro pensamiento cruzó por mi mente.

    ¿Voy a permitir que mis circunstancias determinen mi visión de Dios, o permitiré que Dios determine cómo ver mis circunstancias?

    Resultaba ser una pregunta más importante de lo que podía comprender en ese momento; pero la respondí en oración. Dios, te quiero a ti. Si bien había aceptado a Cristo como mi Señor y Salvador años atrás, mientras me sentaba en los asientos de cuero sintético de un aeropuerto concurrido y miraba la pista de despegue, sabía que Martin y yo estábamos a punto de embarcarnos en un nuevo viaje. Tan pronto como el avión aterrice en Atlanta, todo sería diferente. Comenzaría a ocuparme de forma inmediata: buscando respuestas, al mejor doctor y la cura para lo que haya provocado el tumor en primera instancia. Pero estando en el aeropuerto, en aquel momento, quería que Dios

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